Vocación de desdicha
La escritura, más que cualquier principio socrático o manual de auto ayuda, me vale para conocerme. Eso es lo que me decías: A través de la escritura consigo entender a mi enemigo. Conforme plasmo en el papel lo que pienso, mis letras no sólo me desvelan mi propio yo, sino que además me llevan a identificarme con mi mayor adversario. Y me llegaste hasta decir que Dios, en lugar de decir yo soy el verbo, debió decir somos lo que escribimos. Y no parabas de elogiar lo que escribías como el no va más. La escritura me ayuda a ser yo mismo, a entender el mundo, a respetar la naturaleza.
Escribir para ti suponía como un aprendizaje filosófico, un acto de introspección, un momento revelador y místico. Y decías que la palabra, debido a su espontaneidad, era inconsistente. Y rematabas con extrema pedantería tus asertos con una serie de latinajos incomprensibles como verba volant, scripta manent, litterae praevalent verbis. Creías que así dabas más credibilidad, certeza y autoridad a lo que decías.
Por eso cuando me volviste a repetir una vez más que la escritura te ayudaba a vivir, que gracias a ella te sentías vivo, quise convencerte de tu engaño, de que no sólo vivías de la limosna de tus padres, sino que la pobreza también acampaba en tu mente, como un granero vacío en tiempos de sequía.
Pero entendí, por el poco valor que mostrabas por las palabras, que yo jamás te convencería de lo contrario. No me quedó más remedio que hacerte llegar por escrito lo que yo pensaba. Pero sabiendo de la poca fiabilidad que en mí depositabas, me limité tan sólo a transcribirte una frase de Margaritte Duras: la escritura es una vocación de desdicha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario