lunes, 7 de abril de 2025
Escríbeme a la tierra
Su corazón dejó de latir. Llevaba más de sesenta años militando en la vida. Falleció pocos días antes de que llegara la primavera. Su muerte, como la de todos, única, personal e irrepetible.
Quiso ser tan sólo un eslabón en esa interminable lucha por la liberación. Nada de autobombo ni conmemoraciones ombliguistas. Dejar su huella en el silencio de la tierra como la semilla de la grama, de apariencia débil, abriéndose paso entre el hormigón y las piedras.
Al compromiso político -decía-, hay que echarle mucho corazón: aunar Política y Sentimiento, Fe y Realidad. Buscó con pasión ese rincón negado de felicidad para los últimos, y en esas le sorprendió la muerte. ¡Ojalá hubiera conseguido su loca e incombustible locura de politizar la muerte, vivir la vida venciendo sus asesinas fronteras!
La revolución, -escribía-, no sólo es un proyecto comprometido de alcance universal, sino sobre todo la práctica alternativa de cada día. El cambio de las estructuras y la práctica de la comunidad de bienes hay que hacerlos al mismo tiempo. Quiso ser rebeldía y esperanza, embrión de lo que mañana fuera cosecha de todos. No pudo. No supo. Es que adelantarse uno a su tiempo es sufrir mucho de él.
¿Veis? ¡Mierda, ya se ha muerto! Su corazón no ha resistido. ¿Qué podía hacer él entre tantos buitres? Se ha quedado solo en el vacío de su tumba. Lo ha entregado todo. Todo, menos su entrañable convencimiento en esa teología salvaje de la liberación, su propio desenterramiento, un conato más de sus locuras, entender que la muerte está repleta de vida.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré. (M. Hernández)
En una secuencia de la película Ordet de Dreyer, un hombre llora desconsoladamente ante el cadáver de su mujer muerta. El clérigo le consuela: su alma vive. Y responde el esposo: Sí, pero yo amaba su cuerpo.
jueves, 9 de enero de 2025
Las gotas tristes del agua
Tienes con una mano agarrada la de tu madre. Su pulso es lento. Tu corazón, en cambio, late raudo como un perro rastreador en pos de una tórtola herida. Fuera, en la calle, llueve con fuerza. Siempre llueve cuando alguien agoniza. Tus lágrimas se confunden con las gotas tristes del agua. Y ves en la lluvia el alma de tu madre salir de su cuerpo exánime queriendo entrar en el tuyo. Y te acuerdas de lo que un día ella misma te dijo: Lo que yo fui, tú serás.- ¿A qué has venido?
- ¡Me hacía tanta ilusión volver a ser el hijo tuyo que nunca fui!
- ¿Y qué almazara escogerías para descargar los costales de las aceitunas de tu niñez de tizones y ceniza?
- ¡El regresar a tu vientre, madre!
- El ayer nunca vuelve. Sólo a los muertos y a los que no han nacido se le permite tal cosa. Los viejos quedamos al antojo de una voluntad secreta que mantiene a tu pobre madre prisionera de este cuerpo añoso. Si has venido a verme morir, has llegado justo a tiempo.
- ¡Por supuesto que no! Sinceramente he venido porque no sé a dónde ir. Cuando uno pierde a su madre en el camino, sus pasos le llevan de nuevo a la madriguera que le dio el ser. Tan sólo he vuelto, madre, para que me digas si me dejé mi nombre olvidado por algún rincón de esta casa.
- Mira, hijo, sabes que para morir es menester dejar la mente en blanco, tener helados los pies... Yo no estoy ahora para esos quebraderos de cabeza. ¡Ya comprobaré, como dijo el poeta, si tras mi muerte hay ciencia!
jueves, 19 de septiembre de 2024
El Mirador del Castillo
Según me cuentan vecinos que presenciaron los hechos que relato, a la sombra de las torres de un Castillo en ruinas, hoy convertido en Mirador, cerca de donde actualmente vivo, hubo un cementerio moro.
Y en una de aquellas tardes soleadas con sabor a meriendas, un niño, después de salir de la escuela, se entretiene removiendo el suelo por estos aledaños y ribazos. Quiere saber el zagal, cual futuro antropólogo, a qué huele la tierra que pisa. Como Isis en busca de los huesos extraviados de Osiris tratando de resucitar a su esposo devorado por las aguas del Nilo, el niño quiere también reconstruir, rescatar, saber quiénes fueron sus ancestros… , cuando de pronto una piedra de gran tamaño, situada un poco más arriba de donde está el pequeño, empieza a derrumbarse desde lo alto. Los otros niños que en ese momento disfrutan también de su vespertino asueto, corren todos a estampidas a ponerse a salvo.
También el niño del que hablamos lo intenta, pero, ¡maldita sea! Se le sale la sandalia en carrera tan apretada. Se vuelve para recogerla. Y fue entonces cuando la piedra le rozó la cabeza. El niño al instante cae inmóvil al suelo.
Todos los demás niños acuden en su ayuda. Ya es tarde. Unos breves temblores y sacudidas, como las de una inocente liebre atropellada por un coche en medio de la noche desenfrenada, acaban con la vida del niño. Su muerte es limpia. Ni un solo rasguño en el cuerpo inmaculado del pequeño. Pero por dentro, bien supo la muerte golpearle de lleno.
Durante muchas tardes, después de este mortal accidente, este lugar fue sagrado, como antaño también lo fuera para los antiguos berberiscos que habitaron estos santos lugares. Todo el monte quedó yermo de algarabías, retozos y susurros infantiles. Hasta los pájaros reprimieron sus trinos. El sitio respiraba miedo. Por donde quiera que pasa la muerte, como la nave que surca el mar, deja un reguero de espuma negra que ahuyenta los peces que por allí aletean. La muerte envuelve con su olor riguroso todo lo que toca, y genera en nuestro ánimo silencio, interrogación y respeto. Los niños, a pesar de ser muy susceptibles a los acontecimientos de muerte, tragedia, misterio y llanto, se agarran instintivamente a la vida.
A los pocos días, los niños del barrio del Castillo se sintieron pues felices, recreándose por los alrededores de la vieja alcazaba, por la orilla de la acequia entre higueras y algarrobos. Con ingenio y gracia sus juegos de nuevo vistieron de colores bancales de alfalfa, vinagrillos y gratos atardeceres al resguardo de esta vieja y siempre renovada alcazaba.
De aquel luctuoso accidente han transcurrido muchos años. El Barrio del Castillo poco a poco fue remodelado. Y allá, en lo más alto de aquel viejo montículo el Ayuntamiento construyó El Mirador del Castillo. Y ante estas sus paredes de hierro incombustible deposito hoy yo este relato, cual ramo de flores blancas, en homenaje de aquel niño olvidado que murió feliz jugando a querer saber los tesoros sagrados que esconde en su seno la tierra de su pueblo.
viernes, 23 de agosto de 2024
El caso Mateo
Quisiera respetar la voluntad de los padres de Mateo, hacer el duelo de su hijo como ellos, en la intimidad, lejos del morbo y los mentideros, tal como lo requiere el respeto y la dignidad de un niño cuya vida ha sido injustamente arrancada de cuajo. Las connotaciones derivadas de este fatídico suceso me han salpicado personalmente y no puedo quedarme callado.
