Mi madre le ha dicho esta tarde a mi padre de ir a la playa. Por casualidad se han sentado frente al espigón, en la misma roca que yo estuve llorando a lágrima viva la pérdida de aquella chica que se alejó de mi vida como el destello fugaz de un meteorito en una noche de verano.
El llanto de mi madre se alimenta de la sal del agua; y mi llanto y el suyo y el de Belisa confluyen en la misma ola, un largo abrazo de amor que se desliza perdiéndose en el horizonte del infinito de la tarde. En su delirio mi madre toca el agua con su mano y de pronto siente un escalofrío muy grande por todo su cuerpo, siente en la misma piel del agua mi propio cuerpo sepultado bajo el agua de la albufera.
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