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jueves, 30 de octubre de 2025

El pasado nunca vuelve

 


Ya nos advirtió el poeta: Vendrán más años malos / y nos harán más ciegos / vendrán más años ciegos / y nos harán más malos. (Rafael Sánchez Ferlosio.1993)

Hoy más que nunca, noto, veo, oigo y huelo, se mastica cercano un futuro aciago, un resurgimiento irracional e interesado, conservador y atávico, locas voces, himnos viejos, gestos raciales, ademanes impasibles que dirigen con taimada astucia su vista al pasado como moneda de progreso y cambio. Todo un contra sentido. El pasado jamás regresa. Los ríos y el sol siempre siguen su curso hacia adelante.

Y ante esta negra ola de malos augurios, mis huesos se estremecen. Me producen miedo. El mismo miedo, pánico y terror que sólo el ver llover le causa al hijo que vio morir a su madre arrastrada por la Dana de Valencia. Y yo les deseo a todos estos profetas espurios e interesados, con botas de cuero, calzados, y pistolas al cinto, que sean reducidos, en paz y sin venganza, como la mujer de Lot a estatuas de sal. No es deseable, ni moral, ni inteligente que hoy haya quienes quieran que amanezca una Nueva España con aquellos mismos nubarrones, escudos, banderas de un nuevo y trasnochado fascismo, manos amenazadoras y extendidas a la revancha y el odio, prestas a maniatar nuestras mentes, a extraditar nuestros cuerpos, para que volvamos a las viejas cárceles de antaño, a las cunetas, a las comisarías y los paseos, y que otra vez conciudadanos y hermanos nos destrocemos como animales en celo a los pies de los paredones del cementerio.

Avivar las hogueras del pasado, (o témpora o mores), con conjuros imperiales sin sentido, apelar al regreso antinatural e involucionista de los mismos demonios que nos tuvieron amordazados durante más de treinta años, es tener el cerebro raso, mala fe y mala baba. Es como dar de comer a los mismos cuervos que nos devorarán mañana. Se avecinan malos tiempos para la lírica. Aviso para navegantes.

Pero así como hay quienes, desconfiados y obtusos, recurren al pasado, de cuya caducidad no es posible que brote fruto alguno, los hay también que miran al horizonte, y tiran del hilo de sus deseos hacia la meta del un futuro prometedor para todos... porque el pasado nunca vuelve.

lunes, 13 de octubre de 2025

El Descubrimiento


 
Las palabras mienten más que hablan. Ayer la gama privilegiada de nuestra insigne patria celebró con un musculoso desfile militar la Fiesta Nacional: La conmemoración del descubrimiento de América. No hay nada como una mentira para encubrir la verdad de los hechos, para tapar la equivocación de una infamia. Los historiadores luego vendrán a decirnos que antes de prejuzgar cualquier acontecimiento pasado, deberíamos analizar la historia ciñéndonos al contexto aquel en el que tuvieron lugar los hechos: alarde de poderío de una hispanidad invicta, de una raza prepotente y okupa que se encumbró con el saqueo de unas tierras precolombinas que por derecho propio pertenecían a sus moradores. En esta fiesta nacional eché en falta el agradecimiento a aquellas gentes que nos permitieron llenar nuestras arcas con el oro y su plata, sus valores, con su diversidad inclusiva, sus acentos, su sensibilidad y arrojo.

Ayer debimos celebrar además otro descubrimiento, un descubrimiento a la inversa: contemplar aquellas mismas gentes de aquellos países latinos, y no sólo latinos (como el Magreb), que allá descubrimos; pero descubrirlos ahora, acá conviviendo con nosostros, personas que tuvieron también la valentía de cruzar mares y desiertos a riesgo de sus propias vidas, en busca de las mismas especias y otros enseres y mercancías que nosotros fuimos otrora a conquistar en sus propiedades de origen. Debiéramos estar enormemente agradecidos. Disculparnos si no fuimos del todo correcto con ellos. Resarcir nuestro espolio, mostrarles nuestra gratitud por su contribución a nuestro erario público, al cuidado de nuestros mayores, al trabajo penoso que nosotros a veces eludimos: asfaltando carreteras, doblando el lomo entre plantaciones, recogida de frutas y verduras a pleno sol y escapadas. Por poner un ejemplo: los albañiles que, hace tan sólo cuatro días, murieron bajo los escombros del edificio de la calle de las Hileras, en el mismo centro de la Puerta del Sol de Madrid, respondían al nombre de Moussa, Alfa, Jorge, Laura. Casi todos ellos eran emigrantes, oriundos de aquellas tierras que nosotros erróneamente descubrimos.

viernes, 10 de octubre de 2025

La paloma y el olivo


Paz. Paz para los muertos. Y para los vivos, la sumisión y su derrota. ¿Qué comité del mundo pondría a un perro asilvestrado a cuidar de sus ovejas? Las hojas de la olivera me miran inquietas. No me fio de esta tranquilidad impuesta. Un gato inmóvil me mira como si yo fuese también su presa, pájaro incauto, sobre las ramas desconfiadas de un olivo en Oriente Medio.

La hojas victoriosas del laurel sobre la cabeza del César aletean cómplices su Nobel y atroz trofeo cargado de dinamita. Los brazos del árbol, hisopos que esparcen su paz augusta como cabezas de ajos sobre la devastación endemoniada de todo un pueblo sufrido y bendito. Y en el trajinar profundo y silencioso de las raíces de este olivo milenario quisiera yo escuchar, en esta mañana de armisticios interesados y optimistas, el zurear alegre de un nido de palomas blancas sobre las cumbres borrascosas de un monte Ararat en bancarrota.

martes, 30 de septiembre de 2025

Arriba parias de la tierra

 
En su discurso de ingreso en la academia de la lengua, (Enero. 2010), Soledad Puértolas se detiene en los personajes anodinos: De los cuentos... me fijaba sobre todo en aquellos personajes que se quedaban un poco atrás, un sapo desorientado, un elefante patoso, una gallina de plumaje deslucido.

Y ese amor particular que Soledad muestra por las personas marginales, esos mártires anónimos que en la escritura alimentan y dan realce al personaje central, se detiene Opekú esta mañana. Y se abraza a esos nombres ordinarios, (¡tan identificado se ve en ellos!), como si en sus historias irrelevantes le fuese la vida. Y es que los asuntos simples, insignificantes le resultan propios, cercanos, íntimos y esclarecedores. Le hacen pensar más los refranes sin ton ni son de un Sancho Panza, los cadáveres sin identificar en las cunetas de las dictaduras, la cabeza hundida contra el suelo de una mujer sin nombre, allá en el laberinto de una mina, los discursos de un mendigo..., que las lecciones magistrales de un emérito catedrático de la Sorbona. Y sus lágrimas se confunden con las carcajadas de un beodo vagabundo, y los huesos sin afiliación alguna de las Catacumbas de París le conmueven más que las penas de un mar inmenso en los ojos fieles de la inolvidable Penélope de Odiseo.

