sábado, 21 de noviembre de 2020

Para Isabel (In memoriam) No tanques la porta





Otoño. Tercera semana de noviembre. Los árboles se desnudan, dejan de respirar. Las nubes cabalgan a lomos de vientos devastadores y grises. Yo, aquí en la huerta, apuntalo el parral que ha quedado destartalado por unas ramas caídas del ciprés. ¡Ciprés tenías que ser, árbol engreído y mal agüero! 

Llaman por teléfono. Carmen Bel nos comunica tu muerte. ¿La música callada? ¡No, no puede ser! 

Le pregunto si tu partida ha sido dolorosa.
¡Qué va! -contesta Carmen-, la madrugada de su muerte, Isabel amaneció cantando.
Sueña la noche abrir mañana en el desierto fuentes de agua para que Los Chopos y El Laurel, Los Madroños y Las Piteras sigan vivos en el barrio de Los Rosales. 

Un viejo compañero, a quien tú conoces bien, me cuenta, (precisamente hoy), que desde el día que, tras una horrible agonía, su abuelo, la mejor persona del mundo, muriera, dejó mi amigo de creer en Dios. Y para argumentar su increencia insiste el amigo: 
Si a la religión le quitas los milagros y la vida eterna, ¿en qué se quedaría?
Tras tu muerte, Isabel, la luz transparente del amarillo de los naranjos no ha dejado de deslumbrarme. Tampoco el aroma del café que tan gentilmente nos servías después de compartir el pan y las fatigas. Que no hay Parca que pueda apagar tu música. Ahora siento y escucho con mayor claridad el rumor de los latidos de las olas de un mar que te dieron la vida, la eterna canción, que tú solías cantarme: 
Mar, mar, /  obra de Dios, / que quitas la pena y el dolor. / Mar, mar, / oh bello e inmenso mar. 
Y la música de tus labios religiosos no deja de sonar en mis ateos oídos, sedientos del color de tus notas al piano. Cosas que jamás oído alguno oyera. (Corintios, 2:9).

Recuerdo ahora también tu felicitación en aquellas navidades del 92. Un texto de Isaías: El pasado ya ha llegado. Yo anuncio cosas nuevas. Como casi todas las referencias de los profetas, por su vaguedad, son muy dadas a la reflexión y a la duda. Y así fue, Isabel, como hiciste del versículo del profeta tu propia exégesis: ¿Será posible que un día nos anuncien que el ayuntamiento por fin nos ha concedido una biblioteca para el barrio? 

Aguas de fuentes sonoras veo brotar en el desierto. Tus dulces canciones (a coro con Trini, Virginia, Carmen y Josefina), hacen germinar de alegría caballones de semillas: la escuela infantil, el comedor popular, la clase de adultos, el colectivo de mujeres, la asociación de vecinos... ¡Cómo pueden unos sencillos pasos abrir tan fecundo camino y dejar unas huellas imperturbables en el transcurso del tiempo...!

¡Que no está, Isabel callada tu música! Que los ecos de las canciones, aquellas que al a limón reescribimos en aquel libro (A la pitiflor), aún resuenan, y dan vida a la calle del olivo, al paseo de las viñas, a la farmacia de Paco, al bar de Rafa el de las viñas.

Y para que veas que tu música no se ha ido contigo, aquí te dejo este escrito que como lección me diste, la última vez que nos vimos. Lo tengo en la entrada de casa. A este cuadro rústico construido en tu recuerdo, lo llamo Mística y musical alarma.  Me dijiste: si no quieres que te quiten nada, compártelo todo. 
No tanques la porta
No rodes la clau
No pases el forrellat
Ni la balda
Y la cadena... per terra
per a qui entre qui vulga
per a viure y conviure.
Gracias, Isabel, por tu sabiduría de vida.

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