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miércoles, 5 de febrero de 2025

Para qué estrujarme las neuronas

 


¿Para qué estrujarme las neuronas diciéndote una vez más, amigo, que detesto a los poetas? ¡Misóginos los poetas, impotentes, vestidos de pingüinos, con bastón y pajarita, vanidosos y egoístas, que esconden su estéril vergüenza ajena con metáforas de espray pulidas! Vates tóxicos de baquelita, estribillos aburridos, entre papeles de pringue untados, sonetos muertos, desprovistos del cálido abrazo de un sol en plena siesta, de la atracción por la tierra, del llanto de la hierba humillada, del éxtasis al contemplar cómo la lengua del mar besa de noche y de día los pies de la montaña que duerme erguida. No es necesario volver a decirte, amigo preguntón y cansino, que el lucero enciende las tulipas apagadas del hombre cenizo, y que la luna despierta los amores encendidos de las mujeres tristes,... ¡que un verso no huele a vino, ni a pan, ni siquiera sirve para dar de comer a un niño!

Bien claro lo dejó dicho Jorge Teillier:

No me interesa hablar de poesía, prefiero hablar con mi gato o el jardinero. Aprendo más y me aburro menos. No me interesa ser personaje, porque cuando te ven así, tu poesía pasa a segundo plano. No me interesa si escribes o no escribes. En cambio ser poeta en serio es una responsabilidad. La gente no debe escribir poesía, deben ser poetas. La poesía no es una carrera, eso queda para la hípica. La poesía es la lucha contra nuestro enemigo el tiempo y un intento de integrarse a la muerte, ... 

(Entrevista a Jorge Teillier por Vicente Parrini)


sábado, 28 de diciembre de 2024

Peces como ratas

 


Los versos a los que me refiero son como esos peces del fondo del mar que en su hábitat son divinos, resplandecen como si en su propio interior hubiera un generador de luces bellísimas que los hace transparentes, diáfanos, puros, encantadores. El poema irradia tal revelación que me siento atraído por el espíritu-lumínico que desprenden.

En el letargo gris de esta mañana desayuno café con tostadas restregadas de un poema bellísimo. Y su lectura me lleva a su autor a quien no concozco de nada. Pero por los efectos de su lúcida creación sospecho que debe ser una persona supersensible, afable, abierto, sencillo, sin apegos, enamorado del aire, padre, madre, amigo, hermano, pájaro, navegante de altura, de nobleza limpia y, como bello pez, también enamorado de las nubes, de los sueños y del agua, fuente de la vida.

Luego, llevado por mi curiosidad consulté con Chatgpt.com. Y no resultó ser quien parecía: un místico secular, un creyente agnóstico, un ser comprometido con la verdad, un apasionado por la divinidad imántica de la tierra, de la santidad salvífica del mar, de la venerabilidad del fuego creante y motor de la máquina del cosmos, del universo…. Nada de eso. Sólo espectáculo, promoción y fango.

El poeta al que me refiero (y no me refiero a ninguno en concreto), resultó ser un ser cualquiera.

¡Qué engañosa es mi vista! Me hace ver molinos de viento donde sólo hay gigantes. Detrás del Shakespeare más sublime veo un cazador furtivo de ciervos, perseguido por un magistrado furioso. Detrás del Cervantes más ingenioso me encuentro con un fugitivo de la justicia, declarado en rebeldía por un altercado callejero. Detrás de un Neruda ardientemente enamorado escucho exabruptos contra una niña hidroencefálica llamada demonio. Detrás del portal de Belén sólo veo amontonados costales de rublos, euros, séquel y yuanes. 

Mienten los ojos que me hacen ver peces de colores en el fondo del mar. Y allí donde el poeta me dijo que tú eras poesía, y que la navidad era un milagro, yo sólo huelo a guerra, sólo veo peces como ratas.

viernes, 15 de noviembre de 2024

El otoño de la parra virgen



Esta mañana, el reloj que lleva cosido muy dentro a su cuerpo le ha engañado como a un gallo tonto y perezoso. Tiempo, distópico, mentiroso y loco.