Nadie se acuerda del droguero que le vendió los colores a Durero para pintar de atrevido deseo a su Eva transparente. ¿Y quién se acordaría del dueño de aquella pequeña tienda de comestibles de la calle Fruterías, colapsado por la euforia capitalista de unos grandes almacenes?

A Opekú le seduce el anonimato callado y solitario. La marginación, no teniendo nombre, no siendo ninguno, nadie, aquel, ni el otro, le atrapa. Y nunca mejor le vinieron como anillo al dedo los nombres escondidos de tanta gente buena, para darse cuenta que dentro de ellos se encuentra la levadura, el epicentro, ese tesoro oculto y profundo sobre cuyas cenizas olvidadas, emergerán mañana las montañas de un nuevo día.

lunes, 8 de septiembre de 2025

Los niños sin nombre

 

El marido dice a la mujer: No llores. La mujer, desde el mismo día del parto, cuando la criatura se presentó de aquella manera tan rara, algo dentro de ella le dice que la vida de su hijo no va a ser un jardín de rosas. Y lo mismo la de ella. Mucho se ha dicho de la intuición femenina, sobre todo cuando se es madre. Hasta dicen que un hijo es el corazón de la madre latiendo fuera de su cuerpo telepático. El hijo gime escaldado, allá en Europa en las calderas del quinto infierno, y la madre siente en sus venas correr la pena del hijo. El marido insiste: No sufras, mujer. No depende de nosotros cambiar el nombre de los planetas, ni el curso de los ríos. Quiere la mujer sacar pepitas de oro de un mar dorado de peces muertos.

El marido ve una lágrima de la mujer caer cual ácido exterminador sobre la mesa de la cocina en la que los dos desayunan un café amargo. La sal de su dolor compartido reviene, cuartea el barniz del pulimento; y el brillo de su encerado, debido al azogue del llanto, se convierte en un mapa de desconchados malolientes por todos los rincones del Centro de Acogida. La mujer llora porque al niño en la península le dan de lado. El hombre también llora, pero su dolor no se ve tanto. El marido limpia con su mano solidaria y reprimida el llanto profundo de ella. Y la consuela: ¡Vayamos al Consulado! ¡Hablaremos con la jueza de menores! La pedagogía de la señorita no cambiará la configuración genética del chiquillo. Todos andan desbordados. Los padres acabarán siendo a la fuerza devueltos a su país de origen. Europa mira para otro lado.

Al niño en la calle le notan algo extraño que los demás no tienen. Todos al verle fruncen el ceño. Y conforme el niño va creciendo, ese plus se agranda, se afea, como un lunar gracioso que al acabo del tiempo terminará en una verruga afeada y purulenta. El niño se siente un engendro del diablo. A mí todo el mundo me mira mal, no les gusta mi nombre. El muchacho precisa para ser él mismo el reconocimiento de la sociedad, ser admitido en su perversa cofradía de alambres e hipocresías. La sociedad, mala madrastra, lo rechaza. ¿Resultado? El niño, ya mozo, odia a todo el mundo, tiene fobia social. Sus mentores le acusan de ser un trastornado, un resentido, un desintegrado. Él se defiende: Yo no soy ese que vuestros ojos rechazan. ¿Por qué me expulsáis de vuestros templos, escuelas y mercados, si sois vosotros mismos los que me habéis hecho así? 

El padre confinado en su tierra hambrienta se siente responsable de haber dado al hijo un nombre equivocado. El hijo se siente prisionero; y obligado está a comportarse como le ordena el trágico destino de su nombre. La madre también se siente frustrada por no haber modelado en la fragua de su vientre una criatura normal. ¿Aguantarías tú llamarte con un nombre que no es el tuyo, gravado en la carne de tu cuerpo a contracorriente? Tampoco el hijo. Fueron los fórceps de un mundo cruel los que dieron a luz al niño. El hijo necesita ser fecundado de nuevo, ser bautizado con un nombre nuevo. 

sábado, 23 de agosto de 2025

La promesa incumplida



El miedo a las distancias cortas es más cruel y más largo que la distancia infinita entre dos puntos inalcanzables del universo. Como lo es también inexplicable el cuchillo del bueno de Abraham sobre la yugular del inocente cordero. Como es también incomprensible la fratricida inquina entre Isaac e Ismael, ambos hijos de un mismo padre, enfrentados a muerte perpetua. Musulmanes y judíos en guerra interminable, sacrificados en el mismo altar del monte del Templo por la mano implacable de un dios atávico, sacrílego y miserable. La lejanía que los hermanos sienten por tener junto a sus labios, tanto el uno, a Rebeca; como el otro, a la mujer egipcia, (el amor de sus vidas), es inversamente proporcional a la proximidad entre las raíces y los dátiles de aquella palmera, que un día el padre de ambos plantara en los jardines de Canaán.

Cuando las dendritas filosas de la palmera, más se introducen bajo la tierra, más alejados y sonrientes se alzan sus racimos al aire, esplendorosos. Siendo fruto y raíz dos elementos sustanciales de la misma cosa, ¿por qué ambos se alejan salvajemente el uno del otro? Cuanto más hermanados, más separados. Le dijo la sartén al cazo: ¡apártate de mí que me tiznas!

En días de vientos huracanados el hijo de Sara le dice al hijo de Agar, su hermano: la distancia de mi base a la cumbre de tus cielos es nuestro mejor aliado. En días tranquilos y soleados, le dice el hijo de Agar al hijo de Sara: La distancia de mi altanero orgullo y de tus celos es tan corta que me confundo contigo. Ismael e Isaac, dos líneas paralelas por el cosmos infinito de un desierto que nunca acaban por estrechar sus manos amigas. As-salamu alaykum.

La imagen de Ismael y la de Isaac son incompatibles. Cada vez que Ismael entra en una tienda se enfrenta con el espejo de su hermano. Cada vez que Isaac entra en una barbería se da de bruces con Ismael. Ambos, nada más verse en los cristales de los escaparates del centro de la ciudad, salen corriendo como palomas espantadas que huyen del disparo de la misma escopeta. A Ismael e Isaac le pasa lo mismo que a a los matrimonios que llevan muchos años casados: cuanto más juntos, mas separados. Y es que el tema de las relaciones de pareja es parecido a la atracción de los imanes. Con el paso del tiempo pierden su fuerza magnética. 

