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domingo, 23 de marzo de 2025

La lengua del corazón



Desde mi estado de sordo severo, no pretendo, (después de haberme llenado de alegría que Sorda, la película de Eva Libertad, recibiera la Biznaga de oro en el festival de Málaga), contraponer el mundo de los sordos frente al de los oyentes. Conviene aunar estas dos realidades. Y que los unos y los otros, sordos analfabetos, sordos ocurrentes, orgánicos, oyentes absolutistas, oyentes metafóricos y excluyentes, construyamos todos juntos, con la ventajas de unos y las desventajas de otros, esa inclusiva torre, la Babel del Mutuo Entendimiento.

Dicen que los sordos somos malpensados y recelosos, que tenemos mala leche, que somos huraños y antisociales. Puede ser. Lo que pasa es que no prestamos mucha atención a maledicencias y engaños. Los duros de oído, por lo general somos personas de carácter tranquilo, tal vez distantes e indiferentes; pero sólo en apariencia, por obligación. Aguantamos impertérritos las desatadas iras de oyentes monoteístas e hipertensos. Nuestra sordera da a nuestro rostro un cierto aire de desinterés y ausencia. Indiferencia que no es insensibilidad, frialdad o desacato a nuestro interlocutor. Si damos esa impresión es porque respetuosamente no queremos entrometernos ni malmeter en asuntos extraños que no están muy claros a nuestras entendederas. Decía Tagore es fácil hablar claro cuando no va a decirse toda la verdad. Por eso tal vez callamos. Tenemos las orejas ensordecidas, pero nuestro ojos están siempre abiertos a las palabras mudas que salen del corazón del otro. Somos capaces de empatizar con la mirada. Los ojos no mienten.

Cuando la palabra no existe, ¿las cosas no son? Eso dicen algunos lacanianos, semióticos y lingüistas. Cuando la palabra, por accidente, imposición, nacimiento o voluntad, no nace de nuestras gargantas, aun es posible acudir al gesto, al plante, al silencio, a la lengua del corazón. Crear, inventar, construir instrumentos útiles y expresiones válidas que sustituyan o acompañen a la palabra allá donde ella no puede llegar. Cuando la palabra no existe, las cosas pueden empezar a ser, puesto que la palabra, y más si ésta es mal dada, más que puente y vehículo de comunicación, es dardo, mentira y espada.

Al principio fue el Verbo. La palabra reverdeció el planeta, llenó de semillas la pradera... Pero cuando la palabra, como elemento electro-sonoro, pierde el poder de recrear y producir un mundo edificante, caemos en pérdida, y por reacción los no oyentes nos refugiamos en las ideas, nos convertimos en seguidores de Platón. Escuchamos desde nuestra caverna a través de las sombras. Reivindicamos unos nuevos paradigmas que saquen a esta sociedad y cultura de su letargo sonoro. Sólo los que se ven privados de la palabra son conscientes de su importancia. Echamos de menos el agua cuando calurosos y llenos de sudor no disponemos de un buen botijo a mano. Cuando la palabra no tiene la carga vitalizadora de generar entusiastas en pos de una meta. Cuando la palabra, vacía de contenido, se devalúa y es arrojada y no percibida, eco perdido entre valles inexistentes, nada toma cuerpo, todo es etéreo. Ni las ideas ya siquiera son comunicables. 

En el bullir caliente de una noche amorosa resurge clamoroso el sonido junto a una  oreja lasciva que deletrea jadeante un te quiero, vida mía, no hay sordo/a que se resista. Por fortuna para los sordos la palabra no se reduce a un complejo sonoro que a través del tímpano llega al nervio auditivo, la palabra toma también forma a través de la insinuación, del tacto, todo un lenguaje de signos suficientes, un cordial abrazo en el que las palabras sobran.

Pero, entiéndanme. Ya lo dije al principio. Y lo repito de nuevo . No ha sido mi intención con esta entrada engrandecer a unos a costa de las limitaciones de otros. Eso sería tener por parte mía mala baba.

martes, 22 de octubre de 2019

La mano que mece la cuna



Como a Platón también a mí se me ocurrió un día acercarme a la casa de Diotima, y preguntarle si era verdad que el amor es lo que mueve al sol y a las estrellas. De ser cierto, -me dijo esta sabia y bella mujer-, hace tiempo que nuestro planeta andaría hecho añicos por los suelos del Universo.