Siendo como son las ocho, él creyó que serían las seis, la hora justa en que el alba le despierta cada día. Y siente rabia por no poder controlar sus ritmos y manías. El tiempo empieza a poner palos en la ruedas a su averiada y pesada carrocería. El tiempo le sisa la vida y a la vez su sabia conciencia aviva. Dependo menos de mí, ¡tanto! –se lamenta–, que mis dedos, engarrotados antes de la cuenta, se resisten a hilar la adecuada caligrafía, la letra de mi biografía y de mis pensamientos. Su rabia aumenta. Y se acuerda de aquellas palabras del apóstol: Te aseguro que cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará donde no quieras ir. Y esta fugaz sensación de que avanza cada vez más deprisa hacia la Nada y que el tiempo le engaña con medidas relativas, no reales, metafísicas...

Pero esta mañana se acuerda de El otoño de las rosas. Y acude a Brines por ver si el poeta valenciano le ayudara a recuperar con el positivo nihilismo de sus versos el goce entusiasta de la fugacidad edificante: Vives ya la estación del tiempo rezagado: / la has llamado el otoño de las rosas. / Aspíralas y enciéndete.Y escucha, cuando el cielo se apague, el silencio del mundo.

Y aún así, después de haber olido de la boca lírica y melancólica de Brines el amado y vacío sabor de la existencia, aún más quiere retrasar el reloj de su poco tiempo concedido y loco. Y le suplica al dios Cronos que detenga el duelo de sus días lujuriosos de este noviembre de hojas caídas, apasionadas y sangrantes de la parra virgen del jardín que da al desfiladero del ocaso.



viernes, 27 de septiembre de 2024

A pueblo quiero que huela



El pueblo de mis amores
tan dentro de mí lo llevo
que no hay en el mundo entero
quereres que me lo roben.

Sus gentes son como el cielo.
Madera noble es su gesto.
Tan dulce y grato es su acento
que no hay canto ni concierto
mejor que sentirse pueblo.

El aire puro en sus calles
es ancho como la mar.
Valiente y fino es su talle.
¡Qué delicia de ciudad!

Noble como la madera,
recio como la olivera,
lleva mi pueblo en sus venas
blanca flor de primavera.

Compañera, compañero,
¡Qué feliz ser de esta tierra!
El amor que a mí me quiera
A pueblo quiero que huela.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Un punto cero en el aire

 


El tiempo es una condena,
son las huellas que delatan,
que nos llevan y se clavan
en las cruces de una pena.

Vivir quiero sin tener
que depender del pasado,
de un porvenir infiel,
irreal y porfiado.

Ojalá fuese la vida
un punto cero en el aire
donde nada sea de nadie,
y todos tengamos parte.

El tiempo es la carretera,
son las horas que perdemos,
es toda una vida entera
sin lograr lo que queremos.

Es el tiempo un mal invento,
ladrón taimado y sagaz,
que nos arrebata el gozar
del ahora y del momento.

Quisiera ser soberano
para que el tiempo en mi mano
no escriba ni mi destino
ni mi nacimiento en vano.

lunes, 29 de julio de 2024

Qué triste la boda mía




La luz del alba renace
abriéndose paso muda
quiere llegar al enlace
de su amor pura y desnuda.

Se casarán en la altura
al llegar el mediodía.
El sol lleno de hermosura
le dirá: tú ya eres mía.

La blancura que tenía,
la modestia en sus andares,
su dulce melancolía
se trocarán en pesares.

Rayos del sol a raudales
borronearán su belleza,
la flor del alba entre tales
elogios para sí reza:

Quiero seguir siendo presa
entre la noche y el día.
Muero cuando el sol me besa.
¡Qué triste la boda mía¡

lunes, 22 de julio de 2024

Lama sabactani



Tú que fuiste dueño ungido
beato Dios y consagrado,
hete ahora masacrado,
a la muerte sometido.

