martes, 16 de septiembre de 2025
Dichosa edad y siglos dichosos aquellos
Del discurso de Don Quijote a los cabreros. Cap. XI.
—Porque veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería y cuán a pique están los que en cualquiera ministerio della se ejercitan de venir brevemente a ser honrados y estimados del mundo, quiero que aquí a mi lado y en compañía desta buena gente te sientes, y que seas una mesma cosa conmigo, que soy tu amo y natural señor; que comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere, porque de la caballería andante se puede decir lo mesmo que del amor se dice: que todas las cosas iguala.
—¡Gran merced! —dijo Sancho—; pero, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo.
—Con todo eso, te has de sentar...
Y asiéndole por el brazo, le forzó a que junto dél se sentase.
Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, soltó la voz a semejantes razones:
—Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían... No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese...
miércoles, 23 de julio de 2025
Dione
Siempre todo es algo nuevo, inesperado y presente después del estío de una noche de jarana. Allí eras, donde calmabas tus sarpullidos juveniles con lecturas ensoñadoras en aquella biblioteca, hoy convertida en discoteca-metal-beat a la que ahora vuelves.
¡Qué cosa más fría! Parece un garaje, un aparcamiento de coches. Eres de los primeros en llegar. El ambiente es obsoleto y deprimente. El patibulario y lúgubre local poco a poco recobra luz y color, pero sin salir de la gama de los grises. El negro abunda en cantidad. Parecéis espectros en movimiento, esqueletos danzantes en la misma entrada gozosa de una caverna. Rigidez en el mobiliario. Todo de hierro. Hierro, cemento metálico. Poyos de cemento. Molleras en ascuas de cemento alrededor de la pista de baile. Tres hileras como surcos-panteones circundan un cuadrilátero centrado a una gran columna a la que desesperadamente se aferra algún que otro siniestro bailarín zumbado. Los focos desde lo alto rastrean discretamente los cuerpos divinizados. Las luces y sombras azul cobalto intermitente rastrean, y en medio de la oscuridad circundante, se detienen en las partes más sensuales y atractivas de los bailongos que encuentran a su paso. La puntual luminosidad se recrea allá donde tu mirada se detiene. Celestes alegrías de flashes buscan su objetivo más erótico. Tú ya vienes prevenido por aquel rayo balsámico de tus tímidas lecturas en aquella vieja Librería-cafetería a la que solías acudir en tus años mozos a la caza de orgasmos literarios leyendo a Stendhal.
Una chica rubia con el pelo desordenado por un viento astral invisible gira como un satélite alrededor de Saturno. No pienses en nada, -te dice Dione-, bailar es desentenderse. ¡Métete dentro de la música, lanza en volandas tu cuerpo armonioso. ¡Vamos, hombre, anímate! Si tu físico no vuela, difícil es que tu mente se remonte y alcance el clímax. Y al instante tu cuerpo, sin tú darle permiso, te catapulta como un cohete justo en medio de la pista de baile. Allí ves a un cuarentón como tú, desubicado, desinhibido, con calva y gabardina que se contornea como un maniquí eléctrico. Y pierdes el miedo o la vergüenza. Tu sentido del ridículo desaparece al ritmo de un ligado compás binario a las órdenes de Dione, ágil peonza que no para de dar vueltas a tu alrededor. Y te sientes, al igual que Stendhal, atraído por Mathilde, dominado por una pasión fatal. Je faillis devenir fou.
Allí eras, de donde vienes, cuando tú, de adolescente, calmabas el reconcomio de los sarpullidos de tu juventud ardiente en aquella librería, convertida hoy en discoteca-metal-beat. Siempre es presente.
Lo que luego pasó entre la chica-peonza y vuestros besos en calderón interminable, nada se supo... Hasta que pasado unos años vuelves a tu vieja librería de juventud olvidada y desaparecida. Y aquella antigua relación en aquella discoteca lúgubre y a la vez luminosa aparece hoy reactivada. Escoges al azar de la estantería aquel mismo libro de tu vieja juventud ensotanada, el Del amor de Stendhal. Y entre sus hojas encuentras un papel doblado que dice:
Aquí me tienes de nuevo. Soy Dione, aquella chica peonza, satélite de Saturno, que te volvía loco en tu juventud pasajera. No en vano Saturno, el planeta del que estoy locamente enamorada, es el dios del tiempo, capaz de convertir el pasado en presente.
jueves, 27 de marzo de 2025
Los conejillos de Cortázar
No es nominalismo, no es magia, solamente que las cosas no se pueden variar así de pronto. (Bestiario. Cortázar).¿Cómo es posible que en tan poco tiempo la hija de mi vecina, la mujer del hombre de la furgoneta blanca, haya crecido tan deprisa? Veo ahora a la zagala delante de mí, acompañada de un apuesto muchacho. Ayer mismo la madre la llevaba en brazos dándole de mamar. Las cosas no pueden cambiar así de la noche a la mañana. Desde el principio de nuestra era, filósofos, biólogos y políticos vienen diciendo que la naturaleza no da saltos, que actúa lentamente, que para asfaltar un simple socavón en la Avenida de Los Castaños, o construir una residencia de ancianos en Molina de Segura, hace falta remover Roma con Santiago. ¡Y ni con esas! Y no como hoy, que una chiquilla recién nacida, a los dos días amanece ya crecida y reluciente como los pepinos de la huerta que no hay dios que de la noche a la mañana los reconoca. O que una España tranquila se levante esta mañana deprisa comprando papel del váter y corriendo desconsolada a refugiarse en la estación de autobuses, en el Mudem o en cualquier otro refugio inexistente, antes que la guerra anunciada por Europa nos acribille como conejos en su madriguera, perseguidos por el miedo y las bombas nucleares.