Prometo no decir nada de los xenófobos patrioteros y embusteros garrapatas que, a raíz de cualquier pretexto, acusan a inmigrantes y extranjeros de robarnos el trigo y la casa, de violar a nuestras mujeres, de secar el valle de nuestras sacrosantas tradiciones, beberse la sangre de nuestra inmaculada raza… No merece la pena hacer alusión a ellos, no les prestaré atención. Ello sería chupar más la rueda de su pútrido y falso relato y manchar la memoria de Mateo.
El que un niño haya sido asesinado por un muchacho discapacitado es un tema que me coge desprevenido, me espanta, me confunde y me lleva a la reflexión. Cuando me pongo a pensar, la mejor manera de hacerlo es escribiendo. La escritura con sus grafías afiladas tiene el acierto o la mala leche de escupir en mi propia cara mis vergüenzas más irresistibles, aquellas que me niego a reconocer, que apelan a mi conciencia y que, por supuesto, dicho sea de paso, la sociedad con sus instituciones incluidas también elude y se desinhibe irresponsablemente. El escribir duele y aclara la mente. Función terapéutica del lenguaje escrito.
En este affaire de Mateo se dan cita casualmente dos bandos en litigio: la inocencia y la locura, el dolor de dos familias que, sin quererlo ni beberlo, se ven sumidas en un mismo mar de lágrimas. Dos familias enfrentadas, desangradas por un mismo dolor, el dolor de los hijos. Uno, con un setenta por ciento de incapacidad reconocida. El otro, un pequeño de once años con la vida truncada, el balón de sus juegos y sueños pinchado y roto. Las lágrimas de los padres, (tanto del uno como del otro), me llagan el alma partida: la bondad y el dolor paradójicamente unidos, la impotencia y la incomprensión, la salud mental desprotegida, la discapacidad cuestionada, el estigma, el rechazo, la inocencia asesinada, el llanto de la madre de Mateo, la queja del padre del asesino si mi hijo cometió semejante barbaridad, fue porque tal vez nunca se sintiera amado…
La confesión del perturbado (no fui yo quien le clavó el cuchillo a ese pobre niño, fue mi otro yo), su súplica a Dios para que se deshaga del verdadero y endiablado asesino, y a él lo vuelva cuerdo, me dicen que hay enchironar la demencia, abolir la imperante locura armamentista de nuestro sistema de convivencia. ¿Acaso no es una locura de lesa humanidad la guerra imperialista de Gaza, Sudán, Ucrania...? ¿Acaso no es de locos desangrarnos los unos a los otros por quítame usted allá esas pajas? Urgente es el restablecimiento de la salud mental si queremos seguir vivos. Desplegar la operación jaula más bien contra aquellos que tienen bajo su mando el botón rojo capaz de hacer saltar por los aires nuestro planeta rompiendo contra las piedras del sinsentido las tablas del derecho natural. Desplegar más bien ejemplos de tolerancia, respeto al diferente, empatía, solidaridad..., frente a nuestra cultura cada vez más belicista...
Vivir vivo y en paz fue el deseo de un niño asesinado jugando al fútbol. Vivir cuerdo y encontrarse bien consigo, con los suyos y con la sociedad es el deseo de todo discapacitado.
lunes, 8 de julio de 2024
Su serena sonrisa empática
Y de nuevo a la faena de un día nuevo por pintar. Ayer enterramos a Joaquín Chipola. Y lo traigo aquí para que el poder de su recuerdo desolline el agujero negro, la materia oscura de nuestra desmemoria.
Lo conocí allá por la antesala de las libertades sindicales. Tenía ya él un estudio cuyo nombre (Equipo) evocaba su clara visión de que solo un nuevo mundo más justo, solidario y cooperativo era el futuro. Y a Joaquín acudimos para que nos confeccionara un almanaque para nuestra asociación obrera con imágenes y frases aleccionadoras que despertara nuestras conciencias y así derrocar aquel fascismo que nos agusanaba el cuerpo y el alma. Y hablando de alma, este buen hombre fue el alma de la Plataforma de la Inmigración contra toda discriminación racial, la xenofobia, la actuación insostenible a derecho en los Centros de Internamiento de Extranjeros…
¿Y qué decir de la vocación artística de Joaquín Chipola? Con el color de sus pinceles, la sabia ironía de sus viñetas, el ardor de sus cuadros nos hizo ver las contradicciones internas de nuestro mundo que se autodestruye a sí mismo de seguir por este desolado camino de egoísmos y desmemoria. El olvido al que él mismo se sometió en sus últimos años ¿no fue acaso un recurso para rescatar la cordura ante tanto irracional desvarío ultraconservador?
Y por último una atrevida plegaria eterna en su honor. Que su serena sonrisa empática con la que siempre nos regalaba siga llameando de colores y de aromas el porvenir; y así sean endulzadas las costras de nuestra amargura por su irremediable pérdida.
sábado, 25 de noviembre de 2023
Gaspar Blanco
Tengo por costumbre acarrear todo tipo de deshecho orgánico al basurero para que allí, a base de sol, tierra, oscuridad y agua, se convierta en futuro abono para flores y plantas, tomates, calabacines y pimientos. Este simple y vulgar gesto de querer convertir los residuos agrícolas en fuerza para futuras plantaciones, al recibir la triste noticia de tu fallecimiento, trajo a mi mente una sabia y coincidente imagen: la metáfora del Ave Fénix. Intelligenti pauca.
No es de recibo adularte ahora, Gaspar, y menos cuando, (iba a decir: cuando ya no eres). Mejor diré con todos mis respetos a tu persona y a tus creencias: cuando ya no estás de aquella tu manera física tan gozosa y espontánea en este mundo. Sería un tópico demasiado hipócrita, un inoportuno desatino por mi parte. Pero tú, que bien presumías y hablabas agradecidamente de todos nosotros ante cualquier evento en el que coincidíamos, no considero injusto y desparejo, decirte ahora, amigo, que fuiste como un padre, un hermano leal, confidente compañero derrochando jovialidad, optimismo y sentido común entre nosotros, una cuadrilla de díscolos e inquietos aventureros en busca de un mismo sueño en el que (modestia aparte) formábamos un buen tándem. Unos, con su arrojo e inexperiencia, otros con nuestras dudas y tutibeos, y tú siempre con tu aplomo e ingeniosa ironía. Juntos encaramos nuestro honesto y sencillo compromiso ante la vida.