Será menester que el bueno de Abraham recargue las pilas de sus hijos, en función de aquella promesa eterna que a ellos mismos les hizo antes de morir: Vuestra descendencia será abundante y bendita en una tierra colmada de enormes racimos de dátiles, que a los dos os acogerá por igual para siempre.



viernes, 27 de junio de 2025

Equivovado


Se equivocó de hora. Llegó a su última cita antes de lo que él quería. Se equivocó de Iglesia. En aquel templo no veneraban al santo de su devoción sagrada. Sus rezos eran marchas militares. Servil y atea, su fe. Tampoco allí honraban, ni exequiaban a los que morían antes de su partida. Se equivocó de era, de ara, de trigo y de almazara. Los trabajadores ya no eran obreros, todos eran clase neutra: ilusos que a sus verdugos ovacionaban. Y en lugar de levantar el puño y sus hoces por encima de los orgullosos montes, doblaban sumisos sus patas ante el imperator Manasés, el cortijero más malo de los infiernos.

Y sus braceros llevaban un hacha y un haz de varas en la solapa. Ellos mismos se costeaban la metralla con la que al día siguiente por el patrón serían fusilados. Se equivocó de pueblo, de plaza y de Parlamento. Más que foro, acogida y ágora, el Senado era un corral de vacas locas, todas ellas infectadas de encefalopatía bovina. Se equivocó de Dios. Se pasó tres calles. Perdió tres credos: su divina esencia, el bien común y su conciencia. En los fielatos le hicieron pagar más aranceles que pelos tiene un gato. Se equivocó de paloma. Borraron de sus alas las interjecciones, los colores y su vuelo, las vocales y su acento. Se equivocó de oficio. No había nacido para ser soldado, para matar equivocado a sus hermanos. Se equivocó de huestes. Esclavo de un batallón de fanáticos otanianos. Sus himnos y banderas homenajeaban a Marte. Se equivocó de si, de ti, de aquel, del otro. Confundió la velocidad con el tocino.

Quiso corregir su equivocación, enmendarse. Pero para entonces ya fue tarde. Llegó a su postrer encuentro mucho antes que él mismo. Falleció tres días antes de su propia muerte. Y esto no es lo más triste y sorprendente, sino que al llegar a su tumba, allí tumbado yacía antes de que le enterraran. Una cosa es estar muerto y otra no estar vivo. No vivir es vivir en vilo, un sin vivir sintiendo antes de morir tu propia muerte. En cambio, estar muerto es sentir la ausencia feliz de haber vivido.

martes, 24 de junio de 2025

Entre el miedo y la esperanza

 


Estoy convencido de que se aproxima una Tercera Guerra Mundial; a diferencia de las anteriores, el campo de batalla será todo el planeta y, por primera vez, incluirá territorio estadounidense; por muy sofisticada que sea la tecnología militar y la Inteligencia Artificial que la sustenta, se necesitarán soldados sobre el terreno que morirán por millones, junto con poblaciones civiles inocentes más que en ninguna guerra anterior; estos soldados serán jóvenes y no los señores de la guerra. (Boaventura de Sousa Santos. Sociólogo. Profesor catedrático jubilado. Facultad de Economía de la Universidad de Coímbra (Portugal)


Tengo yo un amigo que cree a conciencia en la bondad natural del ser humano. Todo tiende al bien. Se define seguidor de aquellos que afirman que el universo en su conjunto se dirige a su perfección última. Mi amigo es optimista por fe y por naturaleza. Partidario de la evolución, no por snobismo, o por una falsa filosofía friqui impostada, sino movido y convencido por la misma experiencia histórica de los hechos. La especie humana y el mundo en general no hubiesen alcanzado el grado de progreso y transformación en el que nos encontramos, sino fuera por esa tendencia real y metafísica de las cosas que desde el alfa se encaminan hacia la omega de su imaginable y posible utopía. Tal vez por ello, mi amigo sea un luchador nato por la paz, la razón, la defensa de los más desfavorecidos, contrario a cualquier tipo de práctica y gobierno, basados en la mentira, el interés propio, enemigo a ultranza de los nuevos imperialismos emergentes, absolutistas y reaccionarios.

Con todo este arsenal de buenas ideas e intenciones, mi amigo últimamente me tiene un tanto confundido. Los acontecimientos bélicos, la intermitente confrontación supremacista, la violación flagrante del derecho internacional, la alocada degradación ética y política de los grandes mandatarios... lo llevan a mal traer. Está enormemente preocupado por la individualista y deteriorada situación actual del planeta y por la perverseión de la conciencia de quienes lo habitamos. Y no es que mi amigo se haya retractado de sus anteriores propósitos teleologicistas, rousonianos, ilusionantes, sino al contrario, lo veo más motivado por sus propias convicciones, y más ahora, a la vista del posible Apocalipsis nuclear que atravesamos y al que gente mala quieren arrojarnos. Y me comenta cual engañado milenarista: Es bueno que todo acabe para que un nuevo ciclo comience con renovado brío.

Tal es el terror y la oscuridad que envuelven nuestros días, que mi amigo presiente que estamos al final de una era. Y de alguna manera yo también me siento identificado, identificado y escandalizado. Me cuesta trabajo estar de acuerdo con aquellos que dicen: ¡Cuanto peor mejor! Y así se lo hago entender: las profecías apocalípticas de hambre y futuras guerras nucleares, me sobrecogen, me dan miedo, me ponen los pelos como escarpias. Y mi amigo desde su confiada y espiritual creencia, intenta levantarme el ánimo, y me aclara la genuina acepción semántica de la palabra apocalipsis: Apocalipsis, amigo, significa más bien revelación y luz acerca de algo que anda escondido. 

Y así entre el miedo y la esperanza nos despedimos en la noche bajo las estrellas de su huerta.

 


viernes, 13 de junio de 2025

Por encima del azahar de las estrellas


Junto a la vieja ermita de Zaraiche, el ocaso catarroso se evapora tras la montaña-cuesta-abajo de su vejez fosilizada. Se esfumó también la pubertad, la eternidad de aquellos días de primavera, prometedores de honradez, servicio y justo reparto. Y la humedad del suave-beso-de una bulliciosa juventud en aquella calle de la Divina Izquierda, hoy seca y ruinosa queda al hacerse publico tanta sinvergonzonería y corrupción.

