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domingo, 4 de mayo de 2025

Don Yurnal



Veinte años estuvo don Yurnal comprando el periódico. Más de ocho mil periódicos apilados en el trastero de su casa, dispuestos para encender la estufa. Todas las mañanas, camino de su trabajo pasaba por el quiosco del Parque. Allá por los sesenta del siglo pasado, leía La Verdad, diario escorado a la derecha cristiana. Luego se pasó a Línea, portavocía de la prensa del Movimiento, cuando su director Cano Vera quiso darle un aire nuevo para evitar que Línea desapareciera. Luego, alcanzada la democracia, don Yurnal se decantaría por el diario El País.

Hasta que un día se desprendió de aquella vieja costumbre de ir cada mañana a por el periódico. La irrupción de Internet tal vez contribuyera a ello. Nunca lo sabré. O tal vez no se debiera a nada. Eso sí, la rutina de hacer lo mismo cada mañana le daba a don Yurnal confianza y seguridad, ordenaba su quehacer diario, evitaba su dispersión. Pero se convenció que ya no le era rentable, ni tampoco práctico, comprar la prensa todas las mañanas, cuando cómodamente desde su casa, y a cualquier hora, podía acceder a cualquier portal informativo de su devoción preferida.

Hoy, Yurnal se ha cruzado con alguien que, como él hace años, lleva el periódico recién comprado bajo el brazo. Este alguien camina decidido, ufano y complaciente como si llevara en sus manos la misma piedra Rosetta de Egipto. Y ha sentido envidia y tristeza por no ser el Yurnal de ayer, cuando cada mañana iba al trabajo y se detenía, al igual que este alguien de hoy, en el quiosco del Parque para recoger su periódico. Luego, en los veinte minutos del desayuno se evadía de albaranes y facturas, y se apegaba como un autómata a las páginas del periódico. Ni él mismo sabía de su manía por leer la prensa. Yurnal no era forofo de ningún equipo en concreto. Los deportes los leía tan sólo por no discrepar de los compañeros. Estos se extrañarían que don Journal leyera el periódico para saber de otra cosa que no fuera si le habían tocado los ciegos, si había ganado el Barça, o quienes eran los púgiles que disputaban el próximo campeonato mundial de boxeo. Los ecos de sociedad, la lotería, las necrológicas y demás anuncios no eran de su interés. Para Yurnal, la Prensa era como la insulina o la manzana para un diabético. No podía pasar sin ella. Pero ni él mismo sabía qué es lo que buscaba en ella.

Y de nuevo, y de pronto, don Yurnal al ver a otro hombre con su periódico debajo del brazo, se siente triste por verse privado de aquel ritual sagrado y placentero de leer la prensa durante los veinte minutos del desayuno en el bar de enfrente de la fábrica La Molinera donde él trabajaba de contable. La tristeza es un corrosivo que, de persistir, puede llegar a desestabilizar y conmover los cimientos de nuestro ser. Tristeza existencial, metafísica. Y esta tristeza de don Yurnal no se debe sólo al hecho de haber perdido el hábito de ir al quiosco, sino que además, (pienso yo), es que don Yurnal está triste porque cada día que pasa se siente más viejo y perdido, y porque además no entiende lo que dicen los periódicos.

De hecho, yo conozco muy bien este estado de ánimo de don Yurnal. A mí me ocurrió algo parecido. Por circunstancias y necesidades que no vienen al caso, tuve que desprenderme de un trozo de tierra de regadío en la que pasé momentos, los más infinitos y deliciosos de mi vida. Y aún me ataca el mono, cuando al levantarme cada día noto que los olores, las estampas y colores de la huerta ya no están ahí para deleitarme. No hace falta ser un poeta para decir que los verdes del aroma de la alhábega, el blanco del azahar de los naranjos, el brillo de las hojas del nogal, el escuchar el canto del agua del azarbe... ya no endulzan mis sentidos.

Esta mañana el hombre que hace años dejó de comprar la prensa está triste. Don Yurnal está triste porque no comprende que la felicidad lleva consigo en su mismo talego el secreto de su pérdida. Recuerdo haber oído decir a otro alguien que el ser humano es en su esencia un monstruo castrado. Y como dijo también Julio Cortázar en Los Reyes: la mejor manera de matar a los monstruos es aceptarlos.