¡Ay la muerte! ese otro camino que emprendiste y que te ha llevado, Gaspar, no sé a dónde, si hacia el otro lado de la vida, al más allá, a la otra orilla solitaria por la que Lord Byron se preguntaba si allí, tras los bosques sin senderos, se encontraba el éxtasis, la dicha, el pleno goce. Viviste como quisiste. ¡Ojalá, te hayas ido también, amigo, donde querías!
viernes, 10 de noviembre de 2023
Que las campanas no toquen a muerto
Alguien dijo que filosofía era aprender a morir. Yo diría lo contrario. El buen filósofo es el que sabe que la vida bien merece la pena.
¡Espera, espera! Cada cosa a su tiempo –dijo la Fini un día antes que se muriera su padre. Llevaron a Paco al hospital, y la hija presurosa insta al padre que se dé prisa. ¡Venga ya, que el médico nos espera! El médico esperó. Quien no ha esperado ha sido el padre de la Fini. Acaba de morir. Hace cuatro días al cruzarme con él en el Hogar del pensionista, me dijo: ¡Hasta luego! Otro más que me ha engañado. Me engañó también mi madre. Se fue sin despedirse. La muerte nos sorprende dejándose caer siempre a deshora.
Todos se mueren antes que yo. Sólo se despiden los que esperan reencontrarse. La muerte nunca espera; y tampoco ella, solidaria y empática, deja en la estacada a nadie. La espera es más grata que su satisfacción colmada. Lo malo es no poder esperar. Bien lo dice el refrán: Mientras ha vida, hay esperanza.
Cada cosa a su tiempo. Tiempo para morir. Se acabó la esperanza. Lo que no quiere decir que conseguiste lo que esperabas. ¿O sí? La vida no es vivir, sino esperar la muerte. Muerte y desesperanza. Esperar y vivir es lo mismo. Si no tenemos esperanza, (aunque sólo sea esperar), vivir se hace duro. Esperar, aunque sólo sea llegar al día de la investidura de tu caballo ganador para comprobar si has acertado la primitiva, o ir al cajero para ver si te han ingresado la paga de tu jubilación, una de tus últimas y pequeñas esperanzas, o esperar que acabe el telediario para saber el tiempo que va a hacer mañana cuando te mueras.
El día que yo muera hará un frío que pela, y seguro que lloverá. El cielo siempre llora cuando alguien la palma. Y desde el Castillo por el callejón de tu casa el agua correrá a raudales, como aquellos ríos de Jorge Manrique. Pues bien, el tío Paco, el padre de la Fini, anteayer cobró su última paga como faenero jubilado por los campos de la esperanza. Se le rompió la esperanza, la más vana de las ilusiones. Para el tiempo que nos espera mejor no esperar nada. Detrás de una esperanza viene otra desesperanza. El cuento de nunca acabar.
sábado, 3 de junio de 2023
R. I. P.
Hacía tan sólo un día que me había muerto, el tiempo justo concedido a mi alma para poder ubicarse en su inframundo preferido. El cielo estaba muy cerca. El infierno muy a la mano. Pero tanto la blancura absoluta de la visión del cielo, como la negrura relativa del infierno, ambas siempre en mi vida terrenal me repatearon por su hipocresía y dudosa existencia. Para ir al cielo debería haber creído en un Dios que había mandado a la tierra a su hijo para que lo crucificaran, cosa que nunca comprendí muy bien. Y para llegar al infierno, al ser yo alérgico de nacimiento al fuego, mis huesos todavía calientes se resistían.
Elegí, (aun sabiendo que los caminos intermedios nunca me conducirían a ningún sitio), una tercera vía. No era cuestión de chicha o limoná. Aun así quise quedarme en el Limbo, marca blanca, cielo laico de los niños desinteresados, apegados sólo al instante de su eternidad en el tiempo, lugar equidistante entre el dolor y el placer en el que siempre supuse que anidaría la felicidad. Me desentendí por tanto del fuero y del huevo. Vivir en el cielo por toda una eternidad consistiría como un exilio, una cárcel, un cuartel, un infeliz hartazgo; y por el contrario, permanecer en las llamas del averno entre híper-alaridos interminables, sería inaguantable para mi congénita hipoacusia. El horóscopo siempre me definió en vida como persona muy objetiva cual correspondía a un libra para quien el bien y el mal fueron esencias muy raras y difíciles de encontrar en estado puro. Pero entre lo peor no me quedaba otra que elegir lo menos malo.
El Limbo sería algo así como ese lugar neutro donde ni la furia de la fe, ni la intransigencia del ateísmo oscurecerían mi nueva mente, ni tampoco avinagrarían mi otro corazón recién estrenado. Pensé que en los aposentos del Limbo mi alma no sería inoculada con el retroviral de placebos mentirosos. Lo que está bien, bien está. Arreglarlo sería estropearlo, privarlo de su prístino estado. El Limbo era para mí el único reducto inmune, liberado del bien y del mal, me sentiría como en la misma gloria.
Pero hete aquí, que nada más mi alma pisar los pórticos celestiales del Limbo, el Papa de turno, (Benedicto XVI), montado en su infalible excavadora decretó derribar por decreto este santo lugar por mi escogido. Y así ahora me veo como una gallina loca, de aquí para allá vagando, sin saber donde poner el huevo, sin encontrar el sitio apropiado y merecido para mi eterno descanso.
viernes, 24 de marzo de 2023
Breviario de una muerte
Los nihilistas dicen que la muerte es el final; los funcionalistas, que el comienzo, pero en realidad no es más que un simple inquilino que deja su casa.
(W. Faulkner)
Soy muy malo para las fechas. Ella murió. No recuerdo el día. Tal vez aún esté viva y mi memoria se niegue a reconocer la existencia de aquel trance. Tengo por costumbre reflejar en un cuaderno la sonrisa de una flor, el murmullo del viento, el triste adiós del ocaso. La escritura, talismán, fe y testamento donde guardo (lo bueno y lo malo) para seguir vivo. Sin embargo durante todo este tiempo no he podido, (tampoco he querido), consignar por escrito su desaparición. Mejor callar y no poner nombre a lo que no deseamos, no vaya a ser que se cumpla la profecía de Isaías: El sol convertirá en tinieblas la tierra. Aunque psicólogos y sacerdotes digan que hay que mirar la muerte directamente a los ojos, aunque nos repitan que hay que morir no sé cuántas veces para aprender a vivir, no sé si serviría de algo relatar aquí su muerte para que ella regresara ahora-aquí con nosotros.
