martes, 30 de mayo de 2023

Catábasis


Ibant obscuri sola sub nocte per umbram. (Iban envueltos en sombras bajo la solitaria noche). La Eneida


Cansado de estar en casa de su madre todo el día. Cansado de aguantar sus múltiples silencios y ronquidos, su respirar quebrado, el ruido del viejo ventilador eléctrico. Cansado del sopor inútil de un final o de un principio sin sentido. Cansado, como digo, de ver morir tan lentamente a su progenitora en trance…, decide salir a expansionarse, a darse una vuelta por el pueblo.

Cualquier camino a tomar es una duda. Si al centro dirigiera él sus pasos en una tarde soleada de domingo, si al sur de las afueras, o al norte de los campos de espigas y amapolas, si al parque refrescante de un comienzo de verano, sombreado de novios, palomas zureando besos, alegres niños echando globos a las nubes de algodón, mozuelos vivaces y avispados jugando a los tejos o al palico tieso, si en busca de reflejos vespertinos del sol y el agua cabalgando sobre el antiguo estanque dorado de Las Pansas… Nada le llenaría.

Decide pues el hijo regresar de nuevo junto al lecho de la madre sola. Y no es la piedad la que le pide volver a casa. Es el instinto de ser absorbido, tragado por el mismo vacío que le dio la vida. Muerta la madre, él no sabría, no podría dar un paso. Quiere por tanto el hijo en esta última noche sin su estrella ser abducido por el mismo agujero en el que acabará sumergida su madre buena.

   



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