viernes, 21 de marzo de 2025

Entre Heráclito y Parménides



Al verme tan atolondrado, yendo de aquí para allá como rabo de lagartija, más o menos esto me dijiste:
Lo que necesitas es encontrar la calma, debes olvidarte de todo, dejar tu mente en blanco. Detener tu imaginación. “¡Ay, la loca corretera de tu casa, cuántos males te acarrea!” Has de saber que no es cierto aquel dicho de Descartes “Pienso, luego existo”. Dejar de pensar no es dejar de ser. Al contrario, debes vaciar tu mente, centrarte sólo en el quieto e inmóvil instante del ahora, olvidarte de los sin embargo y los pero, sólo así conseguirás llenarte, ser consciente de tu verdadera y plena identidad. Existe sólo lo que permanece. El momento presente es la parte esencial de tu existencia, no lo dejes escapar como agua que se escurre inútilmente entre los dedos de tus manos. A todas horas eres bombardeado por el pasado y el futuro, ambos inexistentes, por lo que has hecho o por lo que tienes que hacer. El camimo de la conciencia no está en el trasiego, ni en el ruido de los engranajes de tus pensamientos críticos. Tampoco en la mente. Precisamente la no-mente es el estadio previo al Conocimiento. Por eso es preciso que te detengas, que salgas de ti, como si tus racionamientos y emociones no fueran contigo. Así fue como los profetas consiguieron ver la tierra que Yavé tuvo a bien mostrarles.
La verdad es que al escucharte sentí una cierta envidia admiradora por tu loable discurso. Pero sinceramente tus sabias palabras no consiguieron del todo convencerme. Tanto la solemne parsimonia como la armonía con la que intentabas sorprenderme no fueron de mi agrado. Olían tus consejos a un cierto refrito paternalista, fatuo, conservador, un pseudo equilibrio sanador impostado, como venido del más allá de tu incierto-sexto-cielo-estable. Y tanta altura vi en tu magistral advertencia catedralicia que me amilané de manera que no me atreví a decirte lo que tus palabras me dieron a entender. No hay nada como una inteligencia engolada para hacerme dudar de la tesis que ella defiende. Te engañé con mi silencio. Pero como no quiero mentirme también a mismo, aquí te digo lo que entonces no te dije:
Si lograra deshaceme de estos dos extremos temporales(el pasado y el futuro) de los que tan iluminado y persuadido me hablaste, si consiguiera hacerte caso, y me despojara del ayer y del mañana, congelado me quedaría en el tiempo, convertido sería en estatua de sal, me ahogaría en las estancadas aguas del agua de tu río seco e inerte. El pasado y el futuro, el ayer y el mañana, no son como dices, dos polos estranguladores de la vida. Todo lo contrario, son más bien el motor que mueve el tiempo, el hilo de los días. Más bien, estancarse en el presente es negar, poner palos a las ruedas del tiempo, son como dos piedras en nuestro ojos que nos impiden mirar hacia delante, o volver hacia atrás nuestros pasos para remover el escollo aquel en el que ayer tropezamos. La movilidad y el acontecer sucesivo de los días en un nuevo contexto, hacen atractivo y estimulante, rico y entretenido mi vivir pasajero. Si a la tierra se le ocurriera detenerse en la quietud contemplativa de su esencia inmutable, se desintegraría al momento.

domingo, 23 de febrero de 2025

Ojos de estatua


Miraba sin parar. Sus ojos eran sus manos, sus pies, los pulmones, el aire, el latido de su corazón clarividente. Empezó a no ver. Se llevó instintivamente las dos manos a los ojos y los sintió fríos, dos pequeños orificios con forma de almendra, tallados en piedra, sordos, insistentes, como la mirada ciega, inerte, de una estatua en medio de un jardín alborotado de niños. De repente desaparecieron de su vista el dulce azul del cielo, el rojo de las flores, el verde caliente de la hierba fresca,... y sintió tristeza y espanto. No sólo se le hicieron irreconocibles las cosas, sino que al no verlas, dejaron de existir. Le ocurrió lo mismo que a los dos hermanos de La casa tomada de Cortazar. Sintió que le habían robado su hogar, algo muy suyo, su razón de ser. Pensó que hasta ese momento su vista había sido prístina dádiva de un puro manantial. Y que el cántaro de sus ojos de pronto se había quedado vacío, sin la grata luz de sus aguas. Su mundo interior, sin visión alguna que le alumbrara, quedó convertido en desierto y noche, donde nada exterior existía. Sin referencia alguna, sin conciencia, sin sentido. Para alguien que no había hecho otra cosa en su vida sino leer, mirar, reír, vivir con los ojos, contemplar con el alma... se sintió fuera, al margen de todo, y sin la llave de sus ojos para poder entrar en su propia casa.

Y se acordó entonces de aquel amigo que sufrió una enfermedad grave sin posibilidad alguna de curación, y cuyos dolores se le hacían insoportables. Recurrió a los servicios de salud para que le concedieran el derecho a morir dignamente. Y fueron tantos los impedimentos, los requisitos, los tribunales médicos, la comisiones de evaluación y garantías , los plazos... que se cansó de esperar. Y él mismo por su cuenta, una día, se atiborró de pastillas... y ¡se acabó!

Respetó por supuesto la resolución de su admirado amigo. Pero este no era su caso. Él no era tan valiente. Su instinto de vida prevalecía frente a la pulsión de la muerte. No era aún el momento de que Eros y Tánatos se enfrentasen cara a cara. Si sus ojos ya se habían secado, si ya no quedaba más agua en sus cántaros de luz agotados, su problema era: ¿qué hacer ahora?

A partir del momento de quedarse ciego, supo que había empezado a morir. Uno no muere de golpe, las puertas de las habitaciones de su casa se van cerrando todos los días, poco a poco. Pero él aún deseaba sentir el alba cada mañana, aunque no pudiera verla. Decidió pues seguir el consejo de Rilke: contener la muerte suavemente, toda la muerte / aún antes que la vida.

 

sábado, 18 de enero de 2025

Tiempos evanescentes



Todos a un móvil pegado, / a un móvil conmutativo, / tan encendido y atractivo / que al instante el mundo vivo / acabó incomunicado.

Antes aborrecía lo que a mi alrededor se movía. La realidad me agobiaba. Una jaula de locos el mundo era. Pero desde que mi novia me puso de reyes un smarfon, todo comenzó a resultarme diferente y ¡tan bonito!

Ahora, nada más levantarme cojo el móvil entre mis manos, y no lo suelto hasta que luego a la noche rendido de sueño caigo en la cama. Santa manía. Sí, sí, ¡bendita la hora en que el rey Baltasar me trajo aquel regalo. Antes, todo me sentaba fatal. El griterío de los niños saliendo a estampidas de la escuela. Las reprimendas de mi padre cada vez que mi hermana y yo con nuestras peleas lo despertábamos en la siesta. Los gorgoritos de mi vecina tatareando por la Concha Piquer A la lima y al limón. Hasta las ternuras de mi novia susurrándome al oído siempre las mismas groserías me sentaban como un tiro. Y las miradas de reproche del encargado de la fábrica cada vez que iba yo al baño me causaban retorcijones de barriga.... Ahora todo es distinto. Con el móvil..., de aperitivo; de postre; a la cena o entre comidas. A todas horas, los dos tan avenidos... El metabolismo de mi cuerpo y el de mi alma funcionan a las mil maravillas.