Todo va muy deprisa como las cabras locas que se pisan unas a otras. Menos este cuerpo mío inamovible, sentado sobre este banco del paseo, encima de una acequia soterrada que serpentea paralela al desvío. El desvió cruza el pueblo por el extrarradio que da al río. Los arboles sonríen a un abril que se retrasa espantado por los detractores del cambio climático. Me distraigo frente al sol tibio leyendo Carta a una señorita en París, antes que un conflicto bélico impesable me arrase tal como anuncia Hadja Lahbib la comisaria de la UE. Tres cosas irrenunciables me quedan de lo que me queda de vida: un buen desayuno con pan-aceite-y-sal, un café bien cargado mirando pasar la primavera trasluciente de la hija de mi vecina Andrea y el gusto por la lectura.
La hija de mi vecina me saluda atenta como si yo fuera el mismísimo autor visionario de la historia que estoy leyendo. Levanto mis ojos del libro para contestar sus buenos días. Ella, rauda cambió su biberón de leche por el joven que bien acompaña su pubertad recién estrenada. Aquí todo el mundo corre. Corren los niños a la escuela. Antes de llegar al colegio ya serán mayores, menos yo que permanezco ya mayor desde hace tiempo apoltronado en este banco fijo de madera. Por cierto, la madre de la muchacha que cambió su biberón por el beso de un muchacho, también se llama Andrea, como la dueña remilgada del apartamento de Buenos Aires que una señorita le dejó prestado al caótico y alocado protagonista del cuento que estoy leyendo. Extiendo mi mano sobre la página trece para que no se me escapen los vomitados conejitos de este relato tan absurdo, simbólico y sugerente. A duras penas mis dedos leñosos, púrpuras y crepusculares pueden sostener el libro. Me senté aquí enfrente de mi casa, sentado en este banco de madera que hace sonar mis huesos como campana de ánimas.
Miro ahora los árboles-botella del paseo que, en tan solo dos o tres veranos, se han llenado de gloria y fuerza como los bueyes de la fábula de Esopo. Escucho el tempranero jugar de los pájaros entre el verde de sus hojas cantarinas, el abrazo dulce e interminable de dos jóvenes que han preferido hacer novillos y librarse de las monsergas y los drones de la profesora de Ética. A mi alrededor todo el mundo cambia, el relax se hace desvelo, el status quo de un mundo estable se tambalea. Miro también mis pies quietos al caer de un insensible y solitario banco de madera.
miércoles, 12 de febrero de 2025
Lean para vivir
Doy con el texto perfecto. Le mot juste. Luego me digo: ¿Y qué me queda de lo que he leído? Una sensación plácida, innombrable, momentánea, sin fondo, sin tierra, sin agua, ni humus. No me acuerdo de nada, nada que pueda brotar, ni una planta, ni una flor, ni siquiera una idea, sólo un sentimiento metido en un capazo, unos ojos cansados, una libreta ilegible, unos tomates, un huevo duro y dos manzanas.
Y al rato, tampoco del sentimiento me acuerdo. La emoción se esfumó formando parte de las nubes del olvido, de lo vivido allá en la Huerta Arriba, eso que los entendidos de lo oculto llaman subsconsciente, el alma inaccesible, ese misterio del que dicen formamos parte, pero nadie, ¡ay insensibles! lo sentimos. Y como el iceberg aquel de la Antártida, el más grande del mundo, sólo a mi memoria asoma un trozo insignificante, y que incluso, con el deshielo de los tiempos, también desaparecerá contra las puertas de Plutón. No lean, como hacen los niños, para divertirse o, como los ambiciosos para instruirse. No, lean para vivir. Gustave Flaubert.
lunes, 13 de enero de 2025
Los cinco diamantes de Casiopea
En esta mañana de vientos desapacibles, una risa sana, suave, alegre trae a mi airoso ánimo el primer relato (Así murió Mamadou) de La versión de Judas de M. Moyano. Una risa además, inteligente, ingeniosa y pedagógica. Esa manera sutil, sin adoctrinamiento, insinuante, a modo de fábula o metáfora. El humor y el dulce ingenio, la sabia ironía, las mejores vías para que el tren analfabeto de nuestras vidas aprenda a circular libre y sin atropellos. Los seres humanos estamos empeñados en provocar accidentes, conflictos innecesarios, sacar de nuestra chistera ratas y culebras donde sólo hay delfines y palomas. Y convertir en desastre y guerra la paz y la armonía de las estrellas. Y si pudiéramos, con tal de salirnos con la nuestra, ¡estúpidos los humanos!, invertiríamos hasta la ley de la gravedad y le arrebataríamos al cielo los cinco diamantes de Casiopea para traficarlos por armas de fuego.
Pero está de más, no procede ponerme tan propedéutico y moralizante, método a todas luces contraproducente para el buen aprendizaje. Bastaría tan sólo con leer el primer relato de La versión de Judas de Manuel Moyano.
domingo, 12 de enero de 2025
El magnate
El tiempo corre que vuela. Es mi turno Estoy muy nerviosa, más nerviosa que cuando aprobé la selectividad. Esto parece el entierro de la sardina, codazos, empujones, pero ¿quién no disculpa un pisotón en tan inaudita refriega? Nunca fui fetiche seguidora de galáctico que anduviera vanidoso marcando paquete. Pero a fuer de ser sincera este macho có(s)mico me pone cual gallina ponedora. Viste botas de cuero, jeans de diseñador y camisa a cuadros, chaqueta americana. Es alto y fornido, de movimientos elegantes, aunque un poco patán, con aires de vaquero galáctico y seductor. Ancho de hombros, robusto y fornido.
Llego a casa totalmente realizada, me siento otra, rejuvenecida, como salida del baño. Pero, ¡qué casualidad, es increíble! De pronto empiezo a vomitar, todo me da vueltas, no paro de temblar, salpullidos y picores por todo el cuerpo, noto el bello de mi cara que aflora cual el de la mujer barbuda sobre todo por encima de la superficie carnosa de mi labio superior.
