lunes, 28 de abril de 2025

Vida y literatura



Ut pictura poiesis (la poesía es como la pintura). Estas palabras de Horacio generalmente se utilizan para dar a entender que el arte adopta distintas manera de expresarse, ya sea a través de la escritura, la poesía, la pintura....

Hay cosas que para decirlas, según sea su naturaleza, requieren un género literario apropiado. Contar una historia, escribir un relato, hechos que se suceden dentro de las coordenadas reales del espacio y el tiempo les va mejor la narrativa. En cambio para mostrar las pasiones, el sentimiento, el deseo, no hay nada como un poema.

Y al ser mi amigo por un lado andadura y tierra; y por otro, aire y sueño, para referirme a él tendría que acudir tanto a la prosa como al verso. Su obra y su compromiso fueron siempre de la mano. Al menos ese era su intento, una de sus manías: que su filosofía de vida se acoplara a la praxis que, tanto lo que decía como lo que hablaba, tuviese una función transformadora.
Si yo creyera en el alma
y me dieran a elegir
en qué parte de mi cuerpo
he de guardar el sentir,
me gustaría decir
que mi alma son las letras.
¡Que las letras sean mi vida!
Aún hoy oigo indeleble y nítido el sabor de aquel mi primer encuentro, su amor apasionado por los libros, el lenguaje. Él me mostraba sus lecturas. Y subrayaba las frases como labrador que enyunta bueyes. La cosa es el nombre. Me citaba a Octavio Paz. Y para que el sentido de lo que leía no se le escapara, mi amigo abrazaba los párrafos, lo sustancial, con un círculo rojo, al igual que un vaquero enlaza el ganado, como el niño aquel que cogía una paloma y no la soltaba hasta que la paz entre Rusia y Ucrania, entre Israel y Palestina no fuese firmada. La palabra paloma estaba allí, pero el pequeño no veía salir de sus letras abrazos ni caricias. La palabra estaba hueca, no tenía labios que la besaran, ni de sus senos alimento ni leche brotaban.

Y recuerdo como mi amigo asía con sus dedos, con tino el lápiz, su caña de pescar significantes, la aguja de coser significados. Y los peces de colores de las palabras revoloteaban alegres en el cesto de sus libros entre sus manos, por las calles y las plazas, por los campos libres de la concordia.


viernes, 25 de abril de 2025

Bula papal


 
Recuerdo el cuadro colgado en el salón principal de la casa de mi abuelo. Desde el centro de la pared dominaba la estancia con un olor rancio a rezos de iglesia. Bajo su límpido cristal el vetusto pergamino resplandecía beatífico a la luz sonriente del ventanal esmerilado. Este cuadro por su situación preferente y por su dorada y bien labrada moldura debería tener un gran valor para mi abuelo. La foto del vicediós encabezaba el texto, a continuación una ristra de palabras escritas en el oscuro idioma de los sagrados enigmas, indulgente hológrafo con rendida pleitesía aguantaba el sacrosanto busto de un santo padre policromado. La Bula papal estaba escrita en latín. Para mi corta y analfabeta edad aquella efigie, siempre me resultó intrigante. Sentía por el cuadro una asidua curiosidad. Cada vez que iba a su casa, lo primero que hacía era ponerme firme delante del cuadro como si estuviera en presencia del Jefe Supremo de todos los Ejércitos del Mundo. Siempre me atrajo el misterio que se escapa de cualquier cara desconocida. El hierático rictus de aquella impenetrable y pontificia estampa enardecía aún más el deseo de saber por qué mi abuelo, (persona descreída y nada mojigata), tenía tanta estima por beatería semejante.

