Cuando conocí al don Cremades de ayer, hoy dueño y señor de una de las cadenas alimentarias más prósperas del país, yo era un crío con boceras. Íbamos a la escuela juntos. Si en aquellos años me hubieran preguntado si yo daba un real por el futuro de este muchacho, me hubiese echado a reír. Nadie apostaría por un zagal que llevaba gafas con cristales de culo de vaso, de andar patizambo, y casi siempre con los faldones de su camisa por fuera. Tampoco es que yo sobresaliera mucho, pues vestía los pantalones remendados con culeras que a mi hermano mayor ya no le venían.
El primer día de curso, el maestro nos colocaba en el aula según fuera nuestro apellido, siguiendo el orden de las letras del abecedario. Cremadito, como se llamaba Ortega y yo Ortuño, cayó justo a mi lado. A media mañana, don Miguel nos mandaba abandonar los pupitres. Nos ponía de pie, de culo a la pared. Y todos en silencio expectante, frente al mefistólico maestro, que con el puntero de geografía, escopeta en mano, señalaba con la batuta a quien disparara la pregunta. Si éste no la sabía, respondía el siguiente, y si este tampoco, corría el turno hasta dar con aquel que respondiera correctamente. El acertante, acto seguido, ocupaba el puesto del primer compañero que había fallado la pregunta. Los primeros días de curso nuestro puesto en la fila variaba un montón. Era divertido vernos los unos a los otros corriendo de arriba abajo, de la cabeza a la cola, como barquichelas a la deriva en un mar de saberes náufragos e inciertos.
Al final del primer trimestre, las aguas se aquietaban, nuestros puestos eran ya casi inamovibles. El que era tonto, lo era para todo el curso, y me atrevería a decir, para toda su vida, por más supiera sacar la raíz cuadrada de ese número imposible de amordazar. Todo empezaba a resultar aburrido en un mundo de ideas fijas y prefabricadas. Hasta don Miguel se aburría, por lo que un día cambió de táctica, se innovó a sí mismo. Por experiencia don Miguel bien sabía que los niños más listos y empollones resultaban ser luego de mayores unos fracasados. Y lo mismo al contrario, que los alumnos más torpes, en el futuro llegaban ser empresarios muy adinerados. Con todo el maestro se arriesgó. Y nos dijo con voz dulzona como quien susurra a su mascota:
Atención, niños, mucha atención. Hoy no seré yo el que pregunte, será uno de vosotros. Por ejemplo, tú mismo Ortega, y señaló a Cremadito (que a la sazón llevaba ya varias semanas siendo el último de la fíla), pregúntame lo que quieras. Si no sé la respuesta, serás tú el que a partir de ese momento ocuparás mi puesto como maestro de esta escuela.Lo que ocurrió entonces en clase casi no me acuerdo. Sólo de las risas y carcajadas tras la pregunta de Cremadito Ortega. Luego al día siguiente, el director del colegio nos presentó al maestro suplente. Nos dijo simplemente que don Miguel había pedido la baja definitiva.
Aquellos tiempos de las boceras y los pupitres aseteados a navajazos! Buen recuerdo, Juan.
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