Luego en urgencias, tras los pertinentes análisis y radiografías, el médico deja claro su diagnóstico: Cuadro epidérmico agudo, originado por un virus, extraterrestre, indefinido y mutante. El galeno me pregunta: ¿Últimamente ha mantenido usted relación íntima con..? Hace una pausa por respeto, para seguir luego informándome de que se trata de un germen pernicioso que se transmite principalmente por la saliva. Su patología -añade-, tiende a provocar en sus pacientes conductas agresivas, colonizadoras, complejos, trastornos de personalidad, aires de grandeza, megalomanías y otras fobias. Debería usted, a la hora de compartir bebidas y otros alimentos, abstenerse del contacto con personas sospechosas de ser portadores de estos bichos expansionistas y reaccionarios, fóbicos y ultra conservadores. Son muy peligrosos, se propagan fácilmente. Últimamente su contagio se ha dejado notar de manera furibunda por Alemania, y me han dicho que sus efectos maliciosos, hasta en Georgia... Cuide por tanto señora su salud. Para aminorar sus picores y otras acedías capilares le receto "adormebellum", es una crema muy eficiente para estos casos. Deberá usted ungir su cuerpo varias veces al día si quiere mantener su piel como se merece...
Y heme aquí ahora, aburrida en casa, hecha una bigotuda, con mi mostacho de gata encabronada, sin poder sacar ni el perro a la calle. Todo por la ingenuidad de meter mis narices en la misma copa de don Elon Musk, el magnate.
martes, 18 de junio de 2024
Peces como cucarachas
Cuando leí Bocanadas pensé que tú no serías su autor. En la contraportada del libro bien que aparecías con tu melena blanquiazul sobre el guardabarros de tus orejas atentas, con tu vigorosa barba rala, tus ojos negros y viriles, encendidos, encendidos como el oro de las letras de tu nombre bajo la mejor foto de tu presumida galería. Imposible que fuera tú, ¡un ser tan reservado! Cuando escribías, perdías la vergüenza, te despojabas de tus vestiduras y te quedabas desnudo ante el lector.
Dentro del agua los peces son divinos, transparentes, diáfanos, puros, encantadores. Irradian claridad, luz imanadora. Son únicos, hermosos, limpios, inigualables. Por el contrario, fuera del agua, cambian por completo, son otra cosa: grises, apagados, mustios, ratas exánimes. Cuando tú metido estás en el dulce y bello caldo de tus escrituras eres la hostia. Como el pez en su hábitat eres brillante, te muestras cercano, lleno de empatía, derramas humanidad.
Cuando leí Bocanadas no te reconocí. Siempre te tuve como una persona amorfa, sin músculo, sin sangre en las venas, incapaz de enamorarte al amanecer, al mediodía o a la tarde. Incluso a la sombra de la noche cuando las velas del amor estallan de pasión, y las estrellas del cielo como campanas de placer revolotean luminosas, siempre te encontré oscuro, frígido e inapetente. Imposible que fueras tú, con tu mística prosa el que hicieras latir mi corazón a la par del tuyo. Y es que cuando escribías te transformabas. Dejabas de ser el hombre huraño, mezquino, receloso, sin empatía con el que yo siempre había tratado.
Te leía y te veía enamorado de la tierra, del mar, del monte, de la mujer y del hombre y sentía latir tu corazón a la par del mío y ponías en movimiento esta máquina pesada de la que estoy hecha. Y respiraba tu mismo aroma, extasiada quedaba del fuego, de la paz y del canto de tu voz. Tus frases, metáforas y alegorías me trasladaban al País de Nunca Jamás donde nadie medra, la luz reina sobre todas las cosas, nadie roba, nadie mata, nadie tira al contenedor amarillo las vísceras orgánicas de sus excrementos.
Luego cuando terminó la
presentación de tu libro, me acerqué a la mesa para que me lo firmaras. Me
reconociste. Y me comentaste: Si de
verdad, mujer, quieres saber quién soy, no te creas nada de lo que escribo. Miento como
un bellaco. Bocanadas es un embuste. Los peces del fondo del mar no son flores,
son grises y marrones como las cucarachas.
sábado, 18 de mayo de 2024
Zapatos
Tras la lectura de "Zapatos" de Paco L Mengual.
Estoy acostumbrado a leerte en clave galdosiana, anecdótica, como casi siempre te manifiestas, como notario realista de episodios populares que, por su enjundia, extravagancia, ocurrencia o esperpento siempre calaste en mi,… Pero al leer "Zapatos", he sido sorprendido por el cariz poético y tierno de tu relato. De las cosas que hablas o a las que te refieres, aun siendo sencillas y corrientes, fluye un halo mágico y embaucador, alegre y también triste. Que no todo tesoro ha de estar escondido por fuerza en el más apartado e idílico rincón misterioso y escondido.
Emocionalmente me he sentido gratificado, y a la vez deslumbrado, por tu habilidad de convertir en sublime una simple insignificancia. Y si esta insignificancia fetichista, como son unos zapatos, me lleva además a sentirme vivo, pues ¡no digo más! Sentimiento tan vital del que a menudo pasamos, por estar, cuando vivimos, en otra cosa. Ya lo dijo John Lennon: "La vida es lo que sucede cuando estás ocupado haciendo otros planes".
Gracias, Paco. Tu relato ha sido como una revelación particular. No exagero. Repito: Cada libro, al margen de lo que su autor quiso decirnos, es otro libro más, surgido de nuestra propia imaginación.
martes, 14 de mayo de 2024
Yo maté a Juio César
El comisario Pepe Carvalho en una de sus conspiradoras pesquisas encontró una esquela al azar por mí escrita. Recuerdo que, como quien echa las cenizas de su cuerpo al río para confundirse con la esencia del mar profundo, la guardé entre las páginas de las Historiae de Heródoto. En el estante principal de mi biblioteca exhibía yo aquellos nueve volúmenes encuadernados en letras de oro… Hasta que un día una mano usurpadora, sin que yo me diese cuenta, se hizo con la esquela y con los libros del primer padre de la historia universal. Desde entonces me vi perdido, sin conocer mi pasado, tampoco mi futuro. Por lo que, para verme a mí mismo retratado, me vi obligado a escribir cosas sin fuste, como aquella esquela que decía: Yo maté a Julio César.
