viernes, 24 de marzo de 2023

Breviario de una muerte



Los nihilistas dicen que la muerte es el final; los funcionalistas, que el comienzo, pero en realidad no es más que un simple inquilino que deja su casa.
(W. Faulkner)


Soy muy malo para las fechas. Ella murió. No recuerdo el día. Tal vez aún esté viva y mi memoria se niegue a reconocer la existencia de aquel trance. Tengo por costumbre reflejar en un cuaderno la sonrisa de una flor, el murmullo del viento, el triste adiós del ocaso. La escritura, talismán, fe y testamento donde guardo (lo bueno y lo malo) para seguir vivo. Sin embargo durante todo este tiempo no he podido, (tampoco he querido), consignar por escrito su desaparición. Mejor callar y no poner nombre a lo que no deseamos, no vaya a ser que se cumpla la profecía de Isaías: El sol convertirá en tinieblas la tierra. Aunque psicólogos y sacerdotes digan que hay que mirar la muerte directamente a los ojos, aunque nos repitan que hay que morir no sé cuántas veces para aprender a vivir, no sé si serviría de algo relatar aquí su muerte para que ella regresara ahora-aquí con nosotros.


Un día

Lleva varios meses en el hospital. Voy a visitarla de vez en cuando. La última vez me dijo: Esto no tiene arreglo. No quiero vivir así. No sé qué decirle, si consolarla o... Tampoco sé si mi consuelo la aliviaría. Cuando le pregunto: ¿Cómo estás? -me dice: Estoy muy cansada. Lleva la tira de años sin intestinos, a base de sueros, batidos, con calmantes, y una bolsa colgada a su abdomen donde arroja todo aquello que digerir no puede su cuerpo enfermo… Después de unos minutos, los dos en silencio, le vuelvo a preguntar: ¿Te gustaría volver a tu casa y sentirte allí más segura entre tus cosas queridas, tus nietas, tus macetas, tus hijos, tus recuerdos…? Me dice con voz apagada: ¡Yo qué sé! Y me vienen a la cabeza cosas que a su mente pudieran venirle con ese su yo qué sé. Ella, no es tonta. Sabe perfectamente lo que quiero decirle, que su final está cerca, y lo que le toca ahora es llegar a su destino. ¿Añoraba tal vez Ulises regresar a su casa? Tal vez le apeteciera entretenerse, justificar su retraso encumbrándose, evadiéndose en batallas y hazañas contra ciclones y serpientes, en lugar de enfrentarse a sí mismo. El más costoso de los retos del ser humano es encarar nuestra última y definitiva derrota.

Otro día

Dos tizones encendidos de negro en medio de su pálida cara. Su cuerpo, de tan delgado, parece invisible. Veo que me mira detenidamente. Ella siempre con la manía de ver a los suyos, honrados, aseados, limpios, le digo no sin ironía: ¿Es que no llevo bien puesta la camisa? Me responde: Sí, pero no me gusta el color. Insisto: el blanco ilumina nuestros pasos… Por supuesto no digo nada de aquellos que al traspasar la luz radiante del famoso túnel, de tan bien que se encuentran en el otro lado, ya no desean regresar a este mundo… 

Un día más

Estoy leyendo (por casualidad) Mientras agonizo de Faulkner. En esta historia escucho a cada instante los martillazos y el ruido de la sierra de un hombre que se esmera por terminar el ataúd para alguien que se muere poco a poco. Y yo, al igual que este carpintero, me afano por anotar aquí con lábiles letras de ceniza sus últimos momentos. Sus hijos me dicen: No sabemos cuándo… Por eso antes de que ello ocurra quiero guardar su bondad, el brillo y la fijeza, la luz y el sosiego de sus ojos en este Breviario, florecido féretro de su divino recuerdo.

Día de lluvia

Hoy le digo ¡Apriétame la mano! Ella como un muelle, agarra la mía con fuerza. Ayer llovió y se llenó de charcos el camino. Siempre llueve en los momentos tristes. Hoy no llueve, la tristeza no mancha nuestros pies de barro. Siento mi mano cogida por la suya. Un perro asoma por el callejón ancho que da a nuestra casa. Éramos niños. Ella es mayor que yo, me protege como si fuera mi madre: No temas, estoy contigo. Me pongo de pie, delante de donde ella está acostada. Mi vista se detiene angustiada sobre la manta azul que realza sus manos. Son idénticas a las mías, huesudas, venosas, sus dedos índice y pulgar torcidos hacia afuera, generosas manos, trabajadoras, ágiles y diestras de tanto lavar y zurcir alboradas y amaneceres. Del libro de Faulkner me llegan los ruidos de la sierra y los martillazos de Cash sobre las tablas de la caja. Delante de su casa no debería haber una casa, ni un camino por donde pudiera venir la muerte a llevársela. Tapo sus manos aún calientes. Con la manta azul y cálida aliso las arrugas de la cama. Noto atento su respirar en el lento subir y bajar de la manta que resopla al mismo ritmo que ella. Se lleva los brazos a la cara. ¿Qué quieres? Me dice: ¡Yo qué sé! Con suavidad doblego sus brazos, su cuerpo, cubro sus manos con la manta. No quiero que se vaya… Y oigo que me pide: ¡agua, agua!

Enésimo día

Esta noche me ha despertado un sueño. Fuertes campanadas interrumpieron mi dormir sosegado. No sé a qué sonaban: si a muerto o a gozo. Hoy los médicos dan por finalizada su estancia en el hospital. La doctora quita los virales, la sonda que por la nariz le llega al estómago y la otra, la que drena todos los restos y líquidos que su organismo arroja. Me temo lo peor. Y al verla así desconectada, me la imagino desorientada por las cavernas del inframundo, cual espeleólogo que ha perdido la cuerda que le aseguraba su salida a la luz. Ya nada pueden hacer por ella. La Unidad de Paliativos será la que ahora venga a su domicilio para aliviar su dolor.

Día siguiente

Hoy viene su peluquera. ¿Quisiera tal vez ella aplazar su muerte con un buen arreglo de cara? ¿Bastaría acaso su belleza para espantar a Némesis, la señora de las desgracias? Ella lo que quiere es estar guapa para congraciar a su marido. El otro día me dijo que estaba muy cansada, que quería irse con él. Quiere sorprenderle cuando se encuentre con él allí arriba.

Día callado

Hoy, callados estamos los dos casi todo el tiempo. Las medicinas la tienen adormecida, aletargada. Y cuando veo que abres sus ojos y me mira como extrañada le digo saboreando cada sílaba: Tú- sa-bes-que-te-qui-e-ro.

El día

Viernes. De madrugada. Suena el teléfono: Acaba de morir. La vida, una cadena de pérdidas y ganancias en nuestro camino hacia esa Ciudad, cuya tierra está por ver, esa cámara oculta de la pirámide de Keops donde se supone que está el dios de los egipcios, pero que nadie ha visto jamás. Los arqueólogos quieren encontrar al Antiguo Faraón enterrado. El Secretario General de Antigüedades de este país niega su autorización: Esta pirámide está hecha con nuestra sangre. Hacer una excavación allí sería colocar una inyección letal en nuestro organismo.

Un día después

En el tanatorio. A partir de este momento nada será igual. Antes que los de la funeraria se la lleven quiero coger su mano, retenerla conmigo. No me atrevo, le doy un beso en la frente. En los últimos días, cuando le agarraba la mano ¡la sentía tan caliente…! Ahora está fría como la nieve. No es blanca su cara, es de cera, con ese amarillo de la yema de un huevo al esclafarse.

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Hace ya no sé cuántos días la sierra de Cash, ha dejado de sonar. Pero Addie Briden, la madre agonizante de la novela de Faulkner, parece como si aún estuviera oyendo y viendo todo lo que a su alrededor sucede.


5 comentarios:

  1. hola primo has conseguido muy bien escribir los últimos días de tu hermana y prima querida,lo único que lamento es que quedamos mi Paqui y yo para tomar ese café o manzanilla que ella tomaba pero von añoranzas de los días lejanos y queridos para nosotras pero no pudo ser ese último ratico que de vez en cuanto solíamos realizar sobre todo cuando hacía buen tiempo,para nosotras será muy importante esos ratos que compartíamos.D.E.P.nunca te olvidaremos pero se que estarás descansando en compañía de todos nuestros seres queridos y sobre todo con su querido Antonio que nunca lo olvido.vuestra prima Conchi.

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  2. Precioso. Se nota el amor tan grande y hermoso que os unía. Al ver su foto me ha venido a la mente su sonrisa y su bondad. Descanse en paz.

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  3. Tan sentido Juan, tan narrado ese apagarse y adiós. Tus hermosos sentimientos y palabras, llegan dentro y te acompañamos en tu tristeza y poesía.
    Salut.

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  4. Siempre es doloroso perder a un ser Amado.
    No tengas pena ni pesar, el Amor transciende ésta y todas nuestras existencias.
    Un abrazo.

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