Tú que fuiste revestido
con el don de la nobleza;
hete ahora despojado
y sumido en la vileza.

Tú que fuiste educado
en la santa mansedumbre;
eres grito, rayo, azufre
y de tu Gaza expulsado.

Tú que fuiste doctorando,
el más sabio de los sabios,
sólo hoy salen de tus labios
ratas y sapos matando.

Yo te acuso, padre mío,
por haberme abandonado.
Desangrado. Estoy perdido

Ya no tengo a donde ir.

martes, 21 de mayo de 2024

El árbol de los poemas



Cansado está el poeta. Del árbol de sus poemas no brota ningún fruto: sólo versos rimbombantes que no saben a nada. Sus creaciones se parecen a esos gigantes y cabezudos de las fiestas de los pueblos, debajo de su descomunal altura sólo hay un muchacho muerto de hambre.

Creyó que sus poemas abrirían entrañas, despertarían conciencias; pero no sirvieron ni para dar de comer al perro. Y mira ahora el poeta los ojos tristes e inteligentes del animal. El perro no necesita hablar para hacerse entender, para decir a su compungido amo, (que acaba de perder a su madre), la pena que siente. Si el perro hablara, tal vez el escritor no lograría saber lo que dice.

Hubo un tiempo en que el poeta pensó que con tan sólo escribir la palabra “madre”, se abriría ante él todo un océano lleno de peces de colores. ¡Ay, letras, efímeras como las flores, como las nubes! Desaparecéis, os evaporáis. ¡Ay, textual futilidad poética!

Puede que sus endecasílabos, liras y romances fueran deleitantes, hermosos, pero nunca olieron como el laurel ni la hierba buena. El viento se los llevaba, los reducía a papel mojado sobre la playa de los ahogados. Mil sonetos no bastan para levantar la más tenue de las brisas al atardecer de un grácil beso.

Por fin, tras la desaparición de su madre, el poeta comprendió que el árbol de sus poemas que con tanto esfuerzo y esmero cultivó durante su vida, jamás se la devolvería viva. Llamó, escribió su nombre de mil manera, escogió las palabras más amorosas y bellas, ... pero no sirvió de nada. 

El árbol de los poemas también murió sin decir palabra.

martes, 26 de diciembre de 2023

Antimilagro


 

Decidme si es o no un poema asomarme esta mañana de escarcha a la huerta y ver estas matas quemadas por el frío de la madrugada. ¿Cómo puede quemar el frío? Otro poema más: también el amor duele. Y mientras unos brindamos con champán la Navidad, otros allá en Palestina adoran a un niño Dios nacido muerto entre los escombros de Gaza. Decir poema es decir milagro. Pues bien, hoy me duele este antimilagro: los dompedros quemados por el espantoso frío de una guerra interminable.

jueves, 14 de diciembre de 2023

Blao


 
Tú serás mis ojos cuando yo no lea
Cuando ya no escriban mis manos yertas
Tú serás el lápiz de mi lengua
Cuando ya mis dedos teclear no puedan
Tú serás del alfa hasta la omega
La galaxia entera del abecedario
Mis huellas serán tus pasos
El eco de mis huesos sepultados
Si a mí se me olvidó el olvido
Tirar del hilo
Desenredar el lío
Pintar de azul el cielo amado,
A ti te tocará mi buen amigo
allá donde mi voz no llegue
ser de mi meta el texto vivo

domingo, 7 de agosto de 2022

Quién podrá sanarme


 

Partido por la mitad está hoy el jornalero. Dos moreras de hojas grandes guarnecen el porche. Bajo su limpia sombra desayuna pan tostado con tomate rayado con un diente de ajo, sal y aceite, un café y cuatro higos verdales, cogidos por él mismo de la higuera con la caña, tal como le enseñó el abuelo. Pero el dulce entorno, de cuyo centro él es el único punto de mira, medida y canto, no hermosea su corazón roto. Para rematar tan rústico almuerzo se sirve un par de nueces, una copa de coñac y un cigarro, intentando sacar de sus pulmones el fuego de la acidez ocasionado por tanta belleza… ¡ni por esas! El rey en su opulento castillo se siente pobre, desheredado y cautivo.