Sé de muy buena tinta que esta esquela escrita llevó al detective a denunciarme ante el juzgado. Casualidad del destino, precisamente horas antes, (o lo que es lo mismo: la tronera de más de veinte siglos), en la Curia de Pompeyo, veintitrés puñaladas acabaron con la vida del emperador de Roma.
Nunca me hubiera creído que por tan sólo yo escribir por ejemplo el dardo de la palabra atravesará de muerte tu corazón mendaz, la vida de un mandatario imperial correría peligro. Pero fue así como ocurrió. ¡Hacía tantos años! El tiempo es un instante. Yo tan sólo quise decir que estaba cansado de tanta mentira, desinformación o lawfare, como se dice ahora. Y tampoco eso, porque a decir verdad, ni yo mismo reconozco como mío lo que antes escribiera. Tal es el poder inconsciente y omnímodo de la escritura, ella se justifica por sí misma sin necesidad de ser avalada o reconocida por autoridad alguna. O como dice Octavio Paz: Cuando sobre el papel la pluma escribe. ¿Quién la guía?
Repito: el detective Carvalho fue con el cuento al juez. El juez me citó inmediatamente. Y allí mismo, ante su señoría, me hizo, como alumno cogido en falta de ortografía, escribir tres veces yo maté a Julio César. El magistrado dedujo que aquel texto por el trazo singular y virulento de mis grafías, (las eles como espadas y las jotas como puñales), a las claras me delataba. Puño y letra son suyas, -sentenció el alto tribunal.
Es cierto. Yo escribí aquella nota; pero confieso que no fui yo quien asesinó a Julio Cesar, fueron las palabras que sin yo querer clavaron el puñal en el corazón empoderado del César de Roma.
sábado, 11 de mayo de 2024
Los días usados
Angelina Mango La noia (el aburrimiento). Eurovision 2024)
A lo largo del tiempo, este tipo de literatura ha entusiasmado y enardecido a innumerables lectores que necesitamos la magia, la ilusión y el milagro para sobreponernos a la cotidianidad de los días usados.
Resumo aquí el primer cuento de esta recopilación que me mantiene secuestrado. Sennin. Su autor, Ryunosuke Agutagawa, un escritor japonés (1892-1927).
Un rústico campesino busca trabajo para que alguien lo contrate para cualquier clase de trabajo con la sola condición que le enseñe la manera de convertirse en Sennin.
Una pareja formada por una mujer astuta y un ponderado médico aceden a su petición. Lo contratan por veinte años sin remuneración alguna, prometiéndole que al cabo de ese tiempo le revelarán el secreto para ser un verdadero Sennin. La mujer del doctor interviene:
Bien, pero usted debe hacer todo lo que yo le mande, de lo contrario tendrá que trabajar a nuestro servicio otros veinte años más.El campesino accede al trato. Concluido ese tiempo, la mujer le ordena que se suba a lo más alto de un pino que tienen a la entrada de la casa. Cuando el campesino alcanza obedientemente la cima del árbol, la taimada mujer añade:
Ahora tiene que soltar la mano derecha de la rama en la que está agarrado.Una vez el campesino cumplió la orden, la mujer, insiste:
Debe también soltar su mano izquierda.La mujer estaba completamente convencida que, tras su requerimiento, el campesino caería muerto contra el suelo. Pero no ocurrió así. La mujer quedó completamente, no sabemos, si contrariada o asombrada, al ver como el campesino poco a poco se difuminaba sobre el azul del cielo convertido en un verdadero Sennin.
martes, 23 de abril de 2024
Día del libro
Recuerdo cuando era un niño, me creía todo lo que leía. Veía la verdad en las letras. Todo documento escrito tenía para mí un valor sagrado. Las cosas no podían ser de otra manera. Leyendo navegaba por rutas conocidas. Seguro era mi caminar aunque anduviera por senderos tenebrosos. Ni por asomo se me ocurría pensar que, si un libro decía que la tierra era plana, pudiera yo figurármela como un huevo. Cualquier documento escrito era la base para todo desequilibrio. Claro, que por aquel entonces todos los libros eran infalibles. Y si algún texto maldito disentía del Canon, proscrito era, y de inmediato arrojado a la hoguera de la ignorancia.
Pero en mi adolescencia tal vez, persuadido por ese afán e instinto juvenil de querer nadar contra corriente, llegaron a mis manos autores heréticos, iconoclastas. Y fue entonces cuando me di cuenta que la verdad no sólo está de una parte. Que cada cual escribía según le iba. Y yo tuve que afogar y desatar mi represión lectora oxigenándome de teorías adversas. Fue cuando me enamoré de lo prohibido. Y experimenté que la manzana de la tentación tenía sabores tan auténticos como el pan de las letras del evangelio.
Hoy ya, a mis años, más sereno y condescendiente, (y a la vez más dudoso), soy capaz de descubrir mentiras en todos los santuarios de la verdad; así como verdades en los mentideros más canallas. Flores en el desierto. He compartido mesa con comunistas explotadores, conservadores de izquierda, cristianos ateos, viejos con quince años, jóvenes moribundos. He conocido lectores de largo alcance y escritores de vista cansada. Y en el corazón más cruel he descubierto hasta el sentimiento más tierno.
miércoles, 20 de marzo de 2024
Leyendo a Proust
Leyendo a Proust me reafirmo más en aquella pregunta que en otro tiempo interiormente y en silencio me hacía, y que, ahora, con la edad, más suelto y libre de puritanismos absurdos, exteriorizo hacia afuera:
Si por casualidad hubiese nacido mujer, ¿me habría enamorado de un hombre?Desde mi actual identidad masculina, contestar a esta pregunta no es fácil. Sería aventurado anticipar mi comportamiento sexual en un contexto no dado. Debido al principio de no contradicción (imposibilidad de ser al mismo tiempo mujer y hombre), sería como meterme en harina de otro costal, algo fuera de toda posibilidad ontológica. Y esto lo digo desde el respeto a los adelantos de la ciencia genética, así como comprensivo con las distintas opciones y orientaciones que cada cual al respecto pueda o quiera tener.
