viernes, 19 de septiembre de 2025

La escritura nos devuelve el pasado


El origen es nuestro punto de llegada. El nacimiento: nuestro destino. Y es que antes de nacer somos un mundo de posibilidades en manos de la nada. La misma que luego después de nuestra muerte: la travesía eterna por los fiordos de los mares de Estigia. Y nuestra existencia: la realidad corpórea breve y efímera de un soplo ahogado, ensordecido entre los puentes de un rio, el trayecto que acaba antes de partir y que comienza donde mismo finaliza.

La geografía es nuestro destino. Aquel hombre después de vagar por tierra y mar durante más de setenta años viene ahora a dar con su mejor conquista, un acre de tierra rico y cómodo a la vera de un río. Y dice: Ojala hubiese encontrado este paraíso nada más iniciar mi camino. Y recuerda, precisamente en el mojón del árbol donde arribó y exclamó de gozo su llegada, el beso que su madre le diera antes de partir. Su madre ya no está aquí para emular y repetir con otro beso de acogida su llegada. Y esto que el hombre recuerda ahora es el graznar de los patos del río, siente y oye los mismos cuac-cuac de los patos del jardín de su infancia. 

Buscamos lo que tuvimos. Nadie va a la caza de lo que no conoce. Y cuando le preguntaste al hombre qué había sido de su vida, qué fue tu vida, te respondió: Mis días, mi vida es ese espacio de tiempo, el compás del cuac de un pato, al siguiente. La vida es ese salto en el vacío, un espasmo, el silencio callado del primer gemido al continuado eco final de un suspiro. Donde la vida y el destino sucumben, la escritura nos devuelve el pasado, y del tropiezo nos salva.

martes, 16 de septiembre de 2025

Dichosa edad y siglos dichosos aquellos


Del discurso de Don Quijote a los cabreros. Cap. XI. 

—Porque veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería y cuán a pique están los que en cualquiera ministerio della se ejercitan de venir brevemente a ser honrados y estimados del mundo, quiero que aquí a mi lado y en compañía desta buena gente te sientes, y que seas una mesma cosa conmigo, que soy tu amo y natural señor; que comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere, porque de la caballería andante se puede decir lo mesmo que del amor se dice: que todas las cosas iguala.

—¡Gran merced! —dijo Sancho—; pero, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo.

—Con todo eso, te has de sentar...

Y asiéndole por el brazo, le forzó a que junto dél se sentase.

Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, soltó la voz a semejantes razones:

Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían... No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese...

sábado, 13 de septiembre de 2025

La navaja de Ockham



Fue Guillermo de Ockham quien dijo que lo que no es necesario carece de sentido. Mi existencia pues sería completamente inútil. Según este principio, hace años que yo mismo debería estar fuera de órbita. No todo tiene razón de ser. Por ejemplo: la guerra. Los conflictos bélicos no cesan, son el pan y la sal, el aire que alimenta este mundo disparatado. La vida es un sin sentido. Imposible conciliar los deseos de unidad, belleza y bondad con la fea realidad diaria y palpable, fratricida e interminable. Nada de lo que hacemos es urgente o imperioso. Yo podría seguir siendo él mismo haciendo lo contrario de lo que hago ahora, incluso, mejor, no haciendo nada. El mundo continuaría sin notar mi inanidad y ausencia. Y es así como esta mañana nublada me sumerjo en el pesimismo, como tantos otros negacionistas del sentido trascendental de la vida. No hay respuesta a tal sin sentido. El absurdo es la respuesta. Subo y bajo cual Sísifo. Me esfuerzo por convertir la piedra de mi vida en una eminente montaña siempre imposible de escalar.

Según Ockham soy un ente superfluo, un sin fuste, un negado. Sin mí la vida seguiría rulando. No soy imprescindible. Guardo en mi particular agenda una larga lista de personas indispensable. Su amistad, cariño y gratitud dieron sentido a mis días. Pero hoy ya no están a mi lado. La desaparición de esta ristra de amigos colgados en mi recuerdo como cebollas listas para ser consumidas como ensalada no más allá de un año. Sin ellos el caos o el encanto continúa inconsciente su camino. Todo sigue igual. Las estrellas siguen su curso, el sol vuelve a ponerse tras los montes del Poniente.

Según Ockham todo aquello que no de sea de necesidad obligada, como el comer, respirar, copular o defecar está fuera del derecho a la vida. Podría seguir enumerando otros imperativos como el trabajo, el dinero, la política, el bar, el mercado. Y al hilo de esta extravagancia, dicha de manera tan filosófica que parece cierta, (¡ay qué asunto tan extraño y paradójico!), deduzco que todo aquello que me esclaviza constituye el más imprescindible soporte de mi constitucionalidad biológica.

El fraile de Ockham abogaba por el principio de simplicidad: Entia non sunt multiplicanda sine necessitate. No en vano este hombre era franciscano por vocación. La simplicidad como criterio en la ciencia, en el arte y en la ética. Debería tomárme también muy en cuenta este consejo de economía práctica a la hora de escribir: Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala. (II.XXVI. El Quijote). En esta mañana cargada de farragosas malezas, cojo pues la navaja de Ockham y me pongo a recortar los pelos sobrantes de mi espesa e iletrada barba florida. ¿Y qué es lo que me queda? De nuevo la tábula rasa, con la que vine a este mundo. Así que me remonto con Píndaro diciéndome: Alma mía, no ansíes, una vida inmortal; aprovecha hasta el máximo lo que está en tu mano.

lunes, 8 de septiembre de 2025

Los niños sin nombre

 

El marido dice a la mujer: No llores. La mujer, desde el mismo día del parto, cuando la criatura se presentó de aquella manera tan rara, algo dentro de ella le dice que la vida de su hijo no va a ser un jardín de rosas. Y lo mismo la de ella. Mucho se ha dicho de la intuición femenina, sobre todo cuando se es madre. Hasta dicen que un hijo es el corazón de la madre latiendo fuera de su cuerpo telepático. El hijo gime escaldado, allá en Europa en las calderas del quinto infierno, y la madre siente en sus venas correr la pena del hijo. El marido insiste: No sufras, mujer. No depende de nosotros cambiar el nombre de los planetas, ni el curso de los ríos. Quiere la mujer sacar pepitas de oro de un mar dorado de peces muertos.

