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jueves, 27 de marzo de 2025

Los conejillos de Cortázar


No es nominalismo, no es magia, solamente que las cosas no se pueden variar así de pronto. (Bestiario. Cortázar).
¿Cómo es posible que en tan poco tiempo la hija de mi vecina, la mujer del hombre de la furgoneta blanca, haya crecido tan deprisa? Veo ahora a la zagala delante de mí, acompañada de un apuesto muchacho. Ayer mismo la madre la llevaba en brazos dándole de mamar. Las cosas no pueden cambiar así de la noche a la mañana. Desde el principio de nuestra era, filósofos, biólogos y políticos vienen diciendo que la naturaleza no da saltos, que actúa lentamente, que para asfaltar un simple socavón en la Avenida de Los Castaños, o construir una residencia de ancianos en Molina de Segura, hace falta remover Roma con Santiago. ¡Y ni con esas! Y no como hoy, que una chiquilla recién nacida, a los dos días amanece ya crecida y reluciente como los pepinos de la huerta que no hay dios que de la noche a la mañana los reconoca. O que una España tranquila se levante esta mañana deprisa comprando papel del váter y corriendo desconsolada a refugiarse en la estación de autobuses, en el Mudem o en cualquier otro refugio inexistente, antes que la guerra anunciada por Europa nos acribille como conejos en su madriguera, perseguidos por el miedo y las bombas nucleares.

Todo va muy deprisa como las cabras locas que se pisan unas a otras. Menos este cuerpo mío inamovible, sentado sobre este banco del paseo, encima de una acequia soterrada que serpentea paralela al desvío. El desvió cruza el pueblo por el extrarradio que da al río. Los arboles sonríen a un abril que se retrasa espantado por los detractores del cambio climático. Me distraigo frente al sol tibio leyendo Carta a una señorita en París, antes que un conflicto bélico impesable me arrase tal como anuncia Hadja Lahbib la comisaria de la UE. Tres cosas irrenunciables me quedan de lo que me queda de vida: un buen desayuno con pan-aceite-y-sal, un café bien cargado mirando pasar la primavera trasluciente de la hija de mi vecina Andrea y el gusto por la lectura.

La hija de mi vecina me saluda atenta como si yo fuera el mismísimo autor visionario de la historia que estoy leyendo. Levanto mis ojos del libro para contestar sus buenos días. Ella, rauda cambió su biberón de leche por el joven que bien acompaña su pubertad recién estrenada. Aquí todo el mundo corre. Corren los niños a la escuela. Antes de llegar al colegio ya serán mayores, menos yo que permanezco ya mayor desde hace tiempo apoltronado en este banco fijo de madera. Por cierto, la madre de la muchacha que cambió su biberón por el beso de un muchacho, también se llama Andrea, como la dueña remilgada del apartamento de Buenos Aires que una señorita le dejó prestado al caótico y alocado protagonista del cuento que estoy leyendo. Extiendo mi mano sobre la página trece para que no se me escapen los vomitados conejitos de este relato tan absurdo, simbólico y sugerente. A duras penas mis dedos leñosos, púrpuras y crepusculares pueden sostener el libro. Me senté aquí enfrente de mi casa, sentado en este banco de madera que hace sonar mis huesos como campana de ánimas.

Miro ahora los árboles-botella del paseo que, en tan solo dos o tres veranos, se han llenado de gloria y fuerza como los bueyes de la fábula de Esopo. Escucho el tempranero jugar de los pájaros entre el verde de sus hojas cantarinas, el abrazo dulce e interminable de dos jóvenes que han preferido hacer novillos y librarse de las monsergas y los drones de la profesora de Ética. A mi alrededor todo el mundo cambia, el relax se hace desvelo, el status quo de un mundo estable se tambalea. Miro también mis pies quietos al caer de un insensible y solitario banco de madera. 

También se apagaron mis sueños correteros como los conejitos de Cortázar. Sus noches no tienen luz, ni farolas, ni estrellas, ni árboles de botella. Unos locos de la guerra quieren arrancarlos de cuajo y encerrarlos en el oscuro rincón de un armero.

miércoles, 12 de febrero de 2025

Lean para vivir



Doy con el texto perfecto. Le mot juste. Luego me digo: ¿Y qué me queda de lo que he leído? Una sensación plácida, innombrable, momentánea, sin fondo, sin tierra, sin agua, ni humus. No me acuerdo de nada, nada que pueda brotar, ni una planta, ni una flor, ni siquiera una idea, sólo un sentimiento metido en un capazo, unos ojos cansados, una libreta ilegible, unos tomates, un huevo duro y dos manzanas.

Y al rato, tampoco del sentimiento me acuerdo. La emoción se esfumó formando parte de las nubes del olvido, de lo vivido allá en la Huerta Arriba, eso que los entendidos de lo oculto llaman subsconsciente, el alma inaccesible, ese misterio del que dicen formamos parte, pero nadie, ¡ay insensibles! lo sentimos. Y como el iceberg aquel de la Antártida, el más grande del mundo, sólo a mi memoria asoma un trozo insignificante, y que incluso, con el deshielo de los tiempos, también desaparecerá contra las puertas de Plutón. No lean, como hacen los niños, para divertirse o, como los ambiciosos para instruirse. No, lean para vivir. Gustave Flaubert.

lunes, 13 de enero de 2025

Los cinco diamantes de Casiopea


 
En esta mañana de vientos desapacibles, una risa sana, suave, alegre trae a mi airoso ánimo el primer relato (Así murió Mamadou) de La versión de Judas de M. Moyano. Una risa además, inteligente, ingeniosa y pedagógica. Esa manera sutil, sin adoctrinamiento, insinuante, a modo de fábula o metáfora. El humor y el dulce ingenio, la sabia ironía, las mejores vías para que el tren analfabeto de nuestras vidas aprenda a circular libre y sin atropellos. Los seres humanos estamos empeñados en provocar accidentes, conflictos innecesarios, sacar de nuestra chistera ratas y culebras donde sólo hay delfines y palomas. Y convertir en desastre y guerra la paz y la armonía de las estrellas. Y si pudiéramos, con tal de salirnos con la nuestra, ¡estúpidos los humanos!, invertiríamos hasta la ley de la gravedad y le arrebataríamos al cielo los cinco diamantes de Casiopea para traficarlos por armas de fuego.

Pero está de más, no procede ponerme tan propedéutico y moralizante, método a todas luces contraproducente para el buen aprendizaje. Bastaría tan sólo con leer el primer relato de La versión de Judas de Manuel Moyano.

(Continuará)

domingo, 12 de enero de 2025

El magnate

 




Son las tres de la mañana. Me dirijo a las puertas del Corte Inglés. En su aula cultural, Elon Musk presenta este domingo su libro La reconquista espacial. Ya hay gente en cola. Hasta las doce del mediodía faltan nada menos que nueve horas. Palos a gusto no duelen, doy por bien empleado el largo tiempo que debo esperar hasta ver en persona al mismísimo magnate cósmico. Lo de llevarme como recuerdo un libro suyo firmado me trae sin cuidado. ¿Para qué quiero yo un libro? si con el móvil, sacar al perro, acudir al gimnasio y comentar con mis amigas a la hora del aperitivo las gracietas de David Broncano, apenas me queda tiempo para otra cosa. ¡Eso sí!, cuando se trata de ver en carne y hueso a quien contra viento y marea ha demostrado tener los cojones en su sitio, soy capaz de aguantar carros y carretas. Con tan sólo darle un beso en su carita de rosas, de niño grande... me conformaría. 