Pero siendo sincero, acepto mejor la homosexualidad femenina que la establecida entre dos hombres. Y esto dicho así, a la ligera, tal vez contenga un viso machista y por tanto censurable. Lo que sí sé, desde el punto de vista de la propia belleza, que encuentro más gozoso y tierno el vínculo entre una pareja de chicas, que la celosa y vigorosa relación entre hombre y hombre. Y que me perdonen los hombres celosamente enamorados de otros hombres.
Y así Proust descubre en algunas personas, antes rudas y frías, hoy como más amables y cercanas. Lo mismo al revés: personas anteriormente débiles y cohibidas, hoy empoderadas y desenvueltas. Nuestra vida, como el tiempo y los ríos de Heráclito, es un proceso continuo, nunca acaba de hacerse, uno siempre está haciéndose. Nada acaba sino cuando termina. La esencia de nuestro yo no está del todo concluida y cerrada sino cuando estamos muertos.
Proust y su intención tan repetida y expresa de dotar a algunos de sus personajes de cierta ambigüedad, tonos confusos e indefinidos, como queriendo incitar al lector al placer de lo no expresado, lo desconocido, por lo jamás nunca visto y poseído, por lo invisible, características todas ellas a mi juicio consustanciales al amor más puro. Y no es que Proust dotara a sus personajes de una bisexualidad camuflada, sino que por su peculiar manera de ser, él era la ambigüedad misma. En definitiva como todo escritor, Proust más que escribir, se escribía a sí mismo:
... aquel hombre que tanto presumía de virilidad, aquel hombre al que todo el mundo le parecía odiosamente afeminado, me hacía pensar de pronto en una mujer: hasta tal punto que tenía pasajeramente los rasgos, la expresión, la sonrisa de una mujer.Conceptos como virilidad y fuerza, (el hombre y el oso, cuanto más feo, más hermoso), han estado muy encorsetados bajo el paradigma de un patriarcado interesado por el poder, la posesión y el dominio. En cambio la delicadeza, la belleza, la dulzura, el refinamiento, reservados estaban a la mujer. Afortunadamente hoy estos conceptos son más inclusivos y de su gracia y utilidad deberíamos servirnos al igual hombres y mujeres.
Hoy, 19 de marzo, día del padre es un día también ambiguo. Pues hay padres que hacen de madre y viceversa.
lunes, 11 de marzo de 2024
La triste dulzura de la muchacha en flor
Estoy leyendo Luz de agosto. Rostros sin acabar, a medio esculpir. Cuerpos vagando en un mundo sin alma por cuadras, prostíbulos y tabernas. Desde una escritura amargada y cortante, caminos solitarios, senderos interminables de dolor y tierra. El libro exhala un misterio hipnotizador, como esas serpientes que con su aliento engullen a quienes frente a ellas detienen su mirada. Me encuentro con un Faulkner complejo y enigmático, un tanto atravesado. No porque no lo sea, sino porque su enmarañado apodidactismo me cansa. Sí, ya sé que Faulkner, lo mismo que Yoice, es muy versátil, capaz de escribir sublime, complejo y extraordinario. O tal vez yo sea un lector de literatura fácil y comodona que huye de los libros especializados, escritos para gente literariamente erudita. Pero, a pesar de ello, Luz de agosto me retiene atrapado.
La novela se desarrolla en un contexto gótico, endiablado y trágico, de intolerancias sin razón ni causa. Ambientes oscuros y terribles, caminos interminables y tenebrosos, iteraciones en el tiempo. La misma ambigüedad de sus personajes: controvertidos, complejos, cándidos y crueles, (el magnetismo de Christmas, la inocencia de Lena, el sanedrino de Hightower...), me aturden, me confunden, agotan mi interés. Necesito un descanso.
Intento escaparme de estas letras tortuosas. Mi determinación de abandonar la lectura no tiene nada que ver con la excelencia del libro. Este parón es sólo emotivo y circunstancial. Salgo a dar una vuelta. Me tomo un respiro. Y por la calle me encuentro con la expresión amargada y, al mismo tiempo, espiritual y bella de una joven que me alegra el corazón. Regreso a casa. Y al rato, ya estoy pegado de nuevo a Faulkner, al drama trágico de su novela, al drama de la vida: violencia, odio, delación, tiranía, vida, sumisión y ¿por qué no? también inocencia, esperanza y ternura.
Mi curiosidad por conocer cómo acaba el conflicto, la confrontación de los hechos, al parecer irreconciliables, me hace volver de nuevo al libro. Quiero saber cómo acaba, qué es lo que al autor le hizo escribir Luz de agosto. Por encima y al margen de lo que su autor cuenta y su desenlace, me interesa sobre todo lo que Faulkner quiso decir, (sin decir), a los lectores con esta novela llena de insinuaciones bíblicas y mensajes callados e indescifrados.
La belleza no por ser bella ha de ser siempre feliz y de fácil adquisición. La máxima belleza suele ser inasequible y desesperante. La tristeza puede ser también bella, bella como las lágrimas de una rosa dolorida, atrapada entre sus espinas.
Finalmente busco título para este sui géneris y modesto comentario de Luz de agosto, y sin venir a cuento, o tal vez sí, (por haberme tropezado con la delirante joven a la que antes hice mención), se me ocurre el siguiente epígrafe: La triste dulzura de la muchacha en flor. Gracias, Marcel Proust, por acogerme bajo la sombra de tu evocadora expresión.
lunes, 4 de diciembre de 2023
Como un bendito en plena siesta
Al igual que los antiguos anacoretas que esperaban encontrar a Dios en la tranquila soledad del desprendimiento, el escritor y a la vez protagonista se adentra en prados desolados, en la espesura de los bosques a la escucha de los mensajes del viento, de los consejos de la madre tierra o de las indicaciones del sol y las estrellas; pero no por los mismos motivos de abnegación y renuncia espiritual de aquellos eremitas del desierto de la Tebaida, pues sospecho que al Robinson de Walden le gustaría vivir bien como a todo hijo de vecino, pero sin las incomodidades y estridencias de la enredosa acumulación y el hartazgo vomitivo.
