lunes, 11 de marzo de 2024

La triste dulzura de la muchacha en flor

 


Estoy leyendo Luz de agosto. Rostros sin acabar, a medio esculpir. Cuerpos vagando en un mundo sin alma por cuadras, prostíbulos y tabernas. Desde una escritura amargada y cortante, caminos solitarios, senderos interminables de dolor y tierra. El libro exhala un misterio hipnotizador, como esas serpientes que con su aliento engullen a quienes frente a ellas detienen su mirada. Me encuentro con un Faulkner complejo y enigmático, un tanto atravesado. No porque no lo sea, sino porque su enmarañado apodidactismo me cansa. Sí, ya sé que Faulkner, lo mismo que Yoice, es muy versátil, capaz de escribir sublime, complejo y extraordinario. O tal vez yo sea un lector de literatura fácil y comodona que huye de los libros especializados, escritos para gente literariamente erudita. Pero, a pesar de ello, Luz de agosto me retiene atrapado.

La novela se desarrolla en un contexto gótico, endiablado y trágico, de intolerancias sin razón ni causa. Ambientes oscuros y terribles, caminos interminables y tenebrosos, iteraciones en el tiempo. La misma ambigüedad de sus personajes: controvertidos, complejos, cándidos y crueles, (el magnetismo de Christmas, la inocencia de Lena, el sanedrino de Hightower...), me aturden, me confunden, agotan mi interés. Necesito un descanso.

Intento escaparme de estas letras tortuosas. Mi determinación de abandonar la lectura no tiene nada que ver con la excelencia del libro. Este parón es sólo emotivo y circunstancial. Salgo a dar una vuelta. Me tomo un respiro. Y por la calle me encuentro con la expresión amargada y, al mismo tiempo, espiritual y bella de una joven que me alegra el corazón. Regreso a casa. Y al rato, ya estoy pegado de nuevo a Faulkner, al drama trágico de su novela, al drama de la vida: violencia, odio, delación, tiranía, vida, sumisión y ¿por qué no? también inocencia, esperanza y ternura.

Mi curiosidad por conocer cómo acaba el conflicto, la confrontación de los hechos, al parecer irreconciliables, me hace volver de nuevo al libro. Quiero saber cómo acaba, qué es lo que al autor le hizo escribir Luz de agosto. Por encima y al margen de lo que su autor cuenta y su desenlace, me interesa sobre todo lo que Faulkner quiso decir, (sin decir), a los lectores con esta novela llena de insinuaciones bíblicas y mensajes callados e indescifrados.

La belleza no por ser bella ha de ser siempre feliz y de fácil adquisición. La máxima belleza suele ser inasequible y desesperante. La tristeza puede ser también bella, bella como las lágrimas de una rosa dolorida, atrapada entre sus espinas.

Finalmente busco título para este sui géneris y modesto comentario de Luz de agosto, y sin venir a cuento, o tal vez sí, (por haberme tropezado con la delirante joven a la que antes hice mención), se me ocurre el siguiente epígrafe: La triste dulzura de la muchacha en flor. Gracias, Marcel Proust, por acogerme bajo la sombra de tu evocadora expresión.

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