El tiempo corre que vuela. Es mi turno Estoy muy nerviosa, más nerviosa que cuando aprobé la selectividad. Esto parece el entierro de la sardina, codazos, empujones, pero ¿quién no disculpa un pisotón en tan inaudita refriega? Nunca fui fetiche seguidora de galáctico que anduviera vanidoso marcando paquete. Pero a fuer de ser sincera este macho có(s)mico me pone cual gallina ponedora. Viste botas de cuero, jeans de diseñador y camisa a cuadros, chaqueta americana. Es alto y fornido, de movimientos elegantes, aunque un poco patán, con aires de vaquero galáctico y seductor. Ancho de hombros, robusto y fornido. 

Ni siquiera guardo como recuerdo el billete de avión de mi de luna de miel a Malibú. Pero esto es otra cosa. Mientras que el guapo de Elon sonríe, saluda, gesticula y escribe su dedicatoria a la joven pija que va delante de mi, yo me hago la tonta, cojo el vaso que hay en su mesa y, sin que nadie llegue a percatarse de mi idolatrado atrevimiento, bebo de su líquido elemento. No me da vergüenza decirlo, ¡poner mis labios donde los suyos, libar su dulce jugo refrescante de cola me causa tal placer que no me cabe un cañamón en el culo! Entre tanto jaleo nadie se percata de mi atrevido y sensual comportamiento.

Llego a casa totalmente realizada, me siento otra, rejuvenecida, como salida del baño. Pero, ¡qué casualidad, es increíble! De pronto empiezo a vomitar, todo me da vueltas, no paro de temblar, salpullidos y picores por todo el cuerpo, noto el bello de mi cara que aflora cual el de la mujer barbuda sobre todo por encima de la superficie carnosa de mi labio superior.

Luego en urgencias, tras los pertinentes análisis y radiografías, el médico deja claro su diagnóstico: Cuadro epidérmico agudo, originado por un virus, extraterrestre, indefinido y mutante. El galeno me pregunta: ¿Últimamente ha mantenido usted relación íntima con..?  Hace una pausa por respeto, para seguir luego informándome de que se trata de un germen pernicioso que se transmite principalmente por la saliva. Su patología -añade-, tiende a provocar en sus pacientes conductas agresivas, colonizadoras, complejos, trastornos de personalidad, aires de grandeza, megalomanías y otras fobias. Debería usted, a la hora de compartir bebidas y otros alimentos, abstenerse del contacto con personas sospechosas de ser portadores de estos bichos expansionistas y reaccionarios, fóbicos y ultra conservadores. Son muy peligrosos, se propagan fácilmente. Últimamente su contagio se ha dejado notar de manera furibunda por Alemania, y me han dicho que sus efectos maliciosos, hasta en Georgia...  Cuide por tanto señora su salud. Para aminorar sus picores y otras acedías capilares le receto "adormebellum", es una crema muy eficiente para estos casos. Deberá usted ungir su cuerpo varias veces al día si quiere mantener su piel como se merece...

Y heme aquí ahora, aburrida en casa, hecha una bigotuda, con mi mostacho de gata encabronada, sin poder sacar ni el perro a la calle. Todo por la ingenuidad de meter mis narices en la misma copa de don Elon Musk, el magnate.

martes, 18 de junio de 2024

Peces como cucarachas


 

Cuando leí Bocanadas pensé que tú no serías su autor. En la contraportada del libro bien que aparecías con tu melena blanquiazul sobre el guardabarros de tus orejas atentas, con tu vigorosa barba rala, tus ojos negros y viriles, encendidos, encendidos como el oro de las letras de tu nombre bajo la mejor foto de tu presumida galería. Imposible que fuera tú, ¡un ser tan reservado! Cuando escribías, perdías la vergüenza, te despojabas de tus vestiduras y te quedabas desnudo ante el lector.

Dentro del agua los peces son divinos, transparentes, diáfanos, puros, encantadores. Irradian claridad, luz imanadora. Son únicos, hermosos, limpios, inigualables. Por el contrario, fuera del agua, cambian por completo, son otra cosa: grises, apagados, mustios, ratas exánimes. Cuando tú metido estás en el dulce y bello caldo de tus escrituras eres la hostia. Como el pez en su hábitat eres brillante, te muestras cercano, lleno de empatía, derramas humanidad.

Cuando leí Bocanadas no te reconocí. Siempre te tuve como una persona amorfa, sin músculo, sin sangre en las venas, incapaz de enamorarte al amanecer, al mediodía o a la tarde. Incluso a la sombra de la noche cuando las velas del amor estallan de pasión, y las estrellas del cielo como campanas de placer revolotean luminosas, siempre te encontré oscuro, frígido e inapetente. Imposible que fueras tú, con tu mística prosa el que hicieras latir mi corazón a la par del tuyo. Y es que cuando escribías te transformabas. Dejabas de ser el hombre huraño, mezquino, receloso, sin empatía con el que yo siempre había tratado.   

Te leía y te veía enamorado de la tierra, del mar, del monte, de la mujer y del hombre y sentía latir tu corazón a la par del mío y ponías en movimiento esta máquina pesada de la que estoy hecha. Y respiraba tu mismo aroma, extasiada quedaba del fuego, de la paz y del canto de tu voz. Tus frases, metáforas y alegorías me trasladaban al País de Nunca Jamás donde nadie medra, la luz reina sobre todas las cosas, nadie roba, nadie mata, nadie tira al contenedor amarillo las vísceras orgánicas de sus excrementos.

Luego cuando terminó la presentación de tu libro, me acerqué a la mesa para que me lo firmaras. Me reconociste. Y me comentaste: Si de verdad, mujer, quieres saber quién soy, no te creas nada de lo que escribo. Miento como un bellaco. Bocanadas es un embuste. Los peces del fondo del mar no son flores, son grises y marrones como las cucarachas.


sábado, 18 de mayo de 2024

Zapatos




Tras la lectura de "Zapatos" de Paco L Mengual.

Sabrás, amigo, que lo que leemos a veces no tiene nada que ver con lo que el escritor en cuestión escribió. Es como si nuestra lectura se convirtiera en otro libro completamente distinto del que tenemos en nuestras manos. Y esta idea-pensamiento es la que me disculpa de cualquier réplica que pudieras hacerme acerca de mi acertado o inoportuno y breve comentario que te hago llegar, amigo Paco, sobre uno de tus relatos (Zapatos), incluido en "Yo maté al Caudillo", tu último libro.

Estoy acostumbrado a leerte en clave galdosiana, anecdótica, como casi siempre te manifiestas, como notario realista de episodios populares que, por su enjundia, extravagancia, ocurrencia o esperpento siempre calaste en mi,… Pero al leer "Zapatos", he sido sorprendido por el cariz poético y tierno de tu relato. De las cosas que hablas o a las que te refieres, aun siendo sencillas y corrientes, fluye un halo mágico y embaucador, alegre y también triste. Que no todo tesoro ha de estar escondido por fuerza en el más apartado e idílico rincón misterioso y escondido.

Emocionalmente me he sentido gratificado, y a la vez deslumbrado, por tu habilidad de convertir en sublime una simple insignificancia. Y si esta insignificancia fetichista, como son unos zapatos, me lleva además a sentirme vivo, pues ¡no digo más! Sentimiento tan vital del que a menudo pasamos, por estar, cuando vivimos, en otra cosa. Ya lo dijo John Lennon: "La vida es lo que sucede cuando estás ocupado haciendo otros planes".

