Contrataste a Piter Darson para que diera, ya no con el ladrón, sino sobre todo para encontrar lo que te habían robado. Sin ese tesoro tú no eras nadie: un alma que se desangra en medio de la calle, sin que ningún viandante se percate de tal desdicha.
Darson aceptó tu encargo, se tomó el caso como un asunto personal. En el fondo el detective pensaba que si daba con tu solución, resolvería un problema que él también cargaba desde el mismo día de su nacimiento. Piter fue abandonado por su madre, a la que nunca llegó a ver su cara. Y como todo niño expósito y huérfano sintió luego a lo largo de su vida un vacío imposible de colmar. Tal vez por ello escogiera, sin él saberlo, este oficio de ir tras aquello que el destino le había arrebatado. Piter Darson no se cansaba de repetirte: Le agradezco, señor, que me haya elegido para resolver su contratiempo, pero si no tenemos un hilo de donde tirar, difícil será... Luego Piter Darson, después de comunicarme que se desvinculaba del caso, siguió hablándome en plural, como si los dos fuéramos la misma persona:
Mi querido cliente, antes de echar en falta lo que nos habían robado, no teníamos casi nada, ni perro, ni casa, ni aquella rosa blanca que por mujer tuvimos; pero éramos dueños, nos teníamos a nosotros mismos. El no poder ahora poner cara a aquello que la fatalidad nos robó es lo mejor que nos ha pasado, puesto que de esta manera no sufrimos por ello. Ojos que no ven corazón que no siente.
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