viernes, 19 de noviembre de 2021

El secreto de Dios





Un devoto de Dios le preguntó a la mismísima divinidad si era creyente, es decir, si Dios creía en Sí mismo. Aquel día Dios estaría de mal humor, (o tal vez no), a tenor por la respuesta un tanto abierta, agnóstica y desconcertada que le dio a su fiel admirador:
Sinceramente no sé qué decirte. Desde mi sabiduría infinita no me siento capacitado para contestar a tu difícil pregunta. Para mí mismo a veces soy un secreto.
Dios para su feligrés incondicional hasta aquel entonces había sido como su hermano mayor, la referencia más cierta y confiada, ese manual de instrucciones al que su seguidor siempre echaba mano cuando se veía impotente para rearmar las piezas del juguete de su vida. Así que para que no se sintiera defraudado ni escandalizado por su santa teología, Dios hico un esfuerzo y reformuló mejor su respuesta:
Tengo la sensación de un tiempo a esta parte de haberme cambiado por la poesía, esa metáfora pluridimensional, múltiple y, a la vez, unívoca para cada ser en su particular y alocada búsqueda hacia no sabemos dónde.
De no haber sido por su infinita bondad, Dios se hubiese sentido malo por contestar de manera tan irónica, evasiva y difusa a aquel su discípulo puntual. Menos mal que luego Dios, retirado ya en sus bibliotecarios aposentos, se dispuso a leer a Juan Ramón Jiménez, y se sintió corroborado por el poeta y volvió a recobrar aquella su beatífica calma, cosa habitual en él. Y he aquí a continuación lo que del de Moguer Dios leyera:
La poesía, principio y fin de todo, es indefinible. Si se pudiera definir, sin definidor sería el dueño de su secreto, el dueño de ella, el verdadero y único dios posible. Y el secreto de la poesía no lo ha sabido, no lo sabe, no lo sabrá nunca nadie, ni la poesía admite dios. Por fortuna para Dios y los poetas. J. R. Jiménez.. Estética y ética (aforismos y notas. 1907-1954)

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