Gracias, Paco. Tu relato ha sido como una revelación particular. No exagero. Repito: Cada libro, al margen de lo que su autor quiso decirnos, es otro libro más, surgido de nuestra propia imaginación.

martes, 14 de mayo de 2024

Yo maté a Juio César



El comisario Pepe Carvalho en una de sus conspiradoras pesquisas encontró una esquela al azar por mí escrita. Recuerdo que, como quien echa las cenizas de su cuerpo al río para confundirse con la esencia del mar profundo, la guardé entre las páginas de las Historiae de Heródoto. En el estante principal de mi biblioteca exhibía yo aquellos nueve volúmenes encuadernados en letras de oro… Hasta que un día una mano usurpadora, sin que yo me diese cuenta, se hizo con la esquela y con los libros del primer padre de la historia universal. Desde entonces me vi perdido, sin conocer mi pasado, tampoco mi futuro. Por lo que, para verme a mí mismo retratado, me vi obligado a escribir cosas sin fuste, como aquella esquela que decía: Yo maté a Julio César.

Sé de muy buena tinta que esta esquela escrita llevó al detective a denunciarme ante el juzgado. Casualidad del destino, precisamente horas antes, (o lo que es lo mismo: la tronera de más de veinte siglos), en la Curia de Pompeyo, veintitrés puñaladas acabaron con la vida del emperador de Roma.

Nunca me hubiera creído que por tan sólo yo escribir por ejemplo el dardo de la palabra atravesará de muerte tu corazón mendaz, la vida de un mandatario imperial correría peligro. Pero fue así como ocurrió. ¡Hacía tantos años! El tiempo es un instante. Yo tan sólo quise decir que estaba cansado de tanta mentira, desinformación o lawfare, como se dice ahora. Y tampoco eso, porque a decir verdad, ni yo mismo reconozco como mío lo que antes escribiera. Tal es el poder inconsciente y omnímodo de la escritura, ella se justifica por sí misma sin necesidad de ser avalada o reconocida por autoridad alguna. O como dice Octavio Paz: Cuando sobre el papel la pluma escribe. ¿Quién la guía?

Repito: el detective Carvalho fue con el cuento al juez. El juez me citó inmediatamente. Y allí mismo, ante su señoría, me hizo, como alumno cogido en falta de ortografía, escribir tres veces yo maté a Julio César. El magistrado dedujo que aquel texto por el trazo singular y virulento de mis grafías, (las eles como espadas y las jotas como puñales), a las claras me delataba. Puño y letra son suyas, -sentenció el alto tribunal.

Es cierto. Yo escribí aquella nota; pero confieso que no fui yo quien asesinó a Julio Cesar, fueron las palabras que sin yo querer clavaron el puñal en el corazón empoderado del César de Roma.

sábado, 11 de mayo de 2024

Los días usados

 


Angelina Mango La noia (el aburrimiento). Eurovision 2024)

Recreándome estoy con una exquisita antología de literatura fantástica presentada por Bioy Casares. Relatos de autores de merecido renombre (Allan Poe, Rabelais, Papini, Eugene O’Neill, Sivina Ocampo, Maupasant, Kipling, Kafka…) sacian mi apetito.

A lo largo del tiempo, este tipo de literatura ha entusiasmado y enardecido a innumerables lectores que necesitamos la magia, la ilusión y el milagro para sobreponernos a la cotidianidad de los días usados.

Resumo aquí el primer cuento de esta recopilación que me mantiene secuestrado. Sennin. Su autor, Ryunosuke Agutagawa, un escritor japonés (1892-1927).

Un rústico campesino busca trabajo para que alguien lo contrate para cualquier clase de trabajo con la sola condición que le enseñe la manera de convertirse en Sennin.

Una pareja formada por una mujer astuta y un ponderado médico aceden a su petición. Lo contratan por veinte años sin remuneración alguna, prometiéndole que al cabo de ese tiempo le revelarán el secreto para ser un verdadero Sennin. La mujer del doctor interviene:
Bien, pero usted debe hacer todo lo que yo le mande, de lo contrario tendrá que trabajar a nuestro servicio otros veinte años más.
El campesino accede al trato. Concluido ese tiempo, la mujer le ordena que se suba a lo más alto de un pino que tienen a la entrada de la casa. Cuando el campesino alcanza obedientemente la cima del árbol, la taimada mujer añade:
Ahora tiene que soltar la mano derecha de la rama en la que está agarrado.
Una vez el campesino cumplió la orden, la mujer, insiste:
Debe también soltar su mano izquierda.
La mujer estaba completamente convencida que, tras su requerimiento, el campesino caería muerto contra el suelo. Pero no ocurrió así. La mujer quedó completamente, no sabemos, si contrariada o asombrada, al ver como el campesino poco a poco se difuminaba sobre el azul del cielo convertido en un verdadero Sennin.

martes, 23 de abril de 2024

Día del libro



Recuerdo cuando era un niño, me creía todo lo que leía. Veía la verdad en las letras. Todo documento escrito tenía para mí un valor sagrado. Las cosas no podían ser de otra manera. Leyendo navegaba por rutas conocidas. Seguro era mi caminar aunque anduviera por senderos tenebrosos. Ni por asomo se me ocurría pensar que, si un libro decía que la tierra era plana, pudiera yo figurármela como un huevo. Cualquier documento escrito era la base para todo desequilibrio. Claro, que por aquel entonces todos los libros eran infalibles. Y si algún texto maldito disentía del Canon, proscrito era, y de inmediato arrojado a la hoguera de la ignorancia.

Pero en mi adolescencia tal vez, persuadido por ese afán e instinto juvenil de querer nadar contra corriente, llegaron a mis manos autores heréticos, iconoclastas. Y fue entonces cuando me di cuenta que la verdad no sólo está de una parte. Que cada cual escribía según le iba. Y yo tuve que afogar y desatar mi represión lectora oxigenándome de teorías adversas. Fue cuando me enamoré de lo prohibido. Y experimenté que la manzana de la tentación tenía sabores tan auténticos como el pan de las letras del evangelio.

Hoy ya, a mis años, más sereno y condescendiente, (y a la vez más dudoso), soy capaz de descubrir mentiras en todos los santuarios de la verdad; así como verdades en los mentideros más canallas. Flores en el desierto. He compartido mesa con comunistas explotadores, conservadores de izquierda, cristianos ateos, viejos con quince años, jóvenes moribundos. He conocido lectores de largo alcance y escritores de vista cansada. Y en el corazón más cruel he descubierto hasta el sentimiento más tierno.

miércoles, 20 de marzo de 2024

Leyendo a Proust

 


Leyendo a Proust me reafirmo más en aquella pregunta que en otro tiempo interiormente y en silencio me hacía, y que, ahora, con la edad, más suelto y libre de puritanismos absurdos, exteriorizo hacia afuera:
Si por casualidad hubiese nacido mujer, ¿me habría enamorado de un hombre?
Desde mi actual identidad masculina, contestar a esta pregunta no es fácil. Sería aventurado anticipar mi comportamiento sexual en un contexto no dado. Debido al principio de no contradicción (imposibilidad de ser al mismo tiempo mujer y hombre), sería como meterme en harina de otro costal, algo fuera de toda posibilidad ontológica. Y esto lo digo desde el respeto a los adelantos de la ciencia genética, así como comprensivo con las distintas opciones y orientaciones que cada cual al respecto pueda o quiera tener.

Pero siendo sincero, acepto mejor la homosexualidad femenina que la establecida entre dos hombres. Y esto dicho así, a la ligera, tal vez contenga un viso machista y por tanto censurable. Lo que sí sé, desde el punto de vista de la propia belleza, que encuentro más gozoso y tierno el vínculo entre una pareja de chicas, que la celosa y vigorosa relación entre hombre y hombre. Y que me perdonen los hombres celosamente enamorados de otros hombres.

Y así Proust descubre en algunas personas, antes rudas y frías, hoy como más amables y cercanas. Lo mismo al revés: personas anteriormente débiles y cohibidas, hoy empoderadas y desenvueltas. Nuestra vida, como el tiempo y los ríos de Heráclito, es un proceso continuo, nunca acaba de hacerse, uno siempre está haciéndose. Nada acaba sino cuando termina. La esencia de nuestro yo no está del todo concluida y cerrada sino cuando estamos muertos.

