viernes, 21 de marzo de 2025

Entre Heráclito y Parménides



Al verme tan atolondrado, yendo de aquí para allá como rabo de lagartija, más o menos esto me dijiste:
Lo que necesitas es encontrar la calma, debes olvidarte de todo, dejar tu mente en blanco. Detener tu imaginación. “¡Ay, la loca corretera de tu casa, cuántos males te acarrea!” Has de saber que no es cierto aquel dicho de Descartes “Pienso, luego existo”. Dejar de pensar no es dejar de ser. Al contrario, debes vaciar tu mente, centrarte sólo en el quieto e inmóvil instante del ahora, olvidarte de los sin embargo y los pero, sólo así conseguirás llenarte, ser consciente de tu verdadera y plena identidad. Existe sólo lo que permanece. El momento presente es la parte esencial de tu existencia, no lo dejes escapar como agua que se escurre inútilmente entre los dedos de tus manos. A todas horas eres bombardeado por el pasado y el futuro, ambos inexistentes, por lo que has hecho o por lo que tienes que hacer. El camimo de la conciencia no está en el trasiego, ni en el ruido de los engranajes de tus pensamientos críticos. Tampoco en la mente. Precisamente la no-mente es el estadio previo al Conocimiento. Por eso es preciso que te detengas, que salgas de ti, como si tus racionamientos y emociones no fueran contigo. Así fue como los profetas consiguieron ver la tierra que Yavé tuvo a bien mostrarles.
La verdad es que al escucharte sentí una cierta envidia admiradora por tu loable discurso. Pero sinceramente tus sabias palabras no consiguieron del todo convencerme. Tanto la solemne parsimonia como la armonía con la que intentabas sorprenderme no fueron de mi agrado. Olían tus consejos a un cierto refrito paternalista, fatuo, conservador, un pseudo equilibrio sanador impostado, como venido del más allá de tu incierto-sexto-cielo-estable. Y tanta altura vi en tu magistral advertencia catedralicia que me amilané de manera que no me atreví a decirte lo que tus palabras me dieron a entender. No hay nada como una inteligencia engolada para hacerme dudar de la tesis que ella defiende. Te engañé con mi silencio. Pero como no quiero mentirme también a mismo, aquí te digo lo que entonces no te dije:
Si lograra deshaceme de estos dos extremos temporales(el pasado y el futuro) de los que tan iluminado y persuadido me hablaste, si consiguiera hacerte caso, y me despojara del ayer y del mañana, congelado me quedaría en el tiempo, convertido sería en estatua de sal, me ahogaría en las estancadas aguas del agua de tu río seco e inerte. El pasado y el futuro, el ayer y el mañana, no son como dices, dos polos estranguladores de la vida. Todo lo contrario, son más bien el motor que mueve el tiempo, el hilo de los días. Más bien, estancarse en el presente es negar, poner palos a las ruedas del tiempo, son como dos piedras en nuestro ojos que nos impiden mirar hacia delante, o volver hacia atrás nuestros pasos para remover el escollo aquel en el que ayer tropezamos. La movilidad y el acontecer sucesivo de los días en un nuevo contexto, hacen atractivo y estimulante, rico y entretenido mi vivir pasajero. Si a la tierra se le ocurriera detenerse en la quietud contemplativa de su esencia inmutable, se desintegraría al momento.

lunes, 17 de marzo de 2025

El gallo rojo era valiente

 



El otro día una amiga, a raíz de un comentario desacertado de otro compañero, me dijo: ¡Cuánta falta de empatía! Y estas palabras me hicieron preguntarme si acaso no está en riesgo nuestra conciencia. En estos tiempos de difícil manejo, (debido a la global digitalización de nuestras vidas), los modelos de conducta, la manera de conocer y de sentir, y hasta la misma moral, parecen estar en proceso de transmutación. Y ante este panorama de transformación algorítmica en todo lo que nos rodea, me enfrento a la misma pregunta que Lola López Mondéjar en su Ensayo Sin relato, allí se cuestiona: ¿Somos hoy menos humanos que lo fueron allá hace miles de años nuestros antepasados?

A personas como yo, por poner un ejemplo cercano, sujetos-objetos, corolario y resultado de una formación cartesiana, instruidos en la responsabilidad cívica, en hábitos de participación y solidaridad, bajo el paraguas de unos paradigmas racionales..., puede que nos resulte escandaloso escuchar asertos cargados de banalidad, ligereza e indiferencia ante la necesidad extrema, el incumplimiento de los derechos más elementales, las desgracias ajenas, así como ver al frente de instituciones políticas, estatales, sindicales, a individuos de carácter tiránico, engreídos, de dudosa catadura moral. Admito que los genes configuradores de nuestra ética, tanto heredada como adquirida, están siendo suplantados por otros patrones de identidad impostada, otros modelos de imitación... ¿A quién, coño, le importa la ética, cuando ella ya no es referencia ni arquetipo para nuestra civilización y cultura? Y el principio aquel del bien y del mal que regía nuestro proceder, ¿hoy quienes son los que se dejan conducir por él? Y me abstengo de abundar en este tipo de comportamientos, ya que los considero en manos de mentes obtusas caldo de cultivo para la proliferación y reencarnación de nuevos fascismos de amargo recuerdo.

