El hombre:
Tú ya no eres la mujer de la que me enamoré cuando nos declaramos en la isla de La Armonía, junto al árbol que le robaba al cielo su deliciosa música. La sombra del tilo nos colmó de luces, besos y poemas. Comimos de su fruta, bebimos de su aroma, fuimos como dioses, acordes de una sola nota, en su copa sostenida, libre calderón eterno. ¿Qué es lo que te pasa, esposa, para estar ahora tan descontenta, sentirte por dentro sorda, y muda por fuera a solas? Rasgueo tus cuerdas, pulso tus trastes, y no escucho salir de tu boca aquellos trinos cadenciosos de aquel nuestro marital enlace.La mujer:
La torre de marfil, que durante un tiempo mantuvo tu mano-estrella idealizada sobre la caja de mi corazón, se ha desmoronado. Es lo que yo siento ahora. Simplemente se han acabado mis besos. El sol, que cada día veía amanecer en tus labios jugosos, ya no resuena en mi caja oscura. Y aquella hoguera, siempre encendida de mis deseos, son ahora cenizas calladas, batidas por la riada de un amor muy mal llevado.El hombre, al sentirse destronado de la cúspide donde la mujer lo había coronado cuando se prendó de su vibrar, sonido y forma, queda hecho un trapo, desilusionado. El hombre se repudia, siente asco de sí mismo. Nació para ser tenido en cuenta, para ser astro, no para ser rechazado. Y sólo atina a decir a la mujer malhumorada: Sigo siendo la misma persona, el mismo hombre. Nuestro desencuentro no tiene razón de ser. Yo sigo estando ilusionado. Te pido perdón. Si no supe... El hombre miente sin saberlo, sin ser consciente. Se confiesa y se arrepiente, sólo para sacar partido de su victimación aparente.
El hombre-razón se enzarza ahora explicando a la mujer la diferencia entre desilusión y desencanto, por ver si así sus desavenencias desaparecieran:
Tanto la desilusión y el desencanto tienen en común el prefijo “des”, colorante que enfanga de alquitrán el dulce y suave blanco de estas dos palabras. El desencanto comporta una acción circular que sale y termina en la misma persona. La desilusión nace de otra persona ajena a nosotros a la que a su vez hacemos responsable de la pérdida de nuestra admiración. ¿Y si fuésemos capaces los dos de deshacernos al unísono de esa partícula “des” que tanto daño nos hace?La mujer-sentimiento interviene ahora:
¡Y qué más dará ilusión que desilusión, encanto o desencanto! Te escondes en tu maniática retórica, en tu argumental semántica para no enfrentarte a tu derrota, para no admitir que nuestro amor ya no tiene vuelta de hoja, ni vibra ni suena, ni canta.No es menester abundar más en esta discusión de la mujer y el hombre, que duró hasta la hora del sueño. El hombre orgulloso e hipócritamente generoso se acostó en el sofá. La mujer, no tuvo otra opción: se fue a donde siempre, a la cocina a preparar al hombre la fiambrera para el día siguiente. La mujer, mientras pela patatas y pone a freír sus sentimientos en la sartén, se pregunta, no sabe si le iría mejor vivir engañada con la idea de tener un hombre súper-estrella, o dejarlo y buscar por el firmamento otra estrella que su luz sea más clara.
El hombre trabajaba como envasador de latas de berberechos en una fábrica de ultramarinos muy cerca de donde la pareja vivía. Quinientos metros escasos de la Lonja de un puerto cualquiera. Nada más llegar a casa se desprendía del salobre y del monótono martilleo de la máquina cerradora y se entretenía fantaseando coplas con la guitarra. Esa tarde no pudo ser. El hombre se encontró la guitarra descuartizada y rota encima de la cama.
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