Encariñados bajo la escalera de la mala suerte, sorteamos con éxito nuestro infortunio y las desgracias ajenas. Nuestros cuerpos enlazados se elevaban por encima del azahar de las estrellas. Y el olor y el pareado de mis labios en tus orejas retozonas como gorriones suplicando democracia... inundaban de placer un mundo en el que cabía feliz el mundo de Huxley. El recuerdo: un tesoro más cierto y valedero que la realidad que hoy vivimos.

Por mucho que intento desplegar nuestras pancartas contra la guerra y el engaño, el levantamiento de una clase obrera en bancarota, recuperar la canción de nuestros viejos himnos, no consigo acordarme de su letra. El hombre del hombre es hermano / derechos iguales tendrán / la tierra será el paraíso / patria de la humanidad. Las tromeptas y los violines quedaron mudos en la nave de aquel templo de algarabías y poltronas de la calle de san Jerónimo. ¡Lástima que aquel quejido placentero de nuestro juvenil orgasmo sea ahora sofocado por los gritos inciviles del pataleo, la avaricia y el tú más!

Cuanto más viejo me siento, la caricia de mis manos sobre la carne virgen del futuro, más oscura y astillosa la veo: sombras vivas que se pierden por los agujeros negros de una vida.

Y si me dieran a elegir entre la actual vileza y carroñería de hoy, sin duda escogería la sensación caliente de aquellos años, su recuerdo eterno. Aquel eco puro del pasado no quisiera que acallado fuera por los gritos descerebrados de unos ultras camorristas.

jueves, 10 de abril de 2025

El mundo patas arriba



Mi oficio de juglar me obliga a husmear, buscar gestas y leyendas por cualquiera de los rincones de esta comarca..., para ir luego, a mis anchas, de pueblo en pueblo, por mercadillos y plazas, declamando chismes, desmitificando locuras, ironizando ocurrencias; necias, algunas; y otras, ciertas. Soy testigo, voz y teatrero de lo que me cuentan, ocurre y cuento, me imagino, o miento. Así me gano la vida con los aplausos de unos y los abucheos de otros, y la poca calderilla que agradecido recaudo en mi limosnera de esparto.

Ahora estoy en el monasterio de Santa María de la Rábida, lo mismo que mañana, otro al igual que yo estará en el Despacho Oval de la Casa Blanca, recabando a su Presidente el por qué de su prepotente intento de colonizar Groenlandia. La historia, para bien o para mal, se repite tras una mala digestión de migas con ajos, o paparajotes con canela, o un buen chute de Coca Cola.

Sé que Segismundo Henrique pasa unos días en Palos de la Frontera. Por mediación de fray Juan Pérez quiero entrevistar a este prófugo navegante al que también llaman Colón. El hermano guardíán me recibe acreditado mostrándome su mano bendita para que arrodillado se la bese. Me hace pasar a una sobria y recogida pieza de este convento. Me dice: Aguarde, bardo de pacotilla, a que el Almirante del Mar Océano asome por la celosía de clausura. Aguardo con calma, igual que espera el puerto de Huelva ver amanecer el alba cada día. En la pared frontal de esta estancia, veo extendida una bandera old glory con trece franjas y un montón de estrellas blancas. Y tambien un santo pendón que cuelga a su lado, estandarte con prepotencia y alevosía clavado en las playas vírgenes de un país invadido e ignoto.

Tal como el padre prior me advierte, debo ser cortés, breve y respetuoso, que mis preguntas se ciñan a la pleitesía y al acatamiento que merece todo un lobo de mar, protegido por la mismísima reina Isabel, al igual que protegido, dentro de varios siglos, lo será un tal Donald Trump: un dios de barras rojas, coronado por una gorra de golfl salvará a este sátrapa ignorante de morir de un errado disparo en una de sus siete orejas arancelarias. El prior además me obliga a que le pase por escrito las preguntas que le voy a hacer al recién nombrado virrey colombino. Y añade: la obligación de todo “secretario” es saber de antemano los “secretos” relacionados con nuestros señores.

Dentro de unas horas el Navegante zarpa rumbo a otras tierras por conquistar. Don Colón, (¡sí, de colon-izar!), lleva luenga capa con ribetes izados de piel de armiño. Escarpines y medias de cardenal. Por debajo del birrete, una pelambrera bien cuidada emana de su cabeza de prócer advenedizo. Sus ojos reflejan las aguas tumultuosas de los siete mares del globo terráqueo, sin olvidar por supuesto el Golfo de América, seudónimo este escogido a última hora para camuflar su verdadera identidad y así atravesar inmune y sin coste alguno el canal de Panamá. Su empaque y atrevida gesticulación le dan un aire de soñador de lunas imperiosas. La bellaquería de bucanero, que le surca el rostro, revela su extraño nacimiento. Nacimiento oscuro. Bestia intimidatoria, monstruo vestido con luengo abrigo negro en volandas, con pelambrera rubia al aire de ymca song. Jinete a lomos de los cuatro caballos del Apocalipsis: el de la Conquista, el de la Guerra, el Hambre y la Muerte.

Luego que el colonizador de ayer, al igual que el de mañana, supo el contenido de las preguntas, dio por supuesto suspendida la entrevista. Hizo una señal con el pulgar y el índice de su mano derecha, como quien dispara a bocajarro a su blanco más cercano. El abad Juan Pérez o un tal Marcos Rubio, yo qué sé. A estas alturas del relato no sé ya de quién hablo. Confundo a Putin con Santiago, la Isla de San Salvador con Gaza, la Riviera Maya con Cuba, Cuba con Miami, Palestina con Israel, el mar Cántabro con Miguel Ángel, las churras con las merinas, a Ursula von der Leyen con Xi Jinping ... Pero el fraile bien entendió la señal del Almirante. Pues al momento, báculo en mano alzada, mandóme ajusticiado desalojar la sala.

Adenda última: Para el conocimiento de la audiencia que no pudo presenciar la representación de la entrevista suspendida, sólo decir que pienso seguir pregonando con rima, laudes, campanillas y mofas por estos mundos de Dios, para que los que sepan, entiendan; y los que entiendan, escuchen y digan a los cuatro vientos: Si dejamos que tipos así manejen el timón de nuestra travesía, el barco de nuestro mundo acabará patas arriba.

lunes, 17 de marzo de 2025

El gallo rojo era valiente

 



El otro día una amiga, a raíz de un comentario desacertado de otro compañero, me dijo: ¡Cuánta falta de empatía! Y estas palabras me hicieron preguntarme si acaso no está en riesgo nuestra conciencia. En estos tiempos de difícil manejo, (debido a la global digitalización de nuestras vidas), los modelos de conducta, la manera de conocer y de sentir, y hasta la misma moral, parecen estar en proceso de transmutación. Y ante este panorama de transformación algorítmica en todo lo que nos rodea, me enfrento a la misma pregunta que Lola López Mondéjar en su Ensayo Sin relato, allí se cuestiona: ¿Somos hoy menos humanos que lo fueron allá hace miles de años nuestros antepasados?