Si la invención de la rueda, el fuego, la imprenta, las tortas de conde, los boniatos de san Fulgencio, la tele o el mocho de la fregona... cambiaron por completo la historia de la humanidad..., con la aparición del móvil todo irá más allá: las neuronas de nuestro cerebro modificarán por completo nuestras conductas y maneras de pensar. Comunicación tan satelital, abstraída, virtual e inteligente, sin duda alguna supondrán un cambio trascendental, revolucionario para nuestra civilización futura.

Tan agradecido estoy a los efectos de este salutífero artilugio, que lo llevo siempre colgado a mi cuello como un bebé lleva cosido su chupete al babatel. Al igual que mi abuela llevaba junto a su pecho la medalla de su querido Beato Fray Leopoldo. Le he cogido tal devoción que no lo suelto ni de noche ni de día. Este sagrado chisme rige y armoniza todos y cada uno de los movimientos de mi vida... Bendito antídoto que ha convertido la maldita realidad que antes tanto me amargaba en una mentira. Ya puede estallar el mundo en mil pedazos, enfriarse el sol, arder Gaza y Ucrania de punta a punta, bajar ensangrentadas las aguas del Tigris y del Segura, desmoronarse la Catedral... que yo con mi móvil pegado a la oreja, ni sufro ni me entero. Cosa santa.

Sólo una cosa hecho de menos. La voz cariñosa de mi madre cuando todas las mañanas me despertaba diciendo: ¡Arriba, holgazán, que llegas tarde a la fábrica! Hoy he de conformarme con el trote de una alarma digital a punto de cruz que escupe mi smarfon nada más ver salir el sol. Y otrosí más: si mi novia y yo estamos tomando unas cervezas en la Plaza de las flores, ni nos dirigimos la palabra... Hasta para darnos un beso, nos llamamos por el móvil. Tiempos evanescentes.

viernes, 6 de diciembre de 2024

En medio de copas llenas


 
Octogenarios amigos nos reunimos en torno a una paella y unas jarras vino. Y siento un escalofrío caliente de aromas felices. Tiempo rápido que se evapora, espumosa sidra, breve chasquido, brindis de copas temblorosas, de pulso débil y torcido.

Cuando sorpendido soy por cualquier gozoso acontecimiento, al instante melancólicas sombras nublan mi escaso porvenir deteriorado; y atacado soy por el sinsabor de la fragilidad del instante, por el desconsuelo tras la alegría esfumada. El mismo que pudiera sentir Rimbaud cuando una tarde sentó la belleza sobre sus rodillas y la encontró amarga. Y esta tristeza y a la vez dicha, (alegre melancolía), ante la dual sublimidad insuperable de las cosas me causa vértigo, y me escondo al amparo de aquellos viejos atrios de mi ungida juventud trascendente y gloriosa.

Con los años cada vez soy màs un viejo gruñón desilusionado y nostálgico. Nací con la muerte escrita en la palma de la mano. Una serpiente bíblica con la pluma de su lengua bífida tatuó esta eme letal que llevo a cuesta. Cromosomas profanos. Me dieron a elegir entre la pena y la muerte y escogí el triste consuelo de esta irredenta vida mía.

¿Dónde aquella sagrada trascendencialidad que ayer con tanto fervor veneraba? ¿Todo, (olvido, memoria y amigos) se irá a la mierda por el sumidero de las rayas de tu mano? Humo, ceniza, heces y orina. ¿No quedará rastro ni señal alguna de esa huella indeleble vagando indefinidamente por el universo cual te prometieron espiritualistas, místicos y profetas?

Menos mal que antes que la muchacha del bar apareciera de nuevo con la sonrisa de dos botellas de sidra para culminar la comida, se presentó Pushkin, aquel emblemático poeta ruso, tan tierno, terrenal y luminoso como siempre. Vino a decirnos:
Vuestro círculo se estrecha cada día.
¡Que os acoja, amigos la muerte en medio de copas llenas!

martes, 13 de agosto de 2024

El tiempo en su laberinto



Dormía en paz el tiempo. Escondido cual caracol de la luz. Refugiado en el rincón más alejado de su laberinto estaba. El pasado, el presente y el futuro condensados en una misma espiral, sin desplegarse. Culebra enroscada sobre sí misma. Sin imperativos, sin contingencia obligada a maquinaria solar alguna. Y allí, como el Minotauro entretenido en la Creta de su oscuridad ilimitada, el tiempo convertido en evo infinito, se sentía feliz como un niño absorto en un sueño fresco e interminable: alimentarse de la leche materna de una joven siempre virgen, la eternidad en calma. El pasado era presente. Y el presente era futuro. Ni pérdidas ni ganancia, ni esperanzas frustradas e inútiles. Nada de nostalgias, ni apegos vanos. Ni ritos, ni religiones. Sin añoranzas divinas. Sin ruedas aceleradas de días atareados. Siempre feriado. Y en cuanto al porvenir, como no existía, el tiempo nunca se desencantaba.

Pero el tiempo se despertó de su feliz letargo. Todo empezó a ir mal. Su conciencia recobró el sinsentido:

El pasado, colador en sus manos agujereadas, le mordió en el cuello, la zona más angosta entre el corazón y su cerebro. El pasado lo era, porque no estaba presente: y querer regresar de nuevo a él, era una quimera. Amaneció pues la nostalgia (regreso y dolor), la confusión y la locura.

La materialidad cercana del presente enturbió su mirada. El tiempo acalorado empezó a tambalearse como un borracho. Con la llave de sus pasos miopes no atinaba a meter llave alguna en la puerta de su casa. Su ser en ascuas, chorreaba la gota gorda. Desposeído de sí mismo quedó derrumbado fuera de su laberinto. Ahora desenrollado y libre, más prisionero era que antes.

Y en cuanto al futuro, por inexistente y no tener nombre, la herida de su vacío fue tan fuerte que lo llagó más que si lo pariera. Y lo que en su no-tiempo había sido virtud teologal suprema, motor y justificación, anticipación  y placentera esperanza, todo quedó en impotencia, disfunción eréctil en pos de una pasión inalcanzable.