Tras los avances tecnológicos de esta era digital que tan eufóricos celebramos con el disfrute de la Inteligencia Artificial recién estrenada, comenzamos a pensar, sentir y comportarnos de distinta manera. Nuestra conciencia también es troquelada de acuerdo a las influencias del medio. De triunfar el progreso de esta nueva conciencia digital-anti-empática-indiferente y pasota, la especie humana, es decir, nosotros, ya no nos sentiremos tan mal por pensar de manera contraria a los parámetros éticos por los que antes nos movíamos. Al ser los modos de conducta de las generaciones futuras regulados conforme a otros principios, nacidos de un nueva conciencia impostada, ya no se extrañarán tampoco nuestros hijos por obrar, opinar y sentir de manera diferente a sus abuelos.

A estas alturas de mis años, me pregunto si habrá merecido la pena haber vivido de la manera como he vivido. Viendo y constatando lo que el mundo ha cambiado, y lo que, gracias al avance de la AI, por cambiar le queda, no quisiera que hábitos como la militancia, la empatía, el compromiso, la participación ciudadana... quedasen mermados o abolidos.

Tampoco quisiera caer en la nostalgia típica de un viejo cascarrabias frustrado, sino más bien enfrentarme de manera digna, tal como define este concepto Manuel Vital, el protagonista de la película El 47, (Marcel Barrena). La dignidad no es algo abstracto ni retórico, es un quehacer en favor de los derechos fundamentales, la justicia y la igualdad de oportunidades. La mera posibilidad de que en el futuro los androides priven a los humanos de esos espacios de libertad, autogestión, humanidad, conciencia y pensamiento, me aterra.

Sigo pensando que el pasado combativo, crítico, dialéctico, la lucha por lo público, propio de los jóvenes de mi generación en los que el gallo rojo era valiente, sigue siendo, no sólo válido, sino más necesario que nunca, en estos tiempos eléctricos, cibernéticos y frios en los que nos adentramos como borregos, monedas digitalizadas, en unos cajeros, computadoras sin alma y sin conciencia.

 

jueves, 13 de marzo de 2025

El desván


 

Te detienes frente al cuadro Muchacha en la ventana. Quieres saber lo que el pintor de los sueños rotos trató de expresar a través de la mirada oculta de esta mujer de espaldas. Tal vez no fuera la playa de Cadaqués lo que la hermana de Dalí viera en aquel momento.

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Mujer asomada al ventanuco del desván. Allá lejos: los montes del puerto de La Cadena. La niebla poco a poco se desvanece, y da paso a formas más cercanas y precisas. Un almendro acampa solo y seco cerca de la rambla. Una hilera de pinos mansos junto al camino de Los Ladrones. Las colinas de la Cordillera Sur se reflejan las unas sobre las otras cual celosas hermanas. Abajo, un gato negro, tendido al resol de la acera, duerme sus inolvidables tropelías de la noche anterior.

De todos los lugares de la casa, el desván es el lugar más tranquilo, acogedor y sin enredos; de ahí tal vez su encanto. Recatada cámara a la que se sube desde la planta baja por siete peldaños de hierro en forma de U empotrados a la pared. El desván huele a sándalo. Sólo una manta en el suelo y dos cojines. No en vano, por etimología, desván viene de vacío, vano, vanidad. Ninguna alusión pictórica o familiar. Sólo un cuenco tibetano sobre una mesita revestida con un pequeño mantel de ganchillo. Un pequeño foco entubado en una pequeña teja de barro adosada a uno de los tabiques de la estancia. Luminosidad carente de borrachos colores que ofusquen y turben la tumbada serenidad de la muchacha. Los únicos tonos: el oscuro de las chapas de caoba que recubren media habitación, el yeso blanco de la otra media, y el ocre marrón del terrazo del suelo. A pesar de la ordinariez y pobreza de este habitáculo, la joven se siente colmada, tanto por lo que esconde en su interior, como por lo que desde la ventana contempla fuera.

Nada más entrar en el desván, un generador de corriente se pone en marcha. La joven viene aquí a cargar pilas, a tenderse al sol que se cuela por la claraboya, (claire-voie), a dejarse penetrar por la voluptuosidad de este rincón. Libre de tensiones y problemas, sin necesidades y ambiciones. El ambiente es un tanto sagrado, dotado de una especie de halo místico. La mujer se descalza, se despoja de sus vestiduras. Se queda casi en cueros. Los gritos y algaradas del polideportivo a dos pasos de su casa no hieren sus oídos. Lo mismo ocurre con los patines de los niños que corretean en la plaza sobre las baldosas ruidosas. Se oyen, pero no molestan. La materialidad de las cosas se percibe de la misma manera que en otro sitio; pero sin connotación conflictiva alguna. Los pocos objetos de esta estancia exhalan paz y bondad. Aquí la muchacha se acomoda como criatura en el útero de su madre, como estrella en la estera zen del universo. Aquí, a solas consigo misma, bebe de la cálida luz del sol. En suculento bocado etílico se alimenta del verde clorofílico del panorama. Su cara en contacto con la tibia melosidad de la brisa que se cuela por el vano de la ventana. El monte, el mar, el calor tibio de un sol sin barreras la abrazan lúbricamente. En este coito vespertino, todo su ser, alma, cuerpo, voluntad y cerebro, se siente amada y amante, una y todo con la naturaleza, los hombres, los animales, la tierra.