¿De qué puñetas estará hecho este hombre-hato-deprimido? Generosa la naturaleza festiva de este domingo intenta deleitar al jornalero con la danza de sus destellos, mas no consigue ablandar la corteza de sus sentimientos. Sentimientos que ni siquiera él sabe descifrar y distinguir. ¡Tan grandes y desconocidas son las olas profundas de su ser alicaído que, a pesar de la radiante claridad del día, todo lo ve emborronado y triste!

Tiene la belleza del rosal tantas espinas que, sólo con mirar sus flores, dejan malherido al jornalero.

¡Ay! ¿Quién podrá sanarme?
Acaba de entregarte ya de vero;
no quieras enviarme
de hoy más ya mensajero,
que no saben decirme lo que quiero. (Juan de la Cruz)

 

 

             



lunes, 20 de junio de 2022

Annabel Lee

 


Me encontré a Allan Poe abrazado a una botella de coñac casi vacía. Aparté la botella. Me miró sin abrir los ojos y me espetó con palabras que se le caían de los labios como babas epilépticas:
Tranquilo, nunca bebo de día.
Escupió una brizna de tabaco. Abrió luego sus ojos de vinagre. Y me dijo:
Es la noche mi droga. Hay quienes beben para olvidar, yo bebo para ver a la estrella y colmar mi espíritu.
Le incriminé con cierta ironía:
Ya lo veo..., ¡aclarando tus ojos en los tinteros de alcohol!

Y él me replicó arrugando su bigote: 

No te montes, muchacho, no te me montes, que los mejores hombres se encuentran siempre en los peores sitios. Siempre me cautivaron las luciérnagas, esas diminutas lucecillas del campo. Es en la oscuridad donde mejor distingo, me aclaro y me maravillo de su bella inocencia. ¡Son tan jóvenes, sensibles, trémulas y esquivas…!  Cuando bebo, más cuerdo me siento y mejor las distingo. La noche desnuda de hipocresías mi arrogancia. El día me encandila. Sólo puedo verlas de noche. Lo mismo que este asqueroso bar guarda y da abrigo a lo más cochambroso de la ciudad, la noche cubre con su perdón y misericordia el descaro y la maldad de mis tropelías. Si me adentro en la noche es para ser el primero en saciarme con el amanecer de Annabel Lee.
Luego al ver en mi cara la extrañeza y curiosidad por tratar de saber quién era la tal Annabel a la que se refería, tartamudeó unos versos que por su énfasis gótico y delirio enturbiado entendí que serían suyos:
Hace muchos, muchos años
en un reino junto al mar
vivió una doncella…
Ambos éramos niños…
Pero amábamos con un amor que era más que amor.
Luego lo mismo me hablaba, de Lolita, la de Nabokov, que se retractaba de ser Allan Poe. Hasta me dijo, o eso entendí yo, que él era el mismísimo Humbert Humbert, y que la tal Annabel había muerto tras el parto de un hijo suyo.

domingo, 9 de enero de 2022

No es el río el que canta o llora

 


No llueve. Hace un día hermoso. Ayer llovía, y era igual de espléndido. La hermosura no va con el clima, ni con el azul calmo de la mañana. Son mis ojos la piedra filosofal que convierte en oro las tiernas hojas del manzano. Y allá donde la flor blanca dice que el día viste su más bello traje de novia, la mirada triste y envidiosa se tiñe de la fea orfandad de la noche desterrada de la luz.

