viernes, 19 de diciembre de 2025

Radiografía de un itinerario


 
Sale a caminar de vez en cuando, (cada vez menos). Casi siempre toma la misma ruta. Desde su casa, calle san Ignacio, pasa por encima de unas murallas en ruinas, encajonadas en grandes ataúdes de cristal. Saludas a la Dama de Molina, esa mujer subida en el pedestal, cabeza de hierro trenzado su melena. La mujer hierática nunca le dice nada. Atraviesa el desvío, y se incorpora ávido como un felino a la Vía Verde, por donde antiguamente corría el tren de Murcia destino a Caravaca.

Y nada más atravesar la carretera que va a Alguazas, un cañar le sale al encuentro. Se aprovisiona de una caña a la medida de su talla: que le ayude y acompañe en su andadura matutina. Con ella, cual director de orquesta, marca el compás de sus pasos en silencio, la partitura interior del tic-tac de su cuerpo a campo abierto. Abre las compuertas de sus pulmones para oxigenarse con los aires cargados de aromas a carrascales, esparto y romero que vienen de la sierra de La Pila. Mentalmente va contando sin parar: Un, dos, tres, cuatro. Solo su respirar cifrado y el sonido hueco de la caña sobre la tierra compacta. Mantra numérico, jaculatoria, tutorial, soporte y bastón de su marcha por los cuatro puntos cardinales del espacio-tiempo de sus días alrededor de este mundo.

Su propósito es llegar hasta el puente ferroviario en desuso, y sobre las maderas de su pavimento hace resonar el pautado golpeteo de sus pasos concienciados en un da capo musical indefinido. Y allí, en la mitad del trayecto, se detiene unos minutos, apoyado sobre las barandillas, viendo bajar presurosas las aguas del Segura, entre malezas y meandros, en su fluir hasta llegar a un mar que lo aguarda con sus brazos extendidos. Y siempre el mismo sentimiento: entre la máxima de Heráclito y los versos de Jorge Manrique. La inmensidad irrevocable de la naturaleza a través de los rugidos del agua del río contra los escollos de la maleza en sus orillas, le devuelve, le contagia, le descubre la gran poquedad de su condición efímera, trascendente y pasajera.

Deshace luego lo andado, para regresar a su punto de salida. De regreso, y antes de traspasar de nuevo la carretera que viene desde Alguazas, alza la vista para contemplar a lo lejos el itinerario que le queda. Y allá en la lontananza, divisa dos torres de una vieja fábrica de conservas, (todavía en pie), que expelen sendos chorros de humo blanco contra un cielo escandalizado. Y sin perder su ritmo marcial auto impuesto, procura localizar su ubicación. Siempre estas dos chimeneas se le mostraron lejanas; jamás consiguió verlas cara a cara. Las vueltas del camino, el deslumbramiento de sus ojos por los rayos de un sol insolente, o su vista cansada nunca le permitieron verlas de cerca. Hoy ha tenido suerte. Delante de él: dos grandes chimeneas cuadradas escupen icónicas bocanadas de espuma blanca rociando el cielo de la mañana.

Llega a su casa. Deja la caña en la que apoyó el peso de su peregrinar por estos pagos, en el rincón de la entrada, junto a otras tantas que le acompañaron en rutas anteriores. Y escucha como desde su oquedad vacía, todas las cañas al unísono exhalan y entonan su respirar zen, el murmullo de los pasos de su alma a su morada primera, tal cual la pastora Marcela evocara en El Quijote de Cervantes.

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