Quizá no hayamos sabido transmitir bien el legado a nuestros herederos. Trato simplemente de exponer una intuición mía llena de dolor: abandono, miedo, inseguridad, desesperanza... Sospecho, repito, un porvenir amenazador y tenebroso, como si algo irremediable se estuviera fraguando. Mi mundo ya no será el mundo. Todo será peor y distinto. El bienestar de nuestros hijos no será mejor que el nuestro. Dias adversos y apocalípticos se avecinan, no sólo en política, sino en todos los ámbitos de la vida.
Mi padre, hombre alegre y optimista, en estas fechas de fin de año solía escribir con letras de jabón en los cristales de su barbería: Les deseo, señores clientes, un próximo y próspero año nuevo. Yo tampoco pues debería admitir que nada de lo que fuimos desaprecerá del todo.
Existe en las cosas, en el mundo, en la sociedad, en la cultura en general un poder profundo, una fuerza creadora, ese élan vital del que hablaba Bergson, que nace de su interior, y que se abre paso como instinto irreductible. O con palabras también de Teilhard de Chardin, (L´Étofee des choses): ese tejido de las cosas donde la materia camina hacia una mayor conciencia, hacia el Punto Omega, donde materia y espíritu convergerán en una nueva humanidad universal, climática y cósmica.

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