Así, que no es el río el que canta o llora. No son las nubes condolidas las que vierten sus lágrimas sobre la alfalfa seca. Tampoco nave de catedral alguna se desgañita en plañiderías al ver en su altar-mayor sangre inocente sacrificada en honor de un dios-caballo-de-moda. Las piedras, las cosas no sienten, ni siquiera los apesadumbrados cipreses del camposanto rezuman tristeza. La melancolía nace del alma de los deudos. Las cosas no tienen corazón, lacrimales ni glándulas.

Y recuerdo a un señor mayor ensotanado y con gafas de culo de vaso. Don Jenofonte Varela, entusiasmado como un adolescente, tartamudeaba aquellos versos de la Eneida de Virgilio. Desde su célibe cátedra don Jeno se enfurecía contra el capricho de los dioses patrios e interesados. Van sólo a su dinástico apaño –decía. Y dolorido, nos hablaba del gemir orgásmico de la reina de Cartago contra un Eneas empeñado en seguir su viaje a Italia, dejando abandonada, cautiva y preñada a Dido, su amante. Y alzando la voz como un ciervo en celo, el doctor Varela retenía en el aire los términos latinos capta ac deserta con aplomo y virulencia, cual un harrijasotzaile en plena faena, al tiempo que decía: ¿Por qué, demonios se ha de suicidar la reina Dido, siendo tan grande el amor que siente por Eneas?

Se esforzaba don Jeno por explicarnos además que hay momentos de dolor tan fuerte en la vida, que hasta la naturaleza entera se deshace compasiva y solidaria en llantos por las desgracias de los humanos: 
Hasta los cimientos de las columnas de Hércules, hasta los pilares de la tierra y las estrellas del universo tiemblan y se conmueven, al ver cómo Eneas se retuerce de pena por la devastación de su pueblo. ¿No veis las lágrimas de compasión que brotan de las mismísimas piedras del templo de Juno? Y una y otra vez don Jeno no se cansaba de repetir: Sunt lacrimae rerum, sunt lacrimae rerum...
De vez en cuando don Jenofonte Varela detenía sus comentarios, y absorto se ponía a contemplar el deslizar dulce del agua por la piel virgen de las hojas de sexualidad abiertas y desplegadas de las moreras de la calle. Yo, un adolescente apenas, me escandalizaba de tener docente tan salido y alocado. Este hombre está como una cabra, –le susurraba yo a mi compañero de pupitre.

Reconozco que, entonces, hilvanar concordancias, ordenar el retorcido hipérbaton, descifrar las múltiples referencias míticas, medir hexámetros y dáctilos... para mí era un hueso duro de roer. Príncipes, ablativos agentes, verbos en pasiva, dioses y reinas se amontonaban en mi cabeza como piezas de ajedrez sin saber en qué casilla colocar sujetos y predicados, a tirios y troyanos.

Hoy al cabo de los años, vuelvo de nuevo a Virgilio sin presión académica alguna, y siento lo mismo que aquel mi viejo profesor de latín sentía al ver tras la ventana del aula temblar de amor las hojas de las moreras que daban al Paseo Teniente Flomesta. Y arrogante e inquisitivo, hoy me pregunto: ¿Será que hay una edad idónea para la poesía, y otra para hacer el amor, donde la poesía ya no tiene cabida, precisamente por estar uno enamorado?

martes, 28 de diciembre de 2021

De tu te conmigo


Intento escaparme de ti, de tu-te-conmigo. Arrancar la estrella fugaz de tu hermoso cuerpo, de la nube eterna con la que estoy envuelto.

Me alejo al descampado aquel, donde el eco del silencio rompió la piedra con el mudo sufrir de mi cincel certero; y allí estás tú con tu reverberación, tu brisa, tu abierta llaga, agradecida.

Me retiro tras la montaña y el río, al valle de las amapolas… Y el peristilo de tu presencia opiácea me emborracha. Soy abeja a tu romero, enredada. No hay sitio al que yo vaya, y tú no tengas allí tu tienda tendida y abierta.

Olvidarte quiero, borrar tu nombre de mi agenda, tu teléfono de mi móvil, tus entradas de mis favoritos; ignorarte, que de mi página salgas para siempre y desaparezcas. Oruga que te confundes con el verde de las hojas de la col que me alimenta. Como el carmen et error de Ovidio, eres mi poema equivocado, amores que matan. 

