Desde mi estado de sordo severo, no pretendo, (después de haberme llenado de alegría que Sorda, la película de Eva Libertad, recibiera la Biznaga de oro en el festival de Málaga), contraponer el mundo de los sordos frente al de los oyentes. Conviene aunar estas dos realidades. Y que los unos y los otros, sordos analfabetos, sordos ocurrentes, orgánicos, oyentes absolutistas, oyentes metafóricos y excluyentes, construyamos todos juntos, con la ventajas de unos y las desventajas de otros, esa inclusiva torre, la Babel del Mutuo Entendimiento.
Dicen que los sordos somos malpensados y recelosos, que tenemos mala leche, que somos huraños y antisociales. Puede ser. Lo que pasa es que no prestamos mucha atención a maledicencias y engaños. Los duros de oído, por lo general somos personas de carácter tranquilo, tal vez distantes e indiferentes; pero sólo en apariencia, por obligación. Aguantamos impertérritos las desatadas iras de oyentes monoteístas e hipertensos. Nuestra sordera da a nuestro rostro un cierto aire de desinterés y ausencia. Indiferencia que no es insensibilidad, frialdad o desacato a nuestro interlocutor. Si damos esa impresión es porque respetuosamente no queremos entrometernos ni malmeter en asuntos extraños que no están muy claros a nuestras entendederas. Decía Tagore es fácil hablar claro cuando no va a decirse toda la verdad. Por eso tal vez callamos. Tenemos las orejas ensordecidas, pero nuestro ojos están siempre abiertos a las palabras mudas que salen del corazón del otro. Somos capaces de empatizar con la mirada. Los ojos no mienten.
Cuando la palabra no existe, ¿las cosas no son? Eso dicen algunos lacanianos, semióticos y lingüistas. Cuando la palabra, por accidente, imposición, nacimiento o voluntad, no nace de nuestras gargantas, aun es posible acudir al gesto, al plante, al silencio, a la lengua del corazón. Crear, inventar, construir instrumentos útiles y expresiones válidas que sustituyan o acompañen a la palabra allá donde ella no puede llegar. Cuando la palabra no existe, las cosas pueden empezar a ser, puesto que la palabra, y más si ésta es mal dada, más que puente y vehículo de comunicación, es dardo, mentira y espada.
Al principio fue el Verbo. La palabra reverdeció el planeta, llenó de semillas la pradera... Pero cuando la palabra, como elemento electro-sonoro, pierde el poder de recrear y producir un mundo edificante, caemos en pérdida, y por reacción los no oyentes nos refugiamos en las ideas, nos convertimos en seguidores de Platón. Escuchamos desde nuestra caverna a través de las sombras. Reivindicamos unos nuevos paradigmas que saquen a esta sociedad y cultura de su letargo sonoro. Sólo los que se ven privados de la palabra son conscientes de su importancia. Echamos de menos el agua cuando calurosos y llenos de sudor no disponemos de un buen botijo a mano. Cuando la palabra no tiene la carga vitalizadora de generar entusiastas en pos de una meta. Cuando la palabra, vacía de contenido, se devalúa y es arrojada y no percibida, eco perdido entre valles inexistentes, nada toma cuerpo, todo es etéreo. Ni las ideas ya siquiera son comunicables.
En el bullir caliente de una noche amorosa resurge clamoroso el sonido junto a una oreja lasciva que deletrea jadeante un te quiero, vida mía, no hay sordo/a que se resista. Por fortuna para los sordos la palabra no se reduce a un complejo sonoro que a través del tímpano llega al nervio auditivo, la palabra toma también forma a través de la insinuación, del tacto, todo un lenguaje de signos suficientes, un cordial abrazo en el que las palabras sobran.
Pero, entiéndanme. Ya lo dije al principio. Y lo repito de nuevo . No ha sido mi intención con esta entrada engrandecer a unos a costa de las limitaciones de otros. Eso sería tener por parte mía mala baba.
Pero, entiéndanme. Ya lo dije al principio. Y lo repito de nuevo . No ha sido mi intención con esta entrada engrandecer a unos a costa de las limitaciones de otros. Eso sería tener por parte mía mala baba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario