lunes, 21 de agosto de 2023

Cuanto peor mejor

 




En estos días de calor exagerado (agosto del 2023) intento refrescarme con la lectura de Tiempos de silencio de Luis Martín Santos. Intento, no del todo conseguido. Y no es que este libro excelente no sea de mi agrado, sino que su temática acongojada, lúgubre y derrotista, aumenta aún más, si cabe, el tedio aletargado y sofocante de mi ánimo debido a las altas temparaturas de este cruel verano.

Con ello no quiero decir que el libro carezca de valor, al contrario, es original por la manera velada y hábil de conducir el autor la trama de su novela, por utilizar una terminología, que aún siendo especializada, barroca y forzada, me resulta sugerente y novedosa, a pesar de su formal contrahechura y anacronismo. Un libro de un tirón, sin capítulos; pasa de un escenario a otro sin previo aviso. Peculiaridades éstas, que le van muy bien al ambiente cochambroso y lleno de penumbras de un Madrid de la postguerra, (entre chabolas, tabernas y prostíbulos, calabozos, carteristas, navajeros y borracheras), lugar donde se desarrollan las peripecias y aventuras de un joven médico recién salido de la facultad.

El autor nos muestra la angustia, los miedos, la cobardía, el yo reprimido, (no en vano Martín Santos era psiquiatra), de Pedro, un anodino joven becario, incauto, inocente y tímido que trabaja como cirujano de ratones en un centro de investigación sobre el cáncer. Pedro es requerido para salvar de una hemorragia a una joven parturienta. Y a consecuencia de este su acto de socorro y buena voluntad es acusado de la muerte de la pobre muchacha, así como de su implicación en un atentado de aborto. El protagonista tiene todos los astros en su contra. Una novela deprimente, turbia, oscura, (lo que no quiere decir que Tiempo de silencio no esté considerada por su calidad literaria como una de las mejores novelas del siglo XX). 

Y esta mala suerte, predestinada e injusta, me conmueve y a la vez me rebela, por el aplanamiento, falta de coraje y hombría de Pedro, un joven recién salido de la universidad, incapaz de empoderarse (como se dice ahora) contra los hados de su no merecido infortunio. 

¿O habrá sido acaso éste precisamente el propósito del autor: mostrarme la pusilánime resignación, empatizar con la consentida postración de su protagonista, y así, (cuanto peor mejor), poder resurgir de las cenizas veraniegas en las que mi alma en ascuas se deshace en estos infernales tiempos de silencio y cobardías?

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