jueves, 7 de marzo de 2024

El intruso



Malquistarse con uno era contar con dos enemigos. (La intrusa. Borges)


Noche espesa como la boca de un túnel. Pensamientos desvelados de tu ser adormilado se clavan cual estaca de punta en el corazón de tu riñón atiborrado y vendido. Tus neuronas se espantan alocadas al detectar un justiciero inesperado que apunta su saeta por el ojo oscuro al agujero negro de la cerradura de tu habitación. Su ballesta cual axón en ristre señala el blanco de tu cabeza. Lleva el visitante su rostro tapado con un pañuelo negro como el burka​ que utilizan las mujeres musulmanas. Asustado, te levantas de la cama, echas mano del martillo, claveteas luces y ventanas, chumbes a los perros, taponas hasta el extractor de la cocina, la rejilla del butano, tragaderos y desagües. Pero el saetero consigue adentrarse en tu aposento. Se coloca enfrente de ti. Como un padre o un maestro, presto a reprender a un hijo o a un discípulo por su mala conducta, alza su índice corrector ante tu nariz indecente. El tono de su voz te resulta familiar. Te recuerda a alguien muy cercano de quien no recuerdas su nombre. Su presencia te intimida. Te sientes acosado. Y cual condenado frente a la tapia de un cementerio te atreves a defenderte sabiendo que vas morir de todos modos. E increpas al intruso visitante:

Fusilero, ¿qué pretendes? Soy inocente. No tengo nada de qué arrepentirme. Siempre actué de acuerdo con mis principios. Y mis principios me dicen que la verdad no siempre es verdad. Depende de las circunstancias. Los conformistas son los verdaderos traidores, ellos son los veletas, lo mismo están con la verdad que con la mentira.
Los resquicios de tu cuerpo se confunden con la negrura de la noche. Inútil buscar entradas y salidas en un vacío abismal donde el blanco y el negro, el azul y el rojo se confunden. No estás seguro de nada. Un día, eres el Che Guevara; y al siguiente te sientes Marco Bruto o el mismísimo Judas Iscariote. Él intruso lo sabe. Trata sólo de que admitas tu deslealtad con quien te hizo ser su tribuno imperial. El visitante escudriñándote con afilados ojos, se recrea relamiendo con su vista tu cuerpo arisco. Y te recuerda ahora aquello que dijo Dante: la traición es el gran pecado del mundo. Los renegados ocupan el lugar último del Infierno.

Has cruzado ríos, atravesado mares y desiertos. Nadaste en todo tipo de aguas y fregaos, pero siempre conseguiste salir a flote. Eres un corcho. Estás por encima de toda ética. La moral es un invento al servicio de puritanos y pusilánimes. Has resistido toda clase de reveses y pandemias. Fuiste epulón y mendigo. Un día soñaste con ser obispo; y otro, hereje, y quisiste ser hasta Jesucristo. Los bares y los puteríos fueron tu mejor cobijo. Húmedos mantos de neblinas abrigaron tu acomodado cuerpo en las bancadas del partido de los desleales, de los corruptos.

No estás seguro si las palabras del forastero son suyas, o es tu propia voz la que las dices. El intruso visitante insiste en aclararte tus propias incongruencias, tu deslealtad contigo mismo:

 Lo mismo asististe acicalado de oropeles a besamanos de papas y reyes, que formaste parte de la toma de la Bastilla. Fuiste revolucionario y contrarrevolucionario. Parapetado, siempre llevabas escondido bajo la faldiquera de tus calzones un puñal, un principio, una verdad amañada y una bolsa colmada de billetes.
A ti que siempre te importó un huevo el qué dirán, cuando el intruso te dice con desprecio humillante todos se avergonzarán de ti, te sientes triste, un apestado. Tan triste, dolido y solo te sientes que con tal de sentirte en paz contigo, reniegas en ese momento de todos tus tesoros acumulados en Panamá.

Y al final de este gótico incidente. El intruso de pronto se desprende del sagitario arco de sus increpaciones. Se despoja de su absurdo disfraz. Y es cuando lo ves acostado contigo en tu propia cama. Su voz es la tuya, su cuerpo es el tuyo. Solo es distinta vuestra manera de ver la vida. Pero sabes que no es bueno llevar la contraria a quien duerme contigo.

 


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