Yo aún no del todo convencido por las palabras de la amiga del célebre filósofo de la vieja Grecia, aquella noche me fui al cine para ver La mano que mece la cuna de Curtis Hanson. Despechado estaba yo por aquel entonces, tras un revés por cuestiones de faldas.

Daba gusto pasear por Murcia al abrigo de la noche compañera. Ni un alma por la calle. Sólo alguna que otra cuadrilla de barrenderos parlotean retumbonamente bajo la bóveda de un cielo encendido de rabiosos desengaños. Algún turista despistado pregunta por el Hispano para tomarse el último whisky antes de meterse en la cama. A la altura de la Plaza Cetina, atravieso Raimundo Seiquer con el semáforo en rojo, licencia que le agradezco a la oscuridad solitaria. La refrigeración del cine Rex acabó con mis pies y parte de mi alma congelados. Paso por santo Domingo y entro en el bar que hace esquina con la calle Trapería. Pido un café bien cargado para sobrellevar el resto de la noche. ¿Cargado de qué? -me pregunta el camarero. Le contesto: ¡Échele un buen chorro de ajenjo para olvidar mis pesares.

El título de la película le viene, por sugerente, demasiado grande al tema. O lo que es lo mismo: se queda corto ante el grave y peliagudo asunto que trata: la instrumentación del amor como venganza. La película, llevada por el suspense, se entretiene demasiado en la hilaridad del drama, perdiendo así profundidad y encanto. De haber el director desentrañado el argumento desde un punto de vista más intimista y sosegado, tal vez yo hubiera salido del cine más reconfortado. Llevado por la múltiple y agitada concatenación de los hechos me quedé, ¡eso sí! desahogado, como si acabase de ver una película del oeste, y comprobar, a mi pesar, que los buenos son siempre los que ganan. Sinceramente me esperaba un filme más ajustado a mis necesidades. Repito, por aquel tiempo andaba yo herido de amor. Laura acababa de decir que no a mis pretensiones de noviazgo. Había preferido aceptar la oferta de casamiento de un sargento chusquero del Cuartel de Artillería. Por mi mente pasaron cosas terribles, desde arrojarle su pequeño caniche muerto a la habitación donde Laura dormía, hasta enviarle una carta falsificada con membrete del conservatorio donde ella cursaba cuarto de travesera, notifícándole su expulsión por consumo de estupefacientes. ¿Cómo es posible que lo que hasta ahora para mí había sido el más sublime y apreciado don, de la noche a la mañana se convirtiera en odio?

En nombre del amor se han cometido en la historia los mayores atropellos. Crímenes derivados de los celos han llenado trágicas e innumerables crónicas de sucesos. El amor, llevado por su generosidad, a instancias inapelables de su corazón dolido, se cree impune y con derecho a cometer las mayores atrocidades y lenocinios.

En apenas el cuarto de hora que tardé en tomarme aquel café cargado de rabia y envidia, dentro de mí se acumularon todas las brutalidades cometidas a lo largo de la historia en nombre del amor. Presidiarios, héroes míticos, célebres infortunados, dioses del Olimpo y hasta el mismísimo Aquiles lucen tatuado en su musculoso antebrazo la emblemática insignia de un Eros con su flecha en celo atravesado. El amor es tan ignorante como ciego, injusto y cruel. El amor como un río en su nacimiento es jovial, limpio, alegre y transparente, pero puede que en su cauce final, o si no antes, se confunda con el lodo del cansancio, la inquina y el desaliento. La misma psicología se sorprende que actitudes nacidas del amor estén tan cargadas de insania. El amor, como lo bueno y lo malo es más bien un concepto subjetivo. La misma bondad majestuosa e invulnerable de un amor revestido de entrega y adoración, puede llagar a transmutarse en el más ignominoso proceder de un hombre posesivo y sin escrúpulos, capaz de descuarizar a su mujer y arrojar poco a poco, cada día al contenedor un trozo de su cuerpo triturado. En todas estas cosas yo pensaba hasta que el camarero me advirtió que debía abandonar la cafetería, pues era hora de cerrar el establecimiento.

Tanto el café como el consuelo de mis reflexiones me reanimaron hasta el punto que desde allí me dirigí a la Barbus. Luego, desde esta discoteca, recuerdo a duras penas que me metí en algunos de los antros que rodean el teatro Circo. Llegué a mi casa de Torre Romo como una cuba.

