miércoles, 12 de febrero de 2025

Lean para vivir



Doy con el texto perfecto. Le mot juste. Luego me digo: ¿Y qué me queda de lo que he leído? Una sensación plácida, innombrable, momentánea, sin fondo, sin tierra, sin agua, ni humus. No me acuerdo de nada, nada que pueda brotar, ni una planta, ni una flor, ni siquiera una idea, sólo un sentimiento metido en un capazo, unos ojos cansados, una libreta ilegible, unos tomates, un huevo duro y dos manzanas.

Y al rato, tampoco del sentimiento me acuerdo. La emoción se esfumó formando parte de las nubes del olvido, de lo vivido allá en la Huerta Arriba, eso que los entendidos de lo oculto llaman subsconsciente, el alma inaccesible, ese misterio del que dicen formamos parte, pero nadie, ¡ay insensibles! lo sentimos. Y como el iceberg aquel de la Antártida, el más grande del mundo, sólo a mi memoria asoma un trozo insignificante, y que incluso, con el deshielo de los tiempos, también desaparecerá contra las puertas de Plutón. No lean, como hacen los niños, para divertirse o, como los ambiciosos para instruirse. No, lean para vivir. Gustave Flaubert.

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