domingo, 8 de octubre de 2023

Vendo huerta



A estas alturas de su vida, como quien atraviesa un piélago profundo y no quiere hundirse en sus fangosas aguas, el huertano decide desprenderse de todo lo que en peligro pondría su paso al más allá. No es bueno morir de apego, en la abundancia. Mejor abandonarse, como decía el poeta, ligero de equipaje.

Más de veinte años ha vivido feliz disfrutando y penando de su encantada tierra, una pequeña parcela, cerca de una acequia enamorada, que aún salmodia saltarina sedientos y acuosos besos por su mozo-novio-el río. Las tórtolas y los gorriones, las chicharras, el susurro reluciente y callado del batir de las hojas del nogal, la siesta anticipada de un gato-zen a la sombra de una morera, atrio y baldaquino del agro-templo, los aromas adobados en verde azul de la hierba buena, el romero, el azahar, el sagrado silencio de los cipreses,… todo lo que por aquí crece y baila, su soledad sorda y querida canta.

Y el labriego decide, como esos ancianos y sabios elefantes, abandonar con todo el dolor alegre de su corazón, este locus amoenus, lugar plácido y tranquilo donde los haya. El hortelano cuelga ahora un cartel, estrella anunciadora, de una de las ramas de la sempiterna olivera que dice Vendo huerta.

Amontonaba la basura-fénix el labriego debajo de la higuera, la que linda con la caseta del perro, junto al extasiante galán de noche. En el invierno los naranjos se dormían muy temprano a la espera de la primavera. Y en verano las gallinas despertaban al alba perezosa. Esta mañana, como siempre, como lo seguirá haciendo hasta que le salga un comprador, fiel, capazo a capazo ha vaciado casi todo el pozo de la basura que el tiempo y el agua, transformaron en fértil abono, savia futura alrededor de cada árbol. Cada árbol tiene su propia alma, su originalidad y su peculiar firmeza. Él los llama por su nombre y ellos agradecidos le responden. Estos árboles le sobrevivirán, y esa es su envidia y orgullo. Ellos serán los que mañana le hablarán a sus futuros dueños. Los árboles como las naciones tienen su particular lengua materna. Las flores de sus yemas explosionadas hablarán a los ojos de quienes asombrados escucharán sus sinfonías en el auditorio de un abril esplendoroso. En verano, estos mismos árboles generosos serán alimento, sombra y refrigerio para sus nuevos huéspedes. Y en invierno, cuando el frío pesimismo de la escarcha se adueñe de sus mentes, la meditación y el silencio de sus troncos en oración contemplativa transferirán inteligencia y conciencia a otros moradores.

Ya no se siente con fuerza el huertano. Mantener la belleza de su huerto requiere empeño y brío. Ganas le sobran. Pero le faltan años. Piensa que a estas alturas de su vida él no está a la altura de lo que la tierra le pide: sudor y tiempo. Decide pues vender la huerta.

2 comentarios:

  1. Querido Juan, este es el camino que voluntariamente nos hemos trazado. Un abrazo

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  2. Hola
    No me interesa, pero si pusiera precio quizás habrían más interesados en adquirirla😘😘❤️

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