martes, 13 de agosto de 2024

El tiempo en su laberinto



Dormía en paz el tiempo. Escondido cual caracol de la luz. Refugiado en el rincón más alejado de su laberinto estaba. El pasado, el presente y el futuro condensados en una misma espiral, sin desplegarse. Culebra enroscada sobre sí misma. Sin imperativos, sin contingencia obligada a maquinaria solar alguna. Y allí, como el Minotauro entretenido en la Creta de su oscuridad ilimitada, el tiempo convertido en evo infinito, se sentía feliz como un niño absorto en un sueño fresco e interminable: alimentarse de la leche materna de una joven siempre virgen, la eternidad en calma. El pasado era presente. Y el presente era futuro. Ni pérdidas ni ganancia, ni esperanzas frustradas e inútiles. Nada de nostalgias, ni apegos vanos. Ni ritos, ni religiones. Sin añoranzas divinas. Sin ruedas aceleradas de días atareados. Siempre feriado. Y en cuanto al porvenir, como no existía, el tiempo nunca se desencantaba.

Pero el tiempo se despertó de su feliz letargo. Todo empezó a ir mal. Su conciencia recobró el sinsentido:

El pasado, colador en sus manos agujereadas, le mordió en el cuello, la zona más angosta entre el corazón y su cerebro. El pasado lo era, porque no estaba presente: y querer regresar de nuevo a él, era una quimera. Amaneció pues la nostalgia (regreso y dolor), la confusión y la locura.

La materialidad cercana del presente enturbió su mirada. El tiempo acalorado empezó a tambalearse como un borracho. Con la llave de sus pasos miopes no atinaba a meter llave alguna en la puerta de su casa. Su ser en ascuas, chorreaba la gota gorda. Desposeído de sí mismo quedó derrumbado fuera de su laberinto. Ahora desenrollado y libre, más prisionero era que antes.

Y en cuanto al futuro, por inexistente y no tener nombre, la herida de su vacío fue tan fuerte que lo llagó más que si lo pariera. Y lo que en su no-tiempo había sido virtud teologal suprema, motor y justificación, anticipación  y placentera esperanza, todo quedó en impotencia, disfunción eréctil en pos de una pasión inalcanzable.

Y estando en este mar vertiginoso de pensamientos contrariados le vino al tiempo algo de alivio y consuelo, al recordar aquella famosa frase de los pitagóricos: El hombre es mortal en sus logros e inmortal en sus deseos. 

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