Proust y su intención tan repetida y expresa de dotar a algunos de sus personajes de cierta ambigüedad, tonos confusos e indefinidos, como queriendo incitar al lector al placer de lo no expresado, lo desconocido, por lo jamás nunca visto y poseído, por lo invisible, características todas ellas a mi juicio consustanciales al amor más puro. Y no es que Proust dotara a sus personajes de una bisexualidad camuflada, sino que por su peculiar manera de ser, él era la ambigüedad misma. En definitiva como todo escritor, Proust más que escribir, se escribía a sí mismo:
... aquel hombre que tanto presumía de virilidad, aquel hombre al que todo el mundo le parecía odiosamente afeminado, me hacía pensar de pronto en una mujer: hasta tal punto que tenía pasajeramente los rasgos, la expresión, la sonrisa de una mujer.
Conceptos como virilidad y fuerza, (el hombre y el oso, cuanto más feo, más hermoso), han estado muy encorsetados bajo el paradigma de un patriarcado interesado por el poder, la posesión y el dominio. En cambio la delicadeza, la belleza, la dulzura, el refinamiento, reservados estaban a la mujer. Afortunadamente hoy estos conceptos son más inclusivos y de su gracia y utilidad deberíamos servirnos al igual hombres y mujeres.

Hoy, 19 de marzo, día del padre es un día también ambiguo. Pues hay padres que hacen de madre y viceversa.

lunes, 11 de marzo de 2024

La triste dulzura de la muchacha en flor

 


Estoy leyendo Luz de agosto. Rostros sin acabar, a medio esculpir. Cuerpos vagando en un mundo sin alma por cuadras, prostíbulos y tabernas. Desde una escritura amargada y cortante, caminos solitarios, senderos interminables de dolor y tierra. El libro exhala un misterio hipnotizador, como esas serpientes que con su aliento engullen a quienes frente a ellas detienen su mirada. Me encuentro con un Faulkner complejo y enigmático, un tanto atravesado. No porque no lo sea, sino porque su enmarañado apodidactismo me cansa. Sí, ya sé que Faulkner, lo mismo que Yoice, es muy versátil, capaz de escribir sublime, complejo y extraordinario. O tal vez yo sea un lector de literatura fácil y comodona que huye de los libros especializados, escritos para gente literariamente erudita. Pero, a pesar de ello, Luz de agosto me retiene atrapado.

La novela se desarrolla en un contexto gótico, endiablado y trágico, de intolerancias sin razón ni causa. Ambientes oscuros y terribles, caminos interminables y tenebrosos, iteraciones en el tiempo. La misma ambigüedad de sus personajes: controvertidos, complejos, cándidos y crueles, (el magnetismo de Christmas, la inocencia de Lena, el sanedrino de Hightower...), me aturden, me confunden, agotan mi interés. Necesito un descanso.

Intento escaparme de estas letras tortuosas. Mi determinación de abandonar la lectura no tiene nada que ver con la excelencia del libro. Este parón es sólo emotivo y circunstancial. Salgo a dar una vuelta. Me tomo un respiro. Y por la calle me encuentro con la expresión amargada y, al mismo tiempo, espiritual y bella de una joven que me alegra el corazón. Regreso a casa. Y al rato, ya estoy pegado de nuevo a Faulkner, al drama trágico de su novela, al drama de la vida: violencia, odio, delación, tiranía, vida, sumisión y ¿por qué no? también inocencia, esperanza y ternura.

Mi curiosidad por conocer cómo acaba el conflicto, la confrontación de los hechos, al parecer irreconciliables, me hace volver de nuevo al libro. Quiero saber cómo acaba, qué es lo que al autor le hizo escribir Luz de agosto. Por encima y al margen de lo que su autor cuenta y su desenlace, me interesa sobre todo lo que Faulkner quiso decir, (sin decir), a los lectores con esta novela llena de insinuaciones bíblicas y mensajes callados e indescifrados.

La belleza no por ser bella ha de ser siempre feliz y de fácil adquisición. La máxima belleza suele ser inasequible y desesperante. La tristeza puede ser también bella, bella como las lágrimas de una rosa dolorida, atrapada entre sus espinas.

Finalmente busco título para este sui géneris y modesto comentario de Luz de agosto, y sin venir a cuento, o tal vez sí, (por haberme tropezado con la delirante joven a la que antes hice mención), se me ocurre el siguiente epígrafe: La triste dulzura de la muchacha en flor. Gracias, Marcel Proust, por acogerme bajo la sombra de tu evocadora expresión.

lunes, 4 de diciembre de 2023

Como un bendito en plena siesta



Sentado al sopor del mediodía leyendo estoy Walden, una especie de ensayo de Henry David Thoreau acerca de los sometimientos infundados y aberrantes a los que los humanos nos sometemos inútilmente. Este pensador norteamericano, (mitad Séneca y mitad Greta Thunberg), narra su experiencia, tras haber permanecido dos años aislado en el bosque, en una cabaña construida por él mismo. Thoreau, alejado del caos de la ciudad, quiere conocer de primera mano las sensaciones y enseñanzas que se derivan de una vida vivida en un peculiar entorno completamente natural y sin la mediación ofuscadora de una civilización atiborrada, derrochadora y sin sentido.

Al igual que los antiguos anacoretas que esperaban encontrar a Dios en la tranquila soledad del desprendimiento, el escritor y a la vez protagonista se adentra en prados desolados, en la espesura de los bosques a la escucha de los mensajes del viento, de los consejos de la madre tierra o de las indicaciones del sol y las estrellas; pero no por los mismos motivos de abnegación y renuncia espiritual de aquellos eremitas del desierto de la Tebaida, pues sospecho que al Robinson de Walden le gustaría vivir bien como a todo hijo de vecino, pero sin las incomodidades y estridencias de la enredosa acumulación y el hartazgo vomitivo. 

Con sólo leer la introducción de Walden, me hago a la idea de lo que su autor quiere decirme: que la Tierra no se desintegre por el mal uso que hacemos de ella y que, además, no seamos tan imbéciles para llegar a convertirnos en máquinas, en una deuda ajena, aes alienum. Hay que estar atento y ser respetuoso con la naturaleza, si queremos que la naturaleza siga alimentándonos y dándonos cobijo, que no es necesario labrar y trabajar sesenta hectáreas de legumbres, si tenemos suficiente con un plato de garbanzos al día. ¿Quién nos hizo siervos de la gleba? Y a colación de la inutilidad de poseer infructuosamente fincas innumerables, me viene al recuerdo aquella conversación que mantuve un día con mi vecino Mariano, relacionada con una reyerta entre dos huertanos, originada por una discusión sobre el linde de sus propiedades, y que acabó con uno de ellos muerto en el suelo por un disparo de escopeta. Y me comentaba mi amigo Mariano: ¡Ay que ver, Juan, cuán grande es la estupidez humana! ¡Si para morir sólo necesitamos dos palmos de tierra donde ser sepultados! Y dado que yo no mido ni media vara, le contesté: eso serás tú, pues a mí con medio palmo me sobra.

El escritor-naturalista quiere arrojar por la borda del barco de su existencia todo el lastre que le impide gozar de la vida en su jugo. Él mismo nos muestra la razón por la que se embarcó en esta empresa tan original como estrafalaria, sostenible, ecologista y peculiar: No quería vivir lo que no era vida. Quería vivir profundamente y libar toda la médula de la vida, vivir tan fuerte y espartano como para prescindir de todo lo que no era vida, vivir sólo para hacer frente a los hechos esenciales de la vida, y no descubrir al morir que no había vivido. Sigo leyendo: Veo jóvenes, conciudadanos míos, cuya desgracia estriba precisamente en haber heredado granjas, casas, corrales, ganado y aperos, pues es más fácil proveerse que despojarse de ellos… La vida de los más sabios ha sido siempre más sencilla y sobria que la de los pobres.

Frases como estas exigen por mi parte una consideración de profundo calado socio-filosófico. Compruebo que, debido a este circunstancial momento pesado del día, no estoy a la altura de su comprensión. Los ojos se me cierran por el dulce adormecimiento de la lectura en hora tan cargadamente plácida. Dejo el libro sobre el banco de madera de este bucólico rincón de la huerta donde el destino hace tiempo vino generosamente a plantarme de un golpe insospechado y fortuito. No quiero sumergirme en la adormidera de las palabras escritas de Walden, por muy bien que me caigan sus advertencias llenas de estoica sabiduría. Dejo pues el libro al igual que Thoreau dejó la polis para adentrarse en las olas apacibles de otro mundo más llevadero y sostenible.

Alzo la vista a mi alrededor. Y me da vergüenza darme cuenta de lo que me dicen las abstraídas palabras de Henry Thoreau, teniendo yo ahora mismo los reflejos del sol, entre los morados de la parra virgen desparramada, acariciándome de arriba abajo todo el cuerpo. Miro las hojas del granado, ayer negras por la roya, y cargada de piojos, y hoy, tras la suave lluvia del amanecer, limpias como una patena. Puras. La inmortalidad de los cipreses rompe con el cuchillo de sus puntales el denso plomo azul del cielo que los recorta invulnerables. Perlas de agua aún anidan felices entre las hojas nacientes del maíz, que ya levanta casi un palmo del suelo. Perlas de agua penden risueñas de las hojas de las tomateras. También lloran de placer con sus gotas de cristal líquido los amarillos incombustibles de los dompedros que adornan el sendero y los rincones que rodean el banco donde estoy sentado.

Abandono por tanto Walden. Leo y escucho mejor lo que la naturaleza en su jugo me dice de tú a tú, sin mediación de libro alguno… y me repantigo en el banco, hasta quedarme dormido como un bendito en plena siesta.

martes, 17 de octubre de 2023

Dejemos hablar a las plantas



Con amor y artesanía la pasiflora enjalbega de luces lilas y blancas la empalizada del terruño donde el hombre habita. Recostado está sobre el ribazo de la parte atrás de la huerta, la que da al camino del riego. El verde amarillo de las hojas le resguarda del sol. Una pareja de mirlos corretea allá por los caballones de las patatas soterradas sin perder de vista el nido suspendido entre las ramas de los naranjos. El rojo de sus diminutos picos se enciende sobre el negro triste de su plumaje. Al otro lado de la valla, el tronco fiel de una vieja olivera mítica y antibelicista se enorgullece del verde plata que cual bandera se levanta contra la invasión de todos los pueblos oprimidos del planeta. El hombre piensa que mejor le iría al mundo si dejáramos hablar a las plantas, a los árboles, a los pájaros. Un sol tibio amodorra todo el ambiente. Perezosamente atrapado el hombre deja que el verde aroma de una madreselva le acaricie las manos, la cara, las piernas, el cuerpo. Pero contradictoriamente los sarmientos trepadores de la planta le aprisionan por dentro. La pasiflora, la madreselva, la enredadera al igual que el hombre saben que el cerco por el que se desviven y suspiran acabará estrangulando a todos al mismo tiempo. Sobre su regazo: una colección de cuentos de Silvina Ocampo. Y mientras tanto, el agua de la acequia se abre paso alimentando de verde-vida un bancal de habas que bate sus flores a rebosar de alegría.

¡Qué bien le sientan esta mañana al hombre los cuentos surrealistas de esta escritora argentina! Las letras le sumergen en un grato sopor, hasta el punto, que se confunde con lo que mira. Mejor dicho: lo que lee y lo que ve le saben a lo mismo. Las letras se mueren al ver sus ojos somnolientos, se cierran antes de nacer en su mente, la realidad se apaga, y dentro del hombre se enciende un sueño. Molicie, quietud, evanescencia. La densidad inconsciente de este gozoso y aletargado instante entumece sus sentidos. No tiene oídos, ni sabor, ni vista, ni tacto para otra cosa que no sea estar aquí sentado, con sus pies descalzos, extendidos sobre la esponjosa humedad de esta tierra embellecida. Y ve cómo el vacío a destiempo de un sueño dulce le hipnotiza hasta quedar poco a poco convertido en lo que mira, esta madreselva que recubre, magistral trepadora, el cuerpo que respira, la tierra en la que vive.

Tal vez esta dulce, enajenada e invasiva sensación se deba al poder del cuento que en este momento está leyendo. Hombres, animales enredaderas. Una historia que va de un hombre que sobrevive tras un accidente de avión. Está solo en medio de la naturaleza salvaje, anda obsesionado por unos ojos. Y se pregunta una y otra vez a lo largo del relato que tiene entre sus manos: ¿Dónde estarán aquellos ojos que no paraban de mirarme? Sólo escucha el crujir de las ramas de los árboles. Siente miedo (olor a fiera). Tan agudo es su miedo que piensa que quizá acabe dejando ser él mismo para convertirse en otra cosa. Pierde la noción del tiempo. Su reloj se ha parado. Tiene enormes ganas de quedarse dormido. De pronto, sobrecogido por un perfume inigualable, descubre que ese aroma único proviene de una enredadera. La enredadera poco a poco trepa por el cuerpo del hombre hasta quedar convertido en enredadera. Y así es como el hombre acabará por desgracia (¿o no?) olvidándose tambien de aquellos bellos ojos que le miraban tanto antes de estrellarse el avión donde viajaba.

lunes, 21 de agosto de 2023

Cuanto peor mejor

 




En estos días de calor exagerado (agosto del 2023) intento refrescarme con la lectura de Tiempos de silencio de Luis Martín Santos. Intento, no del todo conseguido. Y no es que este libro excelente no sea de mi agrado, sino que su temática acongojada, lúgubre y derrotista, aumenta aún más, si cabe, el tedio aletargado y sofocante de mi ánimo debido a las altas temparaturas de este cruel verano.

Con ello no quiero decir que el libro carezca de valor, al contrario, es original por la manera velada y hábil de conducir el autor la trama de su novela, por utilizar una terminología, que aún siendo especializada, barroca y forzada, me resulta sugerente y novedosa, a pesar de su formal contrahechura y anacronismo. Un libro de un tirón, sin capítulos; pasa de un escenario a otro sin previo aviso. Peculiaridades éstas, que le van muy bien al ambiente cochambroso y lleno de penumbras de un Madrid de la postguerra, (entre chabolas, tabernas y prostíbulos, calabozos, carteristas, navajeros y borracheras), lugar donde se desarrollan las peripecias y aventuras de un joven médico recién salido de la facultad.

El autor nos muestra la angustia, los miedos, la cobardía, el yo reprimido, (no en vano Martín Santos era psiquiatra), de Pedro, un anodino joven becario, incauto, inocente y tímido que trabaja como cirujano de ratones en un centro de investigación sobre el cáncer. Pedro es requerido para salvar de una hemorragia a una joven parturienta. Y a consecuencia de este su acto de socorro y buena voluntad es acusado de la muerte de la pobre muchacha, así como de su implicación en un atentado de aborto. El protagonista tiene todos los astros en su contra. Una novela deprimente, turbia, oscura, (lo que no quiere decir que Tiempo de silencio no esté considerada por su calidad literaria como una de las mejores novelas del siglo XX). 

