viernes, 19 de septiembre de 2025

La escritura nos devuelve el pasado


El origen es nuestro punto de llegada. El nacimiento: nuestro destino. Y es que antes de nacer somos un mundo de posibilidades en manos de la nada. La misma que luego después de nuestra muerte: la travesía eterna por los fiordos de los mares de Estigia. Y nuestra existencia: la realidad corpórea breve y efímera de un soplo ahogado, ensordecido entre los puentes de un rio, el trayecto que acaba antes de partir y que comienza donde mismo finaliza.

La geografía es nuestro destino. Aquel hombre después de vagar por tierra y mar durante más de setenta años viene ahora a dar con su mejor conquista, un acre de tierra rico y cómodo a la vera de un río. Y dice: Ojala hubiese encontrado este paraíso nada más iniciar mi camino. Y recuerda, precisamente en el mojón del árbol donde arribó y exclamó de gozo su llegada, el beso que su madre le diera antes de partir. Su madre ya no está aquí para emular y repetir con otro beso de acogida su llegada. Y esto que el hombre recuerda ahora es el graznar de los patos del río, siente y oye los mismos cuac-cuac de los patos del jardín de su infancia. 

Buscamos lo que tuvimos. Nadie va a la caza de lo que no conoce. Y cuando le preguntaste al hombre qué había sido de su vida, qué fue tu vida, te respondió: Mis días, mi vida es ese espacio de tiempo, el compás del cuac de un pato, al siguiente. La vida es ese salto en el vacío, un espasmo, el silencio callado del primer gemido al continuado eco final de un suspiro. Donde la vida y el destino sucumben, la escritura nos devuelve el pasado, y del tropiezo nos salva.

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