A personas como yo, por poner un ejemplo cercano, sujetos-objetos, corolario y resultado de una formación cartesiana, instruidos en la responsabilidad cívica, en hábitos de participación y solidaridad, bajo el paraguas de unos paradigmas racionales..., puede que nos resulte escandaloso escuchar asertos cargados de banalidad, ligereza e indiferencia ante la necesidad extrema, el incumplimiento de los derechos más elementales, las desgracias ajenas, así como ver al frente de instituciones políticas, estatales, sindicales, a individuos de carácter tiránico, engreídos, de dudosa catadura moral. Admito que los genes configuradores de nuestra ética, tanto heredada como adquirida, están siendo suplantados por otros patrones de identidad impostada, otros modelos de imitación... ¿A quién, coño, le importa la ética, cuando ella ya no es referencia ni arquetipo para nuestra civilización y cultura? Y el principio aquel del bien y del mal que regía nuestro proceder, ¿hoy quienes son los que se dejan conducir por él? Y me abstengo de abundar en este tipo de comportamientos, ya que los considero en manos de mentes obtusas caldo de cultivo para la proliferación y reencarnación de nuevos fascismos de amargo recuerdo.

Tras los avances tecnológicos de esta era digital que tan eufóricos celebramos con el disfrute de la Inteligencia Artificial recién estrenada, comenzamos a pensar, sentir y comportarnos de distinta manera. Nuestra conciencia también es troquelada de acuerdo a las influencias del medio. De triunfar el progreso de esta nueva conciencia digital-anti-empática-indiferente y pasota, la especie humana, es decir, nosotros, ya no nos sentiremos tan mal por pensar de manera contraria a los parámetros éticos por los que antes nos movíamos. Al ser los modos de conducta de las generaciones futuras regulados conforme a otros principios, nacidos de un nueva conciencia impostada, ya no se extrañarán tampoco nuestros hijos por obrar, opinar y sentir de manera diferente a sus abuelos.

A estas alturas de mis años, me pregunto si habrá merecido la pena haber vivido de la manera como he vivido. Viendo y constatando lo que el mundo ha cambiado, y lo que, gracias al avance de la AI, por cambiar le queda, no quisiera que hábitos como la militancia, la empatía, el compromiso, la participación ciudadana... quedasen mermados o abolidos.

Tampoco quisiera caer en la nostalgia típica de un viejo cascarrabias frustrado, sino más bien enfrentarme de manera digna, tal como define este concepto Manuel Vital, el protagonista de la película El 47, (Marcel Barrena). La dignidad no es algo abstracto ni retórico, es un quehacer en favor de los derechos fundamentales, la justicia y la igualdad de oportunidades. La mera posibilidad de que en el futuro los androides priven a los humanos de esos espacios de libertad, autogestión, humanidad, conciencia y pensamiento, me aterra.

Sigo pensando que el pasado combativo, crítico, dialéctico, la lucha por lo público, propio de los jóvenes de mi generación en los que el gallo rojo era valiente, sigue siendo, no sólo válido, sino más necesario que nunca, en estos tiempos eléctricos, cibernéticos y frios en los que nos adentramos como borregos, monedas digitalizadas, en unos cajeros, computadoras sin alma y sin conciencia.

 

lunes, 10 de marzo de 2025

Sin respuesta de Dios




Su escribir hoy no son letras retóricas, ni versos ni profecías apócrifas, sino sólo cuidar de este niño cantándole una canción: Es tu risa en los ojos / la luz del mundo. Esta mañana de su pluma sólo brota el texto sagrado de una sonrisa, el amanecer de una vida.

Colgado está del rostro de un niño que han dejado a las puertas de su casa. Hoy no hará otra cosa, se olvidará de su mal genio, de las pirañas del Nilo, de los filisteos y de los mercaderes del Reino. Atento sólo a desbrozar las malezas que obstruyan la inocente mirada, la liberadora sonrisa de este diminuto tesoro abandonado por la madratra de una guerra que presagia ser mundial. Descorrerá los visillos que cieguen el correr manso y limpio de las aguas que nacen de su corazón limpio. Espantará las alimañas y las hienas, el rumor de las balas, los aletazos de los gavilanes que acechan, y convertir quieren en llanto y espanto el sonreír divino del amanecer de esta primavera que debiera ser fértil tras las últimas lluvias de marzo. 

Y escuchad bien, jefes de los Estados del mundo, capitanes y falsos adivinos, vosotros que abomináis del juicio, contrariáis a la naturaleza, que pervertís el derecho, y edificáis con sangre riberas y plazas, desolláis la piel del cordero y quebrantáis los huesos de toda la tierra que no es vuestra, sino de todos: No os atreváis a quebrar la flor de este chiquillo menor que un grano de avena, porque entonces no habrá para vosotros respuesta alguna de Dios. (Miqueas, 3)

miércoles, 26 de febrero de 2025

Operación Forja


No sé por qué le pusimos el nombre de Forja. Tal vez por el férreo empeño que pusimos en su realización. De haber leído El hombre que ríe de Víctor Hugo, le hubiésemos llamado mejor operación Cerrojo Formidable. (1)

Dos horas antes, como reos en capilla a la espera del momento más oportuno, a la una de la noche, nos dimos cita en el lugar convenido. El cuartel de la Guardia Civil lo teníamos tan sólo a dos manzanas. Nos enfrentábamos ante un hecho de cuyo resultado dependía la educación de nuestros hijos.

La misión consistía en trepar hasta el tejado, para desde allí descender al interior de la Escuela, y una vez dentro, sustituir la cerradura de la puerta de entrada por otra nueva, para que así al día siguiente los niños del barrio pudieran empezar sus clases en un lugar digno y apropiado. La asamblea de padres había acordado el día antes ocupar aquellos nuevos locales recién construidos y que llevaban ya bastante tiempo sin ser utilizados, mientras que nuestros hijos eran atendidos en bajos de mala muerte, amontonados y sin sus servicios debidos.

¿Nuestras herramientas? Las imprescindibles: un par de linternas, una escoba, un diamante, un juego de atornilladores, una pastilla de plastilina gris, un octavo de pintura de aluminio, una escalerilla de cuerda, un par de arneses y un rollo de cinta adhesiva.