Y estando en este mar vertiginoso de pensamientos contrariados le vino al tiempo algo de alivio y consuelo, al recordar aquella famosa frase de los pitagóricos: El hombre es mortal en sus logros e inmortal en sus deseos. 

miércoles, 27 de marzo de 2024

Vacilaciones acerca del amor ilusorio


Amor carnal, placer efímero, anticipativo, parcial y prematuro del amor total, absoluto e inexistente. El amor puntual es un gatillazo del amor pleno. Corto y limitado. El amor, espejismo gratificante, insuficiente, insatisfactorio tanto para el hombre y la mujer, ya sean estos feos, guapos, pobres, ricos buenos o perversos. Y así nos encontramos con ansiosos amantes que encontraron su amor en la mujer más fea, en el macho más fiero, o en el más pecaminoso de los hombres. El amor se siente impotente para elevar al jinete más viagrizado e izar el ancla más hundida de los mortales. Incluso el orgasmo más largo como el del cerdo (más de una hora) suele resultar breve e incompleto. Tengo yo un amigo que quiso tocar el cielo con sus genitales y se hizo implantar la picha de un porcino ibérico. Fue inútil, acabó en el infierno de su desesperación más vírica y machista.

Da lo mismo que ames a Dulcinea que a Teresa, la mujer de Sancho Panza. El transitorio goce del amor es ficticio; no viene ni proviene de fuera, no lo genera una cadera seductora, un cuello de marfil, piel de melocotón o labios de primavera (¡que también!); su placer arranca de nuestro propio yo, esa virtualidad irreal y sublimada de nuestra ensoñación frustrada. No es la voz seductora del otro, no son sus manos de nácar acariciando nuestra espalda, ni su perfume, cadencias, jadeos y arrumacos, es nuestro propio amor el que nos pone en trance. Somos egoístas por naturaleza.

El amor es un juego, una invención más de los humanos, muy dados al fetichismo imaginario. Y como todo juego, es una simulación recreativa, atractiva y consoladora. Insisto: la carga de amor, su peso en oro no lo da la prestancia y finura femenina, tampoco el garbo ni la virilidad masculina, sino que radica en la capacidad ilusoria de imaginar el mejor cuerpo, la mejor alma, el mejor amor posible. Y, como en todo juego, importa ser habilidosos a la hora de idear estrategias que nos lleven al triunfo perfecto, a la cuadratura del círculo, aun sabiendo que al finalizar la partida, de nuevo nos quedaremos con el dulce amargor de no haber conseguido lo que queríamos.


Nuestro amor es un velo, por no decir, un misterio tras el cual no podemos avistar lo que tras él se esconde. Y gracias a ello, (no conseguir nunca lo que pretendemos), podemos al menos seguir amando. Pues de lo contrario nos pasaría lo que al macho de la mantis religiosa, que moriríamos devorados tras nuestro primer orgasmo.

El amor plenario es como ese Dios invisible. Entonces dijo Dios a Moisés: Nadie puede ver mi rostro y seguir viviendo. (Éxodo 33,20).


jueves, 7 de marzo de 2024

El intruso



Malquistarse con uno era contar con dos enemigos. (La intrusa. Borges)


Noche espesa como la boca de un túnel. Pensamientos desvelados de tu ser adormilado se clavan cual estaca de punta en el corazón de tu riñón atiborrado y vendido. Tus neuronas se espantan alocadas al detectar un justiciero inesperado que apunta su saeta por el ojo oscuro al agujero negro de la cerradura de tu habitación. Su ballesta cual axón en ristre señala el blanco de tu cabeza. Lleva el visitante su rostro tapado con un pañuelo negro como el burka​ que utilizan las mujeres musulmanas. Asustado, te levantas de la cama, echas mano del martillo, claveteas luces y ventanas, chumbes a los perros, taponas hasta el extractor de la cocina, la rejilla del butano, tragaderos y desagües. Pero el saetero consigue adentrarse en tu aposento. Se coloca enfrente de ti. Como un padre o un maestro, presto a reprender a un hijo o a un discípulo por su mala conducta, alza su índice corrector ante tu nariz indecente. El tono de su voz te resulta familiar. Te recuerda a alguien muy cercano de quien no recuerdas su nombre. Su presencia te intimida. Te sientes acosado. Y cual condenado frente a la tapia de un cementerio te atreves a defenderte sabiendo que vas morir de todos modos. E increpas al intruso visitante:

Fusilero, ¿qué pretendes? Soy inocente. No tengo nada de qué arrepentirme. Siempre actué de acuerdo con mis principios. Y mis principios me dicen que la verdad no siempre es verdad. Depende de las circunstancias. Los conformistas son los verdaderos traidores, ellos son los veletas, lo mismo están con la verdad que con la mentira.
Los resquicios de tu cuerpo se confunden con la negrura de la noche. Inútil buscar entradas y salidas en un vacío abismal donde el blanco y el negro, el azul y el rojo se confunden. No estás seguro de nada. Un día, eres el Che Guevara; y al siguiente te sientes Marco Bruto o el mismísimo Judas Iscariote. Él intruso lo sabe. Trata sólo de que admitas tu deslealtad con quien te hizo ser su tribuno imperial. El visitante escudriñándote con afilados ojos, se recrea relamiendo con su vista tu cuerpo arisco. Y te recuerda ahora aquello que dijo Dante: la traición es el gran pecado del mundo. Los renegados ocupan el lugar último del Infierno.

Has cruzado ríos, atravesado mares y desiertos. Nadaste en todo tipo de aguas y fregaos, pero siempre conseguiste salir a flote. Eres un corcho. Estás por encima de toda ética. La moral es un invento al servicio de puritanos y pusilánimes. Has resistido toda clase de reveses y pandemias. Fuiste epulón y mendigo. Un día soñaste con ser obispo; y otro, hereje, y quisiste ser hasta Jesucristo. Los bares y los puteríos fueron tu mejor cobijo. Húmedos mantos de neblinas abrigaron tu acomodado cuerpo en las bancadas del partido de los desleales, de los corruptos.