Eres indestructible, ese reluciente y pulcro lamparón de aceite, ese buen dios ateo que no se quita ni con tierra blanca. Eres mi epígono, soy tu fardo. Cuanto más intento descargar tu peso, mi espalda más cansada la siento. Mi alma, doblada y torcida, corre al abrevadero. Tu sangre sacia mis venas desencaminadas. Eres la espina de este tozudo cardo borriquero. Como el caballo Bucéfalo, sólo se deja montar por Alejandro Magno. Vivir sería cabalgar sin ti, pero no puedo.  


miércoles, 1 de diciembre de 2021

Dos elegías al mismo tiempo



Grandes obras literarias se debieron a la encarcelación o al confinamiento. La Divina Comedia: Dante, desterrado de Florencia. Los Miserables: exilio de Víctor Hugo en la isla de Jersey. De profundis: Oscar Wilde: penal de Reading. Inglaterra. Marcos Ana, Isabel Allende...

Y tanto otros, como Publio Ovidio Nasón, de quien en estos días estoy leyendo su Tristia (Las tristes). ¿Acaso el dolor es mayor fuente de inspiración que las aguas templadas del placer? Nada más empezar a degustar la dulce cadencia de su primer verso tristissima noctis imago (la tristísima imagen de aquella noche), al margen de que yo comparta las posibles razones que pudieran llevar a este hombre al exilio, considero su castigo como un atentado a la libertad de expresión, y siento su elegía como propia y escucho como mía su tristeza.

Allá por el siglo primero de nuestra era, Ovidio es condenado a vivir en un pueblo frío e inhóspito, situado en la periferia del Imperio. A día de hoy, aún no sabemos cuáles fueron las verdaderas causas de tal condena. El poeta en sus escritos alude a que tal vez el motivo fuese Ars amatoria, aquel otro libro suyo que, según algunos, incitara al libertinaje (lascivia fecit). A un hombre como él, acostumbrado a la molicie de una Roma frívola, sensual y ociosa, se le hace insoportable vivir alejado del feriado ambiente de la Urbe, privado de su amante esposa, sus admiradores/as, su público... Ovidio confiesa ser víctima de su propio ingenio, y suplica al emperador que le sea levantado tan horrible castigo. Y sin pudor alguno así se exculpa: crede mihi, distant mores a carmine nostro / -vita verecunda est, Musa iocosa mea- / magnaque pars mendax operum est et ficta meorum. (Créeme, mis costumbres son distintas de mi poesía / -mi vida es honesta, mi Musa divertida- / y gran parte de mis obras es falsa y fingida). Y luego de leer este último verso, pienso que este tal Ovidio pudiera ser sincero y un gran poeta, pero como persona me parece un tanto flojo, por sus pataletas al parecer aduladoras y serviles hacia el emperador aquel que tanta desventura le infligiera.

Y en tanto yo veía cómo por los ojos del poeta sus lágrimas se derramaban: y así como mi estado es lamentable, de la misma forma lo es mi poesía, adaptándose lo escrito a su materia, Almudena Grandes, mujer coraje, alejada era también de este mundo, fulminada por un cáncer. Hay quienes mueren de pie, otros mientras lo hicieron como supieron o como pudieron. Y acto seguido leo un tuit de García Montero, pareja de la célebre y combativa escritora fallecida, que me sabe también a elegía, a llanto y canto, a pérdida y poético extrañamiento:
Supongo que estar hundido es un modo de seguir enamorado y de empezar una nueva vida con el amor de siempre.

