domingo, 7 de mayo de 2023

La Femme à deux Têtes


 
Me he dejado Las cárceles del alma en el coche. Y al llegar al apartamento, como no puedo seguir leyendo, me pongo, (¡estúpido y atrevido!), a escribir intentando emular al mismísimo Lajos Zilahy, el autor de esta novela:

“Aquella mañana el sol entraba, como de costumbre, sosegado y reluciente por la ventana. El brillo de su luz, miel derramada, pulimentaba con barniz dorado el pavimento de madera. La tranquilidad con diáfana belleza inundaba todas las habitaciones de la casa sin conseguir calmar los ánimos de la muchacha.

Miette confusa y aturdida, al tener su corazón repartido entre dos amores, iba nerviosa de aquí para allá. El silencio de las cosas, la inmovilidad de los objetos, la quietud del ambiente ponían aún más de manifiesto la contradicción de sus sentimientos. Miette tenía la sensación de ser un monstruo con dos corazones, como la mujer del circo aquel al que de pequeña la llevó su padre. “La señora de las dos cabezas”, así, a bombo y platillo fue anunciada por el presentador. ¿A cuál de las dos mujeres responderían sus pensamientos contrapuestos, la articulación de sus manos, la tensión de sus dudas? ¿Aquel híbrido parto de la naturaleza, reír con una de sus bocas y llorar al mismo tiempo con la otra? Lo que a primera vista ella podría considerar una enorme ventaja, la capacidad de expresar emociones enfrentadas, comportamientos opuestos, que ella de pequeña valoró positivamente, ahora constataba como una gran desgracia, como si un rostro jubiloso se alegrase irrespetuosa e injustamente del otro semblante triste y lagrimoso. Si en la calma de su habitación solitaria su corazón se dilataba de gozo al recordar la mirada enamorada de Golgonsky, enseguida, como inmediato elemento superpuesto, se interponía el recuerdo anhelante, el beso encendido de Pedro en la estación, instantes antes de partir éste para la guerra. Ansiedad y calma, desasosiego y placer se sucedían en su alma con la celeridad inoportuna, con la reacción confusa de quien reparte tundas a diestro y siniestro, dejando vapuleado todo su cuerpo como una vieja estera sacudida.

Golgonsky era tierno, Pedro viril, aquel poético, el teniente decidido y práctico. Golgonsky dadivoso, rico y delicado. Pedro, luchador y atrevido. Miette con uno se sentía querida; y con el otro, segura; con éste realizada como mujer, con aquel satisfecha como esposa. Cualidades tan complementarias se diputaban a muerte un lugar en su corazón. Miette sufría los efectos sangrientos de esta disputa entre dos amores que, con ser imposibles su coincidencia en el tiempo, ella no entendía qué de malo podía haber en su conducta por ser simplemente fiel a los impulsos de su amor.

Si Pedro regresara de su cautiverio ruso, ¿por qué no seguir manteniendo sus relaciones con el asesor militar, con Golgonsky? ¿En base a qué ley moral ella debía tomar partido y renunciar a uno de los dos? Y en el caso de tener que hacerlo ¿por quién optar? Responder a esta pregunta, Miette pensaba que era completamente inútil, pues no dependía de ella. Los hombres son terriblemente impacientes en estos problemas de amores en litigio. Seguro que tanto Pedro como Golgonsky se apremiarían a tomar una solución movida por el despecho. A instancia de la irracionalidad, a los dos se le enturbiarían los ojos de cordura, y llegarían seguro a la solución más desastrosa.

Miette, atormentada en estos pronósticos, volvía luego a la calma confiando que sería luego la misma naturaleza de los hechos, la historia, la que pondría las cosas en su sitio. ¡Pudiera ser que Pedro anduviera ya con sus huesos calcinados, aplastado bajo el hormigón de la nieve invernal! Entonces ella sería sólo para Golgonsky. Pero en el caso de que Pedro, gracias a su voluntad de hierro, sobreviviera y entrara ahora mismo por la puerta de su habitación, ¿qué pasaría con Golgonsky? ¿El escritor debería someter a éste a los estragos de una fatalidad que lo quitara de en medio para evitarle a Miette la enorme responsabilidad de tener que elegir entre los dos? Golgonsky entonces moriría feliz con su mano fuertemente agarrada a la de Miette. Luego Pedro acamparía de nuevo sólo en el corazón de su mujer.

Todas estas soluciones pasaban por su mente atormentada, pero tanto las favorables como las desfavorables, no la satisfacían en manera alguna, sino que, más aún, la apenaban, pues se sentía culpable nada más pensar que con estos pensamientos pudiera ocasionar algún daño físico o moral a cualquiera de ellos. A Miette lo que más le torturaba es el estar poseída por dos vivencias unidas por un doble sentimiento incompatible. Miette en lo más profundo de su ser estaba completamente segura de la sinceridad de sus amores. Entonces ¿de dónde diablos, le venía esta congoja que no la dejaba en paz ni a sol ni a sombra? ¿Era su falsa conciencia la que le engañaba con conceptos de fidelidad y honorabilidad que respondían más al qué dirán de los demás que a la esencia sincera de su proceder? Con pensar Miette en la idea de que nada malo hacía con querer ahora a Golgonsky con la misma pasión y sinceridad con las que había amado a su marido, tampoco conseguía serenar su atormentado vivir. Lo que ella ahora pretendía, ver tan claro para su tranquilidad de alma, ¿sería tan convincente para cada uno de los hombres, cuando se enteraran de que ella había dado cobijo en su mismo corazón dos amores a la misma vez? ¿Sería tan indulgente Pedro para comprender que su mujer, tanto tiempo sin saber nada de él, no pudo resistirse a otro nuevo amor mantenido con Golgonsky? En el caso de que Miette tuviera la posibilidad de resolver este conflicto, ella por supuesto deseaba con todas sus fuerzas, que lo mejor sería no perder a ninguno de los dos...”

Bueno dejo ya la pluma a Zajos Zilahy. Que sea él el que decida. No me considero  tan sensato para decidir si es justo o no que una mujer esté enamorada de dos hombres al mismo tiempo, sin que ésta se vuelva loca, sin que la sangre llegue al río. Será luego el escritor, con su omnipotencia creadora, tal vez el que dé coherencia a la misma contradicción intrínseca de los sentimientos, de las cosas: demostrar que el fuego y el agua, el monte y el valle, el cuadrado y el círculo, Putin y Zelenski son la misma persona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario