Ayer se reunieron en Madrid los Patriots. Pintan bastos. Es de
noche, doy vueltas en la cama. Vienen malos vientos. Las tres de la madrugada.
No puedo conciliar el sueño. Me levanto por ver si dejo atrás los roedores de
mis pesadillas. Me acerco a la ventana. Saco mi cabeza, miro hacia abajo. Allí
veo los cuatro jinetes del Apocalipsis que a toro montado persiguen a la luna blanca
como la nieve reflejada sobre el suelo del patio de luces.
Los cuatro toros bufan de furia. El odio les corroe. Con sus cuernos golpean las tablas de los chiqueros pintados con el sudor amarillo de los trabajadores y la sangre manchada de la bandera de España. Llevan recortada la barba. Apretada la corbata. Cuello duro. Sus chaquetas ajustadas, sus tirantes de colores. Y tras sus chalecos de fuerza esconden las balas de su cartuchera como admonestación y advertencia. Las manos prietas sobre sus caderas en jaque, orgullosos de su hombría. Caras serias. Con su ademán altanero corren a cuatro patas, encabritados detrás de la virgen luna.
Sigo con mi mi cuerpo en vela. Los perros no paran de ladrar. Miro ahora hacia arriba. La luna corre que se las pela tratando de hacerle la cobra a los toros. Siente miedo de sus cuernos de punta, pánico de sus belfos espumosos de odio, de sus corazones lujuriosos. Nubes de luces negras estrangulan la noche, el amanecer amenazan. Los toros embravecidos le dan a la luna cornadas de odio, de verdades escamoteadas en su vientre de luces blancas. Aros de sombras, espinas negras, alrededor de la cabeza de la luna vaticinan para mañana ciclogénesis en tromba, danas a espuertas. La luna violada por cuatro toros en cadena, por mil piaras de demonios encabritados y embusteros, vestidos y camuflados con trajes de primera comunión. Escupe la luna por su boca inmaculada llamaradas no consentidas. La luna es un volcán que arroja miasmas de dolor y parto sobre mi insomne cabeza.
Veo ratones salir a escape del blanco seno de la luna, reflejos rotos sobre el pavimento de las nubes rasgadas. El palatino de sus fértiles luces de pronto se apaga. Ya no crecerá más el trigo, no florecerán las margaritas. El agua dejará de brotar limpia de la roca. De sus ubres blancas la luna de leche ya no dará de mamar a sus hijos. Sin el claro de la luna, los racimos de las uvas, se pudrirán en la cepa.
Ciudadanos honrados, ¿decidme quién regará ahora los campos de vuestra esperanza, quién iluminará de noche, sin la luna, vuestros callejones y plazas a oscuras?
Sigo sin conciliar el sueño. Camino por la habitación tratando de escapar como león en jaula de esta vigilia ponzoñosa. Cansado de tanta angustia, por fin consigo cerrar los ojos. Duermo un par de horas un sueño reparador: es de madrugada, asomado a la ventana, veo allá abajo a los barrenderos honrados que limpian con sus mangueras y escobas los rastros de sangre que los toros patriots dejaron en su dura pelea con la luna. Miro también al cielo, y allá arriba veo que la luna, cierva cándida, lúcida y cómplice, me guiña el ojo victoriosa.
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