Un día
Lleva varios meses en el hospital. Voy a visitarla de vez en cuando. La última vez me dijo: Esto no tiene arreglo. No quiero vivir así. No sé qué decirle, si consolarla o... Tampoco sé si mi consuelo la aliviaría. Cuando le pregunto: ¿Cómo estás? -me dice: Estoy muy cansada. Lleva la tira de años sin intestinos, a base de sueros, batidos, con calmantes, y una bolsa colgada a su abdomen donde arroja todo aquello que digerir no puede su cuerpo enfermo… Después de unos minutos, los dos en silencio, le vuelvo a preguntar: ¿Te gustaría volver a tu casa y sentirte allí más segura entre tus cosas queridas, tus nietas, tus macetas, tus hijos, tus recuerdos…? Me dice con voz apagada: ¡Yo qué sé! Y me vienen a la cabeza cosas que a su mente pudieran venirle con ese su yo qué sé. Ella, no es tonta. Sabe perfectamente lo que quiero decirle, que su final está cerca, y lo que le toca ahora es llegar a su destino. ¿Añoraba tal vez Ulises regresar a su casa? Tal vez le apeteciera entretenerse, justificar su retraso encumbrándose, evadiéndose en batallas y hazañas contra ciclones y serpientes, en lugar de enfrentarse a sí mismo. El más costoso de los retos del ser humano es encarar nuestra última y definitiva derrota.
Otro día
Dos tizones encendidos de negro en medio de su pálida cara. Su cuerpo, de tan delgado, parece invisible. Veo que me mira detenidamente. Ella siempre con la manía de ver a los suyos, honrados, aseados, limpios, le digo no sin ironía: ¿Es que no llevo bien puesta la camisa? Me responde: Sí, pero no me gusta el color. Insisto: el blanco ilumina nuestros pasos… Por supuesto no digo nada de aquellos que al traspasar la luz radiante del famoso túnel, de tan bien que se encuentran en el otro lado, ya no desean regresar a este mundo…
Un día más
Estoy leyendo (por casualidad) Mientras agonizo de Faulkner. En esta historia escucho a cada instante los martillazos y el ruido de la sierra de un hombre que se esmera por terminar el ataúd para alguien que se muere poco a poco. Y yo, al igual que este carpintero, me afano por anotar aquí con lábiles letras de ceniza sus últimos momentos. Sus hijos me dicen: No sabemos cuándo… Por eso antes de que ello ocurra quiero guardar su bondad, el brillo y la fijeza, la luz y el sosiego de sus ojos en este Breviario, florecido féretro de su divino recuerdo.
Día de lluvia
Hoy le digo ¡Apriétame la mano! Ella como un muelle, agarra la mía con fuerza. Ayer llovió y se llenó de charcos el camino. Siempre llueve en los momentos tristes. Hoy no llueve, la tristeza no mancha nuestros pies de barro. Siento mi mano cogida por la suya. Un perro asoma por el callejón ancho que da a nuestra casa. Éramos niños. Ella es mayor que yo, me protege como si fuera mi madre: No temas, estoy contigo. Me pongo de pie, delante de donde ella está acostada. Mi vista se detiene angustiada sobre la manta azul que realza sus manos. Son idénticas a las mías, huesudas, venosas, sus dedos índice y pulgar torcidos hacia afuera, generosas manos, trabajadoras, ágiles y diestras de tanto lavar y zurcir alboradas y amaneceres. Del libro de Faulkner me llegan los ruidos de la sierra y los martillazos de Cash sobre las tablas de la caja. Delante de su casa no debería haber una casa, ni un camino por donde pudiera venir la muerte a llevársela. Tapo sus manos aún calientes. Con la manta azul y cálida aliso las arrugas de la cama. Noto atento su respirar en el lento subir y bajar de la manta que resopla al mismo ritmo que ella. Se lleva los brazos a la cara. ¿Qué quieres? Me dice: ¡Yo qué sé! Con suavidad doblego sus brazos, su cuerpo, cubro sus manos con la manta. No quiero que se vaya… Y oigo que me pide: ¡agua, agua!
Enésimo día
Esta noche me ha despertado un sueño. Fuertes campanadas interrumpieron mi dormir sosegado. No sé a qué sonaban: si a muerto o a gozo. Hoy los médicos dan por finalizada su estancia en el hospital. La doctora quita los virales, la sonda que por la nariz le llega al estómago y la otra, la que drena todos los restos y líquidos que su organismo arroja. Me temo lo peor. Y al verla así desconectada, me la imagino desorientada por las cavernas del inframundo, cual espeleólogo que ha perdido la cuerda que le aseguraba su salida a la luz. Ya nada pueden hacer por ella. La Unidad de Paliativos será la que ahora venga a su domicilio para aliviar su dolor.
Día siguiente
Hoy viene su peluquera. ¿Quisiera tal vez ella aplazar su muerte con un buen arreglo de cara? ¿Bastaría acaso su belleza para espantar a Némesis, la señora de las desgracias? Ella lo que quiere es estar guapa para congraciar a su marido. El otro día me dijo que estaba muy cansada, que quería irse con él. Quiere sorprenderle cuando se encuentre con él allí arriba.
Día callado
Hoy, callados estamos los dos casi todo el tiempo. Las medicinas la tienen adormecida, aletargada. Y cuando veo que abres sus ojos y me mira como extrañada le digo saboreando cada sílaba: Tú- sa-bes-que-te-qui-e-ro.
El día
Viernes. De madrugada. Suena el teléfono: Acaba de morir. La vida, una cadena de pérdidas y ganancias en nuestro camino hacia esa Ciudad, cuya tierra está por ver, esa cámara oculta de la pirámide de Keops donde se supone que está el dios de los egipcios, pero que nadie ha visto jamás. Los arqueólogos quieren encontrar al Antiguo Faraón enterrado. El Secretario General de Antigüedades de este país niega su autorización: Esta pirámide está hecha con nuestra sangre. Hacer una excavación allí sería colocar una inyección letal en nuestro organismo.
Un día después
En el tanatorio. A partir de este momento nada será igual. Antes que los de la funeraria se la lleven quiero coger su mano, retenerla conmigo. No me atrevo, le doy un beso en la frente. En los últimos días, cuando le agarraba la mano ¡la sentía tan caliente…! Ahora está fría como la nieve. No es blanca su cara, es de cera, con ese amarillo de la yema de un huevo al esclafarse.
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Hace ya no sé cuántos días la sierra de Cash, ha dejado de sonar. Pero Addie Briden, la madre agonizante de la novela de Faulkner, parece como si aún estuviera oyendo y viendo todo lo que a su alrededor sucede.
martes, 18 de octubre de 2022
La librera de Demos
El mejor homenaje a la muerte de nuestra amiga Justi, sería no olvidar las palabras que ella misma allá, a finales del 2009, cuando el Ayuntamiento de Molina reconocía a Justina Giménez su trabajo como divulgadora de la cultura, nos dijo en aquel momento:
... que este reconocimiento a la librería Demos y a mí como librera, suponga un soplo de aire fresco y un nuevo impulso que nos ayude a seguir siendo ese lugar de encuentro de buenas gentes amantes de la libertad y de los libros. Una Librería al servicio de las personas de este pueblo, un elemento de difusión y divulgación de libros, para que estos sigan siendo una herramienta que nos permita soñar, gozar, crecer como personas, formar parte de una cultura solidaria, igualitaria y liberadora, y, sobre todo, comprometida con los más débiles de nuestra sociedad.
miércoles, 24 de agosto de 2022
Do mana el agua pura
Una de las últimas veces que se dejó caer por la Huertarriba, me regaló el gorro con el que cubría su pelambrera maltratada por la quimio. Le dije que a mí me sentaría divinamente para cubrir mis melanomas mentales, los días de angustia y de sudores.