Hasta que un día mi abuelo al verme tan antojadizo por el cuadro de los rimbombantes tentáculos gráficos me dijo: Cuando yo muera este cuadro será tuyo. Confiado por tal regalo le pedí que me revelara la importancia de aquel manuscrito. Y esto es lo que me dijo:
Fue todo una pura casualidad. Aquella noche salía yo de la casa de una vieja amiga a la que solía visitar para apagar las lumbres de mi viudez en barbecho, cuando un hombre de esos que se ganan la vida recurriendo al ingenioso arte del timo, me ofreció este legajo que ves incrustado en este elaborado cuadro. Una ganga -me dijo-, ganar el cielo por tan solo treinta euros, la bendición papal firmada por su santidad en persona, única oportunidad en exclusiva que le hará a usted merecedor de las plenarias indulgencias que precisará su alma en pecado el día del juicio final. Llevado de la alegre generosidad de mi natural carácter consideré avispada la ocurrencia de aquel hombre, y satisfice con creces el precio que me pedía.
Yo me casé. Mi abuelo murió hace ya más de veinte años. Y en su recuerdo, coloqué en la entrada del despacho de mi nueva casa el cuadro de la Bula del Santo Padre que mi abuelo me había donado en vida. No hubiera hecho mención a este incidente si no fuera porque el otro día, vino a casa el arcipreste de la parroquia para ultimar la transferencia de unos dineros por la compra por mi mujer de un panteón en el cementerio eclesiástico. El arcipreste se quedó mirando el pergamino de mi abuelo. Y dijo presto: 
¡Ah no! Esto es una copia, una estafa, está clarísimo. El estampado del sello de esta bula pontificia no es auténtico, su secado es artificioso. Si no tiene usted inconveniente lo llevaré al arzobispado para que lo sometan a las pertinentes pruebas de autenticidad. 
Le di las gracias, le dije que prefería que el pergamino no saliera de casa. Fue entonces cuando él sugirió traer una bendición papal, pero en este caso verdadera, para que pudiéramos cotejar las dos y comprobar cuál era en verdad la falsa. Así se hizo. Al día siguiente por medio del sacristán me envió una inequívoca Bula papal. Yo sinceramente entre las dos no aprecié diferencia alguna. Por detrás marqué con una equis la mía, la de mi abuelo.

Y aquella misma tarde me dirigí al hospital donde un amigo mío trabaja como anestesista. Le pedí que pusiera debajo de la cabecera de dos enfermos cada una de las dos bendiciones. A la mañana siguiente, mi amigo me llamó diciendo que uno de los enfermos había muerto a la media hora de haberle adosado la bendición papal. Me fui inmediatamente al hospital y allí pude comprobar que, en contra de mi pronóstico, la bendición papal que yacía junto al difunto no era precisamente la que yo había marcado. En cambio el enfermo al que le habían puesto la que debería ser la bendición falsa según el criterio del arcipreste, le habían dado el alta completamente restablecido.

martes, 22 de abril de 2025

Redención


 
Ayer, el mayor placer y orgullo para la madre era comentar la proeza de su hija. Hoy, en cambio la sola mención de circunstancia tan honrosa es un cuchillo que a la madre le despedaza en canal como a un cordero. La hija hace un año que se despidió diciéndole que se iba por una temporada a un país desprotegido del cuerno de África como voluntaria de una Onegé para combatir la trata de mujeres explotadas. Su trabajo consistiría en abortar en origen, convencer a esas entusiastas emigrantes que su contrato laboral por parte de empresarios aparentemente valedores era todo un engaño, y que todas ellas acabarían siendo víctimas de un negocio de prostitución en un país extranjero, si no renunciaban a su sueño de emancipación mal encauzada.

La madre, como animal acosado por un círculo de fuego, da mil vueltas al rededor de sí misma. Las ideas se le resisten, se agolpan a su alrededor como alacrán asediado por un anillo en llamas. ¿Habéis visto a un inocente asumiendo un delito jamás cometido? Algo parecido le ocurre a esta mujer. Acaban de de comunicarle que su hija está presa en la cárcel de mujeres de Albocàsser. La culpa le corroe sin haber hecho nada malo. Una madre no puede desentenderse de una hija en peligro. Sería algo contrario a su instinto, como esa mujer que hace poco murió en un bar de Torreagüera por ponerse delante de su hija, cuando su ex pareja intentaba matarla de un disparo. La madre murió por salvar a su hija.

La madre, a la que ahora nos referimos, tan intensamente piensa en su hija, que se confunde con ella. Y se siente responsable del delito que su hija cometió. Si ella pudiera auto-inculparse lo haría sin titubeo alguno. Más llevadero le sería ahora a la madre sufrir en sus propias carnes lo que allá en la cárcel estará pasando su hija. El dolor, la rabia y el llanto le impiden pensar en nada. De seguir así, la madre acabará desmoronándose por completo, como esas casas viejas que se vienen abajo por la humedad de las lágrimas que socava sus cimientos.

