sábado, 13 de febrero de 2021

La Lorente




Alguien me dice que la Lorente está ingresada en una residencia. Ha perdido la memoria por completo. No me explico cómo una persona puede ser otra, siendo exactamente la misma. No necesitó remilgos ni adornos para ser ella misma. Recuerdo una vez que hicimos un viaje a Roma representando a nuestro sindicato en algún congreso internacional. Ella ligó más que yo, sin tener que esmerarse mucho. Y hasta anduvo de manitas y arrumacos con un lusitano recio, guapo y combativo, como ella se merecía. Una gran luchadora, albañila, concejala, socialista. Sé que desvelando este secreto, no le falto al honor; al contrario, la invisto de dignidad obligada y merecida.

Hay vivencias y sentimientos que las escribo aquí para que no se me olviden. Después de visitar a mi amiga, me pongo a vestir de letras lo que esta buena compañera de años me ha transmitido esta tarde. No quiero que su vida desaparezca sin más. Irrevocablemente todos estamos llamados a escaparnos de nosotros algún día. Pero nadie que tenga la suerte de estar vivo, merece ser borrado de ninguna agenda, antes de palmarla. Por eso quiero clavar con el martillo de mi escritura en este Diario el recuerdo de mi amiga para que no se lo lleve el diablo de su amnesia y tampoco los demonios de mi olvido.

En un momento de la visita, en cuanto noto que ella no se entera de nada, ni por aludida se da a ninguna referencia o anécdota de nuestro mutuo pasado, he temido ser contagiado por la fuerza de la desintegración de sus neuronas. He querido animarla, revivir con ella viejas alegrías, evocar antiguas experiencias, viajes comunes, contiendas, compromisos compartidos. Ninguna respuesta han obtenido mis intentos, evocaciones y tanteos. ¡Imposible que esta mujer no recuerde nada! Su cuerpo es el mismo; idéntica su cara; su sonrisa, la de siempre, tras el monte de la Cresta el Gallo, en el balcón de su casa de la calle Floridablanca, subida en la carroza del Ayuntamiento, repartiendo juguetes y pitos a los murcianos en el Entierro de la Sardina. La nube azulblanca que en otro tiempo se asomaba despejada y segura, sin dejarse arrastrar por la mentira cristalina de las estrellas fugaces, los rigores del mediodía, las trampas del enemigo, la patronal, la policía.... hoy está apagada. Es la misma, delante de mí está como antaño, delante los dos de la Fontana de Trevi, tirando monedas al agua por ver cambiado el destino del mundo, dulce y arreglada, sonriente en el bar de la residencia donde tomamos unas cañas; pero ella confunde la cerveza con la leche, pues remoja las patatas fritas con la cerveza como si fueran galletas.

Al llegar a casa, me paso hasta bien entrada la noche bloqueado en su mirada atenta, pero vacía. Insisto, era ella. Allí, intacta estaba, sin ser condicionada por el tiempo, ni por su nuevo emplazamiento. La he visto como recién nacida. Incluso me llegó a decir:
Yo sólo sé que estoy aquí, y veo que unos vienen, otros van, yo no los conozco de nada: pero no sufro, estoy tranquila. Soy como una montaña quieta y sorteada por las nubes. Nada me inquieta. Tampoco mi vida pasada. Lo único que me importa es que me queráis, que estéis conmigo.
Tal vez mi amiga hoy es más libre que nunca, Suelta como el viento del desierto sin nada, rastrojos o escudos que la retengan. Y es que somos prisioneros de la memoria. El olvido es como la puerta abierta al infinito despejado. Y ahora, aquí, en esta noche, separados los dos por el río de la ciudad, me imagino a la Lorente eternamente feliz y lozana, tomándose a todas horas su cerveza con galletas.


(El Color de los Días. Junio. 2014. Pág. 244. Editorial Tirano Banderas)   


1 comentario:

  1. Yo también conocí a MariCarmen. No tenía ni idea que esto pasara. A lo que más le tengo miedo es a perder la memoria a solo tener olvido. Creo que por eso escribo en los últimos tiempos.
    Un abrazo amigo

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