martes, 18 de septiembre de 2007

El vendedor de palabras




Con sus manos abiertas el vendedor de palabras coloca su puesto en el mercado. Dos banquillos desplegados y un gran aglomerado de madera encima. Luego, de sombraje, una lona para que no se estropeen las palabras. Que al vendedor le interesa que la mercancia se conserve viva y fresca.

El pensaba que con la terminación del verano los clientes, cansados del murmullo bullangero de playas y chiringuitos, se amontonarían en busca de palabras nuevas, y que le faltarían palabras para despachar a la clientela. Con su mejor brillo, distribución y presencia las palabras las coloca orgulloso a la vista de la concurrencia. El vendedor las canta:

"¡Venid y comprobar, señores. Son auténticas, nada de falsificaciones ni copias. Lo mejor y nunca visto!"

Pero al puesto de las palabras hoy no se acerca ni Cervantes. Y eso que el vendedor esta mañana ha traído un buen surtido. Las palabras se exhiben lustrosas, desembaladas, adornadas con perejil y hierba buena.

El vendedor tiene palabras para todos los gustos y sabores: palabras para la paz, para después de la comida, para los que tienen hambre, para los niños que lloran, para el parado, palabras para rezar, para la mujer maltratada, para el viejo arrinconado, palabras para el galán, palabras para la lluvia, para un beso, para soñar, palabras para la siembra, para los que no tienen voz....

Son casi las dos de la tarde. El vendedor hoy no se come ni un "torrao". Sus palabras no se venden, no dicen nada, no hablan.

Esta mañana las palabras lloran, no hay nadie que las compre, ni a mirarlas la gente se acerca. Están hartos de tanta babel indigesta. El vendedor cabreado recoge el puesto. Y piensa si no será mejor dedicarse a vender colores y disolvente para pintar y limpiar el alquitrán de la lengua.

1 comentario:

  1. Pero, qué interesante está! Tenés un talento muy especial para escogerlas. Me siento feliz de estar acá y poder deslumbrarme contigo. Recibe todo mi cariño.

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