martes, 21 de enero de 2025

Insomnio



Es de noche. Cientos de murciélagos en conciliábulo intigrante vuelan sobre tu cabeza. Gruñen despiadados, te muestran el lado malo de las cosas. Diablos perturbadores encienden con sus ciegos aleteos los carbones de tus miedos e infortunios. Los dolores de noche duelen más que a la luz del día. Los problemas se multiplican, las penas se amontonan. No te da tiempo a enumerarlas: que si a tu hijo le falta dinero para acabar el mes, que si tu hija no encuentra trabajo, que si a tu madre le quedan cuatro días para palmarla, que no te adaptas a tu oficio de recadero, de camarero, de sea de lo que sea, que no memorizas los pedidos de los clientes, que has de aguantar con tu bandeja en alto como un Sísifo lamiendo suelos, subiendo de rodillas montes y calvarios... si quieres pagar los mil euros del alquiler de tu casa. Ganas te dan de levantarte de la cama y suplicar o quemar con una vela a todos los dioses habidos y no habidos, al pantocreator del Olimpo Celestial. Como recurso último despiertas a la fe, por perentoria necesidad, por ver la manera de apartar de ti el cáliz de tantas desventuras. Y si a esto le sumas los picores del herpes que te ha salido entre tus partes más pudendas, y los ácidos que amargan tus tragaderas por culpa de una hernia de hiato maloliente... La noche, un rosario de penalidades.

Y también para tu pareja. Lo notas. Lo sabes por los suspiros que a ella se le escapan soñando. Cuando uno de los dos se desvela, el otro, como si los dos tuvieráis las uñas del mismo diablo dentro de vuestros ojos, se resiente de igual manera. Vasos comunicantes. El mismo nerviosismo, El mismo llanto. La misma angustia. Si a ti te da la corriente, y tu parienta se roza contigo, sacudida queda ella por el mismo calambrazo tuyo. Y si cabe más, pues la descarga que tú sufres se añade aun más a la de ella.

Vuestra vigilia se alarga más allá de las cuatro de la mañana, no hay manera. Una noria sin reposo. No cesáis de dar vuelta en busca de un acomodo en rebeldía. Cierras los ojos y te arrimas con amor ciego y desesperado a tu mujer. Desafías a la adversidad, al destino. No os importa morir los dos electrocutados por el mismo sufrimiento, por el mismo cortocircuito. Mutuo consentimiento. Sí es sí. La abrazas por delante, por detrás, hasta sentir los dos el chasquido de vuestra alma encendida por el pedernal de vuestro cuerpos conmutados. Hacéis el amor en medio de una noche de infiernos y de fieras. Y al momento, como la brisa tras el vendaval, quedáis dulcemente dormidos.

Ni valeriana, ni melisa. No hay nada como el quererse para combatir el insomnio.

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