El marido ve una lágrima de la mujer caer cual ácido exterminador sobre la mesa de la cocina en la que los dos desayunan un café amargo. La sal de su dolor compartido reviene, cuartea el barniz del pulimento; y el brillo de su encerado, debido al azogue del llanto, se convierte en un mapa de desconchados malolientes por todos los rincones del Centro de Acogida. La mujer llora porque al niño en la península le dan de lado. El hombre también llora, pero su dolor no se ve tanto. El marido limpia con su mano solidaria y reprimida el llanto profundo de ella. Y la consuela: ¡Vayamos al Consulado! ¡Hablaremos con la jueza de menores! La pedagogía de la señorita no cambiará la configuración genética del chiquillo. Todos andan desbordados. Los padres acabarán siendo a la fuerza devueltos a su país de origen. Europa mira para otro lado.

Al niño en la calle le notan algo extraño que los demás no tienen. Todos al verle fruncen el ceño. Y conforme el niño va creciendo, ese plus se agranda, se afea, como un lunar gracioso que al acabo del tiempo terminará en una verruga afeada y purulenta. El niño se siente un engendro del diablo. A mí todo el mundo me mira mal, no les gusta mi nombre. El muchacho precisa para ser él mismo el reconocimiento de la sociedad, ser admitido en su perversa cofradía de alambres e hipocresías. La sociedad, mala madrastra, lo rechaza. ¿Resultado? El niño, ya mozo, odia a todo el mundo, tiene fobia social. Sus mentores le acusan de ser un trastornado, un resentido, un desintegrado. Él se defiende: Yo no soy ese que vuestros ojos rechazan. ¿Por qué me expulsáis de vuestros templos, escuelas y mercados, si sois vosotros mismos los que me habéis hecho así? 

El padre confinado en su tierra hambrienta se siente responsable de haber dado al hijo un nombre equivocado. El hijo se siente prisionero; y obligado está a comportarse como le ordena el trágico destino de su nombre. La madre también se siente frustrada por no haber modelado en la fragua de su vientre una criatura normal. ¿Aguantarías tú llamarte con un nombre que no es el tuyo, gravado en la carne de tu cuerpo a contracorriente? Tampoco el hijo. Fueron los fórceps de un mundo cruel los que dieron a luz al niño. El hijo necesita ser fecundado de nuevo, ser bautizado con un nombre nuevo. 

sábado, 23 de agosto de 2025

La promesa incumplida



El miedo a las distancias cortas es más cruel y más largo que la distancia infinita entre dos puntos inalcanzables del universo. Como lo es también inexplicable el cuchillo del bueno de Abraham sobre la yugular del inocente cordero. Como es también incomprensible la fratricida inquina entre Isaac e Ismael, ambos hijos de un mismo padre, enfrentados a muerte perpetua. Musulmanes y judíos en guerra interminable, sacrificados en el mismo altar del monte del Templo por la mano implacable de un dios atávico, sacrílego y miserable. La lejanía que los hermanos sienten por tener junto a sus labios, tanto el uno, a Rebeca; como el otro, a la mujer egipcia, (el amor de sus vidas), es inversamente proporcional a la proximidad entre las raíces y los dátiles de aquella palmera, que un día el padre de ambos plantara en los jardines de Canaán.

Cuando las dendritas filosas de la palmera, más se introducen bajo la tierra, más alejados y sonrientes se alzan sus racimos al aire, esplendorosos. Siendo fruto y raíz dos elementos sustanciales de la misma cosa, ¿por qué ambos se alejan salvajemente el uno del otro? Cuanto más hermanados, más separados. Le dijo la sartén al cazo: ¡apártate de mí que me tiznas!

En días de vientos huracanados el hijo de Sara le dice al hijo de Agar, su hermano: la distancia de mi base a la cumbre de tus cielos es nuestro mejor aliado. En días tranquilos y soleados, le dice el hijo de Agar al hijo de Sara: La distancia de mi altanero orgullo y de tus celos es tan corta que me confundo contigo. Ismael e Isaac, dos líneas paralelas por el cosmos infinito de un desierto que nunca acaban por estrechar sus manos amigas. As-salamu alaykum.

La imagen de Ismael y la de Isaac son incompatibles. Cada vez que Ismael entra en una tienda se enfrenta con el espejo de su hermano. Cada vez que Isaac entra en una barbería se da de bruces con Ismael. Ambos, nada más verse en los cristales de los escaparates del centro de la ciudad, salen corriendo como palomas espantadas que huyen del disparo de la misma escopeta. A Ismael e Isaac le pasa lo mismo que a a los matrimonios que llevan muchos años casados: cuanto más juntos, mas separados. Y es que el tema de las relaciones de pareja es parecido a la atracción de los imanes. Con el paso del tiempo pierden su fuerza magnética. 

Será menester que el bueno de Abraham recargue las pilas de sus hijos, en función de aquella promesa eterna que a ellos mismos les hizo antes de morir: Vuestra descendencia será abundante y bendita en una tierra colmada de enormes racimos de dátiles, que a los dos os acogerá por igual para siempre.