No estás seguro si las palabras del forastero son suyas, o es tu propia voz la que las dices. El intruso visitante insiste en aclararte tus propias incongruencias, tu deslealtad contigo mismo:

 Lo mismo asististe acicalado de oropeles a besamanos de papas y reyes, que formaste parte de la toma de la Bastilla. Fuiste revolucionario y contrarrevolucionario. Parapetado, siempre llevabas escondido bajo la faldiquera de tus calzones un puñal, un principio, una verdad amañada y una bolsa colmada de billetes.
A ti que siempre te importó un huevo el qué dirán, cuando el intruso te dice con desprecio humillante todos se avergonzarán de ti, te sientes triste, un apestado. Tan triste, dolido y solo te sientes que con tal de sentirte en paz contigo, reniegas en ese momento de todos tus tesoros acumulados en Panamá.

Y al final de este gótico incidente. El intruso de pronto se desprende del sagitario arco de sus increpaciones. Se despoja de su absurdo disfraz. Y es cuando lo ves acostado contigo en tu propia cama. Su voz es la tuya, su cuerpo es el tuyo. Solo es distinta vuestra manera de ver la vida. Pero sabes que no es bueno llevar la contraria a quien duerme contigo.

 


lunes, 12 de febrero de 2024

Un gato en el cementerio

 


El silencio, cuando es obligado, hace daño. Es repudiable. En cambio, cuando el silencio es la puerta que se abre para escuchar al que callado entra, al que viene de fuera, enriquece y hermana.

Para despertar a los muertos, una mañana, entré silbando al cementerio, y me salió un gato maullando. El gato gritó: ¡Sal de aquí! Este lugar es santo y está reservado a los que de hablar dejaron para decirnos algo. Salí corriendo con mi silbato entre las patas.

Cuando un torero entra a matar, no sólo calla el diestro, toda la plaza contiene el hálito en un suspiro. Es como la pausa que precede a un hecho misterioso, brutal e inesperado. Es el espasmo del público, cuando en el circo el mago se dispone a cortar por la mitad en la guillotina a la joven rubia. Las intrigas se desatan en el tumulto, en el vocerío, al calor del día. Sólo se oye el latir de los corazones apretujados en el miedo de un refugio asediado durante un bombardeo. La noche, almohada es del silencio, la trastienda de la algarabía. El ángulo oscuro de la pelea entre la mujer y el marido.

El silencio es sugerente. Cuando yo era pequeño, y sentado a la mesa veía callado a mi padre, prefería oírle hablar. Su silencio era la antesala de una reprimenda.

Allá por el siglo IV, un día, Teófilo, obispo de Alejandría, fue a visitar a sus fieles. Y los hermanos allí congregados le dijeron: Abbá, dinos una palabra que sirva de provecho a nuestra alma. El anciano replicó: Si no les inspira mi silencio, mucho menos les inspirarán mis palabras.


lunes, 23 de octubre de 2023

La naranja del ayer


Cada vez que me paro a considerar la naturaleza del tiempo, me pierdo en consideraciones que quedan fuera de mi alcance. Y siempre acabo diciendo como Thomas Man: ¡Oh el pasado!

Acudimos a la expresión la magdalena de Proust cuando un determinado aroma nos retrotrae a un acontecimiento vivido en el ayer. El olor característico que desprende una naranja siempre me recula al huerto de mi adolescencia. A las puertas de un gótico refectorio, una cola de alumnos esperábamos la merienda: una tonificante toronja para suavizar los ardores de una disciplinar tarde cargada de estudios y plegarias.

Los mismos colegas que, hace ahora más de seis décadas, aguardábamos en fila el toque de una mítica campana que nos convocaba a la ingesta de aquel vitamínico refrigerio, (una naranja callada sobre el plato blanco de nuestra pubertad sofocada), hoy nos juntamos para celebrar nuestra vieja amistad. Amistad, entonces, de aficiones mutuas y comunes, vocación e intereses compartidos. La vida nos lanzaría, luego, por caminos separados. Caminos distintos; pero todos ellos en dirección hacia el mismo punto omega, feliz o inexorable, según  las creencias de cada cual.

Aquel gusanillo de nuestros años mozos vuelve a reunirnos cada cierto tiempo. Hoy, y bajo el mismo espléndido sol que nos veía soñar, reír y crecer, lo hacemos en el Centro de Mayores del barrio de Santa María de Gracia. Es como si quisiéramos regresar de nuevo, expectantes, al pasado aquel de nuestra naranja vespertina, pletóricos de ilusión, y con el mismo fervor y ganas juveniles de antes.

La comida no fue pantagruélica, sino más bien parca y comedida como corresponde a nuestra salud, edad y cuidado, pero a mí me supo a nutrido y feliz banquete, sugerente en comentarios, recuerdos e interrogantes, sobre todo aquella pregunta que alguien de nosotros a sí mismo se hizo en el recóndito silencio incontestado de su yo más amnésico: ¿Dónde fueron a parar nuestro reír, dónde, la inocencia de aquellos nuestros años mozos? Y el susodicho anónimo, como quien juega a la guija, con voz cavernosa siguió interpelando al gaseoso ayer escondido:
Pasado escurridizo, si es verdad que estás en la rueda inagotable del tiempo, ¡muéstrate y danos a degustar de aquellas mismas naranjas que años atrás los que aquí estamos departimos al amparo de aquellos tragaluces ojivales…!
Llegaron los postres, el café; pero el pasado se resistía. El conjuro no dio resultado. Por mucho que aludíamos y evocábamos a la naranja de nuestro ayer, tal vez ya podrida por el curso de los años, en ningún momento se dejó ver. El abismo entre la realidad y su memoria se hizo aún más grande si cabe. 