En cuanto me han dado la noticia de su muerte lo primero que se me ocurre es ir al pechero y colocarme su gorro para aliviar mi pena. Su mujer me cuenta que ayer mismo subió al monte. ¡Ay el monte, las piedras, do mana el agua pura, silencio, altura de miras, el sancta sanctorum, lugar de revelaciones, morada de las águilas, de las culebras,... y de los dioses!
Esta noche he ido al velatorio. Cuando volvió del monte se encontraba perfectamente, se metió en la ducha. Fue entonces cuando los borbotones de la sangre. El susto, las corridas, el sobresalto, el escándalo de los cuajarones rojos en medio del baño… No dio tiempo a que los servicios de urgencias pudieran hacer nada. Mi amigo ha muerto ahogado en su propia sangre. A pesar de todo, hacía planes de futuro. Todavía confiaba reincorporarse a su trabajo de panadero, hacer mejoras de albañilería en la casa. De vez en cuando se pasaba por la huerta, nos tomábamos una infusión, un vaso de agua fresca... Y de nuevo caminante, peregrino, a su camino, se adrentaba en la espesura, emprendía su marcha.
En el tanatorio me he encontrado a mi amigo, mejor muerto que vivo. Todos estaban allí. ¡Anda, que vamos buenos! Primero, aquel; luego, el otro, ahora, nuestro amigo… Y alguien con sus ojos brillantes de tristeza y hermosura comenta:
La enfermedad y la muerte eran sus mujeres. Llevaba mucho tiempo acostándose, haciendo el amor con ellas. Muchas son las cosas que cada noche aprendió de ellas.En Molina de Segura. Año 2005.
domingo, 17 de octubre de 2021
Están solos los floridos senderos
Te vas Alfonsina con tu soledad(Mercedes Sosa)
¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar?
Una voz antigua de viento y de sal
Te requiebra el alma y la está llevando
Y te vas hacia allá como en sueños
Dormida, Alfonsina, vestida de mar.
Estoy frente al mar. Sus olas están cabreadas. No por ello su gesto contradictorio y altivo deja de seducirme. Me pasa lo mismo cuando veo a una mujer que llora. La hermosura triste de su rostro me encanta. Las facciones airadas dejan al descubierto su belleza más natural y profunda.
Esta mañana el mar se muestra tal cual es, sin pudores, sus vergüenzas. El mar no es hoy la blanda cama donde la luna pasó la noche acurrucada bajo sus sábanas de plata. Están solos los floridos senderos. (La caricia perdida. Alfonsina Storni). Huele el mar a catarsis y cáncer, a gris tumultuoso, aceite pringoso de barcos viejos junto al varadero. Y ese gesto ceñudo de sus olas me permite ver la belleza de su intimidad más profunda.
Hoy el mar no es el balcón de un beso de contemplación afortunado. Y me acuerdo de Alfonsina Storni y la comprendo. Como comprendo a aquel enamorado de la luna que al verla escondida debajo del cobertor del agua, allá que capuzó su dolor y su locura para yacer eternamente con ella.
jueves, 16 de septiembre de 2021
Ginés Pagán
Me entero que ha muerto Ginés Pagán, el cura de la Garapacha. Y me viene al recuerdo aquella ventana abierta en medio de un patio oscuro, allá por la segunda mitad del siglo pasado. Su cuarto estaba enfrente del mío, una planta más abajo. Desde mi ventana yo veía la suya iluminada. Ginés, muy avanzada la noche, con sus codos hincados sobre la mesa de estudio y sus dos manos en las sienes, absorto, parece el pensador de Rodín. Consulta, rumia libros, subraya apuntes en actitud detenida y hambrienta. Era bueno y muy inteligente. Yo envidiaba, no sólo su listeza, sino su modesta y eterna sonrisa, su agradable compañía. Nunca hacía aspavientos de su saber. De ahí tal vez mi admiración.
Signos de los tiempos llamábamos a esa nueva conciencia y sacudida que empezaba a expandirse como el viento húmedo que precede a la lluvia anhelada y que hace crecer con fuerza el trigo. En Barcelona, Bilbao, Madrid y otras ciudades españolas, se sucedían manifestaciones pidiendo la libertad sindical. De vez en cuando, Pagán nos hablaba del cambio, que irresistible se abría paso frente a la intolerancia y un ejército de ultramontanos que se oponía a todo tipo de modernización dentro de la iglesia católica. Ginés tenía la generosidad de recopilar aquellas reflexiones y textos innovadores. Nos los hacía llegar para alimentar así nuestra esperanza de ver un cielo y una tierra nueva. (Apocalipsis 21:1)
Como homenaje a su memoria tan sólo me referiré a un hecho del que Ginés Pagán fue sustancial protagonista. Reconozco no ser buen recopilador de historias. Los detalles se me olvidan, pero el eco-impacto de aquel acontecimiento, como el Big Bang, siempre llega a mí sentir, como las olas del mar que no dejan de sonar día y noche. Era la primera acción en la que yo participaba solidariamente por una reivindicación justa. Aquel año (1965) en el que las revueltas obreras eran sofocadas por la dictadura, y estudiantes y trabajadores detenidos, en el Seminario Mayor de Murcia, (aunque parezca mentira), tenía lugar una inolvidable huelga, una insurrección en toda regla.
Se avecinaban tiempos de aggiornamento. Un profesor mayor y desfasado imparte su asignatura ante un alumnado insatisfecho. Ginés Pagán respetuosamente se pone de pie y rebate con fundamento teológico las enseñanzas inmovilistas del catedrático. El profesor, escandalizado, al terminar la clase, denuncia ante el rector del seminario el rebelde comportamiento de tan insolente discípulo. Exige un correctivo como Dios manda. Inmediatamente el rector convoca a todos los seminaristas en la capilla. Desde el altar mayor sentencia: Desde este mismo momento Ginés Pagán Lajara acaba de ser expulsado del Seminario.
Las historias emocionantes subliman o desvirtúan mi sentido de lo real. Y como mi retentiva flaquea, para no errar el blanco, pido ayuda a un compañero para que me refresque aquel ayer reivindicativo:
Quien ahora pormenoriza lo sucedido es Juan Abenza, un viejo condiscípulo a quien recurro para que homologue y verifique mi recuerdo en la reconstrucción de aquel incidente:
La consigna corrió de banco en banco con susurros más leves que el vuelo de una mosca: "Huelga de silencio hasta que el asunto no se resuelva". Durante toda la cena sólo se oyó el golpeteo habitual de tenedores, cuchillos y cucharas al rozarse con los platos. El silencio continuó durante el recreo de la noche hasta la hora de recogerse en las habitaciones.
