lunes, 2 de diciembre de 2024

La banalidad de los paréntesis incisivos


Noté mis ojos empapados por el dolor de las lágrimas. Me acordé del sueño. Siempre que sueño terror, soledad, (infierno), al instante me despierto, espoleado por un resorte desconocido, (mecanismo de defensa). No me gustan los paréntesis. Son inútiles, lacónicos, superfluos, engreidos, incisivos y cortantes. Tan innecesarios como esta retahíla de adjetivos que utilizo para referirme a ellos. Demuestran mi poco manejo con la semántica, mi escaso recurso expresivo. Me dan vértigo. Rompen el hilo. Caigo aun más en el vacío de las palabras. Prefiero la realidad, por muy dura y prosaica que sea; es mi escudo frente a los fantasmas del sueño. Odio las redundancias, las interpretaciones, (la simbología, el surrealismo literario,…). Aunque siempre quedo sorprendido por el poder creador, interpelante, loco, onírico y sugerente que me proporciona todo tipo de provocación artística, (los relojes blandos de Dalí, la manzana voladora de Magritte,…). Me pierdo también, (dicho sea de paso), en la estupidez indefinida de los puntos suspensivos.

Y vi su cuerpo desnudo a mi lado, me acerqué y la abracé como si yo fuera un átomo cargado de savia virgen que quisiera fundirme con el alma de su sangre.

Dicen los físicos que para conseguir la fusión nuclear, la temperatura del reactor debe alcanzar los cincuenta millones de grados. Pero el sueño me había dejado frío, (un niño de noche, congelado en medio del desierto del Sahara), tiritando de miedo.

Masajeé su espalda. Acaricié sus piernas. Besé sus pies. Tracé con mis manos un remolino de colores en su vientre. Quise desatar su ombligo, entrar en calor, depositar, abrigar en cada pliegue, (recoveco), de su cuerpo, el hielo de mi soledad, para con la suya, escondida entre los paréntesis de su pelvis, fundirnos, (los dos), en un solo núcleo, (que yo me olvidara de mí, y ella se abstrayera de su ser). Froté su hendidura más caliente, por ver si de ella surgiera el calor (la energía necesaria) que nos amalgamara en una nueva relación molecular. Miré sus ojos, por ver si en ellos ya no me veía, pero fue imposible. Nunca pude conectar con nadie que no fuera yo, (única galaxia autogravitatoria existente).

Llevábamos muchos años juntos, siempre distantes, extraños, (puntos suspensivos separados). Traté de verme en ella. A ella, (supongo), le pasaría lo mismo. Los dos frente al gélido estaño de nuestro incomunicado espejo, (fusión conyugal imposible). El matrimonio no une, más bien ata cuerpos, (solipistas), que se repelen sin llegar jamás a fundirse…

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