domingo, 28 de diciembre de 2025

Próspero año nuevo



Mi fe anda resentida y quebrada. Apresado estoy por un pesimismo trágico. Tengo la sensación que la cadena de mi generación y aquella otra que me sucederá se ha roto definitivamente. El mutuo eslabón de nuestro engarce se ha quebrado. Entre mi pasado y el futuro no vislumbro continuidad alguna. En estos idus vertiginosos que corren, no preveo conexión entre lo bien que nos fue el ayer, y lo mal que le irá el mañana a nuestros hijos. O tal vez por suerte no ocurra así, y todo se deba a esa estúpida nostalgia de mi supina vejez agorera y engreída. Los mayores somos dados a consagrar nuestros tiempos viejos, a contar en altavoz nuestra idílicas batallas, como si quisiéramos dejar constancia en la historia que nuestros tiempos y costumbres fueron mucho mejor que los que les deparará el futuro a nuestro jóvenes. Tomás Moro lo dijo bien claro: La tradición no es la adoración de unas cenizas, sino la transmisión de una llama.

Quizá no hayamos sabido transmitir bien el legado a nuestros herederos. Trato simplemente de exponer una intuición mía llena de dolor: abandono, miedo, inseguridad, desesperanza... Sospecho, repito, un porvenir amenazador y tenebroso, como si algo irremediable se estuviera fraguando. Mi mundo ya no será el mundo. Todo será peor y distinto. El bienestar de nuestros hijos no será mejor que el nuestro. Dias adversos y apocalípticos se avecinan, no sólo en política, sino en todos los ámbitos de la vida.

Mi padre, hombre alegre y optimista, en estas fechas de fin de año solía escribir con letras de jabón en los cristales de su barbería: Les deseo, señores clientes, un próximo y próspero año nuevo. Yo tampoco pues debería admitir que nada de lo que fuimos desaprecerá del todo.  

Existe en las cosas, en el mundo, en la sociedad, en la cultura en general un poder profundo, una fuerza creadora, ese élan vital del que hablaba Bergson, que nace de su interior, y que se abre paso como instinto irreductible. O con palabras también de Teilhard de Chardin, (L´Étofee des choses): ese tejido de las cosas donde la materia camina hacia una mayor conciencia, hacia el Punto Omega, donde materia y espíritu convergerán en una nueva humanidad universal, climática y cósmica. 

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