A la mañana siguiente, acudimos a la capilla. Comenzó la misa, desarrollándose de forma habitual hasta el rezo del padrenuestro. Al llegar a la frase "así en la tierra como en el cielo", Antonio López Baeza, hombre sensible y poeta de gran hondura mística, se vio presa de un ataque de histeria a consecuencia de aquel ambiente de tensión. Y comenzó a gritar con voces distorsionadas: "¡así en la tierra como en el cielo!, ¡así en la tierra como en el cielo! La huelga de silencio continuó.
A media mañana nos anunciaron que el asunto estaba resuelto y que Ginés Pagán regresaría de nuevo al seminario.Ha pasado de aquello la tira de años. De los que participaron en aquellos hechos, unos siguen en la institución, otros se dieron de baja. A todos ellos mi respeto y, sobre todo, a Ginés Pagán mi reconocimiento por su valentía en defender sus ideas frente a la tiranía de los dogmas engañosos, en unos tiempos convulsos en los que protestar era cosa de héroes.
Luego los historiadores del tardofranquismo hablarán con razón de la importancia de los movimientos renovadores de la iglesia en la conquista de las libertades en nuestro país. Lo mismo quisiera yo que, también mañana, hablen así de los clérigos de hoy. Aunque a mí ya nada me vaya en ello.
lunes, 31 de mayo de 2021
Un lirio exultante de vida
La tarde se balancea triste y nostálgica. Está desolada porque ha perdido una mirada destacada que la velaba y protegía. Cuando con su mujer venía mi amigo a la huerta a vernos, se le reían hasta los huesos.
Ya no mece mi amigo sus sueños, contemplando los geranios, los brazos dadivosos del nogal, el amaderado verde de los cipreses. ¿Quién me dirá ahora cómo canta el jilguero, de qué color es la tarde, a qué huele el jazminero y el arce? ¿Quién me vaciará las tijeras de podar, mis cuchillos y formones? ¿Quién me ajustará el mango de la martilla, el palo de la azada y el rastrillo? ¡Qué orgulloso estabas de tu piedra de agua de afilar, del taller de los bajos de tu casa, de tus colecciones de minerales y maderas, de tu gato y de tus pájaros!
Yo que no sé distinguir el granito, del cuarzo, ¿cómo podré ahora admirar en una geoda el origen de la tierra, la hermosura de sus entrañas, su evolución y el rescoldo aún caliente del comienzo de la Historia?
La carpintería y las plantas eran tu locura. ¿O acaso había algo en este mundo que no te fascinara? Los libros, tus nietas, los fósiles, tu mujer y tus hijos y un violín muy bien guardado por el que sentías no haber tenido tiempo de aprender a tocar tu música preferida, la sexta sinfonía de Beethoven. Siempre te recordaré luciendo en el bolsillo de tu camisa limpia un tallito de romero con sus estrellas azules y unos renuevos de espliego. La explosión de la naturaleza te subyugaba.
Cuando ya la enfermedad galopaba por tu cuerpo dolorido, te pregunté por las plantas de tu balcón, y tus ojos enmudecidos me dijeron que los médicos, debido a tu inmunodeficiencia, te habían aconsejado retirar todas las macetas de tu terraza. Se murieron tus plantas, se murió el pájaro de tu cochera. Si la sangre y la danza de la flora y de la fauna dejaran de bailar y de silbar por nuestros campos, huertos y montañas, ¿qué sería de nosotros?
Hoy, veo sola a la tarde meciendo triste la melancolía por tu ausencia. Veo tu vacío. Siento escalofrío. Te estoy muy agradecido. Quiero darte las gracias por aquel regalo que un día me hiciste. Esperanzado y gozoso viniste a la huerta. Me entregaste unos rizomas para que los plantara. Así lo hice. Y agarraron.
Miro de nuevo a la tarde. Te recuerdo y te resucito. Y veo cómo de aquellas raíces que me diste, acaba de renacer un lirio exultante de vida.
miércoles, 5 de mayo de 2021
El veneno de la escritura
Lo que escribe no le satisface. Arruga malhumorada el folio y lo arroja con gesto desaprensivo a la papelera.
Ayer en cambio, escribir la redimía, la exculpaba. Hoy todo le rebota. Su imaginación no le asiste. ¿O será que el destino, aunque se saque de la manga un mirlo blanco, otro mundo idílico o un as de oro,… ya no le dice nada? El destino, el tejedor de los hilos de su existencia, se ha cansado de dar vuelta a la rueca de sus días. Ayer, antes que el sol amaneciera, ansiosa acudía a sacar el jugo, a recrearse escribiendo lo que veía, sus sentimientos, hasta por los nervios de una piedra se desvivía. Entusiasmada por los licores que a su alrededor los acontecimientos le mostraban, cual abeja detenía su vuelo y, quieta como un místico en trance ante el milagro de la vida, exprimía hasta la última gota de su admirada contemplación.
Hoy, la mañana es una naranja estrujada a la que ya nada le queda dentro. Sus escritos no son. Muerta está por el virus. Todo está dicho y archisabido. Ya pueden caer chuzos de punta o llover vacunas para todos… Y no es su apetitosa piel la que le impide captar el sentido de las cosas. Son las cosas las que han perdido su seducción.
Antes, cualquier mínimo detalle: el rizo en la frente de una muchacha, ver a un niño embarrándose feliz la cara con un yogur de chocolate, contemplar una simple hilera de hormigas camino de su granero,… le bastaban para animar su inspiración, de tal manera que sus escritos parecían hacerse realidad.
Al escribir se retienen las palabras…basta con ser escritor, con escribir por esta íntima necesidad de librarse de las palabras, de vencer en su totalidad la derrota sufrida, para que esta retención de las palabras se verifique. (María Zambrano)
Hay quienes sostienen que la realidad nace de la imaginación. Si las noticias no se publicaran, la guardia civil no estaría buscando ahora al hombre que ayer desapareció con sus dos hijas pequeñas en alta mar. Si Pablo Iglesias no hubiese comunicado a los medios que abandonaba la política, el ex abanderado de Podemos, tal vez aún seguiría siendo vicepresidente del Gobierno.
No es la primera vez que alguien escribe un libro y todo lo que en él se cuenta, acontece tal cual. Y si no leamos La epidemia del siglo de Isabel Martínez Barquero (Letrame. Noviembre 2019).