El jadeo de su respiración cada vez es más insistente y acelerado. El ondulado allá de la sierra, caricia dulce para su cósmica mirada. La sinuosidad de las nubes, fina piel que envuelve su cuerpo. La transparencia del aire, el vino del sol, el verde del monte son elixir para su joven corazón agitado. Y no sólo es su corazón el que late cada vez más deprisa, es su vientre el que bombea bocanadas de amor en ascuas. Es todo su cuerpo al unísono el que se contrae y se dilata, el que in crescendo bufa suspiros divinos como un buey en medio del mercado. Y no le importa ser penetrada por el dardo dorado del hijo de Venus. El dios cupido entra ahora al desván, y enciende de azules los pliegues calientes de su virginidad vestida.

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Y si tú, agradecido lector, vieras a esta joven asomada a la ventana del desván de su casa, no te darías cuenta de que el almendro que antes ella viera solo y seco junto a la rambla, está ahora lleno de flores blancas, porque las cosas importantes ocurren sin que uno siquiera se de cuenta.



lunes, 10 de marzo de 2025

Sin respuesta de Dios




Su escribir hoy no son letras retóricas, ni versos ni profecías apócrifas, sino sólo cuidar de este niño cantándole una canción: Es tu risa en los ojos / la luz del mundo. Esta mañana de su pluma sólo brota el texto sagrado de una sonrisa, el amanecer de una vida.

Colgado está del rostro de un niño que han dejado a las puertas de su casa. Hoy no hará otra cosa, se olvidará de su mal genio, de las pirañas del Nilo, de los filisteos y de los mercaderes del Reino. Atento sólo a desbrozar las malezas que obstruyan la inocente mirada, la liberadora sonrisa de este diminuto tesoro abandonado por la madratra de una guerra que presagia ser mundial. Descorrerá los visillos que cieguen el correr manso y limpio de las aguas que nacen de su corazón limpio. Espantará las alimañas y las hienas, el rumor de las balas, los aletazos de los gavilanes que acechan, y convertir quieren en llanto y espanto el sonreír divino del amanecer de esta primavera que debiera ser fértil tras las últimas lluvias de marzo. 

Y escuchad bien, jefes de los Estados del mundo, capitanes y falsos adivinos, vosotros que abomináis del juicio, contrariáis a la naturaleza, que pervertís el derecho, y edificáis con sangre riberas y plazas, desolláis la piel del cordero y quebrantáis los huesos de toda la tierra que no es vuestra, sino de todos: No os atreváis a quebrar la flor de este chiquillo menor que un grano de avena, porque entonces no habrá para vosotros respuesta alguna de Dios. (Miqueas, 3)

viernes, 7 de marzo de 2025

Vocación de desdicha

 

Vocación de desdicha

La escritura, más que cualquier principio socrático o manual de auto ayuda, me vale para conocerme. Eso es lo que me decías: A través de la escritura consigo entender a mi enemigo. Conforme plasmo en el papel lo que pienso, mis letras no sólo me desvelan mi propio yo, sino que además me llevan a identificarme con mi mayor adversario. Y me llegaste hasta decir que Dios, en lugar de decir yo soy el verbo, debió decir somos lo que escribimos. Y no parabas de elogiar lo que escribías como el no va más. La escritura me ayuda a ser yo mismo, a entender el mundo, a respetar la naturaleza.

Escribir para ti suponía como un aprendizaje filosófico, un acto de introspección, un momento revelador y místico. Y decías que la palabra, debido a su espontaneidad, era inconsistente. Y rematabas con extrema pedantería tus asertos con una serie de latinajos incomprensibles como verba volant, scripta manent, litterae praevalent verbis. Creías que así dabas más credibilidad, certeza y autoridad a lo que decías.

Por eso cuando me volviste a repetir una vez más que la escritura te ayudaba a vivir, que gracias a ella te sentías vivo, quise convencerte de tu engaño, de que no sólo vivías de la limosna de tus padres, sino que la pobreza también acampaba en tu mente, como un granero vacío en tiempos de sequía.

Pero entendí, por el poco valor que mostrabas por las palabras, que yo jamás te convencería de lo contrario. No me quedó más remedio que hacerte llegar por escrito lo que yo pensaba. Pero sabiendo de la poca fiabilidad que en mí depositabas, me limité tan sólo a transcribirte una frase de Margaritte Duras: la escritura es una vocación de desdicha.