Te detienes frente al cuadro Muchacha en la ventana. Quieres saber lo que el pintor de los sueños rotos trató de expresar a través de la mirada oculta de esta mujer de espaldas. Tal vez no fuera la playa de Cadaqués lo que la hermana de Dalí viera en aquel momento.
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Mujer asomada al ventanuco del desván. Allá lejos: los montes del puerto de La Cadena. La niebla poco a poco se desvanece, y da paso a formas más cercanas y precisas. Un almendro acampa solo y seco cerca de la rambla. Una hilera de pinos mansos junto al camino de Los Ladrones. Las colinas de la Cordillera Sur se reflejan las unas sobre las otras cual celosas hermanas. Abajo, un gato negro, tendido al resol de la acera, duerme sus inolvidables tropelías de la noche anterior.
De todos los lugares de la casa, el desván es el lugar más tranquilo, acogedor y sin enredos; de ahí tal vez su encanto. Recatada cámara a la que se sube desde la planta baja por siete peldaños de hierro en forma de U empotrados a la pared. El desván huele a sándalo. Sólo una manta en el suelo y dos cojines. No en vano, por etimología, desván viene de vacío, vano, vanidad. Ninguna alusión pictórica o familiar. Sólo un cuenco tibetano sobre una mesita revestida con un pequeño mantel de ganchillo. Un pequeño foco entubado en una pequeña teja de barro adosada a uno de los tabiques de la estancia. Luminosidad carente de borrachos colores que ofusquen y turben la tumbada serenidad de la muchacha. Los únicos tonos: el oscuro de las chapas de caoba que recubren media habitación, el yeso blanco de la otra media, y el ocre marrón del terrazo del suelo. A pesar de la ordinariez y pobreza de este habitáculo, la joven se siente colmada, tanto por lo que esconde en su interior, como por lo que desde la ventana contempla fuera.
Nada más entrar en el desván, un generador de corriente se pone en marcha. La joven viene aquí a cargar pilas, a tenderse al sol que se cuela por la claraboya, (claire-voie), a dejarse penetrar por la voluptuosidad de este rincón. Libre de tensiones y problemas, sin necesidades y ambiciones. El ambiente es un tanto sagrado, dotado de una especie de halo místico. La mujer se descalza, se despoja de sus vestiduras. Se queda casi en cueros. Los gritos y algaradas del polideportivo a dos pasos de su casa no hieren sus oídos. Lo mismo ocurre con los patines de los niños que corretean en la plaza sobre las baldosas ruidosas. Se oyen, pero no molestan. La materialidad de las cosas se percibe de la misma manera que en otro sitio; pero sin connotación conflictiva alguna. Los pocos objetos de esta estancia exhalan paz y bondad. Aquí la muchacha se acomoda como criatura en el útero de su madre, como estrella en la estera zen del universo. Aquí, a solas consigo misma, bebe de la cálida luz del sol. En suculento bocado etílico se alimenta del verde clorofílico del panorama. Su cara en contacto con la tibia melosidad de la brisa que se cuela por el vano de la ventana. El monte, el mar, el calor tibio de un sol sin barreras la abrazan lúbricamente. En este coito vespertino, todo su ser, alma, cuerpo, voluntad y cerebro, se siente amada y amante, una y todo con la naturaleza, los hombres, los animales, la tierra.
El jadeo de su respiración cada vez es más insistente y acelerado. El ondulado allá de la sierra, caricia dulce para su cósmica mirada. La sinuosidad de las nubes, fina piel que envuelve su cuerpo. La transparencia del aire, el vino del sol, el verde del monte son elixir para su joven corazón agitado. Y no sólo es su corazón el que late cada vez más deprisa, es su vientre el que bombea bocanadas de amor en ascuas. Es todo su cuerpo al unísono el que se contrae y se dilata, el que in crescendo bufa suspiros divinos como un buey en medio del mercado. Y no le importa ser penetrada por el dardo dorado del hijo de Venus. El dios cupido entra ahora al desván, y enciende de azules los pliegues calientes de su virginidad vestida.
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Y si tú, agradecido lector, vieras a esta joven asomada a la ventana del desván de su casa, no te darías cuenta de que el almendro que antes ella viera solo y seco junto a la rambla, está ahora lleno de flores blancas, porque las cosas importantes ocurren sin que uno siquiera se de cuenta.
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