miércoles, 27 de marzo de 2024

Vacilaciones acerca del amor ilusorio


Amor carnal, placer efímero, anticipativo, parcial y prematuro del amor total, absoluto e inexistente. El amor puntual es un gatillazo del amor pleno. Corto y limitado. El amor, espejismo gratificante, insuficiente, insatisfactorio tanto para el hombre y la mujer, ya sean estos feos, guapos, pobres, ricos buenos o perversos. Y así nos encontramos con ansiosos amantes que encontraron su amor en la mujer más fea, en el macho más fiero, o en el más pecaminoso de los hombres. El amor se siente impotente para elevar al jinete más viagrizado e izar el ancla más hundida de los mortales. Incluso el orgasmo más largo como el del cerdo (más de una hora) suele resultar breve e incompleto. Tengo yo un amigo que quiso tocar el cielo con sus genitales y se hizo implantar la picha de un porcino ibérico. Fue inútil, acabó en el infierno de su desesperación más vírica y machista.

Da lo mismo que ames a Dulcinea que a Teresa, la mujer de Sancho Panza. El transitorio goce del amor es ficticio; no viene ni proviene de fuera, no lo genera una cadera seductora, un cuello de marfil, piel de melocotón o labios de primavera (¡que también!); su placer arranca de nuestro propio yo, esa virtualidad irreal y sublimada de nuestra ensoñación frustrada. No es la voz seductora del otro, no son sus manos de nácar acariciando nuestra espalda, ni su perfume, cadencias, jadeos y arrumacos, es nuestro propio amor el que nos pone en trance. Somos egoístas por naturaleza.

El amor es un juego, una invención más de los humanos, muy dados al fetichismo imaginario. Y como todo juego, es una simulación recreativa, atractiva y consoladora. Insisto: la carga de amor, su peso en oro no lo da la prestancia y finura femenina, tampoco el garbo ni la virilidad masculina, sino que radica en la capacidad ilusoria de imaginar el mejor cuerpo, la mejor alma, el mejor amor posible. Y, como en todo juego, importa ser habilidosos a la hora de idear estrategias que nos lleven al triunfo perfecto, a la cuadratura del círculo, aun sabiendo que al finalizar la partida, de nuevo nos quedaremos con el dulce amargor de no haber conseguido lo que queríamos.


Nuestro amor es un velo, por no decir, un misterio tras el cual no podemos avistar lo que tras él se esconde. Y gracias a ello, (no conseguir nunca lo que pretendemos), podemos al menos seguir amando. Pues de lo contrario nos pasaría lo que al macho de la mantis religiosa, que moriríamos devorados tras nuestro primer orgasmo.

El amor plenario es como ese Dios invisible. Entonces dijo Dios a Moisés: Nadie puede ver mi rostro y seguir viviendo. (Éxodo 33,20).


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