El escritor-naturalista quiere arrojar por la borda del barco de su existencia todo el lastre que le impide gozar de la vida en su jugo. Él mismo nos muestra la razón por la que se embarcó en esta empresa tan original como estrafalaria, sostenible, ecologista y peculiar: No quería vivir lo que no era vida. Quería vivir profundamente y libar toda la médula de la vida, vivir tan fuerte y espartano como para prescindir de todo lo que no era vida, vivir sólo para hacer frente a los hechos esenciales de la vida, y no descubrir al morir que no había vivido. Sigo leyendo: Veo jóvenes, conciudadanos míos, cuya desgracia estriba precisamente en haber heredado granjas, casas, corrales, ganado y aperos, pues es más fácil proveerse que despojarse de ellos… La vida de los más sabios ha sido siempre más sencilla y sobria que la de los pobres.
Frases como estas exigen por mi parte una consideración de profundo calado socio-filosófico. Compruebo que, debido a este circunstancial momento pesado del día, no estoy a la altura de su comprensión. Los ojos se me cierran por el dulce adormecimiento de la lectura en hora tan cargadamente plácida. Dejo el libro sobre el banco de madera de este bucólico rincón de la huerta donde el destino hace tiempo vino generosamente a plantarme de un golpe insospechado y fortuito. No quiero sumergirme en la adormidera de las palabras escritas de Walden, por muy bien que me caigan sus advertencias llenas de estoica sabiduría. Dejo pues el libro al igual que Thoreau dejó la polis para adentrarse en las olas apacibles de otro mundo más llevadero y sostenible.
Alzo la vista a mi alrededor. Y me da vergüenza darme cuenta de lo que me dicen las abstraídas palabras de Henry Thoreau, teniendo yo ahora mismo los reflejos del sol, entre los morados de la parra virgen desparramada, acariciándome de arriba abajo todo el cuerpo. Miro las hojas del granado, ayer negras por la roya, y cargada de piojos, y hoy, tras la suave lluvia del amanecer, limpias como una patena. Puras. La inmortalidad de los cipreses rompe con el cuchillo de sus puntales el denso plomo azul del cielo que los recorta invulnerables. Perlas de agua aún anidan felices entre las hojas nacientes del maíz, que ya levanta casi un palmo del suelo. Perlas de agua penden risueñas de las hojas de las tomateras. También lloran de placer con sus gotas de cristal líquido los amarillos incombustibles de los dompedros que adornan el sendero y los rincones que rodean el banco donde estoy sentado.
Abandono por tanto Walden. Leo y escucho mejor lo que la naturaleza en su jugo me dice de tú a tú, sin mediación de libro alguno… y me repantigo en el banco, hasta quedarme dormido como un bendito en plena siesta.
martes, 17 de octubre de 2023
Dejemos hablar a las plantas
¡Qué bien le sientan esta mañana al hombre los cuentos surrealistas de esta escritora argentina! Las letras le sumergen en un grato sopor, hasta el punto, que se confunde con lo que mira. Mejor dicho: lo que lee y lo que ve le saben a lo mismo. Las letras se mueren al ver sus ojos somnolientos, se cierran antes de nacer en su mente, la realidad se apaga, y dentro del hombre se enciende un sueño. Molicie, quietud, evanescencia. La densidad inconsciente de este gozoso y aletargado instante entumece sus sentidos. No tiene oídos, ni sabor, ni vista, ni tacto para otra cosa que no sea estar aquí sentado, con sus pies descalzos, extendidos sobre la esponjosa humedad de esta tierra embellecida. Y ve cómo el vacío a destiempo de un sueño dulce le hipnotiza hasta quedar poco a poco convertido en lo que mira, esta madreselva que recubre, magistral trepadora, el cuerpo que respira, la tierra en la que vive.
Tal vez esta dulce, enajenada e invasiva sensación se deba al poder del cuento que en este momento está leyendo. Hombres, animales enredaderas. Una historia que va de un hombre que sobrevive tras un accidente de avión. Está solo en medio de la naturaleza salvaje, anda obsesionado por unos ojos. Y se pregunta una y otra vez a lo largo del relato que tiene entre sus manos: ¿Dónde estarán aquellos ojos que no paraban de mirarme? Sólo escucha el crujir de las ramas de los árboles. Siente miedo (olor a fiera). Tan agudo es su miedo que piensa que quizá acabe dejando ser él mismo para convertirse en otra cosa. Pierde la noción del tiempo. Su reloj se ha parado. Tiene enormes ganas de quedarse dormido. De pronto, sobrecogido por un perfume inigualable, descubre que ese aroma único proviene de una enredadera. La enredadera poco a poco trepa por el cuerpo del hombre hasta quedar convertido en enredadera. Y así es como el hombre acabará por desgracia (¿o no?) olvidándose tambien de aquellos bellos ojos que le miraban tanto antes de estrellarse el avión donde viajaba.
lunes, 21 de agosto de 2023
Cuanto peor mejor
En estos días de calor exagerado (agosto del 2023) intento refrescarme con la lectura de Tiempos de silencio de Luis Martín Santos. Intento, no del todo conseguido. Y no es que este libro excelente no sea de mi agrado, sino que su temática acongojada, lúgubre y derrotista, aumenta aún más, si cabe, el tedio aletargado y sofocante de mi ánimo debido a las altas temparaturas de este cruel verano.
Con ello no quiero decir que el libro carezca de valor, al contrario, es original por la manera velada y hábil de conducir el autor la trama de su novela, por utilizar una terminología, que aún siendo especializada, barroca y forzada, me resulta sugerente y novedosa, a pesar de su formal contrahechura y anacronismo. Un libro de un tirón, sin capítulos; pasa de un escenario a otro sin previo aviso. Peculiaridades éstas, que le van muy bien al ambiente cochambroso y lleno de penumbras de un Madrid de la postguerra, (entre chabolas, tabernas y prostíbulos, calabozos, carteristas, navajeros y borracheras), lugar donde se desarrollan las peripecias y aventuras de un joven médico recién salido de la facultad.