Pero aún así el recuerdo de aquella esplendorosa naranja de nuestras meriendas compartidas dejó en mí un luminoso resplandor, como esa ráfaga de colores que, tras cruzar el cielo el cometa que contemplamos, pasado el tiempo, aún permanece en nuestra mirada.

jueves, 6 de julio de 2023

El alma del gato Chumin

 


Tomándome estoy una cerveza bajo este parral engalanador y sombreante, lugar preferido de mis vales y descansos tras las faenas agrícolas aquí en la huerta.

No estoy ni bien ni mal, ese estado tonto por el que la mayoría de los mortales pasamos sin darnos cuenta la mayor parte de nuestros días.

Junto a mí tengo a Chumin, me acompaña solícito el gato, besuqueando mis pies desnudos. De vez en cuando alza sus azulados ojos diciéndome con insinuación sedosa que tenga la bondad de pasar mi mano agradecida sobre su estilizado lomo de caricias sediento.

Insisten también las flores parpadeantes del multicolor dompedro con su policromatismo atrevido ante mi indiferente mirada. El peculiar aroma envolvente del hinojo reclama inútil la atención de mi olfato desinhibido. Todo lo que me rodea alardea luz, embrujo y vida: los verdes frutos del manzano, del mandarino y el nogal. Hasta las tristes nubes que sobre los cipreses se detienen cansadas en su recorrido hacia la sierra de Ricote me muestran su modesta altanería. Yo paso de nubes, de rasos, de flores y de gatos. También paso de la carnalidad turbia y embriagadora de esta tórrida mañana de verano que me confunde y aturde con sus empalagosos racimos de uva que cuelgan del parral donde alivio mi peonada jornalera de azadas y malezas.

Chumin con la elegancia tozuda de su incitación no cesa de lamer dulcemente el alma de mis pies sudorosos y desagradecidos. El gato comprende la inutilidad de su ruego. Deja pues de molestarme. Y pasa al plan B. Se desentiende de mí. Tiende todo su cuerpo remolón a medio metro de donde estoy sentado apurando mi cerveza con olivas. Y es entonces cuando me fijo en él, en su cuerpo explayado sobre la tierra a recaudo de una sombra refrescante. Y me detengo en el pulso rítmico de su plácida barriga. Y siento y noto su latir reposado como si fuera mi propia respiración. Los dos respiramos a la par como movidos por un mismo impulso. 

Y comprendo entonces que la vida es una, y que alienta tanto mi existencia como la de todos los seres del Universo: sus gentes, el crecer del hinojo, el luminoso tintineo de las hojas de la morera, el verde del manzano, del mandarino y el nogal, el canto triste del chorlito… Y entiendo, sin saber por qué ni cómo, que el pulso que mueve todo lo que en este mundo tiene vida es uno, solo y el mismo. Y que el alma del gato Chumin es la mía, la tuya y la de todos.

viernes, 23 de junio de 2023

Mi compañero el tiempo



Hans Castorp, el protagonista de La montaña mágica de Tomas Mann: Aquí no hay tiempo, no hay vida.  

El tiempo no llama a mi puerta. Entra en casa sin previo aviso. Es mi dueño  Sin él no estaría viva. Soy su agradecida cenicienta. Y ojalá por muchos años.  El mismo día que vine al mundo se quedó a vivir conmigo. Desde entonces mueve cada uno de mis pasos. Es mi alma, el aire que respiro. Aunque su compañía no siempre me resulta grata, sobre todo cuando me muestra su cara más fea, y me hace llorar de rabia. Pero prefiero su presencia respetuosa y callada a la nada de mi existencia. No es un extraño. Pero de tanto verlo, ni lo noto, ni lo siento. ni siquiera sé si existe. A veces me quiere tanto que se me hace empalagosa su presencia. Con mi inseparable compañero me pasa lo mismo que con las calabazas que cuelgan en la entrada de mi casa. Lo mismo que con la luz que alumbra el día. No lo echo en falta. Pero si no lo tuviera, seguro que la tierra que vivo desaparecería bajo mis pies sedientos.

Ahí las puse. Aunque creo que ellas ya estaban aquí antes que yo viniera. De las calabazas me gusta sobre todo la flor, los sabores de su amarillo. Me las regaló un amigo a quien no conozco. Ni siquiera sé si tiene nombre. Las calabazas me recuerdan mi peregrinar y aguante. Son mi alimento, referencia y símbolo. Ellas se balancean al espíritu del viento, aliento del que respiro. El día que las calabazas dejen de bailar al aire, mi vida dejará de tener sentido. Se acabará de la huerta su danza.

martes, 30 de mayo de 2023

Catábasis


Ibant obscuri sola sub nocte per umbram. (Iban envueltos en sombras bajo la solitaria noche). La Eneida


Cansado de estar en casa de su madre todo el día. Cansado de aguantar sus múltiples silencios y ronquidos, su respirar quebrado, el ruido del viejo ventilador eléctrico. Cansado del sopor inútil de un final o de un principio sin sentido. Cansado, como digo, de ver morir tan lentamente a su progenitora en trance…, decide salir a expansionarse, a darse una vuelta por el pueblo.

Cualquier camino a tomar es una duda. Si al centro dirigiera él sus pasos en una tarde soleada de domingo, si al sur de las afueras, o al norte de los campos de espigas y amapolas, si al parque refrescante de un comienzo de verano, sombreado de novios, palomas zureando besos, alegres niños echando globos a las nubes de algodón, mozuelos vivaces y avispados jugando a los tejos o al palico tieso, si en busca de reflejos vespertinos del sol y el agua cabalgando sobre el antiguo estanque dorado de Las Pansas… Nada le llenaría.

