Julio tiene unas ganas enormes de inscribirse en un campamento de verano: quince días en la Sierra de Gredos. Allí conocerá nuevas amistades y se librará de la pesada sombra de su hermano mayor. Julio siente pasión por la montaña. Sólo nueve meses le faltan para los dieciocho años. Su hermano Felipe tiene ya dieciocho. Él sí podría (si quisiera), pero anda loco detrás de la Pascuali. Julio fotocopia el carné de Felipe, sin que su hermano lo sepa. Decide rellenar la solicitud con el nombre, la edad y los datos de su hermano para así ser admitido. Lo que cuenta son los papeles. Y los papeles dicen ahora que su nombre es Felipe, no Julio. A veces los resortes de la mentira son más eficaces y poderosos que la verdad misma.
A la semana siguiente le llaman de la Consejería de la Juventud de la Junta de la Comunidad de Castilla y León. Julio está a punto de decir que se trata de un error. Pero su pasión por el monte, su decisión de librarse de un verano de siestas aburridas y eternas, de tener que aguantar las regañinas de su hermano Felipe,… Julio coge el teléfono: Sí dígame. Soy yo, Felipe. Los hechos consumados: la mejor manera para salirse con la suya. A lo hecho pecho. Y escucha, no sabe si con temor o valentía: Su solicitud ha sido aceptada. A Julio le faltan 75 euros para cubrir los gastos del viaje. Su hermano mayor se los presta.
No es menester mencionar aquí el síndrome de Caín. Julio con el cortauñas muerde la yema del dedo gordo de su mano izquierda para sellar con sangre su cambio de identidad. Julio tiene buena memoria, pero dieciséis años con el mismo nombre son muchos días. Después de curar su herida con limón y ceniza, sale a la calle como un recién bautizado, con su nuevo nombre cincelado en su conciencia. Y, a solas consigo mismo, se tatúa en el cerebro el nombre de su hermano. A partir de ahora ya no soy Julito, sino Felipe el primogénito. A su hermano a veces le ha cogido algún suéter, algún pantalón…, pero ahora le ha robado el nombre. La verdad, que el nombre de Felipe tampoco es que le guste mucho, suena a imperial, a decimonónico, pero la ocasión la pintan calva.
Los padres de los hermanos están separados. Y este verano acordaron que el hijo mayor se quedaría con el padre, mientras que la madre se haría cargo de Julito. Julio miente de nuevo y le le dice a la madre, sin comentar nada del campamento, que se va quince días a casa de su padre. La madre responde: ¡Fenomenal! Ella aprovecha ese tiempo para hacer un viaje programado con sus compañeras de trabajo.
Faltan tan sólo cuatro días para que el campamento llegue a su fin. Ese día, los muchachos deben superar la prueba reina. Por parejas han de correr la distancia entre el campamento base y Fuente Clara, un manantial de aguas mansas que brota junto a un nogal esbelto e inconfundible. A Felipe (nuestro Julio empoderado), le toca de compañero el Fabi, un muchacho, más bien petardo y abultado de grasas, con sus reflejos bastante lentos. La marcha tiene como objetivo valorar las capacidades de orientación, autonomía y subsistencia de los participantes. El Fabi y Felipe inician la ruta muy animosos. En sus mochilas llevan un cartucho de avellanas y dos botellines de agua. La primera hora, (de las tres que más o menos dura la prueba), transcurre con normalidad, en silencio. La verdad que los dos muchachos no son muy habladores. No sabemos si por autosuficiencia o por timidez. La segunda hora, a petición del Fabi, hacen un descanso de diez minutos. Y este tiempo que emplean en detenerse, la pareja que salió detrás de ellos, les da alcance. Y los cuatro muchachos se enzarzan ahora en comentar el fuego de campamento de la noche anterior. Es cuando Felipe, en el fragor de la conversación, encuentra la ocasión para zafarse de sus compañeros. Echa a correr dándose patadas en el culo en dirección a un caserío llamado Villarriba. Felipe, (el falso Felipe), se pirra por las cimas de las montañas, sobre todo si estas son tan bellas como su Justi.
Y de Villarriba es Justina, la hija del panadero que todas las mañana acompaña a su padre a repartir el pan por las casas de la sierra. Entre Justina y el supuesto Felipe, desde el primer día que se vieron, surgió algo especial que sólo sus miradas y sus corazones lo saben. Nuestro joven enamoradizo se escabulle de sus compañeros sin que estos se percaten de su fuga. Sus pasos huelen la lumbre del horno del padre de Justina, hasta que por fin Felipe (el verdadero Julio) da con el pan sabroso de la hija del hornero.
Lo que pasó luego entre Felipe y Justina es fácil suponer. Nosotros nos detenemos sólo en saber qué es lo que ocurrió después en el campamento. A la hora del recuento, echan de menos a Felipe (Julio). El director del campamento sabe de las habilidades de Felipe para sortear dificultades en un entorno inhóspito. Confía en que, antes de llegar la noche, el muchacho aparezca. Llegó la noche, y Felipe no dio señales de vida. El director del campamento pone en marcha el protocolo que rige en estos casos. La primera medida es telefonear a los padres del muchacho:
Soy el director del curso de verano. Lamento decirle que su hijo Felipe, en una de las actividades programadas lo perdimos de vista durante unas horas. Luego de rastrear los alrededores, y preguntar al vecindario supimos que tanto su hijo como una muchacha llamada Justina, los han visto subir al autobús que va a la capital…El padre de Julio, despreocupado, contesta al director del campamento: Mi hijo Felipe está aquí ahora mismo conmigo. Y colgó el teléfono. Luego mira a su hijo, que en este momento está a su lado leyendo abstraído El príncipe destronado de Miguel Delibes, y exclama: Hijo mío, este mundo está loco de remate, y tu madre y tu hermano Julito, como sultanes de Arabia, de crucero allá por los mares del sur.