domingo, 13 de abril de 2025

Los ruidos del silencio


Harto de los ruidos de mi casa, del extractor de la cocina, de la cháchara del vecino, de los ladridos del perro, de la visita inoportuna del cobrador del recibo de los muertos..., andaba yo desacertado sin poder escribir nada, a pesar del montón de ideas que alborozadas a mi imaginación venían. Y cuanto más una historia llamaba llena de inspiración y pujanza a la puerta de mi inspiración creadora, mi mujer al momento me reclamaba: ¡Nene, échale un ojo a la sartén, dale la vuelta a las berenjenas, que no se quemen! Y las generosas ideas al olor de los refritos del aceite requemado y de las encomiendas de mi esposa, espantadas desaparecían y buscaban otro escritor más acogedor y complaciente.

Para poder trabajar pues más concentrado pedí prestado a un amigo un apartamento que tenía desocupado a tres manzanas de mi casa. Y allí me recluí con mis bártulos de escribir: diccionario, gramática, un pequeño ordenador, una cafetera bien cargada y un cartón de tabaco de estraperlo. Me instalé como un príncipe en un despacho regio contrachapado de roble, totalmente insonorizado, con un gran ventanal frente al jardín de un gran patio de luces de plantas exóticas engalanado. El lugar era silencioso, ideal para que las ideas vinieran libres y sin mordaza, y al ver lugar tan propicio y confortable, (eso creía yo), no sólo anidarían allí gustosas, sino que florecerían en textos bellos e ingeniosos. Tal era la noble procedencia y acomodo de estas futuras creaciones, que sin duda alguna luego serían celebradas por lectores ávidos y satisfechos por tanta exuberancia literaria como acumularían sus páginas.

Por desgracia no fue así. Mi cabeza y mis dedos acostumbrados al bullicio de mi casa, a las demandas de mi mujer, a las trifulcas de los niños..., no daban pie con bola sobre el teclado del ordenador, y mi imaginación de por sí tan vergonzosa y sensible, viéndose rehén en ambiente tan extraño y distinto en el que anteriormente estaba, asustada huyó a estampidas como humo que escapa del infierno.

Una semana estuve cruzado de pies y manos sin dar un palo al agua como rey emérito en su poltrona desierta de Arabia. Aquellas maravillosas ocurrencias literarias que cuando estaba en mi casa a borbotones me venían, ahora en ambiente tan idílico y tranquilo se escurrían entre mis manos en barbecho.

Desanduve el camino pues, le devolví el piso a mi amigo, me recluí de nuevo en la jaula con los leones de mi casa. Y en tan sólo un par de días, sin parar a todas horas, pude terminar mi último libro de poemas (Los ruidos del silencio). Como primicia primorosa que sin duda alguna, mañana denostada será por la crítica más locuaz y estrepitosa, aquí os dejo para que gustéis el primer cuarteto de esta obra a contrahílo:

Instalado en el suplicio vocinglero,
rodeado de alborotos y jaleos,
me solazo y me recreo en el bullicio
con el canto de los ruidos del silencio.

Los ruidos que nos acompañan por dentro son más estridentes y molestos que aquellos otros que nos trepanan por fuera.


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