viernes, 10 de noviembre de 2023

Que las campanas no toquen a muerto


 
Alguien dijo que filosofía era aprender a morir. Yo diría lo contrario. El buen filósofo es el que sabe que la vida bien merece la pena.

¡Espera, espera! Cada cosa a su tiempo –dijo la Fini un día antes que se muriera su padre. Llevaron a Paco al hospital, y la hija presurosa insta al padre que se dé prisa. ¡Venga ya, que el médico nos espera! El médico esperó. Quien no ha esperado ha sido el padre de la Fini. Acaba de morir. Hace cuatro días al cruzarme con él en el Hogar del pensionista, me dijo: ¡Hasta luego! Otro más que me ha engañado. Me engañó también mi madre. Se fue sin despedirse. La muerte nos sorprende dejándose caer siempre a deshora.

Todos se mueren antes que yo. Sólo se despiden los que esperan reencontrarse. La muerte nunca espera; y tampoco ella, solidaria y empática, deja en la estacada a nadie. La espera es más grata que su satisfacción colmada. Lo malo es no poder esperar. Bien lo dice el refrán: Mientras ha vida, hay esperanza.

Cada cosa a su tiempo. Tiempo para morir. Se acabó la esperanza. Lo que no quiere decir que conseguiste lo que esperabas. ¿O sí? La vida no es vivir, sino esperar la muerte. Muerte y desesperanza. Esperar y vivir es lo mismo. Si no tenemos esperanza, (aunque sólo sea esperar), vivir se hace duro. Esperar, aunque sólo sea llegar al día de la investidura de tu caballo ganador para comprobar si has acertado la primitiva, o ir al cajero para ver si te han ingresado la paga de tu jubilación, una de tus últimas y pequeñas esperanzas, o esperar que acabe el telediario para saber el tiempo que va a hacer mañana cuando te mueras.

El día que yo muera hará un frío que pela, y seguro que lloverá. El  cielo siempre llora cuando alguien la palma. Y desde el Castillo por el callejón de tu casa el agua correrá a raudales, como aquellos ríos de Jorge Manrique. Pues bien, el tío Paco, el padre de la Fini, anteayer cobró su última paga como faenero jubilado por los campos de la esperanza. Se le rompió la esperanza, la más vana de las ilusiones. Para el tiempo que nos espera mejor no esperar nada. Detrás de una esperanza viene otra desesperanza. El cuento de nunca acabar. 

Paco se ha ido sin saber qué tiempo va hacer mañana. Se ha muerto en domingo. Y en la iglesia donde lo enterraron las campanas no tocaron a muerto. Así se lo hizo saber Paco a su hija: que las campanas de la iglesia no toquen, que no quiero que sepa nadie que al morir se me rompió la esperanza.

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