La escritora hoy se deshace de las letras, las echa lejos de sí para que éstas no se le claven en el corazón y acabe siendo víctima de sus propios escritos. Hoy recuerdo lo que un día me dijera la misma Martínez Barquero: El veneno de la escritura te emponzoña una vez que te entra. Cuando empiezas, no hay nada ni nadie que te pare… se sigue escribiendo hasta la muerte.
sábado, 13 de febrero de 2021
La Lorente
Alguien me dice que la Lorente está ingresada en una residencia. Ha perdido la memoria por completo. No me explico cómo una persona puede ser otra, siendo exactamente la misma. No necesitó remilgos ni adornos para ser ella misma. Recuerdo una vez que hicimos un viaje a Roma representando a nuestro sindicato en algún congreso internacional. Ella ligó más que yo, sin tener que esmerarse mucho. Y hasta anduvo de manitas y arrumacos con un lusitano recio, guapo y combativo, como ella se merecía. Una gran luchadora, albañila, concejala, socialista. Sé que desvelando este secreto, no le falto al honor; al contrario, la invisto de dignidad obligada y merecida.
Hay vivencias y sentimientos que las escribo aquí para que no se me olviden. Después de visitar a mi amiga, me pongo a vestir de letras lo que esta buena compañera de años me ha transmitido esta tarde. No quiero que su vida desaparezca sin más. Irrevocablemente todos estamos llamados a escaparnos de nosotros algún día. Pero nadie que tenga la suerte de estar vivo, merece ser borrado de ninguna agenda, antes de palmarla. Por eso quiero clavar con el martillo de mi escritura en este Diario el recuerdo de mi amiga para que no se lo lleve el diablo de su amnesia y tampoco los demonios de mi olvido.
En un momento de la visita, en cuanto noto que ella no se entera de nada, ni por aludida se da a ninguna referencia o anécdota de nuestro mutuo pasado, he temido ser contagiado por la fuerza de la desintegración de sus neuronas. He querido animarla, revivir con ella viejas alegrías, evocar antiguas experiencias, viajes comunes, contiendas, compromisos compartidos. Ninguna respuesta han obtenido mis intentos, evocaciones y tanteos. ¡Imposible que esta mujer no recuerde nada! Su cuerpo es el mismo; idéntica su cara; su sonrisa, la de siempre, tras el monte de la Cresta el Gallo, en el balcón de su casa de la calle Floridablanca, subida en la carroza del Ayuntamiento, repartiendo juguetes y pitos a los murcianos en el Entierro de la Sardina. La nube azulblanca que en otro tiempo se asomaba despejada y segura, sin dejarse arrastrar por la mentira cristalina de las estrellas fugaces, los rigores del mediodía, las trampas del enemigo, la patronal, la policía.... hoy está apagada. Es la misma, delante de mí está como antaño, delante los dos de la Fontana de Trevi, tirando monedas al agua por ver cambiado el destino del mundo, dulce y arreglada, sonriente en el bar de la residencia donde tomamos unas cañas; pero ella confunde la cerveza con la leche, pues remoja las patatas fritas con la cerveza como si fueran galletas.
Al llegar a casa, me paso hasta bien entrada la noche bloqueado en su mirada atenta, pero vacía. Insisto, era ella. Allí, intacta estaba, sin ser condicionada por el tiempo, ni por su nuevo emplazamiento. La he visto como recién nacida. Incluso me llegó a decir:
Yo sólo sé que estoy aquí, y veo que unos vienen, otros van, yo no los conozco de nada: pero no sufro, estoy tranquila. Soy como una montaña quieta y sorteada por las nubes. Nada me inquieta. Tampoco mi vida pasada. Lo único que me importa es que me queráis, que estéis conmigo.Tal vez mi amiga hoy es más libre que nunca, Suelta como el viento del desierto sin nada, rastrojos o escudos que la retengan. Y es que somos prisioneros de la memoria. El olvido es como la puerta abierta al infinito despejado. Y ahora, aquí, en esta noche, separados los dos por el río de la ciudad, me imagino a la Lorente eternamente feliz y lozana, tomándose a todas horas su cerveza con galletas.
(El Color de los Días. Junio. 2014. Pág. 244. Editorial Tirano Banderas)
sábado, 21 de noviembre de 2020
Para Isabel (In memoriam) No tanques la porta
Le pregunto si tu partida ha sido dolorosa.
¡Qué va! -contesta Carmen-, la madrugada de su muerte, Isabel amaneció cantando.Sueña la noche abrir mañana en el desierto fuentes de agua para que Los Chopos y El Laurel, Los Madroños y Las Piteras sigan vivos en el barrio de Los Rosales.
Un viejo compañero, a quien tú conoces bien, me cuenta, (precisamente hoy), que desde el día que, tras una horrible agonía, su abuelo, la mejor persona del mundo, muriera, dejó mi amigo de creer en Dios. Y para argumentar su increencia insiste el amigo:
Si a la religión le quitas los milagros y la vida eterna, ¿en qué se quedaría?Tras tu muerte, Isabel, la luz transparente del amarillo de los naranjos no ha dejado de deslumbrarme. Tampoco el aroma del café que tan gentilmente nos servías después de compartir el pan y las fatigas. Que no hay Parca que pueda apagar tu música. Ahora siento y escucho con mayor claridad el rumor de los latidos de las olas de un mar que te dieron la vida, la eterna canción, que tú solías cantarme:
Mar, mar, / obra de Dios, / que quitas la pena y el dolor. / Mar, mar, / oh bello e inmenso mar.
Recuerdo ahora también tu felicitación en aquellas navidades del 92. Un texto de Isaías: El pasado ya ha llegado. Yo anuncio cosas nuevas. Como casi todas las referencias de los profetas, por su vaguedad, son muy dadas a la reflexión y a la duda. Y así fue, Isabel, como hiciste del versículo del profeta tu propia exégesis: ¿Será posible que un día nos anuncien que el ayuntamiento por fin nos ha concedido una biblioteca para el barrio?
Aguas de fuentes sonoras veo brotar en el desierto. Tus dulces canciones (a coro con Trini, Virginia, Carmen y Josefina), hacen germinar de alegría caballones de semillas: la escuela infantil, el comedor popular, la clase de adultos, el colectivo de mujeres, la asociación de vecinos... ¡Cómo pueden unos sencillos pasos abrir tan fecundo camino y dejar unas huellas imperturbables en el transcurso del tiempo...!
¡Que no está, Isabel callada tu música! Que los ecos de las canciones, aquellas que al a limón reescribimos en aquel libro (A la pitiflor), aún resuenan, y dan vida a la calle del olivo, al paseo de las viñas, a la farmacia de Paco, al bar de Rafa el de las viñas.
No tanques la portaGracias, Isabel, por tu sabiduría de vida.
No rodes la clau
No pases el forrellat
Ni la balda
Y la cadena... per terra
per a qui entre qui vulga
per a viure y conviure.
lunes, 16 de noviembre de 2020
Quién te nos hizo noche
Seis menos cuarto. 19 de mayo de 1996. Aquel que en Salmos de andar dijera: estos salmos los escribí cuando estudiaba para santo. (Después estudié para hombre. Ahora, gracias a Dios soy una mierda), está ingresado en la UCI de la Arrixaca.