El autor nos muestra la angustia, los miedos, la cobardía, el yo reprimido, (no en vano Martín Santos era psiquiatra), de Pedro, un anodino joven becario, incauto, inocente y tímido que trabaja como cirujano de ratones en un centro de investigación sobre el cáncer. Pedro es requerido para salvar de una hemorragia a una joven parturienta. Y a consecuencia de este su acto de socorro y buena voluntad es acusado de la muerte de la pobre muchacha, así como de su implicación en un atentado de aborto. El protagonista tiene todos los astros en su contra. Una novela deprimente, turbia, oscura, (lo que no quiere decir que Tiempo de silencio no esté considerada por su calidad literaria como una de las mejores novelas del siglo XX).
Y esta mala suerte, predestinada e injusta, me conmueve y a la vez me rebela, por el aplanamiento, falta de coraje y hombría de Pedro, un joven recién salido de la universidad, incapaz de empoderarse (como se dice ahora) contra los hados de su no merecido infortunio.
domingo, 7 de mayo de 2023
La Femme à deux Têtes
Me he dejado Las cárceles del alma en el coche. Y al llegar al apartamento, como no puedo seguir leyendo, me pongo, (¡estúpido y atrevido!), a escribir intentando emular al mismísimo Lajos Zilahy, el autor de esta novela:
“Aquella mañana el sol entraba, como de costumbre, sosegado y reluciente por la ventana. El brillo de su luz, miel derramada, pulimentaba con barniz dorado el pavimento de madera. La tranquilidad con diáfana belleza inundaba todas las habitaciones de la casa sin conseguir calmar los ánimos de la muchacha.
Miette confusa y aturdida, al tener su corazón repartido entre dos amores, iba nerviosa de aquí para allá. El silencio de las cosas, la inmovilidad de los objetos, la quietud del ambiente ponían aún más de manifiesto la contradicción de sus sentimientos. Miette tenía la sensación de ser un monstruo con dos corazones, como la mujer del circo aquel al que de pequeña la llevó su padre. “La señora de las dos cabezas”, así, a bombo y platillo fue anunciada por el presentador. ¿A cuál de las dos mujeres responderían sus pensamientos contrapuestos, la articulación de sus manos, la tensión de sus dudas? ¿Aquel híbrido parto de la naturaleza, reír con una de sus bocas y llorar al mismo tiempo con la otra? Lo que a primera vista ella podría considerar una enorme ventaja, la capacidad de expresar emociones enfrentadas, comportamientos opuestos, que ella de pequeña valoró positivamente, ahora constataba como una gran desgracia, como si un rostro jubiloso se alegrase irrespetuosa e injustamente del otro semblante triste y lagrimoso. Si en la calma de su habitación solitaria su corazón se dilataba de gozo al recordar la mirada enamorada de Golgonsky, enseguida, como inmediato elemento superpuesto, se interponía el recuerdo anhelante, el beso encendido de Pedro en la estación, instantes antes de partir éste para la guerra. Ansiedad y calma, desasosiego y placer se sucedían en su alma con la celeridad inoportuna, con la reacción confusa de quien reparte tundas a diestro y siniestro, dejando vapuleado todo su cuerpo como una vieja estera sacudida.
Golgonsky era tierno, Pedro viril, aquel poético, el teniente decidido y práctico. Golgonsky dadivoso, rico y delicado. Pedro, luchador y atrevido. Miette con uno se sentía querida; y con el otro, segura; con éste realizada como mujer, con aquel satisfecha como esposa. Cualidades tan complementarias se diputaban a muerte un lugar en su corazón. Miette sufría los efectos sangrientos de esta disputa entre dos amores que, con ser imposibles su coincidencia en el tiempo, ella no entendía qué de malo podía haber en su conducta por ser simplemente fiel a los impulsos de su amor.
Si Pedro regresara de su cautiverio ruso, ¿por qué no seguir manteniendo sus relaciones con el asesor militar, con Golgonsky? ¿En base a qué ley moral ella debía tomar partido y renunciar a uno de los dos? Y en el caso de tener que hacerlo ¿por quién optar? Responder a esta pregunta, Miette pensaba que era completamente inútil, pues no dependía de ella. Los hombres son terriblemente impacientes en estos problemas de amores en litigio. Seguro que tanto Pedro como Golgonsky se apremiarían a tomar una solución movida por el despecho. A instancia de la irracionalidad, a los dos se le enturbiarían los ojos de cordura, y llegarían seguro a la solución más desastrosa.
Miette, atormentada en estos pronósticos, volvía luego a la calma confiando que sería luego la misma naturaleza de los hechos, la historia, la que pondría las cosas en su sitio. ¡Pudiera ser que Pedro anduviera ya con sus huesos calcinados, aplastado bajo el hormigón de la nieve invernal! Entonces ella sería sólo para Golgonsky. Pero en el caso de que Pedro, gracias a su voluntad de hierro, sobreviviera y entrara ahora mismo por la puerta de su habitación, ¿qué pasaría con Golgonsky? ¿El escritor debería someter a éste a los estragos de una fatalidad que lo quitara de en medio para evitarle a Miette la enorme responsabilidad de tener que elegir entre los dos? Golgonsky entonces moriría feliz con su mano fuertemente agarrada a la de Miette. Luego Pedro acamparía de nuevo sólo en el corazón de su mujer.
Todas estas soluciones pasaban por su mente atormentada, pero tanto las favorables como las desfavorables, no la satisfacían en manera alguna, sino que, más aún, la apenaban, pues se sentía culpable nada más pensar que con estos pensamientos pudiera ocasionar algún daño físico o moral a cualquiera de ellos. A Miette lo que más le torturaba es el estar poseída por dos vivencias unidas por un doble sentimiento incompatible. Miette en lo más profundo de su ser estaba completamente segura de la sinceridad de sus amores. Entonces ¿de dónde diablos, le venía esta congoja que no la dejaba en paz ni a sol ni a sombra? ¿Era su falsa conciencia la que le engañaba con conceptos de fidelidad y honorabilidad que respondían más al qué dirán de los demás que a la esencia sincera de su proceder? Con pensar Miette en la idea de que nada malo hacía con querer ahora a Golgonsky con la misma pasión y sinceridad con las que había amado a su marido, tampoco conseguía serenar su atormentado vivir. Lo que ella ahora pretendía, ver tan claro para su tranquilidad de alma, ¿sería tan convincente para cada uno de los hombres, cuando se enteraran de que ella había dado cobijo en su mismo corazón dos amores a la misma vez? ¿Sería tan indulgente Pedro para comprender que su mujer, tanto tiempo sin saber nada de él, no pudo resistirse a otro nuevo amor mantenido con Golgonsky? En el caso de que Miette tuviera la posibilidad de resolver este conflicto, ella por supuesto deseaba con todas sus fuerzas, que lo mejor sería no perder a ninguno de los dos...”
