Cuando leí Bocanadas pensé que tú no serías su autor. En la contraportada del libro bien que aparecías con tu melena blanquiazul sobre el guardabarros de tus orejas atentas, con tu vigorosa barba rala, tus ojos negros y viriles, encendidos, encendidos como el oro de las letras de tu nombre bajo la mejor foto de tu presumida galería. Imposible que fuera tú, ¡un ser tan reservado! Cuando escribías, perdías la vergüenza, te despojabas de tus vestiduras y te quedabas desnudo ante el lector.
Dentro del agua los peces son divinos, transparentes, diáfanos, puros, encantadores. Irradian claridad, luz imanadora. Son únicos, hermosos, limpios, inigualables. Por el contrario, fuera del agua, cambian por completo, son otra cosa: grises, apagados, mustios, ratas exánimes. Cuando tú metido estás en el dulce y bello caldo de tus escrituras eres la hostia. Como el pez en su hábitat eres brillante, te muestras cercano, lleno de empatía, derramas humanidad.
Cuando leí Bocanadas no te reconocí. Siempre te tuve como una persona amorfa, sin músculo, sin sangre en las venas, incapaz de enamorarte al amanecer, al mediodía o a la tarde. Incluso a la sombra de la noche cuando las velas del amor estallan de pasión, y las estrellas del cielo como campanas de placer revolotean luminosas, siempre te encontré oscuro, frígido e inapetente. Imposible que fueras tú, con tu mística prosa el que hicieras latir mi corazón a la par del tuyo. Y es que cuando escribías te transformabas. Dejabas de ser el hombre huraño, mezquino, receloso, sin empatía con el que yo siempre había tratado.
Te leía y te veía enamorado de la tierra, del mar, del monte, de la mujer y del hombre y sentía latir tu corazón a la par del mío y ponías en movimiento esta máquina pesada de la que estoy hecha. Y respiraba tu mismo aroma, extasiada quedaba del fuego, de la paz y del canto de tu voz. Tus frases, metáforas y alegorías me trasladaban al País de Nunca Jamás donde nadie medra, la luz reina sobre todas las cosas, nadie roba, nadie mata, nadie tira al contenedor amarillo las vísceras orgánicas de sus excrementos.
Luego cuando terminó la
presentación de tu libro, me acerqué a la mesa para que me lo firmaras. Me
reconociste. Y me comentaste: Si de
verdad, mujer, quieres saber quién soy, no te creas nada de lo que escribo. Miento como
un bellaco. Bocanadas es un embuste. Los peces del fondo del mar no son flores,
son grises y marrones como las cucarachas.
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