Le dolía mucho el corazón. Tuvieron que ingresarlo para intervenirlo quirúrgicamente. Todo normal, hasta que, tras el operatorio, una infección complica todavía más la salud de Mariano Manglada. MCarmen viene con frecuencia a estar con él. Ellos son amigos desde los tiempos de su mutua militancia en la HOAC (Hermandad Obrera Católica).
El otro día, para aliviar su malestar, MCarmen masajea los pies del jesuita-creyente-heterodoxo. Y le pregunta al peón y también librero:
¿Cómo es tu dolor?Mariano responde:
Es un dolor que quema.Esta tarde, he venido con MCarmen. Desde fuera, a través de una pequeña ventana, contemplo el calvario particular de este que fuera mitad trabajador, mitad ermitaño. Veo a Mariano, al impulsor de la revista de poesía Esparto en las últimas. MCarmen, dentro del módulo, le coge la mano, acaricia su frente. Aquel que escribiera Prefiero callar. ¿Quién te nos hizo noche? ¿Tan sin remedio noche? ¿Tan de noche? no dice nada. Esta intubado. Su amiga quiere consolarlo. No sabe cómo. Tan sólo le dice:
Vete en paz, Mariano. Sé libre, como siempre lo has sido. No tengas miedo.Tras las palabras de MCarmen, el monitor, que hasta ahora ha pitado en intermitente, pasa a convertirse en un sonido continuado, infinito, plano, sobrecogedor.
Conocí a Mariano casi desde los primeros momentos que llegó a Cartagena junto con Isidoro Galán en una misión obrera. Nuestros primeros contactos estuvieron rodeados de cierta reserva. Ambos militábamos en la izquierda, pero desde posiciones distintas. Él, más allegado a la ORT (Organización Revolucionaria de los Trabajadores), yo, afiliado a la USO, un movimiento sindical de masas. Muchas fueron las batallas que combatimos desde la misma trinchera. Mariano luchó siempre con la ternura y la bravura que todos le reconocemos. Su entereza, su serenidad en el afrontamiento de su desdicha me ha impactado de tal manera, que he de reconocer que en mi interior se han abierto los ojos del alma. Hay cosas que ahora veo con mayor claridad. Más, no sé decir. El resto, que es todo, queda como un sentimiento agridulce con sabor a dolor y a dicha.
Día siguiente. 20 de mayo de 1996. Su cuerpo ha sido velado durante toda la noche en la Iglesia de la barriada de Las Seiscientas. Desde El Portús caminamos en dirección a La Muela. Esparcimos sus cenizas al mar desde estas sierras y rocas a las que a menudo, acompañado de su guitarra y sus cuadernos, venía Mariano a cantarle al silencio de estas soledades: En la muela picada / mana una fuente / que es propiedad privada / no de la gente / Quién lo diría / que iba nacer el agua / niña cautiva.
Luego, ya en casa, busco por papeles algunas fotocopias de sus escritos. Doy con sus Fábulas de entretiempo. Me detengo en la 22. El hombre feliz:
Había una vez un hombre que a lo mejor porque siempre deseó muchas cosas para todo el mundo, aprendió a desear pocas cosas para sí mismo y, aunque mucha gente lo tenía por tonto, llegó a tener casi todo lo que deseaba y se murió casi feliz.
miércoles, 19 de agosto de 2020
El canto de la chicharra
Si esta chicharra que oigo cantar supiera que sólo le queda un par de compases para palmarla, ¿dejaría de alegrase de manera tan gozosa?
Por los sótanos del hospital del Morales dos auxiliares de enfermería empujan una camilla de ruedas. Encima va un muerto cubierto con una sábana blanca. Acabo de morir de una de las tres heridas que no tiene cura. Me llevan no sé a dónde. Ojalá fuese allá donde todos los caminos se entrecruzan, ese punto cero, ángulo, círculo y vértice donde confluyen tanto el presente el pasado como el porvenir, ese jardín de cipreses donde las chicharras visten su canto con tules de domingo transparente.
Las auxiliares están acostumbradas a estos trajines mortuorios. Son jóvenes. No callan, como es costumbre, en estas circunstancias. Hablan de sus cosas, de sus novios, de qué vestidos se van a poner mañana. No es que me hayan perdido el respeto. Es su trabajo.
Me trasladan como quienes llevan un ramo de flores a los pies de una estatua viva. Yo creo que hablan, por no hablar de mi muerte. Ahora oigo a las muchachas cantar igual que escuché a la chicharra, aquella de la tarde tórrida, agarrada a la corteza de un melómano ciprés. Ellas están vivas. Cantan porque están enamoradas. De sus bocas compasivas me llega un dulce y a la vez desgarrado réquiem, la canción de las tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida… Me recuerdan a Joan Báez cantando a Miguel Hernández.
sábado, 8 de agosto de 2020
Al partir el pan
Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. (Lucas, 24, 30)
No soy tan ilusa. Sé que el recuerdo no me devolverá tus besos. Y si ahora pienso que la miel cómplice de tu mirada, el eco de aquellos tus dulces ojos aún iluminan los jardines de mi estancia, es una manera de reconfortar mi pena.
Si ahora te dijera que te perdí para sentirte más querido, más hermoso, si cabe que aquella primera vez que nos vimos en la merienda de san Marcos, sé que me estoy mintiendo. Es una manera de engañar a mi tristeza, de esconder tu muerte.
Tampoco soy una soplagaitas que cree que con sólo deletrear tu nombre sobre el mármol frío de una lápida, tus manos doblarán las espinas de mi dolor por tu ausencia.
Por medio de la escritura quise durante muchos años perpetuarte, tenerte junto a mí, al igual que lo hacíamos aquellos atardeceres del verano eterno bajo las dos moreras de la puerta de nuestra casa en la huerta. Te escribí muchas cartas. Mientras que lo hacía, aún te vislumbraba tras las cortinas del cuarto de baño donde tú allí te duchabas antes de acostarte. Llevo más de cincuenta epístolas queriendo saber algo de ti. En el cuarto de baño no hay nadie y mi cama está vacía. Nunca me has contestado. Ya no me deseas.
El recuerdo -dice Juan José Saer en El entenado-, no es prueba suficiente de su acaecer verdadero. Entonces, digo yo ¿para qué seguir alimentando con tu memoria aquella realidad ficticia que se me fue de las manos?
Dicen los amigos que nuestro pasado fue fecundo en semillas que luego hicieron germinar nuestro presente repleto de aromas incombustibles. Dicen también que estas flores que ahora cultivo, brotes son de lo que fuimos. A nadie le amarga un buen recuerdo. Pero de ahí a que tú ahora estés aquí conmigo compartiendo el mismo pan y el mismo vino de este almuerzo ayuno de tu real presencia…, eso es otra cosa que sólo se les permite a los poetas, a los que están locos o aquel Jesús resucitado de entre los muertos.