jueves, 23 de enero de 2025

Escribir a la bartola


 
Hay suficiente traición, odio, violencia, insensatez en el ser humano promedio
como para abastecer a cada ejército en un día cualquiera
.
(El genio de la multitud. Bukowski)

Ingeniosas historias le vienen al caletre cuando, nada más levantarse, se sienta cual monarca de las letras en la taza del váter. ¿Qué relación puede haber entre su inspiración literaria y ese lugar de aromas nauseabundos donde el escritor se apoltrona cada mañana? Es como si su cerebro, debido a la natural relajación que conlleva el desahogo de su grueso intestino, se quedara en blanco, libre,... para así, en barbecho, ser prolífica y gratamente fecundado por las musas de turno. Cuanto menos propicio es el lugar y el momento del ángel creador para ponerse manos a la obra, mejores y más conseguidas son sus defecaciones excre(i)toras. La ornamentación, los caobas pulimentados del taller de un artista, su orientación, el ambiente... ¿tienen que ver con la calidad de su obra?

Si Bukowski no hubiese escogido aquel andrajoso burdel de Los Ángeles para escribir sus poemas, hoy no sabríamos que Los días corren como caballos salvajes sobre las colinas. Las tabernas y los antros eran su mayor consuelo, el mejor remedio para su vacío. De no estar sentado fumándose su primer cigarro del día en el retrete de aquel hostal de la Avenida Western, hoy no tendríamos la suerte de leer uno de sus mejores poemas (The Genius of the Crowd). Y es que las musas suelen ser muy caprichosas. Y a veces andan en las cosas más burdas e insignificantes, menos trascendentes: en las trufas del bolsillo de Byron, en un barreño de agua helada con los pies de Schiller dentro, en la pipa de Flaubert, entre las ollas y los pucheros de Teresa de Ávila... No es lo mismo escribir en el campo, junto a un río, bajo los efluvios de un huerto de limoneros, que en un prostíbulo de mala muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario