sábado, 3 de junio de 2023

R. I. P.



Hacía tan sólo un día que me había muerto, el tiempo justo concedido a mi alma para poder ubicarse en su inframundo preferido. El cielo estaba muy cerca. El infierno muy a la mano. Pero tanto la blancura absoluta de la visión del cielo, como la negrura relativa del infierno, ambas siempre en mi vida terrenal me repatearon por su hipocresía y dudosa existencia. Para ir al cielo debería haber creído en un Dios que había mandado a la tierra a su hijo para que lo crucificaran, cosa que nunca comprendí muy bien. Y para llegar al infierno, al ser yo alérgico de nacimiento al fuego, mis huesos todavía calientes se resistían.

Elegí, (aun sabiendo que los caminos intermedios nunca me conducirían a ningún sitio), una tercera vía. No era cuestión de chicha o limoná. Aun así quise quedarme en el Limbo, marca blanca, cielo laico de los niños desinteresados, apegados sólo al instante de su eternidad en el tiempo, lugar equidistante entre el dolor y el placer en el que siempre supuse que anidaría la felicidad. Me desentendí por tanto del fuero y del huevo. Vivir en el cielo por toda una eternidad consistiría como un exilio, una cárcel, un cuartel, un infeliz hartazgo; y por el contrario, permanecer en las llamas del averno entre híper-alaridos interminables, sería inaguantable para mi congénita hipoacusia. El horóscopo siempre me definió en vida como persona muy objetiva cual correspondía a un libra para quien el bien y el mal fueron esencias muy raras y difíciles de encontrar en estado puro. Pero entre lo peor no me quedaba otra que elegir lo menos malo.

El Limbo sería algo así como ese lugar neutro donde ni la furia de la fe, ni la intransigencia del ateísmo oscurecerían mi nueva mente, ni tampoco avinagrarían mi otro corazón recién estrenado. Pensé que en los aposentos del Limbo mi alma no sería inoculada con el retroviral de placebos mentirosos. Lo que está bien, bien está. Arreglarlo sería estropearlo, privarlo de su prístino estado. El Limbo era para mí el único reducto inmune, liberado del bien y del mal, me sentiría como en la misma gloria.

Pero hete aquí, que nada más mi alma pisar los pórticos celestiales del Limbo, el Papa de turno, (Benedicto XVI), montado en su infalible excavadora decretó derribar por decreto este santo lugar por mi escogido. Y así ahora me veo como una gallina loca, de aquí para allá vagando, sin saber donde poner el huevo, sin encontrar el sitio apropiado y merecido para mi eterno descanso.



No hay comentarios:

Publicar un comentario