viernes, 3 de mayo de 2024

Los ojos de Venus



Un célibe clérigo enamorado, tras la lectura de un breve cuento (Los ojos culpables de Ahmed Ech Chiruani), recuerda hoy aquel comentario que un día le hiciera su madre cuando éste le comunicó que se había enamorado de una joven excepcional que reunía en sí tanto la belleza como la verdad y el amor al completo. Y tanto es mi amor por esta mujer extraordinaria, -le confiesa el hijo a la madre-, que me vi obligado a colgar los hábitos… y que Dios me perdone.

No era para menos: la muchacha en cuestión tenía la misma mirada dulce y serena de aquella otra joven diosa que allá a finales del siglo XV pintara Sandro Botticelli. El clérigo, hoy esposo de una tal Simona Vespucio, (¡casualidad del destino!), recuerda ahora las palabras exactas de su madre: Jamás, hijo, se te ocurra traer tu novia a esta casa. No soportaría tener a mi lado a esa rival impostora que se atrevió a robarme el amor que yo por ti siempre tuve.

Y para que se comprenda el dolido acento de las palabras de aquella madre, copio aquí parte de aquel mismo cuento al que al principio hacía mención el mismo clérigo enamorado:

Cuentan que un hombre compró a una muchacha por cuatro mil denarios. Un día la miró y se echó a llorar. La muchacha le preguntó por qué lloraba: él respondió: tienes tan bellos ojos que me olvido de adorar a Dios. Cuando quedó sola la muchacha se arrancó los ojos… 

martes, 30 de abril de 2024

De la miaja de la nada


 
Tu mayor asombro no es ver surgir del espíritu creador del ser humano una obra realmente bella y maravillosa, sino contemplar extasiado cómo de una diminuta y humilde semilla, cual de una simple paleta, brotan verdes, amarillas flores, luces que pronto inundarán de rojos reventones esta barraca de cañas que son tus ojos pitarrosos. En lo inesperado está el encanto y la sorpresa.

Lo normal es que de una mente ingeniosa resulte un motor que vuela, un submarino, un puente, un rascacielos, un molinillo de café o una bicicleta. Pero lo realmente extraordinario es que en un mísero y oscuro trozo de huerta nazcan y luzcan generosos y ricos manojos de tomates, sabrosa ensalada que al mediodía será merecido sustento para robustecer tu vista en declive. El mundo entero anda falto de vitamina A.

No es sobrecogedor ver fluir de las manos del demiurgo un universo infinito, un mar de estrellas de difícil comprensión y alcance. El milagro está más bien en contemplar el adolescente beso con el que Apolo enciende el primor de una mata de tomates. Ver cómo una bandada de soles se alza y resucita del vientre humilde y oscuro de una virgen al alcance de todos. He ahí donde está el origen de la conversión humana. Si la tierra es capaz de producir esta maravilla, ¿por qué  los humanos nos ocupamos en enmerdar aún más esta preciosidad que se nos dio en prenda?

Es normal ver cómo del poder de un emperador emergen palacios y templos, reinos y grandes ejércitos de terracota. Pero lo realmente admirable y milagroso es ver cómo de la miaja de la nada crecen lustrosos los tomates de la huerta.

sábado, 27 de abril de 2024

El sordo de don Afasio


A partir de aquel accidente en el que su nervio auditivo resultara dañado, don Afasio se dio cuenta de que otra especie de audición, (hasta ahora desconocida para él, y por tanto desaprovechada), era posible, y tal vez le resultara más sustanciosa y agradable. Este hombre no era un ingenuo para dar por bueno aquel refrán de que no hay mal que por bien no venga. Por supuesto que no. Maldecía su sordera, se resistía a verse privado de sentido tan regalado. Pero todas las palabras que a sus oídos acudían, le llegaban muertas. Y huía de toda conversación como quien renuncia a una herencia envenenada o evita la cagada de una gaviota que sobrevolara por la azotea de su enmudecida cabeza trigeminosa.