Y para mi sorpresa, en el mismo portal de edificio, alli estaba Diotima, la confidente de Platón. Ella fue la que me ayudó a subir las escaleras, sacó las llaves de mi bolsillo y me abrió la puerta. Y la misma que al principio de este relato me había dicho que el amor era una quimera, con el tiempo resultó ser la dueña de mi corazón. Y ya va a para quince años que estamos casados.


martes, 2 de octubre de 2012

Sabio excepticismo




Cuantas veces oyó decir:
Siempre nos quedará París,
entendió que ya todo estaba perdido.

Y no sé si ganaba en experiencia, lo mismo que en conocimiento. Lo cierto es que, conforme se hacía mayor, distinguía menos la verdad de la mentira. Y eso era precisamente lo que la mantenía esperanzadamente triste, y tan bella al mismo tiempo.

jueves, 9 de agosto de 2012

La novia cadáver




Oh mujer, que yo no sé
si negarte o si quererte.
Nuestro entronque fue tan fuerte,
que me dejó un no se qué
que estará conmigo siempre.

¡Ay que ver, y qué manía!
Cada muerto en su agonía
se enamora de mi ser.

Y mi cuerpo es su cadáver.
Un poseso soy de él,
resucitado en su carne
jubilosa y carcomida.

jueves, 19 de enero de 2012

Amor de cine



Anoche en la televisión el hombre vio a Clint abrazar tiernamente a Meryl. Y luego quiso él hacer lo mismo con su señora en la cama. Y la mujer se siente tan querida y extrañada que piensa que no es real lo que le pasa.

La mujer, tal vez sepa que el hombre disimula. Y no se queja de envidia, ni la rabia la hace esquiva y recelosa. Tampoco se siente sustituida y despreciada por las sobras de un amor que el hombre le regala, y que tuvo su mayor auge en la película.

Y el hombre se pregunta por qué es tan duro de mollera, y se deja impresionar más por el filme y por las letras del periódico que ahora con tanto ahínco ojea, que por la sonrisa del sol de esta mañana, el desayuno atento que ella le dispensa, la quietud del instante, y su belleza.

Tal vez la mujer sepa que el amor, más que en la vida real, más fácil es conseguirlo en el sueño y la quimera.

jueves, 7 de enero de 2010

Cerezos en flor



“Cerezos en flor”, film de Doris Dörrie, o de como la muerte de Trudi (la esposa) cura a Rudi (el marido) aquejado de una ceguera cargada de racionalidad, rigidez y aspereza. Pudo también llamarse este film "Bailar con muertos", o lo que es lo mismo: rescatar y corregir el pasado y convertirlo en presente lúcido por medio de una danza global y sentida. Su protagonista: la callada Trudi mientras vivió. Y luego, tras su muerte inesperada: su vívida ausencia que remodela y configura desde las sombras del más allá el temperamento de un marido, antes metódico y distante, y ahora, por el luto y el recuerdo de su mujer fallecida, convertido en un ser tierno, entrañable y repleto de empatía.

No entiendo de cine. Sólo que me cae bien una película cuando de alguna manera descubro en ella algo que tiene que ver conmigo, que aviva mi sentir o que reproduce escenas que me interpelan, que me retratan, aunque sea para mal o en mi contra, que me remueven, que me llevan y que me traen sin darme cuenta por caminos que sin ser mios y parecer nuevos, llevan a hombros las mismas dudas y encrucijadas por las que a diario transito.

Y si además veo esta película con alguien a quien quiero y con quien comparto mi fluir efímero hacia la muerte, ¡pues mucho mejor! Fugacidad, brevedad, iniciación y tránsito. Mi cuerpo lleva en sus genes los días contados. Y precisamente tal vez de esta limitación, flor efímera del cerezo, arranque tanto la belleza como el placer de mi vivir perecedero.

Fue previsora Trudi en vida, siempre preocupada de la enfermedad terminal de su marido que le sobrevive por sorpresa; y luego, incluso después de muerta, bien vela por él a través de Yu, una cómica bailarina, desprendida y servicial, que parece la misma Trudi reencarnada y siempreviva. Por cierto Aya Irizuki (Yu) en su papel secundario, simple e irrevelante, se muestra reveladora e imprescindible, llave, guía y resolución de un conflicto en el que el expectador, yo en este caso, atrapado fui por su sencillez, candor y clarividencia holística, al mismo tiempo que sobrecogido por la hermosura de la caducidad propia de la vida.