El primer paso fue desactivar el alumbrado eléctrico de la zona. Sabíamos que este dispositivo se ponía en marcha cuando la luz solar dejaba de proyectarse sobre un cuadro provisto de células foto-eléctricas. Si éramos capaces de alimentar con una linterna encendida dicho mecanismo, las farolas del alumbrado público se apagarían al momento. Y así fue como pudimos trabajar a oscuras sin ser descubiertos. El balcón de la casa del vigilante no distaba más de siete metros. A la más mínima seríamos descubiertos. La operación debía resultar limpia, un milagro.

No fue necesario cortar con el diamante el cristal de la puerta del patio para poder acceder al interior del centro. Ayudados de la escala marinera escalamos el tejado, desmontamos una de las cuatro claraboyas, la que caía justo encima del hall, y con la misma escala de cuerdas nos deslizamos hasta situarnos justo delante de la cancela. Quitamos por dentro la cerradura, y la sustituimos por una nueva que traíamos en nuestras mochilas. Mientras que uno ajustaba la nueva cerradura, igualándola, incluso con unos retoques de pintura, otro trepó para atornillar la tapa de la claraboya por la que habíamos entrado y desamarrar la escala. Luego, desde dentro, abrimos la puerta, salimos a la calle. Cerramos por fuera como verdaderos dueños de aquella propiedad. Luego nos encaminamos a retirar la linterna encendida que habíamos sujetado con cinta adhesiva al dispositivo del alumbrado. Las farolas del barrio volvieron a encenderse. La luna nos sonrió cómplice. Nuestras caras reflejaron el gozo por el deber cumplido. Antes de las cuatro de la madrugada la operación había terminado.

Al día siguiente un coro de niños y niñas acompañados de sus padres estrenaban los nuevos locales de su Escuela. A esa misma hora, la cadena SER leía el siguiente comunicado que habíamos hecho llegar a los medios de comunicación:
Desde las nueve de la mañana, día 20 de enero de 1981, un grupo de padres acompañados de sus hijos, hemos ocupado los locales de la nueva Escuela Infantil de Los Rosales de El Palmar. Después de haber agotado por nuestra parte todas las vías de solución por la vía administrativa y, conforme a las resoluciones tomadas mayoritariamente en Asamblea de Barrio, desde hoy empezamos a utilizar todas las dependencias de esta Escuela Infantil...

(1)  En la novela El hombre que ríe de Víctor Hugo, la escena de "El Cerrojo Formidable" aparece en la segunda parte de la novela, en la que Gwynplaine se enfrenta a la opresión del poder y la aristocracia.

 

viernes, 14 de febrero de 2025

Digresiones



Digresiones de un sordo tras la presentación anoche en el Ateneo de Molina del Ensayo Sin relato de Lola López Mondéjar.

La acumulación de poder, la concentración de los bienes en manos de unos pocos en detrimento del justo reparto, es una inclinación perversa que pone en peligro nuestra vida física y emocional. Desde tiempos neandertales venimos padeciendo esa inclinación inútil y malsana al servicio de una mal llamada supervivencia patriótica: aniquilar al vecino, al forastero como excusa y alzamiento nacional de nuestra continuidad como estirpe sagrada e inmortal. España como unidad de destino en lo universal. Todavía he encontrado traductor para esta frase, como para tantas otras antinatura e inteligibles que hoy braman por mentideros revanchistas, bunquerianos y fascistas. El egocentrismo distorsiona nuestra identidad: la autoafirmación engañosa frente a la globalidad multiétnica de nuestros genes en constante proceso de evolución como individuos. La supervivencia de los seres humanos requiere de la presencia sexuada del otro/a. No hay futuro individualizado. Ya lo dijo no sé quien: lo que importa es llegar todos y a tiempo.

El imperialimo creciente, la confusión cada vez más agudizada entre ficción y realidad, información y desinformación, libertad y servidumbre son plataformas, contravalores que por lo general engendran irresponsabilidad, complejo, sequedad y locura en nuestra sociedad cada vez más a la deriva. Y más, si estos paradigmas vienen importados desde fuera de nuestro yo más íntimo, provocados por el miedo, debidos a nuestra fragilidad congénita, no asumidos desde el fondo de la madurez de nuestra conciencia tanto individual como colectiva.

Frente a la autoridad impuesta: la participación política (del pueblo). Frente a la autoridad: el poder como servicio. Frente a la autarquía, le rebelión compartida.

Vuelvo a releer este último párrafo por mi escrito, y hasta de él me avergüenzo, de su acento programático, categórico, absolutista. Dudo de mis verdades, puesto que no son mías. Las heredé, las interioricé sin pasarlas por el crisol de mi propio convencimiento, sin adobarlas de su sentido común requerido. ¿Pero de qué convencimiento y sentido común estoy hablando? Si de lo que ayer estaba convencido, hoy lo rechazo y detesto. 

Si el sentido común de mi generación anterior era defender la patria por encima de los derechos naturales de sus conciudadanos... No hay verdad que cien años dure, ni dios que lo resista. Nuestro mismo planeta Tierra fue plano y liso durante muchos siglos, y hoy es redondo, y tal vez mañana sea una invisible nube, algodón deshilvanado. Prefiero una vida sin concluir, repleta de errores, mescolanzas y posibilidades, un mundo en el que sus habitantes seamos preguntas, pensadores sensibles, comprometidos, y no cerebros autómatas, empedernidos narcisistas sin alma, personas sin juicio crítico, ciegos y sordos, todos pegados a la pantalla de una inteligencia dirigida por el ojo de nuestro gran hermano digital. 

domingo, 9 de febrero de 2025

Los toros patriots y la luna como la nieve



Ayer se reunieron en Madrid los Patriots. Pintan bastos. Es de noche, doy vueltas en la cama. Vienen malos vientos. Las tres de la madrugada. No puedo conciliar el sueño. Me levanto por ver si dejo atrás los roedores de mis pesadillas. Me acerco a la ventana. Saco mi cabeza, miro hacia abajo. Allí veo los cuatro jinetes del Apocalipsis que a toro montado persiguen a la luna blanca como la nieve reflejada sobre el suelo del patio de luces.

Los cuatro toros bufan de furia. El odio les corroe. Con sus cuernos golpean las tablas de los chiqueros pintados con el sudor amarillo de los trabajadores y la sangre manchada de la bandera de España. Llevan recortada la barba. Apretada la corbata. Cuello duro. Sus chaquetas ajustadas, sus tirantes de colores. Y tras sus chalecos de fuerza esconden las balas de su cartuchera como admonestación y advertencia. Las manos prietas sobre sus caderas en jaque, orgullosos de su hombría. Caras serias. Con su ademán altanero corren a cuatro patas, encabritados detrás de la virgen luna.