Don Afasio pues fue al otorrino y le incrustaron un aparato en la oreja que multiplicaba por mil decibelios su mala audición.

Pero a partir de ahí, todo fue a peor. Antes, cuando don Afasio estaba sordo, aunque parezca mentira, sentía dentro de sí el sonido natural, profundo y callado de las cosas. Dentro de sí escuchaba el dulce silbar del aire entre las hojas de las moreras. Las onduladas aguas del mar le sabían a melodías de corales y delfines. Antes, cuando don Afasio estaba sordo, sus orejas de par en par abiertas estaban a la canción de la tarde. Y en tiempos de siega, el oro desmembrado del trigo reverberaba generoso en sus oídos. Y hasta era capaz de escuchar el suave, silencioso y delicado saludo con el que la noche cansada daba al alba los buenos días.

El sonido artificioso y amplificado de los auriculares le ahogó el verdadero timbre de las palabras, apagó su alma. Desatendido ahora anda don Afasio de todo, del brillo de la luna sobre el río, de la gota perdurable del grifo contra el frío aluminio del fregador de la cocina que siempre le habló del tiempo, notas sobre la partitura de una eternidad anunciada. Cualquier música le sonaba igual, a ruido homologado, envuelto en crujiente papel celofán. Baile aburrido y monocorde de las ondas hertzianas. Siendo don Afasio ahora oyente, era sordo y hereje a la voz sabia y profunda de las simples cosas de la vida. Oía más, pero no mejor. Los sonidos metalizados de sus nuevos audífonos carecían de esa virtualidad de escuchar el latido particular, emociones de toda índole, la risa camuflada, el pulso vertiginoso del miedo, el dolor indecible de una pérdida, la mano caliente de una pasión. La tecnología no sabe a qué suena el corazón de quien te habla o escucha.

Entre tanto bullicio tecnológico, don Afasio, cansado de no escuchar nada que mereciera la pena, salió a la huerta, tiró sus auriculares a la acequia. Y de nuevo, el apacible despuntar del amarillo de la flor de los calabacines le resultó a todas luces audible y sostenido.

martes, 23 de abril de 2024

Día del libro



Recuerdo cuando era un niño, me creía todo lo que leía. Veía la verdad en las letras. Todo documento escrito tenía para mí un valor sagrado. Las cosas no podían ser de otra manera. Leyendo navegaba por rutas conocidas. Seguro era mi caminar aunque anduviera por senderos tenebrosos. Ni por asomo se me ocurría pensar que, si un libro decía que la tierra era plana, pudiera yo figurármela como un huevo. Cualquier documento escrito era la base para todo desequilibrio. Claro, que por aquel entonces todos los libros eran infalibles. Y si algún texto maldito disentía del Canon, proscrito era, y de inmediato arrojado a la hoguera de la ignorancia.

Pero en mi adolescencia tal vez, persuadido por ese afán e instinto juvenil de querer nadar contra corriente, llegaron a mis manos autores heréticos, iconoclastas. Y fue entonces cuando me di cuenta que la verdad no sólo está de una parte. Que cada cual escribía según le iba. Y yo tuve que afogar y desatar mi represión lectora oxigenándome de teorías adversas. Fue cuando me enamoré de lo prohibido. Y experimenté que la manzana de la tentación tenía sabores tan auténticos como el pan de las letras del evangelio.