Y como Trudi, que se alimentó de la muerte de su esposa hasta el punto de confundirse, travestirse de ella sin importarle incluso el ridículo, quisiera yo sobrevivir ilusionado la momentaneidad de los días.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Laicidad


Las editoriales nos muestran cada vez con más relevancia el nombre del autor que el título de los libros que publican. No vende una buena historia, un cuadro, una escultura, sino su creador. De hecho si me preguntan como se llama la última película de Amenabar no sabría decirlo, en cambio enseguida me vendría a los ojos de la memoria el bello rostro de Rachel Weisz. Y es que un nombre tiene la virtud de contaminar o inmortalizar una historia. Tampoco sé como se llama la última novela de Umberto Eco, pero sé que la leeré se llame como se llame.

Y esta fe ciega en el "autor" por encima de su obra me recuerda aquel argumento ex auctoritate al que recurría mi viejo para convencerme que lo que él decía, tuviese o no razón, iba a misa.

Cría fama y échate a dormir.

Conozco yo a un sommelier con una nariz de oro que sabe la denominación de origen de cualquier vino, en cambio se vanagloria de que nunca ningún caldo llegó a visitar su abstemio tonel gástrico. Y es que a veces esa manía de preguntarnos por la autoría de la belleza impide gozarnos con el placer de la misma. Y hablando de recuerdos tengo yo un amigo con el que salgo de viaje de vez en cuando. Y cuando pasamos por un mirador desde el que se ve el insondable mar, me hace parar el coche para extasiarse con su contemplación y preguntarse ¿quién será el artífice de semejante maravilla? Y mientras yo aprovecho sus dilatadas cogitaciones demiúrgicas para zambullirme en la hermosura de las aguas.

jueves, 15 de octubre de 2009

La dignidad de los nadies



Antes de ver "La dignidad de los nadies", film de Pino Solana que con motivo de la Campaña Pobreza Cero se proyectó el otro día en la universidad de Murcia, había leído algo sobre los poderes mágicos de la música y su canción:

"¿Y cómo vas a recoger el trigo / y alimentar el fuego / si yo me llevo la canción?" (León Felipe)

"La dignidad de los nadies" es un testimonio conmovedor de solidaridad y resistencia (pobres, desocupados, piqueteros, indigentes) en la Argentina de los primeros años del segundo milenio contra los reajustes globalizadores del mundo capitalista y cuya consecuencia es la postergación de los más débiles en guetos de marginación y miseria.

En un momento del documental, para mí el más impresionante, es cuando los que llenan la sala se enfrentan al fiscal. El duelo entre "derecho" y "justicia" toca techo. Las espadas en alto. El pueblo de nuevo reprimido, desalojado por el "orden establecido", la contradicción de la democracia, su partenaire. Y es entonces cuando los asistentes otra vez reprimidos ¡que contrasentido, en la misma casa de la justicia! embisten con cantos interminables de disuasión y esperanza.

Y en sus canciones a una como espigas y barricadas yo vi la dignidad de "los nadie" proclamada, y su libertad, aunque dolorida, por encima de los esbirros de las finanzas. Deberían aprender las fuerzas antidisturbios. Y como armas disuasorias la policía en lugar de lanzar contra los nadies cañones de agua, mamporrazos, pelotas de goma y gases lacrimógenos cantaran el himno de los esclavos de Nabucco: "¡O mia patria piu bella e perdutta!

lunes, 9 de marzo de 2009

Escena viva

“Dentro de mi no existo sino exteriormente” Pessoa
En medio de la sala un espectador se levanta como un resorte de la butaca y se dirige al público que en ese momento sigue la película con la avidez y concentración que despierta su trama.
¡Ese soy yo!
Si el director de esta cinta viera la exaltación de esta exclamación gritada con la loca emoción de su enajenación vivida, satisfecho quedaría de su obra. Pues eso precisamente es lo que el autor quería: que cuando el público visionara su filme, identificado con su historia quedara hasta el punto de confundirse con su personaje central. Y el director, al contrario del público que en ese momento culminante de la película mandó callar y expulsar con sus abucheos al espectador que no pudo contener sus gritos de identificación empática, hubiese agradecido y felicitado al sensible alborotador de la sala:
Yo me inventé este historia para hacer que tú la vivieras.
Y es que el espectador tenía la sensación de ser movido por alguien que desde fuera le hacía clamar que no era él, sino la escena viva que miraba. Y así existen seres con tanta suerte que son las gotas del agua que llueve, la montaña que contemplan o el tranquilo azul del aire que en sus párpados se detiene.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Que soy yo misma



“La imagen de Stern "The Last Sitting", una
de las últimas fotografías de Monroe antes
de su muerte, se vendió el miércoles 17 de
diciembre 2008 por 146.500 dólares”
(Reuters)


¡Y de qué manera lo que somos es hechura, no nuestra, sino de quienes atentamente nos observan, pues nos comportamos tal como los otros nos ven, y construimos nuestra personalidad a la medida de su mirada querida y creadora!