Y esta mala suerte, predestinada e injusta, me conmueve y a la vez me rebela, por el aplanamiento, falta de coraje y hombría de Pedro, un joven recién salido de la universidad, incapaz de empoderarse (como se dice ahora) contra los hados de su no merecido infortunio. 

¿O habrá sido acaso éste precisamente el propósito del autor: mostrarme la pusilánime resignación, empatizar con la consentida postración de su protagonista, y así, (cuanto peor mejor), poder resurgir de las cenizas veraniegas en las que mi alma en ascuas se deshace en estos infernales tiempos de silencio y cobardías?

domingo, 7 de mayo de 2023

La Femme à deux Têtes


 
Me he dejado Las cárceles del alma en el coche. Y al llegar al apartamento, como no puedo seguir leyendo, me pongo, (¡estúpido y atrevido!), a escribir intentando emular al mismísimo Lajos Zilahy, el autor de esta novela:

“Aquella mañana el sol entraba, como de costumbre, sosegado y reluciente por la ventana. El brillo de su luz, miel derramada, pulimentaba con barniz dorado el pavimento de madera. La tranquilidad con diáfana belleza inundaba todas las habitaciones de la casa sin conseguir calmar los ánimos de la muchacha.

Miette confusa y aturdida, al tener su corazón repartido entre dos amores, iba nerviosa de aquí para allá. El silencio de las cosas, la inmovilidad de los objetos, la quietud del ambiente ponían aún más de manifiesto la contradicción de sus sentimientos. Miette tenía la sensación de ser un monstruo con dos corazones, como la mujer del circo aquel al que de pequeña la llevó su padre. “La señora de las dos cabezas”, así, a bombo y platillo fue anunciada por el presentador. ¿A cuál de las dos mujeres responderían sus pensamientos contrapuestos, la articulación de sus manos, la tensión de sus dudas? ¿Aquel híbrido parto de la naturaleza, reír con una de sus bocas y llorar al mismo tiempo con la otra? Lo que a primera vista ella podría considerar una enorme ventaja, la capacidad de expresar emociones enfrentadas, comportamientos opuestos, que ella de pequeña valoró positivamente, ahora constataba como una gran desgracia, como si un rostro jubiloso se alegrase irrespetuosa e injustamente del otro semblante triste y lagrimoso. Si en la calma de su habitación solitaria su corazón se dilataba de gozo al recordar la mirada enamorada de Golgonsky, enseguida, como inmediato elemento superpuesto, se interponía el recuerdo anhelante, el beso encendido de Pedro en la estación, instantes antes de partir éste para la guerra. Ansiedad y calma, desasosiego y placer se sucedían en su alma con la celeridad inoportuna, con la reacción confusa de quien reparte tundas a diestro y siniestro, dejando vapuleado todo su cuerpo como una vieja estera sacudida.

Golgonsky era tierno, Pedro viril, aquel poético, el teniente decidido y práctico. Golgonsky dadivoso, rico y delicado. Pedro, luchador y atrevido. Miette con uno se sentía querida; y con el otro, segura; con éste realizada como mujer, con aquel satisfecha como esposa. Cualidades tan complementarias se diputaban a muerte un lugar en su corazón. Miette sufría los efectos sangrientos de esta disputa entre dos amores que, con ser imposibles su coincidencia en el tiempo, ella no entendía qué de malo podía haber en su conducta por ser simplemente fiel a los impulsos de su amor.

Si Pedro regresara de su cautiverio ruso, ¿por qué no seguir manteniendo sus relaciones con el asesor militar, con Golgonsky? ¿En base a qué ley moral ella debía tomar partido y renunciar a uno de los dos? Y en el caso de tener que hacerlo ¿por quién optar? Responder a esta pregunta, Miette pensaba que era completamente inútil, pues no dependía de ella. Los hombres son terriblemente impacientes en estos problemas de amores en litigio. Seguro que tanto Pedro como Golgonsky se apremiarían a tomar una solución movida por el despecho. A instancia de la irracionalidad, a los dos se le enturbiarían los ojos de cordura, y llegarían seguro a la solución más desastrosa.

Miette, atormentada en estos pronósticos, volvía luego a la calma confiando que sería luego la misma naturaleza de los hechos, la historia, la que pondría las cosas en su sitio. ¡Pudiera ser que Pedro anduviera ya con sus huesos calcinados, aplastado bajo el hormigón de la nieve invernal! Entonces ella sería sólo para Golgonsky. Pero en el caso de que Pedro, gracias a su voluntad de hierro, sobreviviera y entrara ahora mismo por la puerta de su habitación, ¿qué pasaría con Golgonsky? ¿El escritor debería someter a éste a los estragos de una fatalidad que lo quitara de en medio para evitarle a Miette la enorme responsabilidad de tener que elegir entre los dos? Golgonsky entonces moriría feliz con su mano fuertemente agarrada a la de Miette. Luego Pedro acamparía de nuevo sólo en el corazón de su mujer.

Todas estas soluciones pasaban por su mente atormentada, pero tanto las favorables como las desfavorables, no la satisfacían en manera alguna, sino que, más aún, la apenaban, pues se sentía culpable nada más pensar que con estos pensamientos pudiera ocasionar algún daño físico o moral a cualquiera de ellos. A Miette lo que más le torturaba es el estar poseída por dos vivencias unidas por un doble sentimiento incompatible. Miette en lo más profundo de su ser estaba completamente segura de la sinceridad de sus amores. Entonces ¿de dónde diablos, le venía esta congoja que no la dejaba en paz ni a sol ni a sombra? ¿Era su falsa conciencia la que le engañaba con conceptos de fidelidad y honorabilidad que respondían más al qué dirán de los demás que a la esencia sincera de su proceder? Con pensar Miette en la idea de que nada malo hacía con querer ahora a Golgonsky con la misma pasión y sinceridad con las que había amado a su marido, tampoco conseguía serenar su atormentado vivir. Lo que ella ahora pretendía, ver tan claro para su tranquilidad de alma, ¿sería tan convincente para cada uno de los hombres, cuando se enteraran de que ella había dado cobijo en su mismo corazón dos amores a la misma vez? ¿Sería tan indulgente Pedro para comprender que su mujer, tanto tiempo sin saber nada de él, no pudo resistirse a otro nuevo amor mantenido con Golgonsky? En el caso de que Miette tuviera la posibilidad de resolver este conflicto, ella por supuesto deseaba con todas sus fuerzas, que lo mejor sería no perder a ninguno de los dos...”

Bueno dejo ya la pluma a Zajos Zilahy. Que sea él el que decida. No me considero  tan sensato para decidir si es justo o no que una mujer esté enamorada de dos hombres al mismo tiempo, sin que ésta se vuelva loca, sin que la sangre llegue al río. Será luego el escritor, con su omnipotencia creadora, tal vez el que dé coherencia a la misma contradicción intrínseca de los sentimientos, de las cosas: demostrar que el fuego y el agua, el monte y el valle, el cuadrado y el círculo, Putin y Zelenski son la misma persona.

domingo, 23 de abril de 2023

Día del libro


Hoy, día del libro. Leyendo estoy La montaña mágica de Thomas Mann, y descubro en este escritor a todos los escritores cual seres dotados de un poder transubstancial. Y celebro en este libro todos los libros que a lo largo de la historia colmaron de placer la vida de tantos lectores. 