viernes, 19 de noviembre de 2021

El secreto de Dios





Un devoto de Dios le preguntó a la mismísima divinidad si era creyente, es decir, si Dios creía en Sí mismo. Aquel día Dios estaría de mal humor, (o tal vez no), a tenor por la respuesta un tanto abierta, agnóstica y desconcertada que le dio a su fiel admirador:
Sinceramente no sé qué decirte. Desde mi sabiduría infinita no me siento capacitado para contestar a tu difícil pregunta. Para mí mismo a veces soy un secreto.
Dios para su feligrés incondicional hasta aquel entonces había sido como su hermano mayor, la referencia más cierta y confiada, ese manual de instrucciones al que su seguidor siempre echaba mano cuando se veía impotente para rearmar las piezas del juguete de su vida. Así que para que no se sintiera defraudado ni escandalizado por su santa teología, Dios hico un esfuerzo y reformuló mejor su respuesta:
Tengo la sensación de un tiempo a esta parte de haberme cambiado por la poesía, esa metáfora pluridimensional, múltiple y, a la vez, unívoca para cada ser en su particular y alocada búsqueda hacia no sabemos dónde.
De no haber sido por su infinita bondad, Dios se hubiese sentido malo por contestar de manera tan irónica, evasiva y difusa a aquel su discípulo puntual. Menos mal que luego Dios, retirado ya en sus bibliotecarios aposentos, se dispuso a leer a Juan Ramón Jiménez, y se sintió corroborado por el poeta y volvió a recobrar aquella su beatífica calma, cosa habitual en él. Y he aquí a continuación lo que del de Moguer Dios leyera:
La poesía, principio y fin de todo, es indefinible. Si se pudiera definir, sin definidor sería el dueño de su secreto, el dueño de ella, el verdadero y único dios posible. Y el secreto de la poesía no lo ha sabido, no lo sabe, no lo sabrá nunca nadie, ni la poesía admite dios. Por fortuna para Dios y los poetas. J. R. Jiménez.. Estética y ética (aforismos y notas. 1907-1954)

sábado, 14 de agosto de 2021

El verano no es tiempo propicio para la poesía

 


43º a la sombra. El calor abrasador del mediodía recalca la pesadez en su cuerpo. Desplomado como una cornamusa a la que se le sale el alma por los sobacos. Tiene el hombre esparto seco en la boca. Sus pies huelen a estiércol caliente. Apenas se nota el pulso. Sólo tiene fuerzas para alcanzar un par de folios de la mesa.

Siempre que se viene abajo y se deshincha, se pone a sacar de sí, (estrujándose), escurriendo sus sudores, el tedio, sacudiéndose las moscas, aborreciendo el termómetro que le derrite la inspiración. Quiere escribir poesía para airearse, venirse arriba, ¡como si ello fuese lo mismo que hacer un sudoku, beber un trago de cerveza, jugar a las tres en raya o tocar la chirimía!

Alza la vista el hombre de concordancias y metáforas consumido, tratando de sobreponerse. Sus ojos se entusiasman con una palmera que le recibe con sus palmas refrescantes, desplegadas. Precisamente esta misma palmera, hace ya varios años, que el picudo rojo se la merendó de un plumazo. 

E intenta detener con un poema los oros de su reflejo, creando un sol en calma, unos versos-savia, que sinteticen la luz refrigerada. No hay manera. Tan imposible como sacar agua de una piedra. Y cuanto más mira el frescor resplandeciente de la fecundidad de sus uvas humedecidas, menos a la imaginación le viene la dulce brisa de su esplendoroso talle.

Lleva, en medio de este infierno, tirados mil folios al fuego de la canícula. Ninguna estrofa le hace sentir la temperatura ambiente. El mercurio sigue marcando 43 grados a la sombra. No consigue aligerar sus calores. Y ante tal imposibilidad, el incompetente y deshidratado poeta, al acordarse de lo que un día le dijera aquella su amiga de letras que se llevó la Covid a principios de este año, a la prosa se va; pero la poesía llega a ti, no basta con buscarla, aparca al instante la pluma. El verano no es tiempo propicio para las musas. 

martes, 23 de marzo de 2021

Pagar quise yo a la muerte


Pagar quise yo a la muerte
Haciendo un pacto con ella:
Antes de llegar el día
Ella muerte me daría.