Si soy arisca y fría es porque arrojaste tus ojos de hielo sobre mi carne de esponja y al instante mi ardiente estima quedó congelada, aplastada por el témpano de tus pupilas de acero.

Y si por el contrario me manifiesto cálida y entrañable es porque antes tus labios tiernos se posaron en mi cara y borraron mis sombras, de colores encendieron mi cuerpo entero.

O si tal vez fuera maleta de cartón llena de nostalgias, inalcanzable, manoseada o vieja, tal vez mejor no fuera.

Picasso, Cervantes, o el último Nobel galardonado no fueron premiados por sus obras, sino por galeristas, visitantes, lectores, compradores, mecenas y halagadores. Que hay más pintores, y mujeres mejores, escondidas en los sótanos del museo de la vida que artistas celebrados en el mundo entero.

Y de nuevo la pescadilla se muerde la cola y no quiero reconocer que el desprecio, la indiferencia que siento por mi hermosura nace de mi corazón podrido y distante, que soy cabezota y me digo que la culpa siempre es del otro. Y no hay otro, que soy yo misma.

martes, 2 de septiembre de 2008

Charlize Theron



Si habla en broma dicen que sus palabras rebosan hondura y seriedad. Y si se esfuerza por sacar de su cerebro lo más sublime de su intelecto, lo tildan de vulgar y pelagatos. Cuando intenta ceñirse lo más que puede a lo concreto, dicen que desvaría. Y si escapado de los acontecimientos lanza sus ideas a los vientos de la fabulación más absurda, alaban su concisión y pragmatismo. Cuando describe las cosas tal como son es el más disoluto de los sarcásticos. Y si alguna vez se le ocurriera adobar sus puntos de vista de cinismo, lo acusarían de ridiculizar injustamente los sentimientos ajenos.

Así como la noche no es un doblete del día, nadie se acuesta para seguir despierto. Y es esta incomprensión la que tiene confundido a Woody. Sobre todo hoy que, en lugar de soñar con Charlize Theron, lo hace con la mujer que tiene por compañera durante más de treinta años. Lo que se dice fidelidad a pajera abierta.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Mándame una señal


Anselmo es tímido y egoísta. Piensa más en su propia y lejana muerte que en la de su amigo que tiene los pies casi en el otro mundo. Si Anselmo fuese un hombre osado le haría esta encomienda a su amigo el moribundo.

Este sería su recado interesado:

“Cuando estés al otro lado del río Aqueronte hazme llegar tu dirección o al menos enviáme una señal.”

El título de la película de Eliseo Subiela “No te mueras sin decirme a donde vas” resume a las claras este encargo abortado, no dicho, pero sí muy deseado por Anselmo.

Si Anselmo no viera hoy a su amigo con esa expresión tan extraña, su mirada ausente, mística, clavada ya en la nada, le preguntaría sin tapujos, que una vez instalado en la otra orilla, le envie una misiva diciéndole si es verdad eso que dicen que la muerte es el derrumbamiento de la casa del recuerdo, la trastienda del olvido; le preguntaría si sobre las ruinas de su cuerpo icinerado es posible construir algo vivo.

Si Anselmo tuviese el valor de mirar directamente a los ojos de la muerte que ya oye revolotear por la cavidad de los huesos de su amigo, le diría:

“Mañana cuando estés en la casa de los muertos, pásate como siempre por el bar de la esquina, nos tomamos un café, olemos su aroma, y me cuentas si la muerte te ha vestido del revés, si se acabaron tus reumas, si te deslumbraste al cruzar la laguna de Estigia.”

Si Anselmo fuese un hombre atrevido y no tuviese ese sagrado respeto a los ojos endiabladamente fijos de su amigo que agoniza, se descararía sin vacilar con su amigo el moribundo:

"Dime mañana después de tu entierro, si es cierto que la muerte alimenta la vida, si la colma de sentido y le pinta de almibar su cara. Dime si hice bien en sembrar tus cenizas en el huerto para que el sol siga vistiendo de amarillo la flor de la calabaza y pinte de azules la sonrisa de tus nietos. Amigo, tienes los minutos contados, te vas a morir sin remedio, dime mañana después de muerto si se acabaron para siempre los amaneceres y los almuerzos con tus deudos, dime, amigo, si mereció la pena haber vivido."