viernes, 12 de diciembre de 2025

Ropa vieja


 
Y al igual que la tierra sedienta, que a base del agua recogida en bidones grandes de lluvias anteriores, alimenta las pocas matas de tomates que plantadas tiene en dos caballones sobrios y anhelantes, y espera que sobrevivan al calor intrépido, inesperado y crujiente de estos tiempos locos e inhóspitos, trato yo, también de revivirme, estos días yermos que atravieso, y el cerebro parece ser que se me seca y agota ante tanto despropósito.

Estoy esperando que me envíen para su publicación las últimas pruebas del manuscrito Me olvidé de tu nombre. Se trata de una recopilación de viejos textos sobre la importancia, insignificancia, la relevancia, (y al mismo tiempo), impotencia y frustración, que el hecho de escribir me reporta. Todos ellos son ropa vieja, rescate de comentarios personales de épocas pasadas. Con ellos pretendo hacer un guiso nuevo, al igual que hacía mi madre con el cocido sobrante de la comida de los domingos. A la semana siguiente, sobre-freía los garbanzos, las patatas y la poca carne que había quedado, y nos sorprendía a la familia con un nuevo manjar, tan exquisito como el anterior. Pues con el mismo ánimo recopilo estos textos para reconfortar mi apetito. Pero me temo, que no con tanto acierto como ella.

Sé que este manuscrito no tiene un cuerpo único. Está hecho de retazos incongruentes, a destiempo, sin continuidad alguna, ni tema que los aglutine y cohesione. Todos ellos tan sólo tienen en común la palabra, el único ingrediente que los unifica y sustenta.

Y en este tiempo de espera, antes de que el libro Me olvidé de tu nombre salga publicado, mis ojos se detienen expectantes en una cita por sorpresa de John Gardner, (el autor de Grendel), que me tomo como autocrítica adelantada y primera:
Generalmente, el escritor que se preocupa más de las palabras que de la historia (personajes, acción, escenario, ambiente) no consigue crear ese sueño vívido y continuo: se estorba demasiado a sí mismo; embriagado de poesía, no distingue el grano de la paja.
Y de nuevo un servidor, y las matas de tomates que planté la primavera pasada, volvemos a caer en el desánimo. Desánimo que a su vez renueva en mí la fuerza necesaria para seguir adelante.

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