viernes, 23 de mayo de 2025

Chico malo


 
¿Cómo  podía aquel joven ser malo siendo tan bueno? Su maldad y rebeldía no era suya, causada era por la incomprensión y el rechazo. Todo el mundo lo miraba con recelo, como si llevara mierda en los bolsillos. Y se apartaban de él nada más que lo veían. Los únicos que bondadosamente lo acogían como a gorrión herido eran los postergados, los excluidos. Sus mejores colegas: los rufianes y los ratas de la comarca.

Mis padres -decía el muchacho-, son encantadores. Pero no sabían llevarse bien con el hijo. El encanto para él era una fruta podrida, una mentira más, envuelta con el celofán turiferario de una sociedad bobalicona e hipócrita. Claro que sentía predilección por sus progenitores; pero en el fondo los consideraba unos pobres gilipollas. El muchacho pasaba de valores espirituales y morales. Consideraba estos principios, cursiladas de pequeños burgueses cuya única finalidad consistía en no perder el privilegio que le otorgaba su paternidad mal entendida. Los profesores con sus prédicas negativas intentaron encauzar su desilusión y desencanto. Lo único que conseguían era acentuar en su conciencia el perfil de chico malo. El chico malo se atrincheraba aún más en su ignorancia consentida como arma contra la inteligencia abusiva de sus preceptores. De carácter retraído. Este comportamiento natural suyo, de por sí esquivo, contribuía a que la gente lo encasillara como rufián y un pillastre.

Es cierto que el muchacho tenía problemas. Y si no los tenía, los generaba a cada paso. Pero a decir verdad, sus problemas se debían más bien porque se sentía acosado por las miradas acusadoras de todo el mundo. Cada vez que iba al súper a comprar un par de litronas los sábados por la tarde, el securata no le quitaba el ojo de encima. El muchacho refunfuñaba en silencio al agente: ¿Qué miras, gorila, es que tengo monos en la cara? Y en su defensa acusaba a todo el mundo: putos pedantes de mierda con hígados de serpiente. Pero en el fondo lo que deseaba el muchacho era ser tenido en cuenta. Mendigaba amistad, y lo que recibía era hostilidad y desprecio. El mundo contra mí. Yo contra el mundo. De tanto pensar todos que este joven no era trigo limpio, acabó siendo malo. La culebra que se muerde la cola. Era malo porque nadie le comprendía.

Soñaba como cualquiera hijo de vecino, y si cabe más, porque lo necesitaba como el comer. Pero todo le salía mal. Puede que fuera un chico mal intencionado (yo no me lo creo). Era simplemente un muchacho sin suerte, desafortunado. En el fondo tenía un corazón limpio y tierno, incapaz de romper un plato, matar una mosca, o decirle a una chavala ¡qué mal te sienta el piercing en el ombligo! a no ser que las circunstancias le obligaran a lo contrario. Y las circunstancias, ¡bien sabe Dios!, que le llovían a cántaros, como chuzos de punta a cada momento.

El muchacho tenía la inocencia de un niño, piensa como los niños. Le seduce lo que a los mayores les aturde y espanta. Todo el mundo lo toma por imbécil porque va diciendo por ahí que un pato no es un pato por más que lo diga el poeta James Riley. El verdadero pato es Donald Trum. Lo que realmente le pasa a chico malo es que nadie toma en serio sus limitaciones: confunde las causas con los efectos. No sabe predecir las consecuencias de sus acciones. Y así, al igual que Celine, camina sin rumbo, incomprendido y sin acierto por el corazón de la noche. Todo es tedio, colegas a lo suyo, padres ogros, madres hámster. Y si es que hay alguna muchacha bonita a la que quiero, Cupido siempre me cierra la puerta. A chico malo lo que le hubiese gustado es ser un Quijote: ir por ahí salvando las vidas de sus compañeros extravagantes y raros, solitarios con los cuales se identifica, pero no puede, no le dejan...

Chico malo tampoco miente, siempre va con la verdad por delante. Y si alguna vez mintió diciendo a su vecina, más beata que el cáliz, que había visto a su marido en misa, era porque quería agradar a la pobre mujer convencida que su hombre, al morir, iría de cabeza a los infiernos. En cambio cuando decía la verdad, nadie lo creía, como aquella vez que alertó a todo el pueblo que la avenida bajaba furiosa por la rambla de Los Calderones. Y gran parte de los lugareños perdió sus ganados y granjas. Y chico malo para ratificar su verdad, también se dejó arrastrar por la riada.

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