Es la primera vez que leo a Nathaniel Hawthorne. Sólo sabía algo de este escritor estadounidense del siglo XIX por aquella película, La letra escarlata de Roland Joffé, cuyo argumento está sacado de una novela del mismo Hawthorne. El otro día, por casualidad, cayó en mis manos una antología de este novelista, seleccionada por José Martínez Torres, y publicada por la Universidad Nacional Autónoma de Mexico. 2008. Y me detuve en unos de sus relatos, en concreto, en Wakefield: Un hombre, sin aparente motivo alguno, deja a su mujer y su tranquilo hogar. Su intención es regresar a los pocos días. Los pocos días se convierten en veinte años, distanciado no muy lejos de su domicilio conyugal, (sólo a dos calles), desde donde se detiene todos los días y observa desde el anonimato a su mujer. A él lo dan por muerto, y la mujer se refugia resignadamente en su viudez. Durante este tiempo Wakefield se debate en volver, o no volver a su casa. Y esta duda se hace crónica, y a la vez frágil y enfermiza, se cosifica. Hasta que por fin una mañana abre la puerta de su casa, como si todo fuese igual que antes, como si sólo hubiesen pasado unas horas desde su marcha.
El comportamiento del protagonista de este relato me trajo el recuerdo aquel otro día de mi pasado: yo también actué de forma parecida, aunque no con la misma serenidad e inconsciencia, sino arrebatado por una discusión familiar, cuyo motivo, hoy tras haber pasado varios años de aquello, casi apenas recuerdo el por qué. ¿Deseos de ser tenido en cuenta? ¿Culpabilizar a mi pareja por algo en concreto que me sentara mal? ¿Hacerme el víctima? Cogí el coche, y me desplacé no más de 100 kilómetros de casa, rumbo a una playa solitaria. El tiempo de mi escapada apenas duró un día. Y alejado en aquella esclarecedora soledad, frente al mar, maestro de tantas cosas, pronto pude comprender la tontería por mí cometida. Y regresé de nuevo a casa, al igual que Wakefield, como si no hubiera pasado nada, pero doblegada y vencida mi pueril altanería. Estas cosa se hacen sólo una vez. Pues si las repites, la huida deberá ser definitiva y debidamente meditada y justificada, si no quieres arrepentirte y ser prisionero de tu incongruencia. Con el tiempo la rutina en las relaciones de pareja suele debilitar los lazos que atan dulcemente nuestra convivencia. Salí cabreado, sin premeditación juiciosa. No dejé nota alguna, tal vez para engrandecer aun más la alarma de mi desaparición. Me sobrestimé como protagonista insustituible de una situación por mí solo controlada. Pensé erróneamente que sin mí, la vida, tanto la de mi mujer como la de mis hijos, sería imposible. Imbécil orgullo del hombre alfa.
A Hawthorne le gusta jugar con el tiempo. ¡Como si el tiempo fuese un muelle o una cinta elástica que la pudiéramos encoger o alagar a nuestro capricho! Este misterioso escritor, cual un demiurgo, domador del espacio y de lo relojes del universo, tras sumergir y abrumar al lector por los túneles de posibilidades absurdas y azarosas, vuelve al final de su relato a dejar las cosas como antes, devolverlas su estado natural que les corresponde.
Tanto la escritura, la lectura, como cualquier otra rama del arte, tienen la virtud de enfrentarnos ante el espejo de nuestras propias contradicciones, y así revelarnos nuestra real condición humana, y ayudarnos a ser más sincero con nosostros mismos.

No hay comentarios:
Publicar un comentario