Decide pues el hijo regresar de nuevo junto al lecho de la madre sola. Y no es la piedad la que le pide volver a casa. Es el instinto de ser absorbido, tragado por el mismo vacío que le dio la vida. Muerta la madre, él no sabría, no podría dar un paso. Quiere por tanto el hijo en esta última noche sin su estrella ser abducido por el mismo agujero en el que acabará sumergida su madre buena.

   



lunes, 15 de mayo de 2023

La otra cara del amor


Son las tres de la madrugada. Tienes setenta y cuatro años. Antes de acostarte, de pie delante de la ventana, te deleitas contemplando absorta un cielo lleno de estrellas y te reprochas: Chica, tú ya no tienes edad para estos bobos encantamientos. Y te acuerdas del mirar vago y distraído de aquella joven atortolada que no atinaba a nada porque todo su cuerpo y alma andaban entre-tenido, enajenado en la contemplación única y exclusiva del objeto de tu deseo: un hermoso joven del que estabas enamorada hasta las trancas. Repleta estabas de estrógenos. Tu corazón no te cabía en el pecho.

El amor cambia de nombre según las distintas edades de la vida. Y hasta en épocas no tan tardías, era sólo una gavilla de intereses materiales: tener hijos, brazos, prole para recoger la cosecha, cultivar la hacienda, mujer para la agricultura, hijos que nacían con un pan debajo del sobaco. Había que tenerlos cuanto ante, antes de que la oliva se malgastara en el árbol, o los racimos se pudrieran en la cepa.

Ciego fue el amor en tu juventud. Hormonas en ebullición desataban tu pasión a todas horas. Hoy, transcurrido el tiempo, el amor es otra cosa, te muestra más bien su piedad y ternura. Sana compasión, mutuo cubrimiento de necesidades ineludibles, no gananciales, generosidad, compañía, vacuna contra la soledad. ¿Egoísmo? No lo sé. A estas alturas de tu vida consideras que el amor es que tu marido te rasque donde tus manos no llegan, o que tú le ayudes ir al baño y lo limpies de arriba abajo porque se ha cagado encima sin darse cuenta. El amor cambia de color a través de los años de nuestra mortal bilogía.

El amor de tu juventud no tenía nada de práctico. Y de ahí su bendita locura, desinterés y gozo eterno. Despreocupados del tiempo. Teníais en la sartén un par de huevos a freír. Acabó toda la cocina chamuscada de humo y, vuestro beso de fuego, interrumpido. Menos mal que los vecinos llamaron a los bomberos.

 

jueves, 6 de abril de 2023

Santos Oficios



 


Bajo un cielo primaveral por las calles de Murcia desfilan los pasos de la Pasión de Salzillo. Con ojos centellantes un aspirante a santo le dice a su correligionario cofrade: Creo en Dios. De esto hace mucho tiempo. Estos temas ya no se estilan. Sin embargo, (siempre hay un sin embargo en nuestra vida), las puertas del infierno no prevalecerán contra los Santos Oficios. Los ídolos siempre estarán con nosotros. Nadie ha visto a Dios cara a cara, sino a través de las procesiones de Semana Santa.

Lo que nuestros abuelos llamaron Dios, mañana sus nietos llamarán ciencia, conocimiento. El concepto-Dios fue desterrado por irracional, pecaminoso y nocivo para la salud. El aspirante a santo tenía la piel demacrada y sus ojos extraviados.

Hoy de nuevo los expertos nos avisan de las consecuencias desastrosas de creer en algo demasiado. El objeto de un deseo desorbitado puede convertir en esclavos de la fe a sus enfurecidos devotos…, hasta devorarlos como hizo la carcoma del tiempo con el trono de madera de nuestro señor Santiago, el patrón del sacro pueblo de Iberia.

Sin ir tan atrás, un ejemplo reciente: Los mismos defensores a ultranza de la IA (inteligencia artificial), que auguraban la tecnología como panacea de nuestra supervivencia, hoy defienden lo contrario: Apagadlo todo. Si seguimos adelante con el invento de la Inteligencia Artificial, todo el mundo morirá. Apagadlo todo.

El santo y hereje Angelus Silesius, siglos antes, en unos de sus epigramas, ya nos advertía de la dificultad de ver a Dios en persona: Dios es una pura nada, no lo toca ningún aquí ni ahora: cuanto más lo buscas, más Él se te sustrae.

viernes, 17 de marzo de 2023

Y floreció el naranjo



 
Oigo en las Noticias que con motivo de la neumonía atípica, los responsables sanitarios de un hospital de Asia determinaron que las madres internadas por cuarentena pudieran salir durante unas horas al jardín del hospital. Y allí fueron felizmente sorprendidas pudiendo contemplar los escritos, dibujos y esquelas que sus hijos habían pintado para ellas:

Una de estas madres comentó al respecto:
Mi niña me dijo que su tía le dijo: no te preocupes, cariño, que a tu madre la dejarán salir del hospital cuando se abran las flores del naranjo, y la niña me ha escrito diciéndome: Mamá, las flores hace días que se abrieron, pero tú no has venido.
En relación a este comentario, nacido de la sincera espontaneidad de una niña, recuerdo también las palabras de Nikos Kazantzakis, cuando en uno de sus libros (Los fratricidas. 1964) leí aquello de: Almendro, háblame de Dios… Y el almendro floreció.

No sé a quién de los dos, si a la pequeña o al escritor griego, dar mi asentimiento. O tal vez los dos, desde su particular perspectiva lleven razón.








martes, 21 de febrero de 2023

La dulce mentira del amor


 

¿Qué importa tu torpeza o tu indiferencia?
Máscara o adorno, ¡salud! Yo adoro tu beldad.

(Charles Baudelaire)


El otro día fuiste con unos amigos al mercado de Los Belones, un pueblito que está a las mismas puertas de La Manga. Recuerdas que a la hora de la comida en un pequeño restaurante playero, tal vez enardecidos por el delicioso yantar, os enzarzasteis en una etílica conversación sobre la naturaleza del amor.