Hoy ya, a mis años, más sereno y condescendiente, (y a la vez más dudoso), soy capaz de descubrir mentiras en todos los santuarios de la verdad; así como verdades en los mentideros más canallas. Flores en el desierto. He compartido mesa con comunistas explotadores, conservadores de izquierda, cristianos ateos, viejos con quince años, jóvenes moribundos. He conocido lectores de largo alcance y escritores de vista cansada. Y en el corazón más cruel he descubierto hasta el sentimiento más tierno.

viernes, 19 de abril de 2024

Sol insolvente



El termómetro del Paseo marca cuarenta y tres grados. Son las tres y media de la tarde. El sol cae a plomo chorreando llamas inclementes sobre las aceras, los árboles, el agrietado gris de los toldos del hostal, sobre la chapa metálica de la perrera municipal… Las palomas sofocadas del parque no tienen agua. Ni un alma por la calle.

Un albañil da de comer a su hormigonera, tres capazos de arena y uno de cemento. Lleva atado a su cabeza un pañuelo empapado de sudor con cuatro nudos que le caen como clavos sobre las sienes. Amasa carretones de hormigón como un autómata para levantar el estrado sobre el que dentro dos meses un alcalde con pajarita, banda y bastón inaugurará el pabellón de la música de la ciudad. Y si este peón resiste es gracias a los cuatro litros de agua que junto con un bocadillo de anchoas y un huevo duro trajo en la fresquera. El torso desnudo, sus antebrazos de acero. Aceitosa su piel tiene el mismo ardor de fuego que el sol. Luego, a la noche, la luna le dejará ver en sueños, allá en el barrio pobre de Nowa Huta, a su hijo enfermo. El niño quedó en su Cracovia natal al cuidado de la madre. Viven del dinero que Vania les manda todos los meses.

Al rumano hace una hora lo han tenido que ingresar deshidratado en el hospital. Los sindicatos negocian jornada intensiva para los meses de julio y agosto. El jefe de la patronal no cede:
Siempre fue así. Siempre se trabajó de sol a sol. No me vengan ahora con esta jodienda de la deshidratación de maricas de tres al cuarto. Una golondrina no hace verano. Y si al tal Vania el calor le ha parado el corazón, ¿por qué no le reclaman al sol su indemnización? ¡No querrán ustedes explosionar las pirámides de Egipto porque un sillar dejara cojo al prisionero del pabellón 5d!
El alcalde, acompañado del director de la banda municipal, después de descorrer la cortinilla de la placa del pabellón de la música que da fe de la fecha y el nombre del corregidor, continúa con su perorata:
Aunque el sol escarpe miasmas encendidas sobre nuestras cabezas, nuestro ayuntamiento continuará construyendo cuantos pabellones de música sean necesarios para amainar las penas de sus ciudadanos.
Son las siete de la tarde. Estamos a mitad de julio. Un sol oblicuo y tozudo se ensaña sobre las caras de piel fina de aquellos que por obligación no han tenido más remedio que acudir al acto. De hecho, en este mismo momento, el alcalde instintivamente extiende la mano por su frente sudorosa. Y al instante, uno de sus acompañantes despliega diligente un paraguas sobre el ungido primer munícipe. Un alcalde cansino concluye su discurso:
Y para finalizar este cultural evento sólo me queda agradecer en nombre de nuestro pueblo la bendita muerte de todos aquellos que como Vania contribuyeron con sus vidas al embellecimiento de nuestra ciudad.
A esa misma hora, en el aeropuerto de Kraków Jana Pawła II desembarcan el cuerpo sin vida de Vania. Ni su esposa ni su hijo están allí. Hace tres meses la mujer se fue con otro hombre que le prometió salvar a su hijo enfermo. El chulo que puteó a esta mujer es el mismo patrón de la constructora del nuevo pabellón de la Música. El mundo es un pañuelo regado con el mismo sudor de los de siempre.

Nota final: El presidente de la patronal, el director de la banda de música y el alcalde son muy amigos. Todos los poderes del mundo se concentran en uno. Acabado el acto, los tres se dieron cita en la terraza del bar, frente al Ayuntamiento. Cómodamente yacen repantigados a la brisa de la tarde con un mojito entre sus manos. Un sol insolvente y lento desaparece cobarde entre las hojas tristes de las moreras de la Plaza.