Mi suerte en cambio sería,
Tras mi partida funesta,
Mirar lo que pasaría
Desde mi tumba abierta.

¡Me hacía tanta ilusión,
Después de haber fenecido,
Saber si el curso del río
Andaría su camino!

¡Si aquel almendro florido
Que hoy ríe junto al molino
Mañana tendría su aroma,
O si su fruto podrido
También moriría conmigo!

Dispuesto a pagar estaba
Lo que la muerte quisiera
Con tal de seguir yo viendo
Cómo el vaivén de la noria
Continuaba su canto
Embelesando a los pájaros,
Y si a mis hijos la vida
Los mantendría asombrados…

La muerte que nunca miente
Me dijo sabia y prudente:
"Te aconsejo, mi inquilino:
Vive ahora este momento
Si quieres después de muerto
Saborear tu destino".

sábado, 20 de marzo de 2021

Una dulce mentira




Un día alguien me dijo:
No entiendo nada de lo que dices.
Contesté:
Yo tampoco.
Y añadió mi entrañable censor:
Tengo entendido que has cambiado a Dios por la poesía.
Me defendí:
¿Acaso Dios no es una metáfora?
Resolutivo y solemne sentenció mi interlocutor:
Sí. Pero Dios no es una metáfora más. ¡Es la Metáfora!
Ahora era yo el que no comprendía tan extraña definición divina. Y para que me explicara mejor su fe, le pregunté:
¿Algo en lo que creemos, pero al no saber de qué se trata, recurrimos a una imagen para hacernos una idea…?
Y viendo mi amigo en mis palabras una cierta ironía o resistencia a admitir su punto de vista, quiso dar por terminada nuestra conversación:
¡Más o menos!
Luego me quedé pensando: ¿Acaso no soy yo el que fabrico mis propias creencias, las deposito en el altar de mis supuestas verdades, y me arrodillo ante ellas cual fiel devoto necesitado de una dulce mentira? 

jueves, 31 de diciembre de 2020

Estralicas y corbillones


El perro acurrucado en la leñera piensa en los hachazos de la escarcha, estralicas y corbillones, rayos escapados del averno. La noche pasada los iracundos caballos del viento se desataron de sus riendas y ramaleras. Un temporal de frío arreció como nunca. Los cipreses deshilachados se duelen de las coces huracanadas. Eolos los humilló hasta hacerles besar la tierra. Las tejas levantadas. El seto de las zarzamoras, abatido. El agua de la pileta de los animales: una plancha de cristal. Las tuberías reventadas.

Lleva un tiempo el escritor aburriendo a su audiencia con palabras hueras: que si la eternidad del orgasmo, el carácter insondable y místico del beso... La palabra, esta mañana, no sólo está agusanada, como decía el poeta chileno Pablo de Rokha, sino que ha amanecido congelada. Luego, el sol de un fin de año cargado de gusanos reducirá a la nada su engañosa consistencia. La poesía no ha podido detener al covid-19, al huracán y al rayo, al helor, ni al frío. 

El viento gélido de la noche ha quemado el poema. Versos, ayer iluminados; hoy, espuertas cargadas de lunas rotas y manzanas podridas. Los manuscritos, panfletos calcinados como las bugambilla y el galán, corazones quebrados: palabras, palabras, sólo palabras. Ya no besan las palabras con sus silencios; ayer, de amores encendidos; hoy, versos incumplidos, virus a manta.

Es inestable la palabra. La palabra no trasciende más allá de su propio eco. Carece de reciedumbre. Las palabra tienen doble rasero, lo mismo afean la verdad que ennoblecen la mentira. El viento y el helor de la madrugada se deshizo del poema. Las hojas ennegrecidas del hibisco gritan a degüello la callada muerte de su aterida flor acojonada. Mil palabras no bastan para detener la más tenue brisa. Hoy, el poema ya no sirve ni para dar de comer al perro.