Sigo con mi mi cuerpo en vela. Los perros no paran de ladrar. Miro ahora hacia arriba. La luna corre que se las pela tratando de hacerle la cobra a los toros. Siente miedo de sus cuernos de punta, pánico de sus belfos espumosos de odio, de sus corazones lujuriosos. Nubes de luces negras estrangulan la noche, el amanecer amenazan. Los toros embravecidos le dan a la luna cornadas de odio, de verdades escamoteadas en su vientre de luces blancas. Aros de sombras, espinas negras, alrededor de la cabeza de la luna vaticinan para mañana ciclogénesis en tromba, danas a espuertas. La luna violada por cuatro toros en cadena, por mil piaras de demonios encabritados y embusteros, vestidos y camuflados con trajes de primera comunión. Escupe la luna por su boca inmaculada llamaradas no consentidas. La luna es un volcán que arroja miasmas de dolor y parto sobre mi insomne cabeza.

Veo ratones salir a escape del blanco seno de la luna, reflejos rotos sobre el pavimento de las nubes rasgadas. El palatino de sus fértiles luces de pronto se apaga. Ya no crecerá más el trigo, no florecerán las margaritas. El agua dejará de brotar limpia de la roca. De sus ubres blancas la luna de leche ya no dará de mamar a sus hijos. Sin el claro de la luna, los racimos de las uvas, se pudrirán en la cepa.

Ciudadanos honrados, ¿decidme quién regará ahora los campos de vuestra esperanza, quién iluminará de noche, sin la luna, vuestros callejones y plazas a oscuras?

Sigo sin conciliar el sueño. Camino por la habitación tratando de escapar como león en jaula de esta vigilia ponzoñosa. Cansado de tanta angustia, por fin consigo cerrar los ojos. Duermo un par de horas un sueño reparador: es de madrugada, asomado a la ventana, veo allá abajo a los barrenderos honrados que limpian con sus mangueras y escobas los rastros de sangre que los toros patriots dejaron en su dura pelea con la luna. Miro también al cielo, y allá arriba veo que la luna, cierva cándida, lúcida y cómplice, me guiña un ojo victoriosa.

lunes, 3 de febrero de 2025

Sopla el viento hacia la muerte


Cabreado espera junto a la fachada de su casa. Sopla un ventarrón que no se lo salta un galgo. El hombre salió a sacar la bolsa de la basura al contenedor de la calle. De vuelta, se encuentra con la puerta cerrada. El fuerte viento la cerraría de un portazo. Busca inútilmente las llaves en su bolsillo. ¡Me cago en la mar! Se las dejó encima de la mesita del recibidor. Tampoco lleva el móvil. No le queda otra: esperar que algunos de sus hijos aparezca. Aguanta fuera, de pie, aplacando sus nervios agarrado a la reja de una ventana.

Mientras tanto este hombre, desalojado de su casa por la borrasca Herminia, que estos días sacude la península de cabo a rabo, piensa en aquellos otros que por circunstancias peores, (una dana, un desahucio, un terremoto), se quedaron sin hogar, sin coches, sin escuela, sin su negocio...

Y el hombre que olvidó las llaves, sigue fuera de su casa, matando el tiempo a la sombra de un árbol, viendo volar a los pájaros hacia la noche de los sueños. Le viene también a la cabeza al hombre olvidadizo los 30.000 emigrantes que un día, espoleados por las plagas que azotaban el lugar en el que nacieron, tuvieron que escoger como refugio Estados Unidos. El nuevo César de este país, tierra ayer acogedora, y hoy convertida en escopeta a la caza del extranjero, quiere encerrarlos en una isla de propiedad discutida. Manda romana. Quiere alejarlos de sus granjas y colmados para que a sus compatriotas los gringos no les falte su rico desayuno con diamantes. Olvida este señor, comandante en jefe de los ejércitos de las vallas y de las estrellas, que son estos mismos emigrantes los que cada día hornean las hamburguesas y el bacon crujiente de sus sustanciosos almuerzos, los que, hoy, con el sudor honrado de sus laboriosas manos dan esplendor y brillo a los collares y pulseras de sus emperifolladas señoras, los que enjalbegan el dorado de sus picaportes y excusados y acrecientan el estipendio de las jubilaciones futuras de sus ciudadanos.

El hombre sigue enfurruñado, sentado ahora en el portal de su casa. Esperando. Se levanta. Se pone a caminar despacio por la acera de enfrente para espantar su malhumor. Le da vergüenza decirlo, pero comparándose con otros deportados, desahuciados y exiliados se siente aliviado. Le viene al recuerdo una noticia que esta mañana escuchó por la radio. Una gerifalte de un país mediterráneo ha fletado varios barcos cargados de sudafricanos. Quiere al igual que el anterior emperador, ya mencionado, quitárselos de encima. Al diablo con esta chusma. No sois como nosotros. Iros a vuestro puto país, extranjeros de mierda. Rumbo van los negros angustiados a estrellarse contra las rocas de agua. Frente a las costas de Albania. Sopla el viento hacia la muerte.

A este hombre, que pasea con la cabeza gacha sin poder entrar a su casa, lo que más desea ahora es que venga alguien de su familia para poder por fin entrar en su querido hogar. Nadie, ningún humano, puede vivir sin desear un sueño. Y quisiera ahora el hombre sin llave y sin tabaco fumarse un cigarro, tranquilo, en el balcón de su terraza. Para más inri, olvidó también en la cocina su paquete de Marlboro.

Y el hombre de las llaves olvidadas, sigue desesperado. Cada vez siente más fuerte el viento de la borrasca Herminia que se ceba sobre el frío de sus orejas peladas. Nadie de su familia viene en su ayuda. Y piensa el hombre en aquellos pueblos cavernícolas que, allá por la Edad Media, a todo aquel loco y perturbado que incordiaba la paz augusta de sus calles y plazas los embarcaban en una nave a la deriva por el océano para librarse de sus locuras, y así poder quedarse en la gloria respirando de la hipócrita cordura de su conciencia occidental y cristiana.

Y el desalojado de su casa por la borrasca Herminia, por fin se da cuenta que no sólo el desahuciado es él. Él tan sólo es un débil reflejo, una pequeña metáfora de lo que hoy ocurre en el mundo. Los locos y perturbados no son los emigrantes, somos nosotros.  

jueves, 7 de noviembre de 2024

La complacencia de los súbditos


 

No me sorprendo de nuevo equivovarme con mis expextativas políticas. Soy un perdedor instintivo. De nuevo he dar la razón a Murphy. Si algo puede salir mal, saldrá mal. 