A la hija le sucedió lo que ahora le ocurre a la madre, de tanto querer identificarse con la causa de querer salvar del proxenetismo a unas inocentes criaturas desfavorecidas, acabó siendo pareja del jefe de la trata de blancas. Luego lo que ocurrió ya es sabido. La hija sufre condena por dar la cara por su amante, el capo aquel que daba empleo falso a mujeres subsaharianas para explotarlas luego sexualmente en Europa. Mientras, el cabecilla de la mafia acampará a sus anchas este verano por las hermosas playas del mar Egeo.

domingo, 13 de abril de 2025

Los ruidos del silencio


Harto de los ruidos de mi casa, del extractor de la cocina, de la cháchara del vecino, de los ladridos del perro, de la visita inoportuna del cobrador del recibo de los muertos..., andaba yo desacertado sin poder escribir nada, a pesar del montón de ideas que alborozadas a mi imaginación venían. Y cuanto más una historia llamaba llena de inspiración y pujanza a la puerta de mi inspiración creadora, mi mujer al momento me reclamaba: ¡Nene, échale un ojo a la sartén, dale la vuelta a las berenjenas, que no se quemen! Y las generosas ideas al olor de los refritos del aceite requemado y de las encomiendas de mi esposa, espantadas desaparecían y buscaban otro escritor más acogedor y complaciente.

Para poder trabajar pues más concentrado pedí prestado a un amigo un apartamento que tenía desocupado a tres manzanas de mi casa. Y allí me recluí con mis bártulos de escribir: diccionario, gramática, un pequeño ordenador, una cafetera bien cargada y un cartón de tabaco de estraperlo. Me instalé como un príncipe en un despacho regio contrachapado de roble, totalmente insonorizado, con un gran ventanal frente al jardín de un gran patio de luces de plantas exóticas engalanado. El lugar era silencioso, ideal para que las ideas vinieran libres y sin mordaza, y al ver lugar tan propicio y confortable, (eso creía yo), no sólo anidarían allí gustosas, sino que florecerían en textos bellos e ingeniosos. Tal era la noble procedencia y acomodo de estas futuras creaciones, que sin duda alguna luego serían celebradas por lectores ávidos y satisfechos por tanta exuberancia literaria como acumularían sus páginas.

Por desgracia no fue así. Mi cabeza y mis dedos acostumbrados al bullicio de mi casa, a las demandas de mi mujer, a las trifulcas de los niños..., no daban pie con bola sobre el teclado del ordenador, y mi imaginación de por sí tan vergonzosa y sensible, viéndose rehén en ambiente tan extraño y distinto en el que anteriormente estaba, asustada huyó a estampidas como humo que escapa del infierno.

Una semana estuve cruzado de pies y manos sin dar un palo al agua como rey emérito en su poltrona desierta de Arabia. Aquellas maravillosas ocurrencias literarias que cuando estaba en mi casa a borbotones me venían, ahora en ambiente tan idílico y tranquilo se escurrían entre mis manos en barbecho.

Desanduve el camino pues, le devolví el piso a mi amigo, me recluí de nuevo en la jaula con los leones de mi casa. Y en tan sólo un par de días, sin parar a todas horas, pude terminar mi último libro de poemas (Los ruidos del silencio). Como primicia primorosa que sin duda alguna, mañana denostada será por la crítica más locuaz y estrepitosa, aquí os dejo para que gustéis el primer cuarteto de esta obra a contrahílo:

Instalado en el suplicio vocinglero,
rodeado de alborotos y jaleos,
me solazo y me recreo en el bullicio
con el canto de los ruidos del silencio.

Los ruidos que nos acompañan por dentro son más estridentes y molestos que aquellos otros que nos trepanan por fuera.


jueves, 10 de abril de 2025

El mundo patas arriba



Mi oficio de juglar me obliga a husmear, buscar gestas y leyendas por cualquiera de los rincones de esta comarca..., para ir luego, a mis anchas, de pueblo en pueblo, por mercadillos y plazas, declamando chismes, desmitificando locuras, ironizando ocurrencias; necias, algunas; y otras, ciertas. Soy testigo, voz y teatrero de lo que me cuentan, ocurre y cuento, me imagino, o miento. Así me gano la vida con los aplausos de unos y los abucheos de otros, y la poca calderilla que agradecido recaudo en mi limosnera de esparto.

