jueves, 16 de septiembre de 2021

Ginés Pagán



Me entero que ha muerto Ginés Pagán, el cura de la Garapacha. Y me viene al recuerdo aquella ventana abierta en medio de un patio oscuro, allá por la segunda mitad del siglo pasado. Su cuarto estaba enfrente del mío, una planta más abajo. Desde mi ventana yo veía la suya iluminada. Ginés, muy avanzada la noche, con sus codos hincados sobre la mesa de estudio y sus dos manos en las sienes, absorto, parece el pensador de Rodín. Consulta, rumia libros, subraya apuntes en actitud detenida y hambrienta. Era bueno y muy inteligente. Yo envidiaba, no sólo su listeza, sino su modesta y eterna sonrisa, su agradable compañía. Nunca hacía aspavientos de su saber. De ahí tal vez mi admiración.

Signos de los tiempos llamábamos a esa nueva conciencia y sacudida que empezaba a expandirse como el viento húmedo que precede a la lluvia anhelada y que hace crecer con fuerza el trigo. En Barcelona, Bilbao, Madrid y otras ciudades españolas, se sucedían manifestaciones pidiendo la libertad sindical. De vez en cuando, Pagán nos hablaba del cambio, que irresistible se abría paso frente a la intolerancia y un ejército de ultramontanos que se oponía a todo tipo de modernización dentro de la iglesia católica. Ginés tenía la generosidad de recopilar aquellas reflexiones y textos innovadores. Nos los hacía llegar para alimentar así nuestra esperanza de ver un cielo y una tierra nueva. (Apocalipsis 21:1)

Como homenaje a su memoria tan sólo me referiré a un hecho del que Ginés Pagán fue sustancial protagonista. Reconozco no ser buen recopilador de historias. Los detalles se me olvidan, pero el eco-impacto de aquel acontecimiento, como el Big Bang, siempre llega a mí sentir, como las olas del mar que no dejan de sonar día y noche. Era la primera acción en la que yo participaba solidariamente por una reivindicación justa. Aquel año (1965) en el que las revueltas obreras eran sofocadas por la dictadura, y estudiantes y trabajadores detenidos, en el Seminario Mayor de Murcia, (aunque parezca mentira), tenía lugar una inolvidable huelga, una insurrección en toda regla.

Se avecinaban tiempos de aggiornamento. Un profesor mayor y desfasado imparte su asignatura ante un alumnado insatisfecho. Ginés Pagán respetuosamente se pone de pie y rebate con fundamento teológico las enseñanzas inmovilistas del catedrático. El profesor, escandalizado, al terminar la clase, denuncia ante el rector del seminario el rebelde comportamiento de tan insolente discípulo. Exige un correctivo como Dios manda. Inmediatamente el rector convoca a todos los seminaristas en la capilla. Desde el altar mayor sentencia: Desde este mismo momento Ginés Pagán Lajara acaba de ser expulsado del Seminario.

Las historias emocionantes subliman o desvirtúan mi sentido de lo real. Y como mi retentiva flaquea, para no errar el blanco, pido ayuda a un compañero para que me refresque aquel ayer reivindicativo:

Quien ahora pormenoriza lo sucedido es Juan Abenza, un viejo condiscípulo a quien recurro para que homologue y verifique mi recuerdo en la reconstrucción de aquel incidente:

La consigna corrió de banco en banco con susurros más leves que el vuelo de una mosca: "Huelga de silencio hasta que el asunto no se resuelva". Durante toda la cena sólo se oyó el golpeteo habitual de tenedores, cuchillos y cucharas al rozarse con los platos. El silencio continuó durante el recreo de la noche hasta la hora de recogerse en las habitaciones.

A la mañana siguiente, acudimos a la capilla. Comenzó la misa, desarrollándose de forma habitual hasta el rezo del padrenuestro. Al llegar a la frase "así en la tierra como en el cielo", Antonio López Baeza, hombre sensible y poeta de gran hondura mística, se vio presa de un ataque de histeria a consecuencia de aquel ambiente de tensión. Y comenzó a gritar con voces distorsionadas: "¡así en la tierra como en el cielo!, ¡así en la tierra como en el cielo! La huelga de silencio continuó.
 
A media mañana nos anunciaron que el asunto estaba resuelto y que Ginés Pagán regresaría de nuevo al seminario.
Ha pasado de aquello la tira de años. De los que participaron en aquellos hechos, unos siguen en la institución, otros se dieron de baja. A todos ellos mi respeto y, sobre todo, a Ginés Pagán mi reconocimiento por su valentía en defender sus ideas frente a la tiranía de los dogmas engañosos, en unos tiempos convulsos en los que protestar era cosa de héroes.

Luego los historiadores del tardofranquismo hablarán con razón de la importancia de los movimientos renovadores de la iglesia en la conquista de las libertades en nuestro país. Lo mismo quisiera yo que, también mañana, hablen así de los clérigos de hoy. Aunque a mí ya nada me vaya en ello.

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