jueves, 28 de noviembre de 2024

El tañido vacío de las letras



Me dijiste escribir es mi forma de ser. Desde la cátedra de tu profesión sacramental me comentaste además que accedías a la conciencia a través de las palabras que salían de tu pluma.
Ellas son la luz de mi ceguera inconsciente. Son el aliento de mi vida. Y si no, díselo a ese niño que saltó de gozo cuando consiguió escribir por primera vez la palabra mamá de su madre muerta. Cuando deje de escribir, me moriré como el Valeriano; un día se le cayó la guitarra de sus manos, y las cuerdas del universo dejaron de tañer. Ya nunca más los días vibraron en el cuerpo de su tejido espacio-tiempo.
Y me puse a recapacitar cuál sería esa forma especial de ser. ¿Ese modo significativo –me pregunté–, no será algo parecido al efecto indeleble de ciertas vacunas que configuran nuestro organismo de por vida? ¿Acaso la profesión de escribir está tan inscrustrada en los genes del escritor que, si este no escribiera, no existiría, no sería nada? El escritor no siente, no habla, no mira, no oye, ni siquiera ama, ¿acaso son actos de fe sus letras, revestidas de ese carácter impreso, trascendental que los católicos confieren a sus sacramentos, las que viven por él?

Y quise hacer extensivo este mismo razonamiento al resto de las personas que no se dedican al oficio de escribir. ¿Tiene mi dentista un modo particular de reir, de dar un beso a su marido, de contemplar la salida del sol? ¿Tiene el panadero, en su saludable profesión de amasar la harina, una postura particular de hacer el amor con su esposa? ¿Acaso el pescatero de la esquina, en lugar de personas andando por la acera, ve sardinas tomando el sol por las esquinas? ¿Acaso el mecánico en su cerebro, en vez de inteligencia, memoria y sesos, alamacena tornillos, tuercas y una pata de cabra? ¿Tiene el ama de casa una determinada filosofía para barrer las escaleras de su casa? ¿Posee el desempleado una peculiar forma de ir tirando y vivir sus días, sin poder vivirlos y arrastrarse por cañadas y barrancos de hambre, indignidad y vergüenza? ¿Acaso el galán es la elegante corbata que ciñe su cuello almidonado de alcahueta?

¿Soy lo que hago? ¿Hago lo que soy? Y si no me ocupo en nada, ni escribo, ni leo, si no me muevo, ¿seré acaso un frustrado sujeto heraclitiano frente al río seco de la vida?

La escritura es una forma de ser como otra actividad cualquiera. El escritor esconde en sus letras la inutilidad de su existencia, como yo, como el albañil o el carpintero, que se mienten a sí mismo a través de sus enlucidos y martillazos. Ya lo dijo aquel premio nóbel de literatura: El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir.

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