Desde su ventana interior los escritores me enseñaron a mirar las cosas detenidamente, me permitieron acercarme a ellas con clarividencia y profundidad. Me descubrieron y desvelaron la sabiduría que hay dentro de todo aquello que los escritores odiaron y amaron,  pensaron, soñaron e imaginaron. Los libros me dieron a comer de su mano, me mostraron dadivosos el color, el arco iris, la disposición, la intensidad, la luz, el sonido, el aroma, los latidos… de un mundo posible e imposible, real e inventado, el todo, la naturaleza entera convertida en libro. Y hasta me conmovieron y contagiaron con el sentimiento, de una vieja y simple silla, de una flor olvidada, de un embalse azotado por la sequía; porque el pantano y las plantas, los ríos, sus cañas.... también ríen y lloran.

Hoy, día del libro, no me canso de agradecer, de admirar la clarividencia que poseen los escritores para transmitirme a través de sus libros la emoción de una foto, el desgarro de una tos, el lamento de un grito, la cordura de un guijarro, su cohesión, el equilibrio, la gravedad y las buenas intenciones de una nube desolada entre los abismos de los Alpes suizos.

Y por La montaña mágica hoy me siento deslumbrado, sorprendido por la totalidad desnuda de la esencia de las cosas. Desde la lejana distancia de una habitación a solas, donde amurallado y a refugio me hallo, esta mañana, Thomas Mann me habla, me embriaga, abre mi corazón al ensalmo inédito e insospechado de sus letras. Tiene este libro, aun mediando entre él y yo el espacio infinito y opaco de un  tiempo inmensurable…, la virtud de conectarme con el alma de la vida.
 
Un buen  libro es un talismán, milagroso regalo, que me hace vibrar, sentir, conocer, amar toda la belleza, que a veces la dura realidad trata de robarme.

jueves, 30 de marzo de 2023

Inmortalidad impostada


 

... acabo de tomarme unas copas en compañía de mis colegas; creo que ni siquiera los albañiles beben tanto como los poetas. (Geoff LeShan. Poeta galardonado por El bosque de pólvora).


Entre expectante y curioso, bien pegado al libro, empiezo a leer los dos primeros capítulos de El imperio de Yegorov. El diario y las cartas no me cansan; son cebo fácil y fresco para mi sed lectora. Un dietario, unas epístolas son menos proclives al engaño y a la fabulación, se ajustan más a la verdad, (aunque ésta sea futurista o inventada), se prestan mejor a una comunicación veraz, íntima y cercana.

Sigo leyendo. El texto me resulta agradable y claro, a pesar de su espesa, extensa y sucia trama. El escritor me lleva por ambientes esotéricos, rocambolescos, novela negra, tradiciones y lugares a mí ajenos: Japón, Nueva Guinea, California, Washington, Moscú… Tal vez Manuel sea un viajero infatigable, o acaso dotado esté de una imaginación prodigiosa. Narrativa exenta de descripciones complejas, lejos de florituras y ramajes-rococó que enturbiarían mi simplicidad como lector acomodado. Oraciones escuetas, de subido realismo: Esta noche nos hemos besado. Siento como si estuviera subido en una nube. Ni siquiera echo de menos Osaka. El paraíso está aquí y se llama Izumi.

Alabo el arte (la destreza trabajada) de Manuel Moyano en su obra finalista del Premio Herralde de Novela. Envidio su proeza experimental en busca de otros formatos: informes, correos electrónicos, grabaciones, comentarios en redes, interrogatorios policiales, blogs, recortes de periódicos y revistas. Me resulta El imperio de Yegorov original por su estilo-híbrido, atrevido y novedoso. Al leer cada uno de los treinta y dos capítulos (documentos), escritos de forma distinta, confieso que he de hacer un esfuerzo de reubicación, adaptar mis ojos a planos diversos, con el cansancio derivado de este nuevo método de lectura a base de fotogramas y flashes y que por otra parte, por su carácter práctico debieran serme más comprensibles. Acostumbrado estoy a leer historias, relatos, leyendas, de manera continuada, cronológica, consecuente, sin sobresaltos de claves y transportes comunicativos, sin muchos vericuetos anticipativos que más bien me confunden y desorientan. Pero aun así, confieso que este contraste de estilos enriquece y me reconforta por su variedad destacada. Todo lo nuevo place, o como dice el refrán gallego: Cada día gallina, amarga a la cocina.

Opta Manuel Moyano en esta obra por el humor patafísico, escatólogico, muy próximo al disparate y al esperpento, recurso imprescindible y necesario en toda literatura clásica que se precie, y que adoba con sucinta hilaridad la seriedad de mi vida como lector escapista hacia la caza de una inmortalidad impostada: Creo que he cometido un grave pecado al tratar de burlar las leyes de la naturaleza… Uno debe ser feliz con lo que el destino le ha dado.

Por último, no deja de sorprenderme el sarcástico ditirambo final con Agradecimientos, guinda que corona el buen hacer utópico del que hace gala Manuel Moyano, convirtiendo en creíble y normal lo inaudito, y transportando una historia estrafalaria en una creación excelente y vanguardista.



lunes, 20 de marzo de 2023

Los libros son cosa mínima


 
Los libros son cosa mínima. Dado que cada treinta segundo se publica un libro en el mundo… ¿qué importancia podría tener la novela Azulada? Debido a la superproducción literaria, la mayoría de los libros son basura. Y no porque lo sean, sino porque así lo determinan las reglas del mercado. Hoy se escribe más que se lee. Las librerías se ven obligadas a deshacerse de los libros. No tienen espacio para tanto almacenamiento. Tantos son sus stocks que le sale más barato triturarlos que ampliar sus locales y estanterías. Los libros son mercancía muerta, pero no así el hecho de escribir. Desde el punto de vista personal puede que sean terapia, entretenimiento, conciencia, creatividad… y a veces, hasta consuelo, dolor y nada.

Recuerdo en una tertulia literaria que a alguien se le ocurrió decir: Escribo para morir. A los asistentes les faltó tiempo para enfrentarse a tan loco escritor que apostaba por meter todo lo que escribía en un cajón para que nadie se contaminara con lo que escribía.

Si al menos escribir no valiera para para vivir, podría enseñarnos a morir. Azulada, como aquel otro libro de El color de los días, no va de viejas y filantrópicas batallas, ni de cambios de gobiernos. Azulada va de vida y muerte, amor y celos, vacío y plenitud.

miércoles, 26 de octubre de 2022

Hacia el punto omega


 
La otra cara de la Catedral Antigua es un libro documento y testimonio, recién salido a la luz (septiembre 2022). Lleva la autoría de Pedro Castaño, cura obrero, casado con Rosa Murcia y padre de dos hijos (Pablo y María José).

Las sociedades conservan las reliquias de su pasado arquitectónico con gran celo, como si en ello les fuera la vida. Guardan, como oro en paño, fósiles, columnas, cariátides, templos,… de su ayer histórico. Y muestran orgullosos a las generaciones futuras el vestigio de su otrora glorioso como seña referencial de su identidad más preclara. Pero su belleza y valor no sólo radica en la silenciosa belleza de sus piedras esculpidas, en el trazo laborioso de sus cimentaciones y estructuras, en el armazón artesanal de sus sillares… Su grandeza se debe, sobre todo, al eco de las voces, a los tiernos ayes de sus amores, a las reyertas, a los sueños y lágrimas que aún rezuman sus ruinas. De ahí, creo yo, que arranca el interés de los pueblos por conocer y respetar sus monumentos: ese querer escuchar las palabras aún calientes, que dentro de sus estancias se vertieron, sus incorruptibles afanes, cada una de sus iniciativas y tareas que se llevaron a cabo, descubrir su mítica significación, conservarlas con primor para que el olvido jamás detenga la estrella de su esperanzador destino interminable.