Hoy vuelve a decepcionarme la cerrazón de la especie humana. Cuando la mayoría de los votantes estadounidenses ayer eligieron como presidente a tamaño caradura, no descarto ser yo el equivocado. Tal vez esté meando fuera del tiesto, o me haya confundido de planeta. Pero de ningún modo me encaja que un pueblo elija como mandatarios a sus propios verdugos. Ya en el 1548 Étienne de La Boétie en su libro La servidumbre voluntaria analizaba el por qué los tiranos se mantienen en el poder: no tanto por su fuerza como por la complacencia de sus súbditos.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Yo seré tu sombra


Un hombre de espalda hundida y cabeza gacha camina por la acera de una calle de la ciudad vieja de Jerusalén. El hombre juega a reconocer por su silueta el origen de todas las sombras reflejadas en el suelo. En todo lo que encuentra a su paso, en las plataneras, en los barrotes de la verja del jardín municipal, en los obreros camino a su trabajo, en el mástil de las farolas, en los niños en dirección a la escuela…, en todo se ve a sí mismo reflejado.

Entre la variedad de las sombras con las que se cruza, se reconoce sobre todo en la imagen de Netanyahu de un cartel de propaganda.

El hombre se siente confundido y se defiende a sí mismo: 
Yo no soy tú. Mi sombra sólo se corresponde con mi cuerpo.

Un obús explosiona sobre la baldosa recién amanecida. El hombre cae abatido. Y antes de morir, dirige sus ojos al señor de la valla publicitaria para incriminarle:
Vayas donde vayas, yo seré tu sombra para el resto de tu vida, cual la marca de Caín en tu frente maldita.

lunes, 23 de septiembre de 2024

Pobres criaturas



Tengo las manos manchadas de sangre. Agangrenada el alma. El remordimiento me recome. Hoy quisiera haceros mis cómplices, y así aminorar mi pena.

No me fue fácil consumar mis crímenes. Las víctimas se me resistían. Fueron más de seis las inmoladas por mi puritana locura. Soy un asesino en serie. Las inocentes corrían delante de mí, apabulladas. Conocedores de mis aviesas intenciones se escondían por los rincones, se subían por las paredes, resguardaban su aliento, temblaban apabulladas. Cuanto mayor eran sus escaramuzas y espantadas, más yo me envalentonaba en su captura. Ellas no me habían hecho nada; al contrario, a diario, me proporcionaban todo tipo de saludables sustancias.

Sinceramente, a quien me hubiera gustado llevarme por delante es al Satán de mis desmanes, a los fríos de mi sordera, al fantasma de mis miedos, a los mercaderes del templo, a los sacerdotes de Baal, a los gerifaltes del hambre, a los ideólogos del imperio, a los señores de la guerra, al Boletín Oficial del Estado. ¡Y no a esas pobres criaturas, ellas no tenían culpa de nada! ¡Claro que fui yo en persona el autor material de estos delitos! Yo mismo fui el que les retorció el cuello, las sacrifiqué cobardemente amparado en mi fuerza bruta. Me sentí pues como ese Robert McCall, el de la película The Equalizer, el más hábil justiciero para acabar con todo tipo de maldad. Repito, mis víctimas eran inocentes. Ni un mal bicho bajo sus alas angelicales. No os cuento cómo me deshice de ellas para no haceros vomitar el almuerzo, ni avivar aún más con los detalles mis compungidos sentimientos.

¡Maldita sea la Ley del Talión que nos convirtió a todos en asesinos, ciudadanos desconfiados, inseguros! Pero el paradigma cultural dominante de repeler la violencia con más violencia fue el verdadero autor intelectual de mis tropelías regladas. Desde la Batalla de las Navas de Tolosa no hemos aprendido nada.

Aquel dichoso Real Decreto fue el que me indujo a cometer tales desmanes. Todas las aves de corral infectadas por el virus de la gripe aviar se matarán inmediatamente. ¡Echo tanto de menos mis gallinas! Sobre todo el gallo. Era un recuerdo especial de un viejo amigo, separado en la distancia. El gallo era nuestro engarce. ¡De una raza especial era el gallo! Con sus patas emplumadas y un brillo en su cola que bien emulaba la paleta de Joan Miró. ¿Quién me despertará ahora por las mañanas temprano?

miércoles, 11 de septiembre de 2024

No veo la luz del sol





Cuando llega el amanecer suena el piano. Tiene el alba por costumbre acompañar la salida del sol con un fragmento de O tu, bell`astro: Entzückend sin die Wunder deines Reiches. (Las maravillas de tu reino me han hipnotizado).

Cicatera la Europa cristiana restringe cada vez más el paso a los de fuera, a las aves migratorias a través de sus civilizadas tierras. Hoy es Alemania y Polonia, ayer Dinamarca, mañana Portugal y Francia… Stop a los pájaros soñadores. 

Si el ganado atraviesa legalmente, (trashumancia), cañadas y dehesas en busca de nuevos pastos, ¿cuánto no más las personas tendrán derecho a transitar por mares y montañas en busca de su alimento? Ellos ya estaban aquí antes de que nosotros viniéramos. 

Hoy las aves dudan, no cantan ni abren el pico, no se fían de Apolo, tampoco de Venus. No es almuerzo limpio su grano deseado. Pero sus sueños son vitales, irresistibles. Buscando mis amores, iré por esos montes y riberas y pasaré los fuertes y fronteras. (Juan de la Cruz).

El bello sol se retrasa, Negro el firmamento. Espuelas de plomo a cuatro bandas sangran los costillares de ligeras avecillas negras que quieren saciar sus vacías mollejas buscando nuevos pastos por las costas de un Nuevo Tarajal.

El piano enmudece de pena. Las alambradas del Primer Mundo, Insolidario e Hipócrita, agujerean de llagas carreteras, cayucos y pateras. Teclas de un piano acribillado por las balas de controles y más controles, barreras contra natura.

¿Quién será capaz de poner fronteras de espinos al hambre? ¿Arrancar a los pájaros errantes las entrañas de sus almas? ¿A quién se le disparó fratricida el arma? Vergüenza humana ¡Vergüenza blanca! Alborada negra. Oceánico desierto de negra suerte. ¿Ilegal el mar y la tierra? ¡Gobiernos irregulares! Estados que han perdido sus credenciales. Anatemas pusieron puertas al campo, candados al aire, cadenas al viento, pusieron concertinas y cuchillos al ecuménico mar y a la tierra inexpugnable.
No veo la luz del sol
ni las preciosas estrellas del cielo.
No contemplo
el verdor del campo
que presagia el nuevo verano,
ni el ruiseñor
que anuncia la primavera.
¿Es que no voy a oírlos más?
¿Nunca los volveré a ver?

(Tannhäuser)