Concretamente alguien un tanto platónico dijo:

Nos enamoramos, de un proyecto, de una idea construida previamente en nuestra imaginación. El amor es un acto del cuerpo, pero lo es sobre todo de la mente, es un acto cognitivo. El amor es por tanto fruto de una elaboración subjetiva. Nadie se enamora de la materia a secas si a la vez en ella no imprimimos belleza y sublimidad, conceptos que nacen de la inteligencia, del deseo, más que de los destellos hermosos que brotan de la persona que amamos. El amor, aunque parezca que viene de fuera, avivado por la manzana jugosa del Edén más apetecido, en realidad nace del fondo de nuestro onanismo.
Mientras que tú mirabas perplejo al filósofo de tu amigo, él insistía:
Nos enamoramos de otra persona, no de aquella con quien hacemos el amor. Y en este sentido, me atrevería a decir que el amor es una mentira, porque entre lo que amamos y la persona que amamos existe una gran desavenencia real. El enamorado no ama a la persona que ama, sino lo que para él representa.

A la noche, cuando te apretujaste contra tu pareja en la cama, le susurraste tierno al oido: 

¡Cuánto te amo, mi dulce y bella mentira! 

Luego, lo que tu mujer te contestó, por vergüenza te lo callas. No viene al caso. 

 

lunes, 21 de noviembre de 2022

Para salir hay que entrar


El otro día fui a sacarme la muela del juicio. La dentista, en lugar de tirar para fuera tratando extraer la pieza dañada, me extrañó que lo hiciera para dentro, como si quisiera introducir aún más el dolor en mis encías con sus alicates en ristre. Con tal fuerza presionaba mi molar hacia sus propias raíces que sentí la muela casi anclada más allá de mi resentido y juicioso encéfalo. Fue entonces cuando me acordé de mi amigo carpintero. Un día en el que un tornillo clavado en la madera se me resistía a ser quitado. Me dijo: se hace así, Juan. Y antes de girar el destornillador para la izquierda –sentido de sacar-, lo hizo a la derecha –sentido de meter. Y como entendido era también mi amigo en asuntos de deportes, añadió: los atletas cuando se disponen a lanzar cualquier objeto, disco o jabalina, antes de lanzarla hacia adelante, se echan primero hacia atrás. Y es que para salir hay que entrar, y para encontrarse hay que perderse. ¿Cómo ascender si antes no hemos descendido? (José Ángel Valente)


viernes, 14 de octubre de 2022

Homo ex machina



Quise yo en mi cumpleaños hacer un marro al tiempo, ocultar a las estrellas la fiesta del aniversario de mi nacimiento. No es fácil engañar a las constelaciones que guían y miden nuestro vagar por el universo. Al dios Cronos, al igual que a una madre, es muy difícil convencer que no somos sus hijos. Todo lo que se menea bajo el sol es contabilizado, cronometrado. Nada escapa al ojo del Gran Hermano. Su mirada de águila almacena todos y cada uno de los datos que configuran nuestra existencia. Somos hechura de una gran computadora que reduce a algoritmos hasta nuestra individual conciencia.

En estos días de agostamiento planetario en el que está en juego nuestra subsistencia, y ante los muchos consejos y advertencias institucionales de no derrochar aliento alguno, no malgastar el agua, no derramar el vino, no desaprovechar el fuego, gestionar, racionar, racionalizar, ralentizar, someter a hibernación los sueños, las calculadoras, el gas, el llanto de los perros, los fondos de inversión, el sonreír de las palomas, (todo menos la proliferación militar y armamentista), quise yo, como digo, sisarle un cacho, tan sólo un año de mi vida, al tiempo. Llevado por este pensamiento de reserva y contención, al igual que esos árboles que sólo se podan cada dos años, quise dejar este dos mil veintidós a cero, no contabilizarlo en mi haber, mentir al tiempo mi tiempo, para así alargar cuatros estaciones más el trayecto de mi vida.

Esta mañana, repito, quise situarme fuera del poder de la gran máquina computacional que registra y convierte en tiempo cada movimiento, pasar de puntillas por el espacio del Universo, situarme fuera del tiempo. Me pasé de listo, porque al momento Facebook me dio los buenos días: Juan, felicidades, hoy es tu cumpleaños. Y heme aquí ahora que me veo encadenado, sintiendo que yo no soy real, sino una imagen creada por un robot al que yo mismo le había vendido antes, sin saberlo ni quererlo, mi memoria, el historial de mi vida, mis gustos y aberraciones, mi perfil, mi futuro y hasta mi alma. No hay un estornudo, ni un pedo, ni un beso que de mí culo o de mi corazón salga, que registrado no quede en el hipotálamo computacional de un generador informático. Me pasé de rosca. Y enredado estoy en los circuitos neuro-científicos de estas redes que me han convertido en un subproducto virtual, artificial inteligencia, hecho a su semejanza. Y ya no sé si soy yo o soy la máquina.


sábado, 20 de agosto de 2022

Embustero póstumo

 


Un día te pregunté:
¿Qué momento destacarías como el más importante de tu vida?
Y muy convencido me respondiste:
El instante de mi muerte.
Luego me contaste lo que sentiste al dejar este mundo:
Jamás estando vivo había yo experimentado instante tan trascendental y significativo. Al ver que todos los velos de mis dudas, de mis miedos se descorrían, y exonerado era de mi pesado orgullo, de mis fatuas posesiones, solté amarras, volé y volé, y me vi ligero, un gorrión gozando a sus anchas con el azul del aire.
No hay mayor mentiroso que aquel que se engaña a sí mismo. Tampoco es muy respetuoso llevarle la contraria a un muerto. Por eso, al verte tan increíblemente feliz en tu nuevo estado, no tuve valor para decirte que no andabas en lo cierto. Sólo te comenté:
Recuerda, amigo, que aquel día en que te enterramos, hacía ya miles de años que los gorriones habían desaparecido de la faz de la tierra.