La antigua catedral en ruinas de santa María de Cartagena se convierte por sí misma en testigo y denuncia de una injusticia institucional digna de ser reparada. Pero se hacía necesario que alguien nos desvelara el contenido y la simbología de este icono catedralicio derruido y bombardeado por los sublevados franquistas. Y eso es lo que trata de hacernos ver la Otra cara de la catedral antigua. Este exhaustivo documento, desde su singular aporte eclesial, histórico y valiente, contribuye a la Reconstrucción de la Memoria Histórica, memoria socavada y sometida al silencio interesado de quienes siempre pretendieron medrar al amparo de la desinformación y la mentira.

Otra cara… lleva la autoría de Pedro Castaño Santa que de forma apasionada, pero no por ello alejada de la cruda realidad de los últimos coletazos, (1967-1978), de un sistema tiránico y represor, recoge y describe al detalle las acciones ejemplares que desde el compromiso de la fe se llevaron a cabo en la parroquia de Santa María la Antigua, enclavada en un barrio de casas viejas y llenas de humedad, calles empinadas, callejones lúgubres, transitadas por hombres y mujeres de extracción sufrida y humilde. Durante gran parte de este tiempo, Pedro fue el responsable de esta comunidad cristiana. Nadie como él para dar pormenorizada cuenta de una serie de actividades muy reveladoras que, junto a otras reivindicaciones llevadas a cabo por otras opciones ideológicas, culturales y políticas del momento, contribuyeron al advenimiento de la democracia en nuestro país.

De manera, articulada, testimonial y sugerente el texto discurre a través de las distintas acciones e iniciativas que se llevaron a cabo dentro de las desvencijadas paredes de esta Vieja Catedral. Los locales de esta Parroquia fueron sede de la HOAC (Organización católica contraria al Régimen de Franco); cobijo de múltiples reuniones clandestinas; lugar donde se fraguó la primera huelga de La Bazán. Aquí se concibió el periódico de concienciación obrera el P’alante, la librería Espartaco. Fue también punto de encuentro de sacerdotes progresistas y de los curas obreros, almacén de distribución de la ZYX, (editorial al servicio de la promoción cultural del pueblo). En los salones de esta parroquia se reunían también entusiastas jóvenes trabajadores pertenecientes a VOJ (Vanguardia Obrera) que luego se convertiría en la ORT. Fue Comedor Comunitario, Guardería laboral, Centro de Formación…

En el Prólogo de este Documento el mismo Castaño Santa nos dice cuál es el motivo de su publicación: dejar constancia por escrito de todo lo que supuso el intenso y vivo movimiento que salió de los viejos, ruinosos y abandonados muros de esta catedral, en los tiempos impetuosos que forzaron y fueron preparando la transición española a la democracia y la puesta en práctica en la iglesia del nuevo espíritu impulsado por el Concilio Vaticano II.

La catedral vieja de Cartagena no nos revelaría toda la belleza que guarda entre sus ruinas si no supiéramos lo que dentro de estas paredes tuvo lugar. La importancia y el valor de este singular complejo van más allá de su reclamo turístico, de su antigüedad y estética. Y así como, cuando contratamos los servicios de una agencia aseguradora distinguimos entre los bienes relativos al continente y aquellos otros referidos a su contenido, en este trabajo se atiende a la virtualidad emblemática de su interior, al espíritu combativo y militante que junto a estos viejos pilares prendieron durante unos años muy importante de nuestro país de la mano de una generación que supo estar a la altura de las exigencias de aquella encrucijada histórica.

Con La otra cara de la Catedral Antigua Pedro Castaño nos desvela de manera descriptiva, pedagógica y alentadora la parte oscura, trascendente y emotiva de unas ruinas, el nervio vivo de una piedra angular y consciente, para que así, materia y espíritu, cuerpo y alma, cielo y tierra, (esa eterna tensión en la que se desvive la especie humana y el universo entero), logren por fin aunarse y fundirse en plena evolución, luz y armonía, ese punto omega del que hablara el jesuita y paleontólogo Theilhard de Chardin.


jueves, 8 de septiembre de 2022

Un perfecto cabrón


Estoy leyendo Viaje al fin de la noche. Celine es un escritor maldito, siempre mordaz y deslenguado, hábil evocador de la inmundicia humana, de la depredación, testigo fiel de las alcantarillas de la gran ciudad, de la hipocresía, de la prostitución, del masoquismo, la explotación, de la esclavitud. Proletarios convertidos en una tuerca más de la máquina de la que dependen y con la que se confunden los asalariados. Sus descripciones, pintarrajos desgarrados en los que el destino se ensaña con los más desfavorecidos:
Os lo aseguro, buenas y pobres gentes, gilipollas, infelices, baqueteados por la vida, desollados, siempre empapados en sudor, os aviso, cuando a los grandes de este mundo les da por amaros, es que van a convertiros en carne de cañón.
Y nada más pasar la primera hoja del libro: Ah, te quiero Jules, tanto que me jalaría tu mierda, aunque hiciese chorizos así de grandes. Palabras dichas por el marido a su mujer, mientras copulaban, no sin antes haberse excitados ambos maltratando injustamente a su hija de diez años, me muestran al escritor sucio, capaz de revelarme las contradicciones del ser humano. Y es que a través de la inmundicia percibo más nítidamente la pulcritud, la inocencia de la naturaleza y del ser humano. Reconozco que su obra es sombría, poco estimulante, polémica y confusa, llena de enemigos, pero, ¿qué queréis que os diga? Su lectura me resulta gratificante, reparadora. ¿Estoy de atar? ¡Tal vez sí! Su antisemitismo (los judíos, racialmente, son monstruos, seres híbridos, malhechos, bastardos gangrenosos que deben desaparecer), no tiene justificación alguna, pero me cuesta trabajo no reconocer su valía literaria. Puede que efectivamente Celine fuera un ser despreciable por su judeofobia manifiesta, pero ¿acaso los cristianos durante bastantes años no sentimos por los judíos ese mismo odio?

Confieso estar dividido: por un lado la persona, el proceder de Celine, y por el otro, el autor, su obra, la calidad. No estoy de acuerdo con su vacío y desencanto; pero su provocador y original estilo, surgido de un profundo conocimiento de la condición humana, me encanta. Y ese es mi problema, ser seducido por la belleza elegante y nauseabunda, la cruda verdad que desprenden sus mórbidas letras. ¿Puede un buen abogado defender por acoso a una chica, y al mismo tiempo maltratar a la mujer con quien se acuesta cada noche? ¿Puede Mbappé jugar al fútbol como los dioses, y reírse a la vez del cambio climático? ¿Puede un cirujano, salvar vidas a diario en el quirófano, y tumbar a su vecino de un guantazo por no cederle el paso en el ascensor? ¿Puede una administración no topar los precios de la cesta de la compra y permitir que crezcan como setas los millonarios en nuestro país, mientras un buen porcentaje de las familias las pasa canutas? ¿Demagogia? ¿Populismo? Contradicciones del sistema. ¡Ay cómo odio esta palabra bajo cuyo amparo escondo yo también mi cobardía!

Ferdinand tampoco es un pacifista por querer librarse de una guerra. Bastante tiene él con la guerra que lleva dentro para alistarse a otra. Toda guerra es un sinsentido. No hay razón para estar en ninguno de los dos bandos.

Allá en su día (enero del 2011), el alcalde de París un tal Bertrand Delanoe, con motivo de no homenajear a Celine en su 50 aniversario de su muerte, zanjó el tema: Céline fue un excelente escritor pero también un perfecto cabrón. Tal vez, de haber sido Celine galardonado en aquella ocasión, si por entonces aún hubiera estado vivo, podría haberse costeado un viaje a Venecia: En mi juventud fui con frecuencia a Venecia, mi joven amigo... ¡Pues sí! Se muere de hambre allí igual que en otros sitios... Pero se respira allí un olor a muerte suntuoso, que no es fácil de olvidar después...