Bueno dejo ya la pluma a Zajos Zilahy. Que sea él el que decida. No me considero tan sensato para decidir si es justo o no que una mujer esté enamorada de dos hombres al mismo tiempo, sin que ésta se vuelva loca, sin que la sangre llegue al río. Será luego el escritor, con su omnipotencia creadora, tal vez el que dé coherencia a la misma contradicción intrínseca de los sentimientos, de las cosas: demostrar que el fuego y el agua, el monte y el valle, el cuadrado y el círculo, Putin y Zelenski son la misma persona.
domingo, 23 de abril de 2023
Día del libro
Hoy, día del libro, no me canso de agradecer, de admirar la clarividencia que poseen los escritores para transmitirme a través de sus libros la emoción de una foto, el desgarro de una tos, el lamento de un grito, la cordura de un guijarro, su cohesión, el equilibrio, la gravedad y las buenas intenciones de una nube desolada entre los abismos de los Alpes suizos.
Y por La montaña mágica hoy me siento deslumbrado, sorprendido por la totalidad desnuda de la esencia de las cosas. Desde la lejana distancia de una habitación a solas, donde amurallado y a refugio me hallo, esta mañana, Thomas Mann me habla, me embriaga, abre mi corazón al ensalmo inédito e insospechado de sus letras. Tiene este libro, aun mediando entre él y yo el espacio infinito y opaco de un tiempo inmensurable…, la virtud de conectarme con el alma de la vida.
jueves, 30 de marzo de 2023
Inmortalidad impostada
... acabo de tomarme unas copas en compañía de mis colegas; creo que ni siquiera los albañiles beben tanto como los poetas. (Geoff LeShan. Poeta galardonado por El bosque de pólvora).
Entre expectante y curioso, bien pegado al libro, empiezo a leer los dos primeros capítulos de El imperio de Yegorov. El diario y las cartas no me cansan; son cebo fácil y fresco para mi sed lectora. Un dietario, unas epístolas son menos proclives al engaño y a la fabulación, se ajustan más a la verdad, (aunque ésta sea futurista o inventada), se prestan mejor a una comunicación veraz, íntima y cercana.
Sigo leyendo. El texto me resulta agradable y claro, a pesar de su espesa, extensa y sucia trama. El escritor me lleva por ambientes esotéricos, rocambolescos, novela negra, tradiciones y lugares a mí ajenos: Japón, Nueva Guinea, California, Washington, Moscú… Tal vez Manuel sea un viajero infatigable, o acaso dotado esté de una imaginación prodigiosa. Narrativa exenta de descripciones complejas, lejos de florituras y ramajes-rococó que enturbiarían mi simplicidad como lector acomodado. Oraciones escuetas, de subido realismo: Esta noche nos hemos besado. Siento como si estuviera subido en una nube. Ni siquiera echo de menos Osaka. El paraíso está aquí y se llama Izumi.
Alabo el arte (la destreza trabajada) de Manuel Moyano en su obra finalista del Premio Herralde de Novela. Envidio su proeza experimental en busca de otros formatos: informes, correos electrónicos, grabaciones, comentarios en redes, interrogatorios policiales, blogs, recortes de periódicos y revistas. Me resulta El imperio de Yegorov original por su estilo-híbrido, atrevido y novedoso. Al leer cada uno de los treinta y dos capítulos (documentos), escritos de forma distinta, confieso que he de hacer un esfuerzo de reubicación, adaptar mis ojos a planos diversos, con el cansancio derivado de este nuevo método de lectura a base de fotogramas y flashes y que por otra parte, por su carácter práctico debieran serme más comprensibles. Acostumbrado estoy a leer historias, relatos, leyendas, de manera continuada, cronológica, consecuente, sin sobresaltos de claves y transportes comunicativos, sin muchos vericuetos anticipativos que más bien me confunden y desorientan. Pero aun así, confieso que este contraste de estilos enriquece y me reconforta por su variedad destacada. Todo lo nuevo place, o como dice el refrán gallego: Cada día gallina, amarga a la cocina.
Opta Manuel Moyano en esta obra por el humor patafísico, escatólogico, muy próximo al disparate y al esperpento, recurso imprescindible y necesario en toda literatura clásica que se precie, y que adoba con sucinta hilaridad la seriedad de mi vida como lector escapista hacia la caza de una inmortalidad impostada: Creo que he cometido un grave pecado al tratar de burlar las leyes de la naturaleza… Uno debe ser feliz con lo que el destino le ha dado.
Por último, no deja de sorprenderme el sarcástico ditirambo final con Agradecimientos, guinda que corona el buen hacer utópico del que hace gala Manuel Moyano, convirtiendo en creíble y normal lo inaudito, y transportando una historia estrafalaria en una creación excelente y vanguardista.
lunes, 20 de marzo de 2023
Los libros son cosa mínima
Recuerdo en una tertulia literaria que a alguien se le ocurrió decir: Escribo para morir. A los asistentes les faltó tiempo para enfrentarse a tan loco escritor que apostaba por meter todo lo que escribía en un cajón para que nadie se contaminara con lo que escribía.
Si al menos escribir no valiera para para vivir, podría enseñarnos a morir. Azulada, como aquel otro libro de El color de los días, no va de viejas y filantrópicas batallas, ni de cambios de gobiernos. Azulada va de vida y muerte, amor y celos, vacío y plenitud.