Ahora estoy en el monasterio de Santa María de la Rábida, lo mismo que mañana, otro al igual que yo estará en el Despacho Oval de la Casa Blanca, recabando a su Presidente el por qué de su prepotente intento de colonizar Groenlandia. La historia, para bien o para mal, se repite tras una mala digestión de migas con ajos, o paparajotes con canela, o un buen chute de Coca Cola.

Sé que Segismundo Henrique pasa unos días en Palos de la Frontera. Por mediación de fray Juan Pérez quiero entrevistar a este prófugo navegante al que también llaman Colón. El hermano guardíán me recibe acreditado mostrándome su mano bendita para que arrodillado se la bese. Me hace pasar a una sobria y recogida pieza de este convento. Me dice: Aguarde, bardo de pacotilla, a que el Almirante del Mar Océano asome por la celosía de clausura. Aguardo con calma, igual que espera el puerto de Huelva ver amanecer el alba cada día. En la pared frontal de esta estancia, veo extendida una bandera old glory con trece franjas y un montón de estrellas blancas. Y tambien un santo pendón que cuelga a su lado, estandarte con prepotencia y alevosía clavado en las playas vírgenes de un país invadido e ignoto.

Tal como el padre prior me advierte, debo ser cortés, breve y respetuoso, que mis preguntas se ciñan a la pleitesía y al acatamiento que merece todo un lobo de mar, protegido por la mismísima reina Isabel, al igual que protegido, dentro de varios siglos, lo será un tal Donald Trump: un dios de barras rojas, coronado por una gorra de golfl salvará a este sátrapa ignorante de morir de un errado disparo en una de sus siete orejas arancelarias. El prior además me obliga a que le pase por escrito las preguntas que le voy a hacer al recién nombrado virrey colombino. Y añade: la obligación de todo “secretario” es saber de antemano los “secretos” relacionados con nuestros señores.

Dentro de unas horas el Navegante zarpa rumbo a otras tierras por conquistar. Don Colón, (¡sí, de colon-izar!), lleva luenga capa con ribetes izados de piel de armiño. Escarpines y medias de cardenal. Por debajo del birrete, una pelambrera bien cuidada emana de su cabeza de prócer advenedizo. Sus ojos reflejan las aguas tumultuosas de los siete mares del globo terráqueo, sin olvidar por supuesto el Golfo de América, seudónimo este escogido a última hora para camuflar su verdadera identidad y así atravesar inmune y sin coste alguno el canal de Panamá. Su empaque y atrevida gesticulación le dan un aire de soñador de lunas imperiosas. La bellaquería de bucanero, que le surca el rostro, revela su extraño nacimiento. Nacimiento oscuro. Bestia intimidatoria, monstruo vestido con luengo abrigo negro en volandas, con pelambrera rubia al aire de ymca song. Jinete a lomos de los cuatro caballos del Apocalipsis: el de la Conquista, el de la Guerra, el Hambre y la Muerte.

Luego que el colonizador de ayer, al igual que el de mañana, supo el contenido de las preguntas, dio por supuesto suspendida la entrevista. Hizo una señal con el pulgar y el índice de su mano derecha, como quien dispara a bocajarro a su blanco más cercano. El abad Juan Pérez o un tal Marcos Rubio, yo qué sé. A estas alturas del relato no sé ya de quién hablo. Confundo a Putin con Santiago, la Isla de San Salvador con Gaza, la Riviera Maya con Cuba, Cuba con Miami, Palestina con Israel, el mar Cántabro con Miguel Ángel, las churras con las merinas, a Ursula von der Leyen con Xi Jinping ... Pero el fraile bien entendió la señal del Almirante. Pues al momento, báculo en mano alzada, mandóme ajusticiado desalojar la sala.

Adenda última: Para el conocimiento de la audiencia que no pudo presenciar la representación de la entrevista suspendida, sólo decir que pienso seguir pregonando con rima, laudes, campanillas y mofas por estos mundos de Dios, para que los que sepan, entiendan; y los que entiendan, escuchen y digan a los cuatro vientos: Si dejamos que tipos así manejen el timón de nuestra travesía, el barco de nuestro mundo acabará patas arriba.