miércoles, 20 de marzo de 2024

Leyendo a Proust

 


Leyendo a Proust me reafirmo más en aquella pregunta que en otro tiempo interiormente y en silencio me hacía, y que, ahora, con la edad, más suelto y libre de puritanismos absurdos, exteriorizo hacia afuera:
Si por casualidad hubiese nacido mujer, ¿me habría enamorado de un hombre?
Desde mi actual identidad masculina, contestar a esta pregunta no es fácil. Sería aventurado anticipar mi comportamiento sexual en un contexto no dado. Debido al principio de no contradicción (imposibilidad de ser al mismo tiempo mujer y hombre), sería como meterme en harina de otro costal, algo fuera de toda posibilidad ontológica. Y esto lo digo desde el respeto a los adelantos de la ciencia genética, así como comprensivo con las distintas opciones y orientaciones que cada cual al respecto pueda o quiera tener.

Pero siendo sincero, acepto mejor la homosexualidad femenina que la establecida entre dos hombres. Y esto dicho así, a la ligera, tal vez contenga un viso machista y por tanto censurable. Lo que sí sé, desde el punto de vista de la propia belleza, que encuentro más gozoso y tierno el vínculo entre una pareja de chicas, que la celosa y vigorosa relación entre hombre y hombre. Y que me perdonen los hombres celosamente enamorados de otros hombres.

Y así Proust descubre en algunas personas, antes rudas y frías, hoy como más amables y cercanas. Lo mismo al revés: personas anteriormente débiles y cohibidas, hoy empoderadas y desenvueltas. Nuestra vida, como el tiempo y los ríos de Heráclito, es un proceso continuo, nunca acaba de hacerse, uno siempre está haciéndose. Nada acaba sino cuando termina. La esencia de nuestro yo no está del todo concluida y cerrada sino cuando estamos muertos.

Proust y su intención tan repetida y expresa de dotar a algunos de sus personajes de cierta ambigüedad, tonos confusos e indefinidos, como queriendo incitar al lector al placer de lo no expresado, lo desconocido, por lo jamás nunca visto y poseído, por lo invisible, características todas ellas a mi juicio consustanciales al amor más puro. Y no es que Proust dotara a sus personajes de una bisexualidad camuflada, sino que por su peculiar manera de ser, él era la ambigüedad misma. En definitiva como todo escritor, Proust más que escribir, se escribía a sí mismo:
... aquel hombre que tanto presumía de virilidad, aquel hombre al que todo el mundo le parecía odiosamente afeminado, me hacía pensar de pronto en una mujer: hasta tal punto que tenía pasajeramente los rasgos, la expresión, la sonrisa de una mujer.
Conceptos como virilidad y fuerza, (el hombre y el oso, cuanto más feo, más hermoso), han estado muy encorsetados bajo el paradigma de un patriarcado interesado por el poder, la posesión y el dominio. En cambio la delicadeza, la belleza, la dulzura, el refinamiento, reservados estaban a la mujer. Afortunadamente hoy estos conceptos son más inclusivos y de su gracia y utilidad deberíamos servirnos al igual hombres y mujeres.

Hoy, 19 de marzo, día del padre es un día también ambiguo. Pues hay padres que hacen de madre y viceversa.

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